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Serie

6,7
2.330
10
9 de enero de 2025
9 de enero de 2025
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
* Esta es la primera crítica que escribo en FilmAffinity y la culpa es de esta serie. Después de cerrar la segunda temporada me he puesto a escribir, me he registrado y aquí está...
Una serie que desafía mente y corazón
Desde Fringe, pocas producciones han logrado un equilibrio tan cautivador entre el thriller psicológico, el misterio sobrenatural y el drama humano como La hora del diablo. Protagonizada por una magnética Jessica Raine y un enigmático Peter Capaldi, esta serie británica no solo invita a desentrañar sus capas narrativas, sino que también sumerge al espectador en una experiencia emocionalmente profunda.
La serie destaca por su habilidad para entrelazar temas universales como el sacrificio, el destino y el amor, en un universo donde el tiempo deja de ser lineal para convertirse en un laberinto lleno de ecos y bifurcaciones. Es una obra que exige atención, reflexión y, sobre todo, paciencia.
Jessica Raine, en su papel de Lucy Chambers (me he enamorado de las dos), realiza una interpretación impecable que captura tanto la vulnerabilidad como la fortaleza de un personaje central que debe enfrentar el peso del tiempo y sus ciclos. Peter Capaldi, como Gideon Shepherd, equilibra con maestría una presencia inquietante con momentos de humanidad reveladora. Ambos están acompañados por un elenco secundario sólido que da vida a personajes llenos de matices.
Un banquete narrativo para degustar lentamente
La segunda temporada, aunque responde a muchas preguntas planteadas en la primera, deja abiertas otras tantas, ofreciendo un final que logra equilibrar la satisfacción con el deseo de más. Los temas centrales, como el sacrificio y la búsqueda de propósito, encuentran eco en cada trama secundaria, mientras las dinámicas entre los personajes se vuelven cada vez más complejas y emocionales.
Ver La hora del diablo es como saborear un civet de jabalí acompañado de un vino tinto potente y sabroso: una experiencia intensa, rica en detalles, que invita a un ritmo pausado para apreciar todas sus texturas y matices.
Una serie que desafía mente y corazón
Desde Fringe, pocas producciones han logrado un equilibrio tan cautivador entre el thriller psicológico, el misterio sobrenatural y el drama humano como La hora del diablo. Protagonizada por una magnética Jessica Raine y un enigmático Peter Capaldi, esta serie británica no solo invita a desentrañar sus capas narrativas, sino que también sumerge al espectador en una experiencia emocionalmente profunda.
La serie destaca por su habilidad para entrelazar temas universales como el sacrificio, el destino y el amor, en un universo donde el tiempo deja de ser lineal para convertirse en un laberinto lleno de ecos y bifurcaciones. Es una obra que exige atención, reflexión y, sobre todo, paciencia.
Jessica Raine, en su papel de Lucy Chambers (me he enamorado de las dos), realiza una interpretación impecable que captura tanto la vulnerabilidad como la fortaleza de un personaje central que debe enfrentar el peso del tiempo y sus ciclos. Peter Capaldi, como Gideon Shepherd, equilibra con maestría una presencia inquietante con momentos de humanidad reveladora. Ambos están acompañados por un elenco secundario sólido que da vida a personajes llenos de matices.
Un banquete narrativo para degustar lentamente
La segunda temporada, aunque responde a muchas preguntas planteadas en la primera, deja abiertas otras tantas, ofreciendo un final que logra equilibrar la satisfacción con el deseo de más. Los temas centrales, como el sacrificio y la búsqueda de propósito, encuentran eco en cada trama secundaria, mientras las dinámicas entre los personajes se vuelven cada vez más complejas y emocionales.
Ver La hora del diablo es como saborear un civet de jabalí acompañado de un vino tinto potente y sabroso: una experiencia intensa, rica en detalles, que invita a un ritmo pausado para apreciar todas sus texturas y matices.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Un universo narrativo que trasciende bucles y realidades
En la primera temporada, Lucy Chambers es una trabajadora social atormentada por pesadillas recurrentes y una misteriosa conexión con las 3:33 de la madrugada. Todo cambia al cruzarse con Gideon Shepherd, un prisionero que parece saber más de lo que debería sobre los secretos del tiempo y su vínculo con Lucy. La temporada encaja todas sus piezas en el último capítulo de una forma magistral, revelando el concepto de los bucles temporales.
La segunda temporada retoma la trama en un punto crucial: Lucy sobrevive al incendio que cierra la primera temporada en el bucle primario, pero emerge con los recuerdos y la sensibilidad adquirida en un bucle secundario. En ese bucle alternativo, Lucy vivió como inspectora de policía junto a Ravi Dhillon, su compañero tanto profesional como sentimental, durante toda una vida. Tras la muerte natural de su yo alternativo, Lucy regresa al bucle primario, fusionando las experiencias de ambas existencias.
