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Críticas 40
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
18 de octubre de 2011
8 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Una persona se toca la cara de dos a tres veces por minuto, y si no, nos pasamos el día tocando pomos, vasos o a otras personas”. Esta advertencia de la doctora Mears -Kate Winslet- a sus colegas ante la pandemia que se les viene encima encierra la idea principal de Contagio: lo fácil que es quedar infectado por un virus desconocido, invisible e implacable que podría estar acechándonos en cualquier parte, y ante el cual la única solución parece ser la radical de aislarnos y evitar todo contacto humano.

Y es que nadie está a salvo -ni siquiera las estrellas oscarizadas- en Contagio, este interesante film coral de Steven Soderbergh que nos muestra, a la manera de Traffic o de los largometrajes de catástrofes de los ’70, cómo sus personajes tratan de unirse y lidiar contra un peligro común: en este caso, una epidemia letal que se transmite por el aire y mata en cuestion de días. De este modo, la trama nos va contando cómo se origina y viaja el virus a varias megaurbes del globo, los primeros infectados, la impotencia de los médicos conforme pasan los días sin encontrar una vacuna, y cómo crece paulatinamente el pánico en la población, más rápido que el propio virus gracias a la desinformación de los gobiernos y a los rumores, alentados por bloggers poco escrupulosos como el que interpreta Jude Law. Una atmósfera de paranoia que Soderbergh nos muestra sin sensacionalismos y sí con su proverbial asepsia y frialdad a la hora de conducir la narración. Un estilo carente de mucha emoción pero que, paradójicamente, le sienta bien a la película, al hacerla así más cercana y realista a ojos del espectador, sin los clichés efectistas o sentimentaloides que suelen malograr este tipo de historias.

Hay que añadir que la cinta demuestra buen gusto y cuidado en los detalles. Y esto no lo digo sólo porque, ejem, en una escena haya un sorteo con bolas y bombo para establecer el orden en el que la población recibirá por fin la vacuna, -a razón de una por día-, y el sistema que se emplea es el de preferencia por la fecha de nacimiento. Pues bien, serendipia y de las gordas, porque el día que aparece en la primera bola -y que Bryan Cranston lee en voz alta- es… ¡el 10 de marzo!; es decir, que Chuck Norris, Sharon Stone y un servidor recibirían el antídoto inmediatamente, sin colas o esperar ni 24 horas. Algo reconfortante sin duda, tras ver el sufrimiento y los estragos que causa este virus, que se supone que acaba con uno de cada doce habitantes de todo el mundo.

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En resumen, un film recomendable a menos que el hecho de ir a verlo forme parte de una cita, ya que en ese caso resultará una elección tan desastrosa como la peli X que escoge Travis para quedar con Betsy en Taxi Driver. Y es que al salir de Contagio dan ganas de llevarse puestos a casa los guantes del "Coge y Mezcla" de las chucherías y no tocar nada ni mucho menos a nadie, como un Howard Hughes cualquiera huyendo de los malvados gérmenes. Aunque claro, como en todo, aquí también existe un antídoto, y -tras lavarse bien las manos-, uno aún podría salvar la noche poniéndole a la pareja "Hitch, especialista en ligues".
25 de mayo de 2012 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de la decepción que supuso Banderas de nuestros padres, Clint Eastwood se reconcilió con sus seguidores gracias a Cartas desde Iwo Jima , versión de esa cruenta batalla de la 2GM, ahora contada desde el punto de vista japonés. Consciente de los errores de Flags… -un guión disperso y sin profundidad de caracteres-, en esta ocasión Eastwood focaliza la trama en pocos personajes y una narración lineal, con puntuales flash-backs que -esta vez sí- demuestran una utilidad al humanizar a los protagonistas principales. Con ecos a Kurosawa y la ayuda de Iris Yamashita -guionista norteamericana de ascendencia japonesa-, el autor de Sin perdón nos muestra con gran sensibilidad la tesitura de unos soldados obligados a morir con el honor milenarista de sus antepasados, confrontándolo ante su miedo real a la muerte como seres humanos. Letters From Iwo Jima se convierte así en un film extremadamente emotivo y humanista, con momentos de puro cine, como la lectura de una carta de un enemigo a su familia. Un prodigio de lirismo y maestría cinematográfica que logra poner los pelos de punta.

Futuro clásico del género antibelicista.
24 de enero de 2012 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
A priori uno encara Los descendientes con bastante escepticismo, ya que, a saber: su protagonista vive en Hawai, tiene el físico de George Clooney y está forrado. ¿Cómo rayos pretenden que uno se identifique o sienta lástima por él? Encima la imagen de celebrity sobrada que proyecta Clooney en todos los medios -que ya le hizo ser descartado por Alexander Payne para el rol de Thomas Haden Church en Entre copas- le hace cada vez más difícil resultar creíble, como no sea para poner cara de que se le ha acabado el Nespresso.

