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Críticas ordenadas por utilidad
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8
12 de mayo de 2023
12 de mayo de 2023
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta complicado, a veces, hablar de ciertas obras. No solamente por las sensaciones que nos producen, sino por su complejidad: intertextualidad, distanciamiento irónico, parodia, mezcla de géneros, cultismos varios. La lista de técnicas extravagantes que se pueden llegar a usar es interminable, y la mezcla de ellas, más todavía. Muchas veces, resulta un batiburrillo altisonante, un tanto pedante incluso. Se requiere un buen chef para que queramos que el sabor sobrepase el primer instante de extrañeza o incluso perplejidad, y permanezca en nuestro paladar; que esa sensación no se marche, y sintamos algo de pena cuando acabe. Algo así ocurre en esta película, no muy del gusto de cualquiera, pero que recordarás si te van los sabores más extraños.
Estamos ante una película con el nivel de paranoia que podemos encontrar en literatura como la de Thomas Pynchon, y de hecho, hay varios elementos en común: el uso de un grupo de música como elemento narrativo y que aguza el misterio (los Paranoides en la Subasta del Lote 49 y el grupo de rock vampírico aquí), la ambientación angelina, referencias a estrellas de cine antiguo (los posters que adornan la casa de Andrew Garfield), su propio Pierce Inverarity (un rico que parece ser llave de cómo funciona el mundo, clave en el misterio), el ambiente claustrofóbico, paranoico y agobiante a plena luz del día, los símbolos de tinta roja en las paredes (como la famosa trompetilla de Trystero). Incluso usar las leyendas urbanas como agentes extraños cuyo trabajo es mantener el orden establecido (como el duende de Maxwell en el libro y aquí… prácticamente casi todo). Las referencias intertextuales están a la orden del día, con cárteles, lugares, tumbas, y personas, en cada escena.
Todos estos elementos conjugan una trama absorbente, críptica y algo oscura al principio, hasta que se entra en el juego de conspiraciones, de senderos que no parecen ir a ninguna parte (aunque luego lo hagan, no da puntada sin hilo) y de mezcla de géneros. El espectador, si ha entrado, seguirá expectante el curso de los acontecimientos, pues es difícil, si no imposible, adivinar el siguiente paso. Y al final, todo para contar una historia sobre superar tus propias decisiones, rebelarte contra un mundo que parece vacío, pero que está lleno de misterios, cosas que comprender y cosas que amar. Y además, bien estructurada y compleja.
Mención aparte merecen todos los personajes que pueblan la cinta. Desde Sam, interpretado por Garfield como un chaval perdido, pajillero y sucio pero inteligente y con un gran sentido de la observación (y un poco romántico), la galería de personajes se ensancha a límites complicados de manejar en dos horas, aunque al final lo logre haciendo. De aquí toma página también de la literatura postmoderna.
David Robert Mitchell ha conseguido pasar, como Ari Aster, de solvente director de género (porque It Follows es un clásico moderno del terror) a algo más; alguien con estilo, ideas propias y un componente de crítica. El uso de la fotografía digital, con una imagen más cruda que el formato analógico, potencia al máximo las imágenes vibrantes que aparecen por la pantalla, y sin tener además excesos un tanto onanistas que lastren lo que se quiere contar. Su experiencia desde el género de terror le da las herramientas para dar tensión, intriga e incluso terror existencial en algunos de los pasajes.
En resumen, nos encontramos con una película extraña, oscura, algo difícil, pero extremadamente estimulante, sin que se pueda decir que vamos a encontrar algo parecido. Un neo-noir con aires de paranoia, autodestrucción, y sentido existencial.
Estamos ante una película con el nivel de paranoia que podemos encontrar en literatura como la de Thomas Pynchon, y de hecho, hay varios elementos en común: el uso de un grupo de música como elemento narrativo y que aguza el misterio (los Paranoides en la Subasta del Lote 49 y el grupo de rock vampírico aquí), la ambientación angelina, referencias a estrellas de cine antiguo (los posters que adornan la casa de Andrew Garfield), su propio Pierce Inverarity (un rico que parece ser llave de cómo funciona el mundo, clave en el misterio), el ambiente claustrofóbico, paranoico y agobiante a plena luz del día, los símbolos de tinta roja en las paredes (como la famosa trompetilla de Trystero). Incluso usar las leyendas urbanas como agentes extraños cuyo trabajo es mantener el orden establecido (como el duende de Maxwell en el libro y aquí… prácticamente casi todo). Las referencias intertextuales están a la orden del día, con cárteles, lugares, tumbas, y personas, en cada escena.
