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6,5
45.463
8
16 de enero de 2012
16 de enero de 2012
7 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mucho había leído sobre 'Los descendientes', mucho y bueno. Y la verdad es que, afortunadamente, el nuevo filme de Alexander Payne ('Entre copas'), adaptación de la novela homónima de Kaui Hart Hemmings, no me ha defraudado en absoluto.
Tras un accidente en moto acuática, Elisabeth, la mujer de Matt King (George Clooney), queda en coma irreversible, y los médicos comunican a Matt que deben desenchufarla de forma inminente de las máquinas que la mantiene con vida. Matt tendrá que lidiar con la trágica situación desde varios frentes, que a la vez remiten a las distintos actos del film: sustituyendo a su esposa y ejerciendo de padre “de repuesto” (no pasaba mucho tiempo con su familia debido a su trabajo de abogado), y logrando hacerse con sus dos hijas; tratando de asumir el descubrimiento de la infidelidad de su mujer en coma y gestionando sus emociones al respecto; y afrontando la venta por imperativo legal de unos terrenos heredados que pertenecieron a sus ancestros. Estos tres frentes, estos tres conflictos, se potencian unos a otros, alimentándose en cadena: la revelación por parte de su hija de la infidelidad de su madre marca un punto de inflexión en la relación padre-hija. A su vez, el resultado del viaje (interior y exterior) que emprenden entonces Matt y sus hijas para descubrir la verdad de su esposa, repercute en su decisión final, ya en el último acto, sobre las tierras.
Payne dirige sin estridencias, pero sin complejos (con un uso irregular e interesado de recursos como cortinillas, voz en off o mapas) un relato esencialmente amable, donde predomina el buenismo de la mayoría de los personajes, empezando por el protagonista, Matt King (genial Clooney directo al Oscar, en un registro más vulnerable que de costumbre), un 'santo job' que nunca pierde la paciencia e intenta hacer siempre lo correcto, y que es capaz finalmente de asumir la dolorosa verdad con entereza y dignidad. Tal personaje, que en otras manos hubiese podido parecer demasiado perfecto y plano, demasiado soso, gracias a Payne y sobre todo a Clooney, resulta tremendamente humano. Como humanos, redondos y más o menos dignos resultan todos los demás personajes (desde la hija mayor hasta incluso los más susceptibles de resultar abyectos) pues la visión del director es tan comprensiva y compasiva como el propio protagonista.
Tras un accidente en moto acuática, Elisabeth, la mujer de Matt King (George Clooney), queda en coma irreversible, y los médicos comunican a Matt que deben desenchufarla de forma inminente de las máquinas que la mantiene con vida. Matt tendrá que lidiar con la trágica situación desde varios frentes, que a la vez remiten a las distintos actos del film: sustituyendo a su esposa y ejerciendo de padre “de repuesto” (no pasaba mucho tiempo con su familia debido a su trabajo de abogado), y logrando hacerse con sus dos hijas; tratando de asumir el descubrimiento de la infidelidad de su mujer en coma y gestionando sus emociones al respecto; y afrontando la venta por imperativo legal de unos terrenos heredados que pertenecieron a sus ancestros. Estos tres frentes, estos tres conflictos, se potencian unos a otros, alimentándose en cadena: la revelación por parte de su hija de la infidelidad de su madre marca un punto de inflexión en la relación padre-hija. A su vez, el resultado del viaje (interior y exterior) que emprenden entonces Matt y sus hijas para descubrir la verdad de su esposa, repercute en su decisión final, ya en el último acto, sobre las tierras.
