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Críticas 35
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
3 de octubre de 2008
16 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
L’Inferno es una pequeña joyita italiana del año 1911, cuando el cine todavía estaba en pañales. Su encanto procede precisamente de su “arcaísmo”, de ese aire casi aurático y fantasmal que acaba por envolver y que es debido a la ambientación y la fotografía, que logran transmitir una sensación de belleza bastante singular y que se debe en parte a su lejanía de nosotros, a su ingenuidad, a su propio carácter arcaico y tosco.
Se observa una dependencia todavía enorme respecto del teatro y de la pintura, aunque bien es cierto que esa relación del cine con ambas artes (y otras muchas) jamás desaparecerá (o eso espero), pero aquí vemos algo más que influencias, se trata de un arte que empieza a caminar y se apoya sobre los adultos para dar sus primeros pasos y les imita algo burdamente todavía; aunque ya empiece a ser consciente de su propia individualidad no se atreve aún a soltar sus manos, a caminar a su lado por sí mismo. En este sentido, la película tiene un interés sobre todo arqueológico, es una mirada a la protohistoria del cine, pero tampoco se puede reducir a eso, hay aspectos que ya anuncian aquello en lo que se convertirá el cine, tanto lo bueno como lo malo, tanto su aspiración a ser un arte “total”como su reducción al espectáculo y lo espectacular, todo junto y revuelto, sin aventurarse a tomar un camino u otro. Basta ver la utilización de “efectos especiales” (que realmente no son sino efectos visuales) que priman lo espectacular pero que, sin embargo, en su simplicidad, le dan una dimensión muy diferente, poética e inocente al mismo tiempo.
La versión restaurada cuenta con una banda sonora del grupo progresivo Tangerine Dream que, pese a no estar mal, no sólo no aporta nada sino que rompe la relación directa del espectador con la película, molesta y banaliza tremendamente, amenazando con convertir la película en un larguísimo videoclip. En este sentido, es algo muy diferente de lo que lograron The Cinematic Orchestra con El hombre con la cámara de Vertov, armonizando música e imagen para crear una obra maestra sobre una obra maestra. Nada de eso hay en esta banda sonora, sólo un hilo musical añadido que no dice nada.
10 de abril de 2008
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más allá del contexto histórico-político en el que está ambientada la película (la Francia ocupada) y de que esté basada en hechos reales (la fuga de André Devigny), Bresson filma una obra maestra sobre la libertad y el deber de todo preso de intentarse fugarse, allá donde sea y del modo en que sea posible.
En esta película se aprecia la maestría como director de Bresson, por ejemplo: en el uso del fuera de plano, permitiéndonos intuir lo que sucede, pero provocando una sensación de angustia que es una constante en toda la película; en la utilización de los silencios y de los sonidos fuera de plano (los disparos del pelotón de fusilamientos, los pasos de los centinelas, la bicicleta, el ruido de los fugados al andar sobre la grava), que nos introduce en la vida del preso, para quien la comunicación adquiere matices muy distintos y ha de tratar de desentrañar los sonidos del exterior para tratar de comprender su propia situación y ubicarse en ese asfixiante mundo que es la prisión; en la fotografía y la forma de captar la vida en la celda sin caer en excesos. Hay algo de Hitchcock en Bresson ¿o será más bien que hay algo de Bresson en Hitchcock?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Bresson plantea varios dilemas morales (con un cierto matiz religioso en algún caso) a lo largo de la película. Fontaine se enfrenta a uno de ellos cuando descubre que tiene un compañero de celda (un desertor del ejército alemán de sólo 16 años) justo cuando pensaba llevar a cabo su fuga. ¿Qué hacer? ¿Arriesgarse a fugarse con él, sin saber si es un espía, si le traicionará, si le entorpecerá en la fuga? ¿Debería asesinarle en la celda antes de comenzar la huida?