Todos estos elementos conjugan una trama absorbente, críptica y algo oscura al principio, hasta que se entra en el juego de conspiraciones, de senderos que no parecen ir a ninguna parte (aunque luego lo hagan, no da puntada sin hilo) y de mezcla de géneros. El espectador, si ha entrado, seguirá expectante el curso de los acontecimientos, pues es difícil, si no imposible, adivinar el siguiente paso. Y al final, todo para contar una historia sobre superar tus propias decisiones, rebelarte contra un mundo que parece vacío, pero que está lleno de misterios, cosas que comprender y cosas que amar. Y además, bien estructurada y compleja.
Mención aparte merecen todos los personajes que pueblan la cinta. Desde Sam, interpretado por Garfield como un chaval perdido, pajillero y sucio pero inteligente y con un gran sentido de la observación (y un poco romántico), la galería de personajes se ensancha a límites complicados de manejar en dos horas, aunque al final lo logre haciendo. De aquí toma página también de la literatura postmoderna.
David Robert Mitchell ha conseguido pasar, como Ari Aster, de solvente director de género (porque It Follows es un clásico moderno del terror) a algo más; alguien con estilo, ideas propias y un componente de crítica. El uso de la fotografía digital, con una imagen más cruda que el formato analógico, potencia al máximo las imágenes vibrantes que aparecen por la pantalla, y sin tener además excesos un tanto onanistas que lastren lo que se quiere contar. Su experiencia desde el género de terror le da las herramientas para dar tensión, intriga e incluso terror existencial en algunos de los pasajes.
En resumen, nos encontramos con una película extraña, oscura, algo difícil, pero extremadamente estimulante, sin que se pueda decir que vamos a encontrar algo parecido. Un neo-noir con aires de paranoia, autodestrucción, y sentido existencial.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Como ejemplo de que los elementos intertextuales son algo más que simple homenaje, tenemos el caso de la tumba egipcia al final del refugio. Si prestamos un poco de atención, veremos que la sala es exactamente la misma que hay al final de 2001, cuando el hombre muere y renace en superhombre. Este limbo será usado como espacio de transición entre la vida y la muerte del hombre rico, igual que ocurría en la película de Kubrick.
El tema de los perros no deja de ser una metáfora sobre los hombres y mujeres de la cinta, que son tratados como perros por las élites. Las mujeres siendo adoptadas y cuidadas, usadas como perros caros de usar y tirar, y los hombres maltratados y viviendo por las calles como perros vagabundos, teniendo a su rey incluso. He leído por ahí que está relacionado también con como Sam ve a las mujeres, pero tampoco me convence demasiado; siempre que habla con ellas se muestra normal, nada violento. Mira mal incluso a su amigo cuando este espía a la mujer con el dron. Sin embargo, el personaje sí que tiene muestras de comportamiento extremadamente violento, especialmente en el baño con el cantante del grupo de música. Que sea el asesino de perros y lo haga como una forma de encajar su ruptura con su antigua novia también da más argumentos a la ambivalencia del personaje, que además, es un rasgo típico del cine negro como se pueden encontrar en varios clásicos, como En un lugar solitario o en las películas basadas en Marlowe.
El tema de los perros no deja de ser una metáfora sobre los hombres y mujeres de la cinta, que son tratados como perros por las élites. Las mujeres siendo adoptadas y cuidadas, usadas como perros caros de usar y tirar, y los hombres maltratados y viviendo por las calles como perros vagabundos, teniendo a su rey incluso. He leído por ahí que está relacionado también con como Sam ve a las mujeres, pero tampoco me convence demasiado; siempre que habla con ellas se muestra normal, nada violento. Mira mal incluso a su amigo cuando este espía a la mujer con el dron. Sin embargo, el personaje sí que tiene muestras de comportamiento extremadamente violento, especialmente en el baño con el cantante del grupo de música. Que sea el asesino de perros y lo haga como una forma de encajar su ruptura con su antigua novia también da más argumentos a la ambivalencia del personaje, que además, es un rasgo típico del cine negro como se pueden encontrar en varios clásicos, como En un lugar solitario o en las películas basadas en Marlowe.