Payne dirige sin estridencias, pero sin complejos (con un uso irregular e interesado de recursos como cortinillas, voz en off o mapas) un relato esencialmente amable, donde predomina el buenismo de la mayoría de los personajes, empezando por el protagonista, Matt King (genial Clooney directo al Oscar, en un registro más vulnerable que de costumbre), un 'santo job' que nunca pierde la paciencia e intenta hacer siempre lo correcto, y que es capaz finalmente de asumir la dolorosa verdad con entereza y dignidad. Tal personaje, que en otras manos hubiese podido parecer demasiado perfecto y plano, demasiado soso, gracias a Payne y sobre todo a Clooney, resulta tremendamente humano. Como humanos, redondos y más o menos dignos resultan todos los demás personajes (desde la hija mayor hasta incluso los más susceptibles de resultar abyectos) pues la visión del director es tan comprensiva y compasiva como el propio protagonista.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
“Los descendientes” toca grandes temas como la muerte de un ser querido o el adulterio, en clave menor y ritmo relajado, sin sobresaltos, sin grandes giros de guión, manteniendo en todo momento un tono entre el drama y la comedia, “atmósfera narrativa” complicada, que consigue alternando momentos de drama, (filmados con delicadeza y sin caer nunca en melodramático), como la revelación de la infidelidad de la esposa de Matt, por parte de su hija, con alivios cómicos que relajan la tensión (Matt corriendo patético a casa de sus amigos), para volver a aumentarla de nuevo, cuando el protagonista, en una memorable escena, intenta sacarles a sus amigos el nombre del tipo con quien su mujer le engañaba. No es que Payne invente esa atmósfera narrativa, que recuerda a la de producciones como las geniales 'American Beauty' (que sin embargo tiene una mordacidad y una acidez de las que carece la cinta de Payne) o incluso las primeras temporadas de 'Breaking Bad', serie que también toca las misma cuestiones de la enfermedad terminal o el adulterio en una clave parecida (aunque menos realista y más oscura, entre el thriller y el humor negro). Y sin embargo, ese tono de tragicomedia honesta y realista resulta un gran acierto, ya que refleja con gran realismo la propia experiencia vital, pues efectivamente, a menudo en nuestro día a día, drama y comedia se dan la mano. “La propia vida tiene un tono que incluye esos registros diferentes”, afirma Payne.
Pero lo que hace que “Los descendientes” sea una gran película, en mi opinión, lo que la convierte en un film tremendamente emocionante, es lo que Carlos F. Heredero, en Cuadernos de Cine, llama su “amplitud moral”. Una ambivalencia emocional, opuesta al maniqueísmo (y casi políticamente incorrecta), que permite, por ejemplo, mostrar a King abroncando a su adúltera esposa en coma, o casi deleitándose, de pura rabia, al anunciar a sus amigos la muerte inminente de Elisabeth; arrastrando, en fin, un resentimiento hacia ella durante toda la película, sin por ello dejar de quererla ni un instante. Y es que aquí no hay malos ni buenos, sino conflictos puramente humanos, de sentimientos, de expectativas, de necesidades.
Ambientada (como si se tratase de una metáfora de su propia gama cromática) en un Hawaii diferente, más urbano y real, sin renunciar a la postal turística en las escenas de la playa, “Los descendientes” es una película honesta y reconfortante, de apariencia sencilla e interior complejo, un notable film que sólo flojea algo (en mi opinión) en su clímax, justo cuando la hasta entonces equilibrada balanza dramática se inclina mínimamente hacia lo lacrimógeno, perdiendo parte de su fuerza. Un must-see de este año cinematográfico que empieza, que confirma a Alexander Payne como una de las voces más propias (y sin necesidad de alzarla demasiado) del cine americano actual.
"Los descendientes" se estrena en España el 20 de Enero.
Pero lo que hace que “Los descendientes” sea una gran película, en mi opinión, lo que la convierte en un film tremendamente emocionante, es lo que Carlos F. Heredero, en Cuadernos de Cine, llama su “amplitud moral”. Una ambivalencia emocional, opuesta al maniqueísmo (y casi políticamente incorrecta), que permite, por ejemplo, mostrar a King abroncando a su adúltera esposa en coma, o casi deleitándose, de pura rabia, al anunciar a sus amigos la muerte inminente de Elisabeth; arrastrando, en fin, un resentimiento hacia ella durante toda la película, sin por ello dejar de quererla ni un instante. Y es que aquí no hay malos ni buenos, sino conflictos puramente humanos, de sentimientos, de expectativas, de necesidades.
