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Críticas 26
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
Glenn Gould the Alchemist (TV)
DocumentalTV
Francia1974
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Documental, Intervenciones de: Glenn Gould
9
3 de noviembre de 2017
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un CD del sello Sony con grabación fechada en 1981 cayó en mis manos a principios de los 90. Al piano , Gould . La obra, Las variaciones Goldberg. Tras su escucha, pude curarme de cierto purismo historicista que admitía solo instrumentos de época con respecto a las grabaciones del periodo barroco, historicismo preconizado por grandes directores expertos en música antigua como Leonhardt, Harnoncourt, Gardiner o Koopman, aunque solamente los casos de Gould y de Sviatoslav Richter ( otro genio) con sus respectivas grabaciones de obras de Bach, refrendaron mi criterio condescendiente con un Bach ejecutado al piano y no al clavicémbalo original.
Magnífico documental sobre un personaje fascinante, con una heterodoxa interpretación que obedecía, según mi modesto parecer, a un talento y peculiaridad únicos, y con una técnica que desafiaba todos los cánones academicistas que obligaría a cualquier "respetable profesor de música" a corregir la posición corporal que en el caso de Glenn Gould desafiaba la ley newtoniana de la gravedad , y de una extravagante y afectadísima gestualidad que procedían más de la entrega e inspiración que de una deliberada afectación.
La película se inicia con una magnífica ejecución de la Tocata inicial de la Partita nº 6, solemne y conmovedora a la vez, en un ascético estudio totalmente blanco que seguro que haría las delicias de nuestro admirado Tarkovski.
Glenn Gould toca, se detiene a menudo, corrige, comenta algo oportuno sobre una pieza determinada, revela insólitos parajes solo avizorados por él, responde a los matices o preguntas de su apóstol Monsaingeon, embarcándonos en esta subyugante Odisea de la historia de la música que dibuja su arco desde obras del temprano Renacimiento, pasa por Bach y continúa hasta los románticos, tardorrománticos y dodecafonistas, todo un festín para melómanos competentes.
Recomiendo, encarecidamente, para completar un mayor acercamiento a este gran pianista la lectura de El malogrado, estupenda novela de Thomas Bernhard que tiene como protagonista al mismísimo Gould y que constituye un sutil estudio de sus pasiones, de sus manías o de sus gustos personales, además de ser una profunda reflexión sobre el significado último del arte y del artista.
La formación cultural de Gould, a pesar de sus notorias lagunas (no fue nunca un lector voraz) siempre resulta atractiva por ingeniosas ocurrencias, pertinentes analogías o por su extraordinaria sensibilidad musical.
Gould adolecía de un narcisismo duro de tragar en primera instancia y este documental es muestra de ello, casi llega a la autoparodia, pero nunca es arrogante y en cambio casi siempre es simpático, inteligente y apasionado como pocos artistas han sido.
Cuenta Bernhard en su gran novela citada antes que Gould confesaba a modo de metafísica quimera que quería convertirse en música tanto en vida como en un esperanzador Más Allá. Lo cierto es que yo me apuntaría, sin pensarlo, a tal sugerente destino.
Gould, harto de ser un monito de feria en las grandes salas de concierto, se retiró en su residencia canadiense para tocar música en soledad , para pensar en música, para ser solo música él mismo, una envidiable "vida retirada" que aprobaría Fray Luis de León.
Además de recomendar este fascinante viaje por el mundo de la música clásica solo quiero anotar algunas grabaciones de referencia del genial pianista canadiense como las ya citadas Goldberg de 1981 en el sello Sony, su interpretación de la sonata para piano de Alban Berg, El quinteto para piano de Brahms o el concierto para piano de Schoenberg
En definitiva, indispensable documento para los amantes de la gran música.
14 de marzo de 2024
16 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
· Otro elocuente paradigma de un tipo de cine que comulga, a pie juntillas, con los postulados inclusistas/globalizadores preconizados por los inefables Oscars, o en otras palabras: Las cintas candidatas deben cumplir, entre otras, estas condiciones sine qua non para optar a las codiciadas estatuillas: debe haber un representante, al menos, de cada orientación sexual (la esposa , en este caso es bisexual y ha tenido aventurillas lésbicas extramatrimoniales); otro miembro dentro del grupo de discapacitados (el niño ciego) y ensalzar, claro está, dentro de ese discurso woke, una ética de superación personal. Pues bien, Anatomy d' un a Chute aka Anatomy of a Fall (casi una paráfrasis de Anatomy of a Murder, el clásico de Preminger)-decía- obedece totalmente a esos postulados.
Por un lado, tenemos a una escritora alemana exitosa que, a pesar de tener un marido depresivo y un hijo ciego, ha sabido sobreponerse a su drama personal, al contrario que su marido, un escritor fracasado que no logra encauzar ningún proyecto literario (culpa a su mujer de tal fracaso) y que no ha sabido arrostrar la desgracia del accidente que dejó sin vista al susodicho hijo. Todo ese drama familiar se va desvelando a medida que avanza el juicio maratoniano al que es sometida la mujer por asesinato de su esposo.