8,1
139.440
9
3 de diciembre de 2022
3 de diciembre de 2022
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Normalmente, lo que caracteriza las óperas primas es la imperfección y cierto regusto insatisfactorio. Poseen cierta torpeza al compararlas con sus hermanas mayores, aquellas películas hechas tiempo después que dejan mucho mayor impacto. Sin embargo, no dejan de tener el encanto de ver por primera vez los primeros esbozos que luego sabemos que desembocaran en las grandes obras del período más maduro.
Luego está Reservoir Dogs. Aquí esos principios de estilo no son simples pinceladas, sino pilares bien formados. Encontramos las conversaciones típicamente tarantiniestas e hipnóticas, creadas no por necesidades de la trama, sino para establecer un estado de ánimo y una psicología de personajes. La violencia aparece también, y no de una manera tímida y miedosa, sino con un hombre que se desangra poco a poco durante todo el metraje. Tenemos hombres despiadados, sanguinarios, pero de aire cool, que encuentran la muerte de la misma forma cruel que ellos la reparten. Incluso escuchamos brevemente la música que le sienta como un guante a las imágenes que vemos, reminiscentes de un cine de culto (Leone, Peckinpah, Ringo Lam), de videoclub, de esos que ya no existen.
Sin embargo, hay un elemento que le da cierta hondura y deja que sea algo más que el establecimiento de una estética. Entre sangre y frases para enmarcar, Tarantino siempre ha escondido, de una manera cada vez más sutil, un corazón sentimental y moral. Y es en este diamante en bruto, en el que todavía se notan estas pequeñas aristas que aprenderá a pulir y ocultar con el tiempo. Es en esa frase del señor Marrón, la única que dice que no tiene nada que ver con Madonna, tan solitaria y desencantada, tan poco romántica y más cruel que cualquier escena de tortura, y en el señor Blanco, leal y transparente como otros tiempos pasados, donde se encuentra la profundidad dramática tan difícil de conseguir para un primerizo. Solo son fuegos de artificio para aquellos que no sepan ver con los ojos correctos.
Luego está Reservoir Dogs. Aquí esos principios de estilo no son simples pinceladas, sino pilares bien formados. Encontramos las conversaciones típicamente tarantiniestas e hipnóticas, creadas no por necesidades de la trama, sino para establecer un estado de ánimo y una psicología de personajes. La violencia aparece también, y no de una manera tímida y miedosa, sino con un hombre que se desangra poco a poco durante todo el metraje. Tenemos hombres despiadados, sanguinarios, pero de aire cool, que encuentran la muerte de la misma forma cruel que ellos la reparten. Incluso escuchamos brevemente la música que le sienta como un guante a las imágenes que vemos, reminiscentes de un cine de culto (Leone, Peckinpah, Ringo Lam), de videoclub, de esos que ya no existen.
Sin embargo, hay un elemento que le da cierta hondura y deja que sea algo más que el establecimiento de una estética. Entre sangre y frases para enmarcar, Tarantino siempre ha escondido, de una manera cada vez más sutil, un corazón sentimental y moral. Y es en este diamante en bruto, en el que todavía se notan estas pequeñas aristas que aprenderá a pulir y ocultar con el tiempo. Es en esa frase del señor Marrón, la única que dice que no tiene nada que ver con Madonna, tan solitaria y desencantada, tan poco romántica y más cruel que cualquier escena de tortura, y en el señor Blanco, leal y transparente como otros tiempos pasados, donde se encuentra la profundidad dramática tan difícil de conseguir para un primerizo. Solo son fuegos de artificio para aquellos que no sepan ver con los ojos correctos.

4,7
9.775
4
9 de junio de 2022
9 de junio de 2022
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las mayores mentiras del séptimo arte es considerar que las películas de miedo dan realmente miedo. Las que son muy buenas poseen tensión, o una atmosfera malsana, o una sensación de peligro que hace que nos quedemos clavados en nuestros asientos, con ganas de apartar la mirada aunque sea por un segundo para respirar un poco de aire fresco. A pesar de todas estas bonitas cualidades, lo que no tienen es la facultad de producir auténtico terror, ese que impide que puedas siquiera mirar a la pantalla. Si se piensa con lógica, la razón es simple, y es que al final es un producto destinado a un público, y ese público tiene que poder ver la película, degustarla, cosa que no es posible si su visionado es una auténtica tortura. La película que nos ocupa es una auténtica tortura, pero por otras razones más bien distintas.
