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Críticas 39
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
10 de marzo de 2009
19 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las premisas de Ernst Lubitsch era: "La película perfectamente dirigida es aquella que no denota en absoluto haber sido dirigida". Y esa parece ser la línea que ha seguido Mendes en su último film. "Revolutionary Road" posee un extraño aire clásico, con un ritmo lento pero fluido, como si su arranque dramático se alargara sin fisuras hasta su desenlace. El director de "Camino a la perdición" se atreve, en su cuarto largometraje, con la adaptación de la obra más conocida del novelista Richard Yates. Tanto la novela como la película se podrían considerar demasiado pesimistas en tiempos crisis, pero ésta es probablemente la época más indicada para las reflexiones que proponen.
Si "American Beauty" era una crítica satírica y mordaz del sueño americano que se veía con una media sonrisa, "Revolutionary Road" va mucho más allá: es un ataque frontal a las bases de la sociedad USA (y occidental) pues sugiere que dicho "sueño" nunca existió, que no pasó de una mera mentira manipuladora de masas. La esencia del relato es la terrible y permanente insatisfacción del ser humano, y por tanto, es una historia que podría ser la de cualquiera, la de todos y cada uno de sus espectadores. Por ello consigue calar en la audiencia, hace que te remuevas en la butaca, que pienses, y es origen de jugosos (y puede que peligrosos) debates a la salida del cine.
Gran parte del mérito hay que atribuírselo a los dos actorazos que dan vida al joven matrimonio protagonista. Winslet y DiCaprio se reencuentran en el mejor momento de sus respectivas carreras, afianzados en la industria cómo dos de los mejores actores de su generación. Consiguen dar una intensidad abrumadora al relato, haciendo que sintamos como nuestros los miedos, las esperanzas y las frustraciones de esta pareja extremadamente humana y creíble.
Tal vez al film se le pueda reprochar que no profundice algo más en el pasado de los personajes (empieza hacia la página 120 del libro), para poder entender mejor sus sentimientos. De hecho Mendes pensó en un principio contar ese pasado (que llegó a filmar) en pequeños flashbacks a lo largo del relato. A pesar de todo se llega a agradecer el hecho de que no se rompa la linealidad temporal del relato, un recurso del que se abusa en exceso últimamente y que casi siempre resulta innecesario (Benjamín Button, El lector, Milk, ect...).
En definitiva: una película incómoda (por aquello de que pude hacerte pensar) que viene a reafirmar a Sam Mendes como uno de los directores más en forma del momento.
18 de octubre de 2018
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Festival de Sitges, día 3.

Tras un paseo por la playa, un bocadillo y un café bien cargado me fui a ver mi tercera proyección del día: Desenterrando Sad Hill. Seguro que este nombre le es familiar a cualquier fan de Sergio Leone y especialmente a aquellos que hayan visto repetidas veces esa capilla sixtina del espagueti western (del cine en general) que es El bueno, el feo y el malo. Sad Hill era el nombre del cementerio donde tenía lugar el antológico y climático trielo (duelo a tres) entre Lee van Cleef, Eli Wallach y Clint Eastwood. Y es a ese lugar de ficción donde nos quiere llevar esta película, pero con el pequeño detalle de que el lugar existe, y está en la provincia de Burgos. Y esa es la magia de esta pequeña gran historia, hacernos saber que aquél lugar que pensamos sacado de un sueño, se puede pisar, tocar, oler… e incluso puede que tenga una tumba con nuestro nombre. La aventura en la que se embarcan los protagonistas de Desenterrando Sad Hill tiene algo de mágico y de revelador, pues nos pone ante la evidencia física de que le cine puede influir tanto en la gente como para cambiarles la vida, o al menos para ayudar a darle un sentido inesperado. La proeza de la asociación Sad Hill no es tanto recuperar este cementerio, que también, sino recordarnos cómo una pasión puede llevarnos a lugares increíbles, incluso puede transformar la ficción en realidad. Es el cine entendido como labor alquímica. Es una película que todo cinéfilo debería ver. Cuando acabó la proyección en el cine Prado la ovación duró varios minutos, la más larga que he escuché en todo el festival. Los emocionados creadores de la película nos comentaron que su intención era que se reconociera el cementerio de Sad Hill como patrimonio cultural, y así conseguir que la junta de Castilla y León ayudara a su conservación. Ojalá y sea así. Yo quiero mi cruz en Sad Hill.

(Extracto del artículo "5 días en Sitges", dentro del blog "Antes de parpadear" https://robergcuesta.wixsite.com/antesde)
19 de enero de 2008
20 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desgarradora, dura, intensa, demoledora. La historia de Michael Collins es la historia de un pueblo que luchó por su libertad y del precio que pagó por ella. Está contada como se cuentan las epopeyas, a fuego lento pero con un gran sentido del ritmo. El irlandés Neil Jordan cruza el charco por cuarta vez para contar con los medios que se merecen esta historia épica sobre su pueblo. Un tema difícil, sobre todo en 1996, con el conflicto aún latente. Se muestra lo que ocurrió sin tapujos ni sesgos, al contrario de cómo trató esta misma historia Ken Loach en “El viento que agita la cebada” (que parecía querer imponerte su verdad). Una lección de cine y de historia.
Un Liam Neeson en la plenitud de su carrera se mete en la piel de Collins creando un personaje complejo y lleno de matices, llevando el peso del film sobre sus hombros sin desfallecer en ningún momento. Una actuación notable que le valió la Colpa Volpi en Venecia. Le acompañan una legión de secundarios que están a la altura.
El trabajo de fotografía, a cargo del dos veces ganador del Oscar (“La misión”, “Los gritos del silencio”) Chris Menges, es un regalo para la vista. En los ambientes más lúgubres la luz se cuela por cada rendija y casi se puede tocar, mientras que la niebla parece cobrar vida.
Triunfadora en Vanecia pero despreciada en los Oscar, como suele pasar con todas las grandes películas que tocan temas tan conflictivos como este (no fuera a ser que se molestaran en los dominios de su majestad…).
21 de octubre de 2018
25 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sitges, día 3.