Pero ahí es donde entra el talento de Payne, uno de los pocos directores actuales capaces de darle la vuelta a la imagen cinematográfica de las estrellas a su cargo, y que, si ya logró que viéramos a Jack Nicholson como un viudo jubilado que se pirraba por las autocaravanas, esta vez decidió darle otra oportunidad a George y probar con él su magia. Pues lo cierto es que, si a los premios nos remitimos, parece que de nuevo ha vuelto a conseguirlo, ya que el Clooney de este film realiza una interpretación notable y deviene mucho más convincente de lo esperado, por mucho que el número de sus primeros planos -que debe exigir por contrato- no haya disminuido ni un ápice de la media habitual.

La trama nos presenta a Matt King -George Clooney-, un abogado casado y padre de dos niñas que se ve obligado a replantearse la vida cuando su mujer sufre un terrible accidente que la deja en coma. El hombre intenta torpemente recomponer la relación con sus problemáticas hijas, la precoz Scottie, de 10 años -Amara Miller-, y la rebelde Alexandra, de 17 -Shailene Woodley- al tiempo que se enfrenta a la difícil decisión de vender las propiedades de la familia; ya que, herederos de la realeza nativa y de los misioneros, los King poseen en Hawai tierras vírgenes de un valor incalculable.


La película supone un drama bastante efectivo que nos habla de la importancia de la familia y el dolor que significa perder a uno de sus miembros. La historia está bien llevada y no resulta lacrimógena ni sensiblera, siendo conducida por Payne con una elegancia y un saber estar muy naturales. El reparto raya a gran altura, pero no sólo Clooney -que ya debe estar haciendo hueco en la vitrina para otro Oscar- tiene oportunidades de lucimiento, ya que Shailene Woodley -en la escena de la piscina- o Robert Forster -cuando besa a su hija en coma en la cabeza- son incluso más emotivos que el propio George. Otros activos del film serían la preciosa fotografía de Phedon Papamichael -capturando toda la belleza de los exteriores hawaianos- y la selección musical de canciones nativas, una elección muy atractiva a la hora de ambientar y darle ritmo al relato.
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Sin embargo, el largometraje no acaba de resultar extraordinario -ni superior a la obra maestra de Payne, Entre copas- debido a su guión, el cual dista mucho de tener una estructura perfecta. Y es que, por ejemplo, empieza con Matt de narrador y luego ya se olvida; incluye personajes que no aportan nada -como el de Sid-, o promete escenas que posteriormente no ofrece -como la acampada final-. De hecho, si se es del todo objetivo, que una película como The Descendants se vea saludada hoy como la gran esperanza norteamericana para los Oscar -junto con Hugo- frente a una cinta francesa, en blanco y negro y muda, da mucho que pensar sobre la calidad del cine actual; cuando lo cierto es que si se hubiera estrenado hace 40 años, pasaría por un buen film pero a nadie le hubiese extrañado que no alcanzara ninguna nominación -como no fuera acaso la de Clooney-. Y es que, sin este último ni Payne pero con el mismo guión, podríamos estar hablando perfectamente de Los descendientes como de una película de TV de sobremesa. Lo cual no es ningún menosprecio, porque algunas están realmente bien, y ahora no hablo de esa labor social tan reconocida de ayudar a dormir la siesta.
13 de marzo de 2011 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras la ruptura que supuso el hiperrealismo de The Wrestler respecto al resto de su bizarra filmografía, Darren Aronofsky nos demuestra ahora con Cisne negro que en realidad ese cambio no lo fue tanto. En efecto, Black Swan resulta una especie de puente entre su sobria película con Mickey Rourke y las rarezas alucinógenas que poblaban cintas como Réquiem por un sueño, Pi o La fuente de la vida, y que constituyen la base de su estilo.

Cisne negro nos cuenta la historia de Nina-Natalie Portman-, otra profesional -como el luchador de Rourke- consagrada en cuerpo y alma a su trabajo, que ve peligrar su salud mental al ser escogida para bailar el doble papel protagonista de El lago de los cisnes: el virginal cisne blanco -que borda- y el malvado cisne negro, en el que poca gente la ve pero que está latente en su interior, dispuesto a ser expulsado a la luz con desgarradoras consecuencias para su equilibrio emocional.

La película retrata con crudeza ese descenso a los infiernos de Nina, una chica reprimida y solitaria que sabe que se encuentra ante la oportunidad de su vida al reemplazar a la veterana Beth -Winona Ryder- al frente de la compañía. Pero su excesivo perfeccionismo y las presiones por distintos motivos del director del ballet -Vincent Cassel-, de su sobreprotectora madre -Barbara Hershey- o de una compañera arribista, por la que siente una extraña atracción -Mila Kunis- serán demasiado para ella, sumiéndola en una vorágine pesadillesca que Aronofsky parece estar filmando desde dentro mismo de su cerebro. En efecto, a modo del Otra vuelta de tuerca, de Henry James, contemplamos la narración desde el filtro subjetivo de la bailarina, para quien todo el mundo -hasta ella misma- representan una amenaza. Así, la acción se llena de terror, alucinaciones y escenas oníricas que conectan perfectamente con el Aronofsky más hipnótico -y a veces incomprensible-, el de Réquiem por un sueño o The Fountain.