El insalvable lastre- a mi modo de ver-que adolece este folletín, no radica tanto en las convenciones inherentes en la citada premisa (muerte, acusación y juicio), sino en el tono, en ese tufillo woke que impregna cada minuto de este adocenado dramón (la-a priori fría, ambigua e impasible-escritora, aún derrumbándose en los postreros instantes de la película y aún sintiéndose en gran medida, responsable del fatal destino de su cónyuge, es el personaje fuerte, capaz de enfrentarse a cualquier contratiempo. El esposo, en cambio, no ha sabido capear con las situaciones difíciles (sobre todo, con la desgracia del chaval), se ha tenido que adaptar, a su pesar, a la idiosincracia de su mujer y termina desmoronándose sin remisión. El chaval ciego resulta ser el que más "ve", transformándose en ese testigo que irrumpe in extremis (como en Anatomía de un asesinato) para decantar el veredicto final. Ya me había apeado de la película bastante antes de la confesión de chaval, antes de ese definitivo bochorno (lo comento abajo en la zona spoiler).
Y más allá de esa nada plausible inverosimilitud, nos encontramos con una realización tan ramplona como efectista, con esos innecesarios y redundante flashbacks (podían haber sido descritos en el juicio), con ese solemne y machacón subrayado de la música de Chopin (ese piano, tocado por el chiquillo, en vez de crear un cierto aura trágico, deviene recurso rimbombante).
Eso sí, el elenco no está nada mal. Hasta el perro está convincente. Lo podían haber nominado como mejor actor secundario para refrendar al cien por cien los postulados inclusistas.
Y que este folletín infumable, con ínfulas de cine de qualité, se haya llevado, para colmo, amén de las candidaturas a los Oscar, la Palma de Oro en Cannes. En fin...·
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El chiquillo ciego lleva a cabo un ejercicio de reveladora retrospección cuasi proustiana que da con la clave del fatal destino de su padre, al recordar e interpretar una conversación que tuvo con este último en el coche y al recurrir a una prueba (envenenar a su querido perro (sic) para comprobar así si el animal reacciona del mismo modo que su padre en el momento que ingirió los barbitúricos), haciendo gala de una abrumadora capacidad detectivesca que ríete de la pericia deductiva y de la perspicacia de un Sherlock Holmes-. Vamos, digno de Expendiente X.
6 de mayo de 2018
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Robert Rossen será más recordado por The hustler ( El buscavidas), una de las grandes películas sobre perdedores, una irrefutable obra maestra, pero si hay una cinta suya que martillea constantemente mi conciencia y suscita un entusiasmo que no ha disminuido un ápice con los años es este arrebato lírico que debe mucho a Murnau por el uso constante de sobreimpresiones con el agua como principal referente (cabrilleos de la luz solar sobre su superficie , torrentes, etc) superpuestos al rostro de esta deslumbrante "ondina", una Jean Seberg que encarna a una paciente con problemas mentales, una extraña locura que la confina en un puro presente casi animal y que denota un extraño híbrido de éxtasis, inocencia, voluptuosidad desinhibida y descontrolada (besa no solo a los adultos, sino también a un niño en la boca o siente una irrefrenable pulsión lésbica por otra paciente.
Warren Beatty consigue trabajo en el fastuoso manicomio ( casi una mansión con un extenso jardín y atractivos senderos arbolados) y emprende toda una utopía: tratar de sanar a una enigmática e irresistible Jean Seberg, de la que termina enamorándose.
Jean Seberg es todo un enigma , parece una figura mitológica, una ondina que se queda embelesada contemplando los cabrilleos del sol en el agua, en un extraño éxtasis adánico, virginal, como si fuese un ser atemporal, suscitando así la fascinación de un Warren Beatty que sucumbe a sus encantos. Otro paciente, un chico joven, apuesto y tímido se enamora también de la Seberg pero fracasa en el empeño y termina suicidándose. Beatty, de alguna manera , se siente culpable del suicidio, por su relación con Jean Seberg y verá así truncada su utopía psiquiátrica, un fracaso refrendado con el posterior suicidio de ella, una muerte de la que también se siente culpable al tratar de curar a este bella chica mediante infructuosos medios. La triste realidad que trata de mostrar Beatty a Jean Seberg tiene consecuencias fatales para ella, una bella chica inocente con comportamiento infantil, que vive un puro presente.
Es una película bellísima, con subyugantes escenas paradisíacas, como la del lago, donde ella se sube el vestido y mira a Beatty con una extraña mezcla de inocencia y voluptuosidad. La melodía dulzona que ella toca en el manicomio con una flauta sirve de señuelo erótico. En la escena del festejo medieval donde los "caballeros" deben atravesar un aro con sus lanzas para así conseguir el botín de la amada, ella le dice a Beatty: "Vivo en otro tiempo".. Los momentos de éxtasis amoroso son filmados con primerísimos planos sobreimpresionados con los cabrilleos del sol sobre el agua, con una arrebatadora belleza que nos remite a Murnau.