Me tomé el día con bastante calma. Lo dediqué a visitar las diferentes exposiciones de la ciudad y a dar paseos en bici. A las 7 siete de la tarde ya estaba haciendo cola para entrar al cine Retiro a ver una de las películas más comentadas desde hace días: Mandy. En la rueda de prensa del día anterior su director, Panos Cosmatos, me había dejado desconcertado con su pinta de heavy ochenteno fumeta y su descripción del film como una “‘opera rock volcánica”. A esto se unía la presencia del inefable Nicholas Cage, alguien que desde su desatada interpretación en el Teniente corrupto de Herzog me tiene fascinado por su capacidad para llegar a lugares donde muy pocos se atreverían, y sin ningún miedo a hacer el ridículo si hace falta.
Desde luego la descripción de Costamos no podía ser más acertada, al menos para el ambiente vivido aquella tarde en el cine Retiro. Era como estar en un concierto. El público ya estaba entregado de antemano, como aquél que va al show de su artista favorito. Durante los títulos de crédito la gente enloqueció al ver que la banda sonora era de King Crimson (que podría ser perfectamente un título alternativo para la película) o simplemente con el primer plano de Cage. Personalmente, lo mejor de Mandy es su primera mitad. Uno asiste fascinado a ese universo paralelo creado por Costamos de colores magenta, granate y azul, muy en la línea de un giallo alucinado, así como a la loca presentación de los villanos y sus fechorías psicotrópicas. Es como si en un oscuro cuento, Cage y Mandy vivieran en una especie de Edén visitado repentinamente por fuerzas del averno. La segunda mitad, la enloquecida y mastodóntica venganza, renuncia por completo ya a cualquier atisbo de realidad o verosimilitud (si en algún momento la hubo), para caer en una orgía visual absoluta. Entre lo atroz, lo cómico y lo absurdo, Costamos crea un ambiente inenarrable. Y ahí empezó el concierto realmente. El público no sólo aplaudía: gritaba, chillaba, pataleaba, reía… Fue un festín visual y sonoro absoluto, pues la música no dejaba de atronar y el estilo visual aún se volvía más abigarrado según avanzaban los minutos. En el plano final el público se puso en pie estuvo aplaudiendo un par de minutos. El subidón era tremendo y la sensación de ir colocado a la salida del cine era más que disfrutable.
Si hubiera visto Mandy en mi casa o en un pase convencional en Madrid, seguramente pensaría diferente, pero lo de aquél día en el cine Retiro fue una celebración del cine tan grande que no puedo más que rendirme a Cosmatos, Cage y Mandy.

(Extracto del artículo "5 días en Sitges", dentro del blog "Antes de parpadear" https://robergcuesta.wixsite.com/antesde)
21 de febrero de 2008
20 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
A estos hermanos cincuentones está claro que les encanta jugar con los géneros cinematográficos, transgredir sus reglas, moldearlos a su antojo y hacerlos suyos. En “No es país para viejos” el objeto de “coenización” es la novela homónima del célebre escritor estadounidense Cormac McCarthy y el resultado es un film que viaja a medio camino entre el western y el policíaco, dando a luz algo así como una película de persecuciones a cámara lenta. La última película de los Coen aúna, en dosis exactas y precisas, su habilidad para transformar lo extremadamente horrible en algo atractivo y para impregnar todo el relato con un humor negrísimo sin que, en su conjunto, el film pierda firmeza y consistencia. Y es que en el cine de los Coen todo está medido al milímetro. Transgredir las estructuras narrativas habituales es otra de sus aficiones: se valen de tres personajes protagonistas que parecen estar en películas sesparadas entre si, que se presiguen pero no se tocan, y cuyos destinos están irremediable y trágicamente unidos. El personaje de Brolin remite en parte al esquema “hitchckoniano” del hombre común atrapado en una perversa red de intereses cruzados, al igual que el William H. Macy de “Fargo” o el Dan Hedaya de “Sangre fácil”, con la novedad de que este valiente tejano se mete en el lío de forma consciente. El segundo en discordia es su perseguidor, Anton Chigurgh, un símbolo del mal absoluto al que Bardem desvincula por completo del mundo real despojándole de cualquier atisbo de humanidad: sin elementos étnicos claros, sin exteriorización alguna de sentimientos, con una mirada que hiela la sangre, un peinado que definitivamente no es de este mundo y una voz (donde está el acento español?!) que parece surgir del rincón más profundo del infierno. En contraposición a éste aparece un viejo sheriff al que da vida Tommy Lee Jones. Desbordado por tanta salvajada, asiste atónito e impotente al horrendo espectáculo, un personaje cuyas reflexiones ayudan al espectador a conocer la mentalidad y las peculiaridades de una tierra que, definitivamente, no es para viejos. El desolado paisaje fronterizo, integrado de forma magistral en el film, funciona como un personaje más, envolviendo al relato con una capa de aspereza y desolación e incluso anticipando acontecimientos (el cielo que avisa tormenta tras el fortuito encuentro del maletín).
Y todo esto para conducirnos hacia un final que nos deja sumidos en la nada, pues es eso, la más absurda nada, el resultado habitual de la violencia desmedida y sin control que siempre ha estado, está y estará unida inexorablemente a la condición humana
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