Ambientada (como si se tratase de una metáfora de su propia gama cromática) en un Hawaii diferente, más urbano y real, sin renunciar a la postal turística en las escenas de la playa, “Los descendientes” es una película honesta y reconfortante, de apariencia sencilla e interior complejo, un notable film que sólo flojea algo (en mi opinión) en su clímax, justo cuando la hasta entonces equilibrada balanza dramática se inclina mínimamente hacia lo lacrimógeno, perdiendo parte de su fuerza. Un must-see de este año cinematográfico que empieza, que confirma a Alexander Payne como una de las voces más propias (y sin necesidad de alzarla demasiado) del cine americano actual.
"Los descendientes" se estrena en España el 20 de Enero.
5 de abril de 2011
5 de abril de 2011
7 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
El último y extenso film del actor, guionista y director Guillaume Canet, película del año en Francia con más de 5 millones de espectadores, tiene un arranque potente que pone los pelos de punta, con el accidente de Ludo. Luego da paso a un primer acto parisino que parece no acabar nunca de arrancar. Lo más interesante comienza cuando llegan a la casa de la playa, lo que supone un paréntesis en la vida de este grupo de amigos, a los que vamos conociendo mediante sus relaciones. Los primeros días en la costa estarán marcados por el impacto emocional que ha provocado en ellos el grave estado de salud de su amigo, al que dejan ingresado en un hospital en París, y por el intento de olvidar y relajarse.
Sin embargo, pronto cada uno irá centrándose en sus propios problemas, dudas y obsesiones: Max es un neurótico del trabajo incapaz de relajarse, y menos sabiendo que Vincent se siente atraído por él, tras 15 años como amigos. Ninguno de los dos tiene demasiada comunicación con sus parejas, Véro e Isabelle. Eric no anda muy bien con su pareja, Léa, debido a su carácter mujeriego e infantil, lo mismo que Antoine, que está obsesionado con Juliette, su novia de 10 años que le acaba de dejar, y tan solo sabe hablar de ella, mientras espera un mensaje. La que parece más estable, Marie, en el fondo no acaba de asumir ninguna responsabilidad. El duro desenlace les hará a todos volver de ese paréntesis y afrontar de nuevo la dura realidad.
Sin demasiadas coartadas argumentales, Canet parece centrase mas en el mundo interior y en la transformación de sus protagonistas, pero sobre todo en sus relaciones. Algunas situaciones y conflictos sólo se apuntan y apenas son explicados, lo que provoca cierta confusión en algunos pasajes. Predomina la comedia simpática que emana de los personajes, y el tono intimista y natural de las conversaciones. Sin embargo, la narrativa carece de cierto pulso y ritmo, quizá contagiada del asueto propio de los días de verano. Como si intentase corregirlo, Canet aboca el film a un final catártico y lacrimógeno que quizá nos pilla algo desprevenidos, porque no encaja demasiado con el tono del resto del film, pero al que no se le puede negar su efectividad, al ritmo de una fantástica versión de My way interpretada por Nina Simone.
Buenas interpretaciones (destacaría a François Cluzet, Marion Cotillard y Gilles Lellouche), una fotografía plana y sin alardes y una genial banda sonora en inglés entre el soul y el rock conforman un film por momentos entrañable, que respira vida y amistad, y huele a verano, a mar y a salitre, que destaca por la humanidad y familiaridad que desprenden sus personajes.
Sin embargo, pronto cada uno irá centrándose en sus propios problemas, dudas y obsesiones: Max es un neurótico del trabajo incapaz de relajarse, y menos sabiendo que Vincent se siente atraído por él, tras 15 años como amigos. Ninguno de los dos tiene demasiada comunicación con sus parejas, Véro e Isabelle. Eric no anda muy bien con su pareja, Léa, debido a su carácter mujeriego e infantil, lo mismo que Antoine, que está obsesionado con Juliette, su novia de 10 años que le acaba de dejar, y tan solo sabe hablar de ella, mientras espera un mensaje. La que parece más estable, Marie, en el fondo no acaba de asumir ninguna responsabilidad. El duro desenlace les hará a todos volver de ese paréntesis y afrontar de nuevo la dura realidad.