Otro de esos dilemas puede entenderse (yendo, seguramente, más allá de donde Bresson pretendía llegar) como el conflicto entre la mera supervivencia y la aspiración a una vida digna de ser vivida. En el contexto de la película esto se refleja en la alternativa: ¿tratar de conservar la vida, incluso en las condiciones miserables del preso, o buscar la libertad tratando de fugarse sabiendo que las probabilidades de ser atrapado y acabar ante el pelotón de fusilamiento son altas? Quizás este dilema no se le plantea al protagonista, que se sabe condenado y conoce cuál será su destino (nada tiene que perder pero sí todo por ganar), pero para su compañero es una realidad. Ha de tomar una decisión sabiendo que el precio a pagar en caso de fracasar es la vida. ¿Y acaso este conflicto, si bien no con esa urgencia y ese dramatismo del ultimátum, no se nos plantea a todos a diario?
Hay también un canto a la solidaridad entre los presos, algo simplista (¿acaso no hubo colaboradores y soplones?). Todos conocen los intentos de fuga, todos le aconsejan, todos esperan el momento, todos aguardan con él porque saben que su fuga les devuelve algo de vida también a ellos, en el éxito de la fuga de Fontaine viven sus esperanzas de vivir más allá de los muros de la prisión, aunque deban quedarse en ella. El triunfo de uno de ellos es el triunfo de la libertad y de la esperanza de alcanzarla.
27 de noviembre de 2007
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Herzog logra con su Nosferatu una de las más logradas aportaciones del vampirismo al cine (mucho más que algunos considerados "clásicos"). Esta película es algo más que un mero remake, aunque el homenaje al Nosferatu de Murnau sea más que evidente.
El Nosferatu interpretado por Klaus Kinski está, evidentemente, inspirado (cuando no directamente plagiado) del que inmortalizó Max Schreck, pero no se trata de una simple copia; Kinski trabaja el personaje buscando una serie de matices, de claroscuros que lo transforman, lo modelan y le dan un mayor recorrido y riqueza.
Isabelle Adjani también está magnífica, con una belleza arrebatadora, gótica, mágica. ¿Quién no desearía morder ese delicado y elegante cuello?
Herzog lo hace bien, muy bien, aunque en ocasiones alargue demasiado algunas escenas que no aportan nada, provocando una cierta impaciencia en el espectador y también una cierta desazón al ver como lo banal se alarga interminablemente y lo trascendente pasa rápidamente. Este es quizás el mayor defecto de la película, pero ¿acaso no es así también nuestra vida? Por eso puede ser visto como un defecto o como una gran virtud de Herzog.
Para terminar: la banda sonora, a cargo de Popol Vuh, no sólo está magníficamente encajada con la película, contribuyendo a realzar determinadas escenas y a darle un climax muy especial, sino que es en sí misma una maravilla.
12 de noviembre de 2009
13 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Richard Blackburn intentó en su primera y última incursión como director realizar una película de vampiros original y atrevida y aunque el resultado es bastante digno (especialmente teniendo en cuenta la cantidad de bodrios que se han realizado sobre el tema), queda la sensación de que podía haber dado mucho más de sí, aunque el resultado final tampoco llegue a decepcionar, sino todo lo contrario, nos deja con ganas de más. En todo caso es una película a rescatar por muchas razones. En primer lugar por la historia que se cuenta. Lemora nos habla de la pérdida de la inocencia, es el viaje de una ingenua niña a un mundo extraño, oscuro, es algo así como una versión gótica de Alicia en el País de las Maravillas, con una carga erótica latente que amenaza con explotar en cualquier momento, pero que se mantiene subterránea, creando una tensión continua, lo que la hace mucho más interesante que si fuese más evidente.
Lila es una joven y virginal adolescente, hija de un asesino, que vive acogida por un pastor. Un día recibe una carta de su padre enfermo diciéndole que quiere verla para que le perdone sus crímenes, entre los que se encuentra haber asesinado a su madre. Lila se fuga y emprende un viaje que la llevará hasta los dominios de Lemora, una seductora mujer que vive rodeada de niños y de unos extraños y monstruosos hombres víctimas de una extraña enfermedad. Entre esos monstruos se encuentra el padre de Lila.