Sacrificios y conexiones más allá del tiempo
El sacrificio de Ravi al final de la segunda temporada marca uno de los momentos más conmovedores. Su muerte en la explosión para salvar a las víctimas no solo altera el destino de los bucles, sino que también lo conecta emocionalmente con Lucy a través de un amor que trasciende realidades.
Lucy, tras asumir el peso de su doble existencia, enfrenta decisiones desgarradoras. Su muerte en el último capítulo de la segunda temporada, a manos de Gideon, no es un sacrificio inmediato, sino el desenlace natural de una vida completa que reinicia el ciclo y redefine la misión de ambos, sentando las bases para la tercera temporada.
Mientras tanto, su hijo Isaac queda atrapado en el bucle de realidad principal, adoptado por otra familia. Sin embargo, su sensibilidad única parece conectarlo con su madre, como sugiere la escena final, en la que la voz de Lucy resuena en el aire, apuntando a una posible comunicación desde otro bucle temporal.
Personajes secundarios y relaciones humanas
Sylvia, la madre de Lucy, evoluciona de figura frágil a clarividente, gracias a la ayuda de Gideon e Isaac. Su capacidad para aceptar los ecos de otros bucles contrasta con la angustia de otros personajes sensibles, como Ellie Fisher, la niña que Gideon salva del accidente de coche.
La relación entre Lucy y Gideon se redefine constantemente, oscilando entre la colaboración y el enfrentamiento. Por otro lado, el amor entre Lucy y Ravi destaca por su pureza y su capacidad para superar incluso las barreras del tiempo, aportando el núcleo emocional de la serie.
Un final que deja huella y posibilidades abiertas
El desenlace de la segunda temporada cierra algunas dinámicas importantes, pero deja abiertas muchas otras: la identidad del asesino de la explosión sigue siendo un misterio, y la conversación entre Isaac adulto y Gideon en el bucle secundario apunta a conflictos que podrían desarrollarse en la tercera temporada.
A pesar de las preguntas sin respuesta, La hora del diablo ofrece un equilibrio entre satisfacción y expectación. Es un relato profundo, denso lleno de simbolismos, matices y dilemas morales, que invita a reflexionar sobre nuestras decisiones y su impacto en las vidas propias y ajenas.
Con interpretaciones magistrales, una narrativa intrincada y una atmósfera que atrapa desde el primer minuto, esta serie es un imprescindible para los amantes del misterio y el drama psicológico. Ahora, solo queda esperar (tal vez a finales de este año) el cierre definitivo (o no definitivo) de los bucles en la tercera temporada. Por suerte ya está renovada y la historia lo merece.
En la primera temporada, Lucy Chambers es una trabajadora social atormentada por pesadillas recurrentes y una misteriosa conexión con las 3:33 de la madrugada. Todo cambia al cruzarse con Gideon Shepherd, un prisionero que parece saber más de lo que debería sobre los secretos del tiempo y su vínculo con Lucy. La temporada encaja todas sus piezas en el último capítulo de una forma magistral, revelando el concepto de los bucles temporales.
La segunda temporada retoma la trama en un punto crucial: Lucy sobrevive al incendio que cierra la primera temporada en el bucle primario, pero emerge con los recuerdos y la sensibilidad adquirida en un bucle secundario. En ese bucle alternativo, Lucy vivió como inspectora de policía junto a Ravi Dhillon, su compañero tanto profesional como sentimental, durante toda una vida. Tras la muerte natural de su yo alternativo, Lucy regresa al bucle primario, fusionando las experiencias de ambas existencias.
Sacrificios y conexiones más allá del tiempo
El sacrificio de Ravi al final de la segunda temporada marca uno de los momentos más conmovedores. Su muerte en la explosión para salvar a las víctimas no solo altera el destino de los bucles, sino que también lo conecta emocionalmente con Lucy a través de un amor que trasciende realidades.
Lucy, tras asumir el peso de su doble existencia, enfrenta decisiones desgarradoras. Su muerte en el último capítulo de la segunda temporada, a manos de Gideon, no es un sacrificio inmediato, sino el desenlace natural de una vida completa que reinicia el ciclo y redefine la misión de ambos, sentando las bases para la tercera temporada.
Mientras tanto, su hijo Isaac queda atrapado en el bucle de realidad principal, adoptado por otra familia. Sin embargo, su sensibilidad única parece conectarlo con su madre, como sugiere la escena final, en la que la voz de Lucy resuena en el aire, apuntando a una posible comunicación desde otro bucle temporal.
Personajes secundarios y relaciones humanas
Sylvia, la madre de Lucy, evoluciona de figura frágil a clarividente, gracias a la ayuda de Gideon e Isaac. Su capacidad para aceptar los ecos de otros bucles contrasta con la angustia de otros personajes sensibles, como Ellie Fisher, la niña que Gideon salva del accidente de coche.
La relación entre Lucy y Gideon se redefine constantemente, oscilando entre la colaboración y el enfrentamiento. Por otro lado, el amor entre Lucy y Ravi destaca por su pureza y su capacidad para superar incluso las barreras del tiempo, aportando el núcleo emocional de la serie.