Sin demasiadas coartadas argumentales, Canet parece centrase mas en el mundo interior y en la transformación de sus protagonistas, pero sobre todo en sus relaciones. Algunas situaciones y conflictos sólo se apuntan y apenas son explicados, lo que provoca cierta confusión en algunos pasajes. Predomina la comedia simpática que emana de los personajes, y el tono intimista y natural de las conversaciones. Sin embargo, la narrativa carece de cierto pulso y ritmo, quizá contagiada del asueto propio de los días de verano. Como si intentase corregirlo, Canet aboca el film a un final catártico y lacrimógeno que quizá nos pilla algo desprevenidos, porque no encaja demasiado con el tono del resto del film, pero al que no se le puede negar su efectividad, al ritmo de una fantástica versión de My way interpretada por Nina Simone.
Buenas interpretaciones (destacaría a François Cluzet, Marion Cotillard y Gilles Lellouche), una fotografía plana y sin alardes y una genial banda sonora en inglés entre el soul y el rock conforman un film por momentos entrañable, que respira vida y amistad, y huele a verano, a mar y a salitre, que destaca por la humanidad y familiaridad que desprenden sus personajes.

5,2
10.530
8
9 de marzo de 2011
9 de marzo de 2011
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muchas veces, también en el cine, menos es mas. Y esta premisa la aplica a la perfección Gareth Edwards en su asombroso debut.
Aunque se haya publicitado “Monsters” como una serie B de bajísimo presupuesto, en honor a la verdad, sólo lo segundo es (supuestamente) cierto. El film de Edwards no tiene espíritu de serie B, ni lo pretende, sino más bien una impecable factura casi diria hollywoodiense . Y es que el recorte de presupuesto no está en la menor calidad de sus efectos visuales (premiados en Sitges’10), sino en su sabia dosificación , pues la mayor parte del tiempo, Edwards no nos muestra a los monstruos que dan título al film, sino que nos obliga a imaginarlos . Y lo hace de maravilla, lo que resulta en uno de los grandes aciertos del film.
Como apunta su director, su film empieza donde la mayoría de películas sobre invasiones extraterrestres acaban. Nos plantea un mundo en el que los humanos cohabitan desde hace seis años con los aliens , contenidos en la llamada “zona infectada”, en la franja centroamericana, ocupando parte de Méjico y Estados Unidos.
El mismo director reconoce que el germen de la historia fue la idea de que tras la llegada de la vida extraterrestre a la Tierra, “la vida continúa, y las criaturas sólo afectan una parte del mundo”. A Edwards le pareció “interesante de que [la gente] no reaccionase, como si estar rodeados de monstruos fuese una cosa natural para ellos”. Esta sensación transpira por los poros de la historia desde el primer minuto.
Tras un vigoroso (y “monstruoso”) arranque, el extenso primer acto nos describe la situación de forma magnífica, con los aliens como auténticos protagonistas en ausencia : vemos las consecuencias, la devastación, las noticias, y su efecto en la vida de la gente. Oímos hablar una y otra vez de esa “zona infectada”. El tono intimista y descriptivo impregna el relato , como si la cámara se imbuyese de la mirada atenta y curiosa del fotógrafo Andrew Kaulder (interpretado por un interesante Scott McNeary). Impagables las escenas del velatorio por las víctimas en el pueblo mejicano, o las reflexiones de Kaulder sobre su oficio de “fotografiar la tragedia”, frente a ese graffiti que se erige expresión popular de un mundo marcado por la amenaza alienígena, que planea así magistralmente sobre el film.
Aunque se haya publicitado “Monsters” como una serie B de bajísimo presupuesto, en honor a la verdad, sólo lo segundo es (supuestamente) cierto. El film de Edwards no tiene espíritu de serie B, ni lo pretende, sino más bien una impecable factura casi diria hollywoodiense . Y es que el recorte de presupuesto no está en la menor calidad de sus efectos visuales (premiados en Sitges’10), sino en su sabia dosificación , pues la mayor parte del tiempo, Edwards no nos muestra a los monstruos que dan título al film, sino que nos obliga a imaginarlos . Y lo hace de maravilla, lo que resulta en uno de los grandes aciertos del film.
Como apunta su director, su film empieza donde la mayoría de películas sobre invasiones extraterrestres acaban. Nos plantea un mundo en el que los humanos cohabitan desde hace seis años con los aliens , contenidos en la llamada “zona infectada”, en la franja centroamericana, ocupando parte de Méjico y Estados Unidos.