Arrebato lírico de Rossen, de subyugante hipnotismo, hermosa obra de arte.
24 de junio de 2018
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
En El río (1951),todo fluye, sigue su curso, la vida está más allá de "nuestra circunstancia" que diría Ortega, son los ciclos, la primavera como metáfora del renacer, de la afirmación de la vida que refuta a la muerte..la diosa Kali, diosa de la destrucción pero también de la resurrección, todo muere pero todo también renace, cualquier cosa es dios, una piedra, un árbol,el viento...y el río con su sempiterno curso, negando a la muerte, el cuerpo sin vida ya y purificado por el fuego va a parar a sus aguas, el atman ( el verdadero yo que se identifica con Brahman, con el Absoluto), la vida verdadera, sin el velo de Maya, hemos trascendido la muerte, la negamos. La cámara no necesita moverse, embalsama el tiempo, prioriza la contemplación, un eterno y puro presente ante nuestros ojos, hoy es ayer, el ayer no existe, un nuevo niño nace, la vida se reafirma, ¿qué importancia puede tener la muerte si salvamos el escollo de nuestras ficticias identidades (y más hoy, un disfraz inventado por las modas)?. Dan ganas de abrazar el universo entero, anegarse en ese río, ser árbol, renacer, ser niño siempre (la pérdida de la inocencia es nuestra primera fractura y, cierto, nos pasamos la vida, sin percatarnos, contemplando con enfermiza nostalgia ese "paraíso perdido", allí no existía la muerte, se vivía un presente puro, fuimos eternos sin saberlo y, sobre todo, siempre nosotros mismos, puros, sin máscaras , sin ese "pudor de existir" (Pessoa). "¿Cómo podéis comer si un niño ha muerto?, le recrimina la adolescente poeta a los padres y el padre responde que todo tiene que seguir y que incluso ese niño fue bienaventurado al no tener que crecer y sufrir todo el drama y los sinsabores de cualquier vida. Y continúa el padre con su reflexión "Los niños son felices como los animales, viven sin esconderse, sin vergüenza, ¿por qué tenemos que lamentarnos de su pérdida?, celebremos que no hayan tenido que crecer". El capitán lisiado le pregunta a Mr. John que en qué cosa cree y Mr John le dice, esbozando una ligera sonrisa, que él practica el "digestionismo".."contemplo un árbol y luego digiero lo que me transmite" (!qué triste es ver hoy que lo único que mira la mayoría son sus tatuajes o la pantalla de un móvil!)...Ah, y el amor de estas tres adolescentes, no lo olvidaba, con la posesión, con los celos, el conocimiento del dolor ( el despertar a la vida paradójicamente empuja a un intento de frustrado suicidio a la jovencita poeta)...,hemos crecido, con la pérdida de la inocencia lo hemos perdido casi todo, por eso esta maravillosa película se cierra en el ciclo que afirma la vida, ahí está el subyugante colorido de la primavera, otro niño nace..el río fluye, la muerte es una ficción más...
3 de mayo de 2018
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Insólita, fascinante y emotiva amalgama romántica de narración clásica de terror (Frankenstein), con claro homenaje a los clásicos de La Universal de los años 30 (Frankenstein, y La novia de Frankenstein), de La Bella y la Bestia, y de comedia con ribetes satíricos que tiene como punto de mira una caterva ociosa de cotillas, aburridas y malintencionadas amas de casa y unos maridos que solo beben cerveza, podan el jardín y ven la televisión, que residen en chalets de tonalidades pastelosas, donde va a recalar nuestro amigo Eduardo, tras despedirse fatalmente de un progenitor (el gran Vincent Price) que deja su creación sin terminar.
El revuelo que ocasiona la presencia de Eduardo en este aburrrido vecindario ávido de acontecimientos le acarreará consecuencias fatales, convirtiéndose en la principal víctima de esta jauría humana.
Mucho peso para la fascinación que ejerce esta cinta lo tiene una subyugante música y algunas escenas de inefable belleza, secuencias de hipnótico lirismo como la de Winona bailando bajo la nieve (más que un plagio, es un guiño cinéfilo a la escena final de El tren de las tres y diez, de Davis) y otra secuencia de honda poesía es una sutil declaración amorosa a través de un diálogo tácito, sustentado por miradas entre Eduardo y ella (Winona), con un programa televisivo (donde Eduardo es utilizado como un monito de feria), como puente comunicativo. Es un recurso, esta interpelación tácita a través de la televisión, que ya había usado Fritz Lang en Mientras Nueva York duerme, un estimable noir.
Johnny Depp da un recital interpretativo a través de expresivas miradas que con asombrosa naturalidad oscilan entre el apasionamiento y la ira (inolvidable verlo, encolerizado, destrozar con su fatal prótesis, todo lo que tiene por delante. Unas tijeras que no solo crean belleza ( con insólita habilidad crea figuras de hielo o sugerentes obras de jardinería), sino que le sirven de arma defensiva y letal.
Gran cinta, una de las mejores de las tres últimas décadas, y una de las películas románticas más conmovedoras y bellas del cine.
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