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Críticas ordenadas por utilidad
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6,2
289
9
5 de enero de 2020
5 de enero de 2020
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para hacer una película próxima a la excelencia son necesarios varios ingredientes. La claridad en el conflicto de valores que se propone a los espectadores para llevar sus conciencias hacia una reflexión determinada, el respeto por la tipología de personas que cada personaje representa para evitar caer en pobres estereotipos vacíos, un ritmo narrativo adecuado que proporcione el tiempo necesario a cada momento vital expuesto, la selección de intérpretes capaces de llenar de humanidad un guión y una dirección de fotografía que extraiga la belleza de cada gesto, parecen aspectos insoslayables. La película de Germinal Roaux contiene todos estos elementos expresados con mesura y delicadeza. La colisión de cosmovisiones que se produce entre los personajes a la hora de enfrentar el problema moral que la película nos plantea aporta riqueza a nuestros elementos de comprensión del drama humano alejándose de la pobreza interpretativa de las normas éticas actuales. Una delicia para el espectador exigente que abandona la sala fascinado por la belleza de las imágenes, por el peso interpretativo de la niña Kidist Siyum y de Bruno Ganz que dan dimensión humana a unos personajes hermosos y con la mente convencida de que es importante comprender antes de juzgar.

6,9
2.484
8
19 de agosto de 2018
19 de agosto de 2018
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película de producción noruega escrita y dirigida por la cineasta noruega de raíces pakistaníes Iram Haq basada en su propia experiencia que es capaz de contar después de 25 años de elaboración personal. La tensión dialéctica de la película se estable en el enfrentamiento entre dos conciencias deseantes: una, la hija de 14 años que desea realizarse en un modelo cultural que le agrada y convence para disfrutar de la vida y de las relaciones humanas; la otra, el padre, que desea que la hija triunfe socialmente pero sometida al patrón cultural de origen sin darse cuenta de la contradicción de ambos términos cuando la afectada es una mujer. Ambos desean el reconocimiento de sí mismos por el otro. Pero el contexto cultural solo permite la confirmación de los atavismos que al ser cuestionados invaden de ira ciega y vergüenza al padre. El padre desea el sometimiento de la hija a su poder y autoridad y está dominado por emociones transgeneracionales que lo ponen fuera de sí, es decir, no puede ser sí mismo y acaba siendo un peón de una cosmovisión caducada que solamente se sostiene por el miedo. La conciencia es deseo del dominio del otro. Se estable el enfrentamiento. Mi deseo es que el otro se someta y me reconozca. Este enfrentamiento tiene una resolución porque ambos saben que están emprendiendo una lucha a muerte. Una de las dos conciencias tiene miedo a morir. Entonces el que tiene más miedo a morir antepone el temor a la muerte a su deseo de reconocimiento. El deseo del padre es más fuerte que su miedo a morir y a matar incluso a su hija. Esta figura triunfa aparentemente. Sin embargo el padre queda en total insatisfacción porque la vencida ya no es una sujeto autónoma sino doblegada y anulada y no puede proporcionarle real reconocimiento. En esta victoria queda paralizado y cuestionado. Se ha sembrado una negación de su afirmación personal. El sometimiento de la hija es también el del padre que debe renunciar a sus expectativas sobre la formación intelectual de su hija y ser alguien en la sociedad que lo alberga. Es doblegado por un entorno social que ya cuestiona y rechaza en su mirada. Se sabe cobarde y vencido. La historia va a favor de la hija que lleva asociado a su deseo la racionalidad mientras que la violencia que la humilla queda descalificada ante la reflexión. Valga este análisis de corte evidentemente hegeliano para afirmar que todo sufrimiento y resistencia a la humillación provoca un lento pero inevitable cambio social. La historia de la mujer, la historia de la humanidad se escribe con jirones de sangre y dolor.