El mismo director reconoce que el germen de la historia fue la idea de que tras la llegada de la vida extraterrestre a la Tierra, “la vida continúa, y las criaturas sólo afectan una parte del mundo”. A Edwards le pareció “interesante de que [la gente] no reaccionase, como si estar rodeados de monstruos fuese una cosa natural para ellos”. Esta sensación transpira por los poros de la historia desde el primer minuto.
Tras un vigoroso (y “monstruoso”) arranque, el extenso primer acto nos describe la situación de forma magnífica, con los aliens como auténticos protagonistas en ausencia : vemos las consecuencias, la devastación, las noticias, y su efecto en la vida de la gente. Oímos hablar una y otra vez de esa “zona infectada”. El tono intimista y descriptivo impregna el relato , como si la cámara se imbuyese de la mirada atenta y curiosa del fotógrafo Andrew Kaulder (interpretado por un interesante Scott McNeary). Impagables las escenas del velatorio por las víctimas en el pueblo mejicano, o las reflexiones de Kaulder sobre su oficio de “fotografiar la tragedia”, frente a ese graffiti que se erige expresión popular de un mundo marcado por la amenaza alienígena, que planea así magistralmente sobre el film.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Entonces llega la esperada entrada e incursión en la “zona infectada”, en un segundo acto que remite (¿voluntariamente?) al Jurassic Park de Spielberg (la selva, los rugidos entre la maleza, el ataque nocturno a los jeeps , etc.). Y como allí, la tensión está creada con maestría, valiendose de la efectiva premisa de la incursión en territorio hostil y la amenaza constante . Porque esa es una de las grandes bazas del film de Edwards: mientras otros juegan con el susto fácil, “Monsters ” pivota sobre la amenaza . Por eso, posiblemente muchos salgan decepcionados del cine. Porque aquí también hay acción (y por supuesto, monstruos), pero en general, el ritmo es pausado, la tensión contenida y el tono es incluso contemplativo en muchos pasajes. Aquí, toda la destrucción ya fue , la invasión está confirmada, y lo que queda es un poso de dolor, de devastación, de miedo e incluso de corrupción (interesante reflexión sobre aquellos que arriesgan sus vidas para sacar partido del desastre).
Otro de los aciertos del film es la relación entre sus dos protagonistas, que viven una historia de amor que , en manos de cualquier otro podría haber caído en el cliché, pero que Edwards sabe dibujar con una sutileza, un intimismo y una savoir faire dignos de un cineasta más experto.
Y luego está ese final, de una fuerza callada y una poética que seguramente muchos no le perdonen tratandose de una película “de bichos”. Pero no se equivoquen: Monsters no es ni una serie B, ni una monsters movie al uso, Monsters es mucho más. Es un cruce imposible pero cierto entre “La guerra de los Mundos”, “Parque Jurásico” y “Breve Encuentro”. Así que si disfrutan con el buen cine, no se la pierdan, porque no se ve cada día a un debutante como Edwards marcarse un ejercicio de riesgo de este calibre, nadando a contracorriente del género y entregando un producto tan original e inclasificable sin apenas pretenderlo.
¿Lo peor? Que apuesto a que los puristas la van a machacar. Que la comparen con District 9, cuando se parecen como un huevo a una castaña. ¿Sólo porque "va de extraterrestres, pero no es típica"?
Lo mejor: a pesar de todo lo dicho, Withney Able hablando un español casi perfecto con un delicioso acento mexicano.
Otro de los aciertos del film es la relación entre sus dos protagonistas, que viven una historia de amor que , en manos de cualquier otro podría haber caído en el cliché, pero que Edwards sabe dibujar con una sutileza, un intimismo y una savoir faire dignos de un cineasta más experto.