La historia es fascinante, aunque tiene demasiados altibajos que la estropean en ocasiones. Quizás lo peor sean los monstruos (una especie de zombies) víctimas de los vampiros, que parecen metidos como relleno y no aportan nada significativo salvo unas dosis de acción innecesarias que podrían haberse suplido perfectamente con algo más de tensión psicológica y del juego de seducción/resistencia entre Lemora y Lila, que es el fuerte de la película. La carga erótica está presente a lo largo de toda la película, con un toque sadiano innegable: la joven e inocente joven seducida e incitada a disfrutar de los placeres de la vida, abandonando toda moral puritana y entregándose al placer y a la pasión, abranzando el Mal.
Los actores, la mayoría de ellos desconocidos, son desiguales. Cheryl Smith (Lila) no hay duda de que tiene un encanto adolescente que hace que cualquiera desee morder su cuello (y otras cosas), pero la verdad es que es bastante sosita, casi no actúa, sino que se deja llevar, lo que en momentos de la película es un acierto, pero que a la larga se convierte en un lastre. Lesley Gilb (Lemora), en la que fue su única película, consigue acercarse bastante al ideal del vampiro victoriano, con su imponente y seductora elegancia, aunque también le falta algo de pasión.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Lemora, a un tiempo protectora y amenazante, retiene a Lila y la seduce poco a poco, tratando de convertirla en su amiga, en su hija y también en su amante. Lemora le descubre la maldad que hay en el mundo y se ofrece a protegerla, a ampararla. Lila se resiste, desconfía y, tras ver a Lemora bebiendo la sangre de un niño, huye aterrorizada, escapando por los pelos de los vampiros a las órdenes de Lemora y de los monstruos víctimas de sus ansias de sangre. Mientras todo esto sucede, el pastor acude en su busca, llegando hasta los dominios de Lemora. A pesar de todo, Lila no puede escapar, cae en las garras de Lemora, que le muestra una serie de sentimientos ocultos en su interior, sentimientos que su inocencia y su educación puritana creen horribles, pero a los que ya no puede escapar y a los que, finalmente se abandona. El pastor llega en el momento justo para ser seducido por la nueva Lila, convertida ya en una seguidora de Lemora, en una vampira.
Técnicamente está muy conseguida, a pesar del bajo presupuesto. Los vampiros, con Lemora a la cabeza, son sobrios, victorianos, elegantes, estilizados, causan terror y al mismo tiempo seducen, vamos, todo lo que un vampiro debe ser. La fotografía es, sin duda, de lo mejor de la película, logrando crear un ambiente oscuro y muy opresivo, pero que deja ver perfectamente todo lo que ocurre. Las escenas de interior son las más logradas, creando una sensación de decadencia muy atrayente. Una de las escenas finales con Lemora acosando a Lila iluminándola con una antorcha mientras a ella no se la ve es magnífica, aunque rápidamente se estropea con una lucha entre vampiros y zombies.
Una película que avanza a trompicones, con grandes momentos y otros que más valdría no haberlos rodado, pero cuyo resultado final es más que aceptable, si bien se echa de menos alguna escena más arriesgada entre Lemora y Lila (no se dan ni siquiera un piquito), que le vamos a hacer…
22 de junio de 2010
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Macumba Sexual es una película erótica, una softcore aparentemente banal cuyo único interés a priori sería el de poder ver algo de carne fresca, y más teniendo en cuenta que las protagonistas son Ajita Wilson (espectacular) y Lina Romay (en mi opinión muy sobrevalorada), dos de los grandes mitos del género. Pero Macumba sexual es algo más que una simple película erótica. Es una película de Jess franco (de ahora en adelante tito Jess), con todo lo que eso conlleva.