6,7
1.169
9
4 de abril de 2018
4 de abril de 2018
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta excelente producción húngara dirigida por Ferenc Török se une a esa otra gran obra del cine húngaro que es El hijo de Saúl de László Nemes, en un abordaje de la Shoah con matices diferentes a los habituales, que hacen de ese oscuro y terrible episodio de la humanidad un patrimonio de la memoria colectiva de la culpa, el remordimiento y el mal radical. En su conocida investigación, Hannah Arendt dedica unas diez páginas al análisis de las deportaciones de judíos en Hungría, poniendo al descubierto tanto las artimañas engañosas de Eichmann en la creación de un Consejo Judío al que dar órdenes a cambio de una total jurisdicción en los temas que afectaran a los judíos, como en la ingenua fe de la mayoría de los judíos que accedieron a cambio de cierta venalidad aparente que posteriormente se convirtió en un espolio sistemático hasta la deportación masiva y acelerada (tuvo una duración de dos meses) a Auschwitz. Hannah Arendt afirma que en ningún otro país gastaron los judíos tanto dinero para obtener tan poco a cambio. Este espolio da fondo a la culpa comunitaria que despiertan dos judíos que llegan al pueblo, ya bajo ocupación soviética, a enterrar dignamente enseres pertenecientes a sus difuntos asesinados. La mayoría de los habitantes habían participado en las denuncias falsas, expropiaciones y entrega de sus conciudadanos judíos y se habían quedado con sus bienes. La presencia de estos dos hombres, ajenos a cualquier reivindicación material y centrados en su duelo, despierta el terror a la publicidad de los actos malignos que da a la película una universal dimensión ética. Es esta publicidad la que despierta la conciencia moral y por tanto culpable. Porque no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a luz. Por tanto, todo lo que habéis dicho en tinieblas, en la luz se oirá; y lo que habéis hablado al oído en las habitaciones privadas, se proclamará en las azoteas. No conozco mejor comentario a estos textos del Evangelio, que el realizado por Kant: “son injustas todas las acciones que se refieren al derecho de otras personas cuyos principios no soportan ser publicados. Una acción que no pueda manifestarse en alta voz sin que se arruine al mismo tiempo mi propio propósito, una acción que, por lo tanto, debería permanecer secreto para poder prosperar y al que no puedo confesar públicamente sin provocar indefectiblemente la oposición de todos, es injusta.” La Shoah, como toda acción asesina requiere el secreto y por tanto, se avergüenza de sí misma. Su publicidad confronta a todos los asesinos, por tanto, la memoria de la Shoah no pertenece en exclusiva a un pueblo sino a toda víctima de la injusticia y del silencio cobarde y colaborador.

6,5
12.215
8
22 de octubre de 2017
22 de octubre de 2017
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película vasca dirigida por Jon Garaño y Aitor Arregi apoyándose en la figura de Joaquín Eleicegui el gigante de Altzo, nos permite meditar en varios aspectos de las relaciones humanas. No más contemplar el cartel anunciador, en el que unas grandes manos cobijan en su seno a un joven, me evocó el cuadro de Rembrandt, El regreso del hijo pródigo y las meditaciones que sobre él realizara Henri Nouwen en su conocido libro. En parte no iba descaminado porque el personaje del gigante representa el amor incondicional por el hermano perdido y recuperado hasta el punto de someterse a sus ambiciones económicas sin pedir nada a cambio. Pero este apunte queda en un segundo y opaco plano ante la evidencia de la explotación. Durante toda nuestra historia, los seres humanos nos hemos explotado los unos a los otros. Entendemos explotación como la actividad encaminada a obtener beneficios económicos desmesurados y humillantes de una persona o de su trabajo. Se explota la belleza, los cuerpos, la fuerza, las habilidades, el trabajo, la enfermedad y la deformidad. Todo o casi todo es susceptible de este abuso. El profesor Diego Gracia Guillén afirma que en la actualidad, habiéndose extinguido varios modos de explotación, la ambición humana se centra en dos ámbitos, el sexual y el laboral, como los más sensibles a la posibilidad del abuso de poder. El gigante de Altzo vivió su explotación como un ser afectado por una enfermedad convertido en fenómeno que asombraba o asustaba a los curiosos de ver alguien raro y satisfacerse por pertenecer a la normalidad.
7 de diciembre de 2016
7 de diciembre de 2016
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primera incursión en el largometraje del israelita Maysaloun Hamoud. Película que gustó en San Sebastián y que ahora se presenta en las salas comerciales. Toda organización sistemática de las ideas configura su Arcadia: la República de Platón, el Estado de Naturaleza de Rousseau, la Humanidad Racional de Kant, la Sociedad Comunista de Marx, la Sociedad de Consumo del capitalismo, el Paraíso musulmán, o el Reino de los Cielos cristiano. En ese mundo feliz unos quedarán afortunadamente incluidos, otros muchos padecerán la exclusión. Para quedar excluido habitualmente tienen muchas papeletas las mujeres, los jóvenes, los homosexuales, los artistas, los heterodoxos, los rebeldes, los pobres y todo tipo de pecadoras emocionales y librepensadoras. Pero, ¿qué suerte corren los incluidos? La película nos presenta el panorama de la inclusión como rígido, airado, impositivo, sometido a un perverso sentido común de las cosas que crea una posición paranoide de sentirse vigilado. Y, lo que es peor, un estado de pensamiento que permite el ejercicio de la violencia y el abuso amparados precisamente en la pertenencia al grupo fiel y elegido. El infiel deja de ser persona sintiente para ser expresión del oprobio. Interesa a lo más como enemigo que me permita mantener la coherencia interna del grupo fiel y sometido. Como vemos todos rasgos totalitarios. La vida de las excluidas se torna difícil pues tiene que resignar muchas necesidades y aspiraciones: la pertenencia y el cuidado familiar, el amor o el desarrollo profesional y las obliga a una lucha permanente y peligrosa por la afirmación y el derecho a ser sí mismas. Parece hora que todos los eruditos de Arcadias del presente revisen sus posiciones y, amparados en las posibilidades interpretativas que amplían y humanizan el abrazo de los textos, colaboren en la construcción de un mundo en el que se pueda vivir honestamente con uno mismo y con los demás.
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