Veneciafrenia es la primera pieza de un proyecto de Álex de la Iglesia destinado a producir y distribuir largometrajes de terror de directores españoles. Es un slasher con influencias del Giallo italiano, en el que una serie de jóvenes se verán aterrorizados, atacados y asesinados en una Venecia habitada por arlequines, médicos de la peste y fauna relacionada. Es una premisa que puede resultar interesante, pero que, desde la primera escena, está destinada a naufragar, porque le ocurre lo peor que le puede pasar a una película de terror: que aburra. La escena en cuestión da tal sensación de incredulidad y falta de gracia a nivel de dirección, que es una muestra excelente de lo que encontraremos en la eterna hora y media que dura la película.
En lo que se refiere a aspectos de personaje y guion, lo cierto es que es imposible simpatizar con ninguno de los personajes principales, y por ello te importa más bien poco quien viva o muera. Si el espectador siente mayor empatía por el barquero italiano que suelta tres frases, muy bien no va la cosa. Además, la estructura es bastante extraña, sin crescendo alguno y con un final un tanto anticlimático que no parece mojarse demasiado con sus conclusiones, lo cual es el mayor pecado que un guionista puede cometer. Los asesinatos y la sangre se suceden sin orden ni impacto, intercalándose con una serie de pesquisas policiales sin interés ni relevancia.
La parte visual es un poco más interesante que la argumental, sobre todo por la localización. Sin embargo, aquí encontramos otro problema, y es que las influencias del Giallo se limitan a aspectos meramente superficiales. Una profusión de sangre, payasos y máscaras, pero nada de la inventiva visual que puede encontrarse en una película de Argento. Lo que hay son elementos sueltos, pequeños detalles y guiños para el espectador; es como si estuvieran los ingredientes puestos sobre la mesa, pero nadie se hubiera molestado en tratar de hacer un plato con ellos. Los trajes, las máscaras y el diseño de producción, eso sí, son excelentes.
En resumen, Veneciafrenia es una película de terror cuyo mayor y peor defecto es el aburrimiento. Si hay algo que, como mínimo, debe tener una película del género, es al menos algo de interés por lo que se cuenta. La atmósfera, la tensión, y demás aspectos vienen después.
Veneciafrenia es la primera pieza de un proyecto de Álex de la Iglesia destinado a producir y distribuir largometrajes de terror de directores españoles. Es un slasher con influencias del Giallo italiano, en el que una serie de jóvenes se verán aterrorizados, atacados y asesinados en una Venecia habitada por arlequines, médicos de la peste y fauna relacionada. Es una premisa que puede resultar interesante, pero que, desde la primera escena, está destinada a naufragar, porque le ocurre lo peor que le puede pasar a una película de terror: que aburra. La escena en cuestión da tal sensación de incredulidad y falta de gracia a nivel de dirección, que es una muestra excelente de lo que encontraremos en la eterna hora y media que dura la película.
En lo que se refiere a aspectos de personaje y guion, lo cierto es que es imposible simpatizar con ninguno de los personajes principales, y por ello te importa más bien poco quien viva o muera. Si el espectador siente mayor empatía por el barquero italiano que suelta tres frases, muy bien no va la cosa. Además, la estructura es bastante extraña, sin crescendo alguno y con un final un tanto anticlimático que no parece mojarse demasiado con sus conclusiones, lo cual es el mayor pecado que un guionista puede cometer. Los asesinatos y la sangre se suceden sin orden ni impacto, intercalándose con una serie de pesquisas policiales sin interés ni relevancia.
La parte visual es un poco más interesante que la argumental, sobre todo por la localización. Sin embargo, aquí encontramos otro problema, y es que las influencias del Giallo se limitan a aspectos meramente superficiales. Una profusión de sangre, payasos y máscaras, pero nada de la inventiva visual que puede encontrarse en una película de Argento. Lo que hay son elementos sueltos, pequeños detalles y guiños para el espectador; es como si estuvieran los ingredientes puestos sobre la mesa, pero nadie se hubiera molestado en tratar de hacer un plato con ellos. Los trajes, las máscaras y el diseño de producción, eso sí, son excelentes.