Y luego está ese final, de una fuerza callada y una poética que seguramente muchos no le perdonen tratandose de una película “de bichos”. Pero no se equivoquen: Monsters no es ni una serie B, ni una monsters movie al uso, Monsters es mucho más. Es un cruce imposible pero cierto entre “La guerra de los Mundos”, “Parque Jurásico” y “Breve Encuentro”. Así que si disfrutan con el buen cine, no se la pierdan, porque no se ve cada día a un debutante como Edwards marcarse un ejercicio de riesgo de este calibre, nadando a contracorriente del género y entregando un producto tan original e inclasificable sin apenas pretenderlo.
¿Lo peor? Que apuesto a que los puristas la van a machacar. Que la comparen con District 9, cuando se parecen como un huevo a una castaña. ¿Sólo porque "va de extraterrestres, pero no es típica"?
Lo mejor: a pesar de todo lo dicho, Withney Able hablando un español casi perfecto con un delicioso acento mexicano.

5,9
23.796
7
21 de febrero de 2013
21 de febrero de 2013
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando se toca ciertos géneros como el gansgsteril, se entra en el coto privado del frikismo cinéfilo. Y entonces, se corre el peligro de que a una simple película de gangsters, se le exija la trascendencia de 'El Padrino', la excelencia de 'Los Soprano' o el rollo comiquero de 'Sin City' o incluso la olvidada 'Dick Tracy'. Entonces, a una simple película de acción como Gangsters Squad se le exige más de lo que pretende ofrecer.
Pero, ¿qué quereis que os diga? Yo hacía tiempo que no disfrutaba tanto en el cine con una película. El film de Ruben Fleischer ('Bienvenidos a Zombieland', '30 minutos o menos') es una estilizada actualización de “Los Intocables de Elliot Ness”, que quizá no alcance la maestría de De Palma ni tenga el carisma de Costner y Connery, o al Al Capone de DeNiro, pero tiene un buen guión lleno de buenos diálogos, ritmo desde el minuto uno, escenas potentes, una gran puesta en escena, toneladas de acción y violencia, y un elenco de lujo: Josh Brolin parece un tipo duro salido de un cómic, Gosling sigue en pleno idilio con la cámara y Sean Penn compone un villano muy potente y sanguinario. ¿Su pecado? Su falta absoluta de pretensiones más allá del puro entretenimiento.
Pero, ¿qué quereis que os diga? Yo hacía tiempo que no disfrutaba tanto en el cine con una película. El film de Ruben Fleischer ('Bienvenidos a Zombieland', '30 minutos o menos') es una estilizada actualización de “Los Intocables de Elliot Ness”, que quizá no alcance la maestría de De Palma ni tenga el carisma de Costner y Connery, o al Al Capone de DeNiro, pero tiene un buen guión lleno de buenos diálogos, ritmo desde el minuto uno, escenas potentes, una gran puesta en escena, toneladas de acción y violencia, y un elenco de lujo: Josh Brolin parece un tipo duro salido de un cómic, Gosling sigue en pleno idilio con la cámara y Sean Penn compone un villano muy potente y sanguinario. ¿Su pecado? Su falta absoluta de pretensiones más allá del puro entretenimiento.

5,8
1.693
7
1 de mayo de 2013
1 de mayo de 2013
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hoy se estrena una recomendable comedia argentina que el otro día tuve la suerte de poder ver en pase de prensa. "Dos más dos”, segundo largometraje de Diego Kaplan, nos habla de dos matrimonios de clase alta, uno más “aventurero” y otro más conservador, que deciden animar su monótona vida sexual haciéndose swingers, que no consiste precisamente en bailar swing sino en el intercambio de parejas. Una premisa, no tremendamente original, aunque sí atractiva y perfectamente plausible, que en otras manos, podría haber dado para una película de enredos más, pero Kaplan se toma muy en serio.
El film empieza como una comedia ligera, sofisticada (algunos la comparan con las comedias noventeras de Gómez Pereira), pero se acaba convirtiendo en algo más parecido a un drama, que pone encima de la mesa cuestiones muy serias e incluso incómodas, en un tira y afloja en el que (y esto es de agradecer) todos tienen su cuota de razón. Si el espectador medio fuese capaz de tomarse una comedia como ésta en serio, el film de Kaplan removería silenciosamente los cimientos de más de una pareja. ¿Y si fuera posible escapar de la rutina sexual entregándose al libertinaje mutuamente consentido? No es mi caso, pero me imagino que ver “Dos más dos” en pareja puede ser algo así como ver una escena erótica con tus padres. Algo incómodo.
