La película promete desde el principio aunque dudo que pueda apreciarse más allá de los ambientes poéticos, literarios o creativos, por abrir más el abanico de sus posibilidades.

Despierta en seguida mi interés el talento de la joven escritora, capaz de mimetizarse nada menos que con el crudo Henry Miller. Hay un cierto encanto en la soledad, el bosque y el profesor acomodado en una vida alejada de la pasión creadora, algo que tuvo su lumbre hace tiempo y de lo que quedan las escasas cenizas ahora reavivadas por el interés de una alumna aventajada.

La recomiendo a quienes gustan de acudir a apartados recitales, a los profesores de imaginación perversa, a los lectores de Nabokov y a quienes tienen historias que contar (en el estilo de su autor favorito).

Es una película incómoda porque coloca al espectador al lado (no del lado) de los indiferentes a la barbarie. Rodada a modo de documental, en la película no pasa absolutamente nada durante todo el metraje; eso sí, de fondo está sucediendo el holocausto.

No me gusta el preciosismo de estas películas donde no hay ni un atisbo de suciedad o polvo. Hasta la negrura resulta de una pulcritud insoportable.

El director intenta deslumbrar desde la nada pero todo queda en una sopa fría.

Quizá lo más interesante es que la película nos pone frente al espejo. Somos nosotros los mismos indiferentes e indolentes, cómplices (por nuestro silencio) en parte de las guerras, la pobreza, el hambre y el desastre climático.

La recomiendo especialmente a quienes disfruten del té con el sonido envolvente y calmante de la metralla.

Thomas Vinterberg me sorprende una vez más. Hace una película estupenda donde da miedo lo bien que lo hacen los actores, especialmente Mads Mikkelsen y la niña rubita con sus gestos inocentes.

Como ya se sabe, la película va sobre un hombre al que acusan del más repugnante de todos los delitos que cabe imaginar y, aunque todo parte de una mentira, el pueblo entero se pone en contra de él y le hace la vida imposible; cosa natural de ser cierta. El asunto está tan bien tratado e hilvanado que uno se pasa el metraje con la angustia ante lo que es injusto y ante lo que poco o nada se puede hacer.

Cine con mayúsculas señores, con un tema difícil y que nos critica lo fácilmente que somos capaces de empatizar ante una mentira que parece cierta. Ocurre todos los días gracias a los medios de comunicación y a los generadores de opinión, sólo que aquí es una niña bonita la que se lo inventa todo y los receptores un pueblo llano de aparente bondad.

Y encima el film tiene un final estupendo que da que pensar y hace honor al título de la película; porque parece que se puede perdonar ante la equivocación pero nunca estamos seguros de ello.

Desde el comienzo los medios de que está inmersa prometen una buena película; desgraciadamente muy pronto todo se va al traste. Realmente pareciera que a todo el equipo le hubiera entrado una real desgana en torno a todo lo que la rodea.

Sobre la patética interpretación de Jaden Smith no diré más de lo que ya se ha dicho, salvo la total impresión por mi parte de que cualquier ser vivo o inerte lo habría hecho muchísimo mejor.

Con trama penosa y ya avisado de lo mala que era, la vi porque necesitaba ver algo todavía peor que el reciente desenlace de la serie Dexter. Y fue sin duda muchísimo peor.

Todavía sigo esperando que al señor Shyamalan le salga el talento por alguna parte.

Amor y letras es una buena película; en ella abundan los diálogos inteligentes aunque ambiguos. Creo que muestra la posibilidad de un Josh Radnor muy dotado para próximas joyas mucho mejores que esta.

Lo malo es que muchas veces roza el gafapastismo más aburrido pero prevalece la calidad.

Merece la pena verla