Pero no sólo el autor de Pi alude a su propia obra, sino que para ilustrar aquello que nos quiere contar utiliza una serie de referentes que van desde el Polanski de Repulsión o La semilla del diablo, a Eva al desnudo, Las zapatillas rojas, el cine de Darío Argento, Cronenberg, Kubrick, o incluso El doble, de Dostoevsky. Una amalgama de referencias muy distintas que sin embargo encajan como un puzzle en la historia, ayudados por la portentosa e increíble interpretación de Natalie Portman, a quien este año hay que echarle de comer aparte.
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En efecto, no es sólo que la Portman vaya a ganar el Oscar el próximo domingo, es que no parece probable que ningún académico haya considerado ni siquiera votar a otra actriz que no sea ella. Y es que decir que la princesa Amidala de Star Wars realiza en esta película la interpretación de su carrera en quedarse bastante corto, porque no recuerdo en los últimos años un papel femenino que demandara un tour de force tan difícil tanto en el plano físico como en el psicológico. En el primero, adelgazar espectacularmente y soportar más de 10 meses de intensísimos entrenamientos de ballet hasta amoldar su cuerpo al de una experta profesional. En el segundo, dar un auténtico recital de matices desde la retraída bailarina del principio a la Nina que, poco a poco, va abandonándose a su lado oscuro para poder ser un Cisne Negro convincente, aún a costa de perderse en su propia obsesiva paranoia. Todo un amplio arco de emociones por llenar que la Portman borda a la perfección y que provocan la mayoría de esos aplausos espontáneos con los que el público despide la proyección del film, todavía imbuido por la poderosa partitura de Tchaikovsky a la par que convencido de haber visto una de las mejores películas de este año.
31 de octubre de 2010 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Wall Street 2 debe ser el trailer que he visto más veces en el cine. En efecto, de tanto encontrármelo, ya me lo sabía de memoria: Gordon Gekko y su móvil de ladrillo salen del trullo tras 8 años; Jake Miller, un broker aprendiz de brujo, se le arrima para entrar en el juego de la pasta; y su novia Winnie le advierte del peligro de su manipulador progenitor. Todo ello amenizado con el Sympathy for the Devil de los Rolling Stones, e imágenes del skyline de New York o del distrito financiero, de motos, de Gekko con cara de cabrón fumando un puro y engominado, o diálogos cool del estilo de ¿es una amenaza? ¡En toda regla!
Pero... si hubiera un Oscar al trailer más embaucador, éste figuraría entre los 5 nominados. Y es que su avance nos prometía poco menos que El padrino II: la continuación de un clásico venerado, actores carismáticos, un guión poderoso, una gran fotografía y montaje o la dirección de un autor como Oliver Stone. Pero, aunque todo eso más o menos está, no se puede decir que lo tenga en las proporciones adecuadas.
Es como si a Stone se le hubiera pasado el arroz y se aferrara a lo seguro con una secuela -algo sin precedentes- de uno de sus mejores títulos. La idea era buena, más ahora con la crisis, pero al final su film resulta menos afilado e inteligente de lo que pretendía. Al guión le falta garra y profundidad, y lo que podía haber sido una interesante reflexión sobre la avaricia del mundo financiero -y del ser humano-, se erige en una lección de economía demasiado farragosa, con personajes poco definidos y un desenlace apresurado y de moralina ecologista.
Hablando del reparto, Michael Douglas retoma con efectividad a Gordon Gekko, aunque la edad, su paso por la cárcel o la sorpresa de que ¡tiene sentimientos! le hagan ser menos voraz de lo recordado. Mientras, Shia LaBeouf se esfuerza y no es sospechoso de cargarse la película -como en Indiana Jones IV-, aunque dé la sensación de que si Emile Hirsch o Paul Dano hubieran interpretado a Jake habría dado igual. Tampoco Carey Mulligan logra hacer mucho con su desdibujada Winnie, por no hablar de Susan Sarandon, quien con este papel y el de The Lovely Bones parece haber inventado una nueva categoría de secundarios: los que se podrían haber quedado tranquilamente en la mesa de montaje.
Por otro lado, las metáforas que emplea Stone, como las pompas que explotan unos niños simbolizando la burbuja económica, o el cuadro de Goya Saturno devorando a su hijo que decora el despacho de Josh Brolin, son muy obvias, aunque el director de JFK nunca haya sido un cineasta muy sutil. Precisamente, Bretton James termina siendo lo más destacable, una versión renovada del viejo Gekko con similar falta de escrúpulos para aprovecharse de información privilegiada o hundir empresas. Finalmente, para los nostálgicos de aquel Wall Street del ‘87, anotar los cameos de Charlie Sheen o Sylvia Miles, como la agente inmobiliaria especializada en vender lofts a los trasquilados padawans de Gekko
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