Tito Jess puede gustar o no (tiene tantos fieles incondicionales como detractores), pero lo que no se le puede negar es su originalidad, ese toque personal que hace que una tonta película erótica tome un rumbo distinto y, aparte de las escenas más o menos subidas de tono, tenga un argumento original y a menudo enrevesado (la coherencia del guión quizás no sea su fuerte, pero al menos hay un hilo argumental e imaginación y no sólo tetas y culos) y, sobre todo, esa atmósfera onírica y psicodélica que logra crear en la mayoría de sus películas y que consigue perturbar, confundir y, en algunos casos excepcionales (a pesar de ser devoto del tito Jess hay que reconocer que la mayoría de las películas que rodó eran muy muy muy malas), cautivar y embriagar. Macumba sexual es una de esas raras y extraordinarias películas de tito Jess.
La historia es relativamente sencilla, aunque original. Alice es una mujer que empieza a tener sueños húmedos y perturbadores con una hermosa princesa africana, Tara (Ajita Wilson y su tórrida y felina belleza). Cuando hace el amor con su marido es a Tara a la que ve, obsesionándose con ella.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Poco después de tener sus primeros sueños, la inmobiliaria para la que trabaja la envía a una isla para venderle una casa a una princesa africana, que es ni más ni menos que la princesa de sus sueños. Al llegar al hotel, el recepcionista (el propio tito Jess) le advierte del peligro. Tara es en realidad una hechicera que tiene en el sexo su gran fuerza, su poder, que le sirve para elevarse por encima de la realidad y dominar a aquellos que caen bajo su influjo, como son los dos esclavos (hombre y mujer) que la sirven. A través de los sueños, Tara atrae a Alice. Sueño y realidad se confunden cada vez más, en lo que es uno de los grandes aciertos de la película y una de las características del cine de tito Jess, consiguiendo crear una sensación de confusión, un ambiente onírico en el que se despliega aquello más oculto que hay en el interior de Alice y de cada uno de nosotros, los sueños prohibidos, el inconsciente. En este sentido, se podría hablar de una cierta relación del cine de Jess con el surrealismo, lo que seguramente chocará a algunos.
Con ayuda de un consolador mágico surgido de las arenas del desierto, Tara despliega su poder y eleva a Alice a un estrato superior de conciencia gracias al sexo. Ahora ya nada puede ser igual. Todo cambia irremediablemente, especialmente su relación con su marido, que recibe también la llamada de Tara y acude en su busca a través del desierto, que, con sus dunas, recuerda al cuerpo de una mujer, un lugar en el que perderse al igual que el hombre se pierde entre los pliegues del cuerpo de una mujer. Al llegar a los dominios de Tara, ésta le convierte en su nuevo esclavo. Finalmente Alice, definitivamente subyugada por Tara, recibe de ésta su poder al ser penetrada con el consolador sagrado, transmitiéndole así su poder, su fuerza y, en cierto modo, su maldición, pues tras 300 años siendo la princesa, Tara muere (mientras Alice le hace un cunnilinguis), habiendo cedido todo lo que era a Alice, la nueva princesa, concebida por Macumbé. Alice despierta en su cama junto a su marido, en un final típico de tito Jess, como si todo hubiese sido una pesadilla, un sueño.
¿Fue todo un simple sueño? Sí y no. Adentrándose en su interior Alice ha chocado con sus propios deseos inconfesables, se ha enfrentado a su yo oculto y ha comprendido su poder y su fuerza. Tara es todo aquello prohibido, reprimido, oculto, lo que no nos atrevemos a confesarnos ni a nosotros mismos. Tal y como Tara le dice al marido de Alice: “Yo no soy una realidad, soy un sueño inconfesable. Soy todo lo prohibido, lo avergonzante.” Gracias a su mediación, dejándose atrapar por ella y su magia sexual, se puede alcanzar ese lugar que hay en lo más profundo de nuestra mente y, a partir de allí, hundirse o elevarse. ¿O quizás no hay nada de esto y simplemente es una historia de tetas y culos contada de forma diferente? Esto es lo bueno de tito Jess, que no sabes si es un genio o un obseso sexual. Poco importa eso, al menos para mí.
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