“Dos más dos” propone un debate entre liberalismo y conservadurismo sexual, un pulso entre estabilidad y emociones fuertes. Después del liberalismo económico, ¿es posible el liberalismo sexual? ¿Se puede revivir la utopía del sexo libre en plena sociedad capitalista? ¿Es posible tenerlo todo, una vida acomodada y sexualmente emocionante? ¿Es posible compartir el placer con otros sin dañar la confianza de la pareja? “Dos más dos” responde a estas preguntas como lo hacen las buenas películas: con más preguntas, aunque quizá el desenlace se decante algo más por el fracaso de la utopía.
La (sorprendente) profundidad con que el guión aborda el tema encuentra su cenit en la escena del primer intercambio, de una tensión, un erotismo y una carga dramática enormes. Sin embargo, el gran acierto del film consiste en alternar dicha seriedad con multitud de situaciones hilarantes que arrancarán la carcajada de la platea, como los partes meteorológicos de Emilia (Julieta Díaz), o la orgiástica fiesta en el chalet, que recuerda a una ‘Eyes wide shut” de andar por casa de campo.
El film empieza como una comedia ligera, sofisticada (algunos la comparan con las comedias noventeras de Gómez Pereira), pero se acaba convirtiendo en algo más parecido a un drama, que pone encima de la mesa cuestiones muy serias e incluso incómodas, en un tira y afloja en el que (y esto es de agradecer) todos tienen su cuota de razón. Si el espectador medio fuese capaz de tomarse una comedia como ésta en serio, el film de Kaplan removería silenciosamente los cimientos de más de una pareja. ¿Y si fuera posible escapar de la rutina sexual entregándose al libertinaje mutuamente consentido? No es mi caso, pero me imagino que ver “Dos más dos” en pareja puede ser algo así como ver una escena erótica con tus padres. Algo incómodo.
“Dos más dos” propone un debate entre liberalismo y conservadurismo sexual, un pulso entre estabilidad y emociones fuertes. Después del liberalismo económico, ¿es posible el liberalismo sexual? ¿Se puede revivir la utopía del sexo libre en plena sociedad capitalista? ¿Es posible tenerlo todo, una vida acomodada y sexualmente emocionante? ¿Es posible compartir el placer con otros sin dañar la confianza de la pareja? “Dos más dos” responde a estas preguntas como lo hacen las buenas películas: con más preguntas, aunque quizá el desenlace se decante algo más por el fracaso de la utopía.
La (sorprendente) profundidad con que el guión aborda el tema encuentra su cenit en la escena del primer intercambio, de una tensión, un erotismo y una carga dramática enormes. Sin embargo, el gran acierto del film consiste en alternar dicha seriedad con multitud de situaciones hilarantes que arrancarán la carcajada de la platea, como los partes meteorológicos de Emilia (Julieta Díaz), o la orgiástica fiesta en el chalet, que recuerda a una ‘Eyes wide shut” de andar por casa de campo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Y luego están los diálogos. A pesar de que los manuales de cine más polvorientos quizá tacharían de excesiva la torrencial discursividad del cine argentino, resulta imposible no dejarse llevar por la fluidez y verborrea de sus intérpretes. “Dos más dos” no es una excepción. Por cierto que todos los actores, no muy conocidos (¿aun?) por estos lares, están geniales. Su único 'pero' quizá sea su mejorable puesta en escena y cierta sensación de pérdida de ritmo y desajuste del tono hacia el último tercio.
Sin embargo, “Dos más dos” sigue siendo una atrevida y muy entretenida disección de los deseos insatisfechos y las fantasías incumplidas de las clases acomodadas, y en general, de cualquier animal civilizado que necesite, parafraseando a Sabina, “pastillas para no soñar”.
Sin embargo, “Dos más dos” sigue siendo una atrevida y muy entretenida disección de los deseos insatisfechos y las fantasías incumplidas de las clases acomodadas, y en general, de cualquier animal civilizado que necesite, parafraseando a Sabina, “pastillas para no soñar”.
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