En resumen, Veneciafrenia es una película de terror cuyo mayor y peor defecto es el aburrimiento. Si hay algo que, como mínimo, debe tener una película del género, es al menos algo de interés por lo que se cuenta. La atmósfera, la tensión, y demás aspectos vienen después.
27 de noviembre de 2019
27 de noviembre de 2019
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas capaces de transportarte en el espacio y el tiempo a lugares distantes. A hacerte vivir vidas que ni siquiera has llegado a ver. También hay otras, como esta, que no solo hace eso, sino que además muestran conflictos universales. O quizá es que no hemos cambiado tanto como desearíamos, y hay cosas que siempre ocurrirán mientras seamos humanos.
Umberto D. va sobre un anciano desdichado que malvive en una pensión, con un perro y una asistenta de la casa como únicos asideros emocionales. Con este planteamiento, hubiera sido muy fácil caer en la lágrima fácil. Pero De Sica sortea esta dificultad con mano maestra, porque tiene de su parte la autenticidad. No exagera las situaciones hasta el extremo, porque sabe que no es necesario. Deja que el drama fluya, que nos envuelva, para así provocar terremotos emocionales con simples pinceladas[1]. No se necesita mucho más.
Una cámara de movimientos sencillos, sin florituras, sigue el día a día de este anciano mientras lucha por mantener su dignidad contra viento y marea [2]. Lucha por vivir como un hombre, no como un perro. Sin embargo, cada vez tiene menos fuerza para seguir adelante. Las decepciones y dificultades le van erosionando, hasta convertirlo en polvo. O eso parece, hasta el final [3].
Umberto D. va sobre un anciano desdichado que malvive en una pensión, con un perro y una asistenta de la casa como únicos asideros emocionales. Con este planteamiento, hubiera sido muy fácil caer en la lágrima fácil. Pero De Sica sortea esta dificultad con mano maestra, porque tiene de su parte la autenticidad. No exagera las situaciones hasta el extremo, porque sabe que no es necesario. Deja que el drama fluya, que nos envuelva, para así provocar terremotos emocionales con simples pinceladas[1]. No se necesita mucho más.
Una cámara de movimientos sencillos, sin florituras, sigue el día a día de este anciano mientras lucha por mantener su dignidad contra viento y marea [2]. Lucha por vivir como un hombre, no como un perro. Sin embargo, cada vez tiene menos fuerza para seguir adelante. Las decepciones y dificultades le van erosionando, hasta convertirlo en polvo. O eso parece, hasta el final [3].
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
[1] Una habitación con una bombilla colgando, en la que oímos los ronquidos enfermos del anciano. Sin excesos, pero que llega al corazón.
[2] El encuentro con un antiguo compañero de trabajo, al que le han ido bien las cosas. No llega a pedirle dinero, sino un préstamo que tiene que pagar, a pesar de haber puesto a Flike, su perro, a mendigar instantes antes, con todo el dolor de su corazón.
[3] La esperanza, representada por una niña, que salva a Umberto de caer en el suicidio. Incluso deja que Flike se vaya con ella, después de insistir mucho, como si pasara el testigo.
[2] El encuentro con un antiguo compañero de trabajo, al que le han ido bien las cosas. No llega a pedirle dinero, sino un préstamo que tiene que pagar, a pesar de haber puesto a Flike, su perro, a mendigar instantes antes, con todo el dolor de su corazón.
[3] La esperanza, representada por una niña, que salva a Umberto de caer en el suicidio. Incluso deja que Flike se vaya con ella, después de insistir mucho, como si pasara el testigo.

6,5
33.580
7
17 de octubre de 2024
17 de octubre de 2024
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El buen plano de apertura tiene la difícil tarea siempre de hacernos olvidar nuestra vida y transportarnos, de un solo golpe de vista, hacia otro mundo. Stephen King, para lo suyo (que son los libros), lo llama, a través de la boca del protagonista de Misery (en el libro, no en la más que notable película), penetrar en el agujero del papel. En mi humilde opinión, el plano de apertura más perfecto es aquel que define la película; podría acabar en ese mismo instante, y realmente ya nos habría dicho todo lo que quería decir (el resto, tiempo prestado y robado a la audiencia). Algo así le ocurre a esta película; demuestra dominio, mientras el resto del metraje resulta impactante y rompedor. Una mezcla interesante en una semidebutante, que suele inclinarse más por lo primero que por lo segundo.
Empecemos nosotros también encuadrando. La película es un body horror, uno que podría haber hecho un Cronenberg en su apogeo, con cierta carga filosófica (sin pasarse, que esto no es Fenomenología del Espíritu o un tratado de Spinoza), un crescendo excelente y la eterna sensación de que la cosa no puede ir a peor (hasta que lo hace). Lo que el canadiense hace mejor, como ocurre con los viejos, son los personajes: sirven para algo más que la mera metáfora. Compensa esta debilidad con artificios (que no tiene nada de malo; la ficción no es más que truco tras truco hasta el the end): montaje fulgurante y dirección bestia, un brío que ningún otro director de genero ha intentado (nada que ver con Julia Ducornau, que compensa estas defciencias con sus propios trucos).
Como todo buen body horror, temas decadentes atraviesan la película: en este caso, la superficialidad del mundo (especialmente en el mundo del espectáculo, y especialmente contra las mujeres), el paso del tiempo, y cómo lidiamos con no ser lo que fuimos ayer, y también lo que permanece, lo que queda de nosotros tras nuestro paso fulgurante por este mundo (lo que realmente merece la pena y lo que no); la conclusión no deja de ser una crítica feroz a la sociedad, y al monstruo que sus expectativas crean en nosotros. Al igual que con Titane, todo ello con un toque feminista. Y nada sutil, tampoco; rozando la parodia muchas veces (pero no molesta; más bien, al contrario).
Demi Moore, Margaret Qualley, y Dennis Quaid hacen unos papeles formidables. Me creo sus exageraciones (es esta una película amanerada y exagerada; el que busque realismo y costumbrismo tiene otras muchas que elegir).
Para acabar, un oxímoron: es una película excelente, magnífica. Sin embargo, apenas la recomendaría, a menos que supieras en qué te estas metiendo. Eso y tener un estómago de hierro.
PD: Adoro la fotografía, la música tecno y el diseño de producción de esta película.
Empecemos nosotros también encuadrando. La película es un body horror, uno que podría haber hecho un Cronenberg en su apogeo, con cierta carga filosófica (sin pasarse, que esto no es Fenomenología del Espíritu o un tratado de Spinoza), un crescendo excelente y la eterna sensación de que la cosa no puede ir a peor (hasta que lo hace). Lo que el canadiense hace mejor, como ocurre con los viejos, son los personajes: sirven para algo más que la mera metáfora. Compensa esta debilidad con artificios (que no tiene nada de malo; la ficción no es más que truco tras truco hasta el the end): montaje fulgurante y dirección bestia, un brío que ningún otro director de genero ha intentado (nada que ver con Julia Ducornau, que compensa estas defciencias con sus propios trucos).
Como todo buen body horror, temas decadentes atraviesan la película: en este caso, la superficialidad del mundo (especialmente en el mundo del espectáculo, y especialmente contra las mujeres), el paso del tiempo, y cómo lidiamos con no ser lo que fuimos ayer, y también lo que permanece, lo que queda de nosotros tras nuestro paso fulgurante por este mundo (lo que realmente merece la pena y lo que no); la conclusión no deja de ser una crítica feroz a la sociedad, y al monstruo que sus expectativas crean en nosotros. Al igual que con Titane, todo ello con un toque feminista. Y nada sutil, tampoco; rozando la parodia muchas veces (pero no molesta; más bien, al contrario).
Demi Moore, Margaret Qualley, y Dennis Quaid hacen unos papeles formidables. Me creo sus exageraciones (es esta una película amanerada y exagerada; el que busque realismo y costumbrismo tiene otras muchas que elegir).
Para acabar, un oxímoron: es una película excelente, magnífica. Sin embargo, apenas la recomendaría, a menos que supieras en qué te estas metiendo. Eso y tener un estómago de hierro.
PD: Adoro la fotografía, la música tecno y el diseño de producción de esta película.
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