Un final que deja huella y posibilidades abiertas
El desenlace de la segunda temporada cierra algunas dinámicas importantes, pero deja abiertas muchas otras: la identidad del asesino de la explosión sigue siendo un misterio, y la conversación entre Isaac adulto y Gideon en el bucle secundario apunta a conflictos que podrían desarrollarse en la tercera temporada.
A pesar de las preguntas sin respuesta, La hora del diablo ofrece un equilibrio entre satisfacción y expectación. Es un relato profundo, denso lleno de simbolismos, matices y dilemas morales, que invita a reflexionar sobre nuestras decisiones y su impacto en las vidas propias y ajenas.
Con interpretaciones magistrales, una narrativa intrincada y una atmósfera que atrapa desde el primer minuto, esta serie es un imprescindible para los amantes del misterio y el drama psicológico. Ahora, solo queda esperar (tal vez a finales de este año) el cierre definitivo (o no definitivo) de los bucles en la tercera temporada. Por suerte ya está renovada y la historia lo merece.

5,5
28.131
7
11 de enero de 2025
11 de enero de 2025
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Recuerdo cuando, por casualidad, vi esta película. En aquella época vivía a cuarenta kilómetros de Barcelona, aunque trabajaba y la mayor parte de mi vida social estaba también allí... Por algún motivo, por la tarde tuve que estar varias horas antes de volver a casa. Y, sorprendentemente, no tenía absolutamente nada que hacer, total que me metí en un cine del Paralelo y allí me la encontré... Un regalo.
Demolition Man es una de esas películas que, en su momento, podía parecer "solo otra cinta de acción" con Sylvester Stallone y Wesley Snipes enfrentados en un futuro distópico. Pero con el paso del tiempo, ha demostrado ser mucho más que eso.
Es un artefacto que mezcla acción y comedia con una inteligente crítica social, tocando temas que han ganado relevancia con los años: la pérdida de la libertad personal, la obsesión por la perfección social y los riesgos de un exceso de regulación en la vida cotidiana.
La película también destaca por sus personajes memorables. John Spartan, el héroe rudo y directo, choca frontalmente con un futuro aparentemente ideal pero lleno de absurdos. Simon Phoenix, su antagonista, es un villano carismático y excéntrico que roba cada escena. Además, Sandra Bullock (me enamoré de ella) aporta frescura y humor en un papel que, aunque en un futuro utópico, refleja la fascinación por la humanidad pasada.
Está claro que no es una gran obra del séptimo arte, pero con un diseño visual que mezcla lo futurista con un aire noventero y una dirección que no teme ser irreverente, Demolition Man ha resistido al tiempo como una película que no solo entretiene y divierte, sino que invita a reflexionar.
Demolition Man es una de esas películas que, en su momento, podía parecer "solo otra cinta de acción" con Sylvester Stallone y Wesley Snipes enfrentados en un futuro distópico. Pero con el paso del tiempo, ha demostrado ser mucho más que eso.
Es un artefacto que mezcla acción y comedia con una inteligente crítica social, tocando temas que han ganado relevancia con los años: la pérdida de la libertad personal, la obsesión por la perfección social y los riesgos de un exceso de regulación en la vida cotidiana.
La película también destaca por sus personajes memorables. John Spartan, el héroe rudo y directo, choca frontalmente con un futuro aparentemente ideal pero lleno de absurdos. Simon Phoenix, su antagonista, es un villano carismático y excéntrico que roba cada escena. Además, Sandra Bullock (me enamoré de ella) aporta frescura y humor en un papel que, aunque en un futuro utópico, refleja la fascinación por la humanidad pasada.
Está claro que no es una gran obra del séptimo arte, pero con un diseño visual que mezcla lo futurista con un aire noventero y una dirección que no teme ser irreverente, Demolition Man ha resistido al tiempo como una película que no solo entretiene y divierte, sino que invita a reflexionar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Lo que realmente hace que Demolition Man sea inolvidable son sus detalles únicos y escenas que se han grabado en la memoria colectiva. El concepto de las tres conchas en lugar del papel higiénico es uno de los mayores misterios del cine, un guiño tan absurdo como genial que aún genera debates.
El futuro que presenta la película es tan hilarante como inquietante: todo lo que pueda ser ofensivo está prohibido, desde decir palabrotas (multa inmediata) hasta comer carne o tener relaciones sexuales físicas. Incluso los restaurantes de lujo se reducen a una sola opción: Taco Bell (o Pizza Hut, según la región de distribución). Todo está tan controlado que termina siendo un lugar donde la humanidad parece haber perdido parte de su esencia.
En ese contexto, Spartan y Phoenix son las fuerzas opuestas que rompen con el statu quo. Mientras Spartan representa la brutal honestidad y la necesidad de equilibrio, Phoenix encarna el caos absoluto, cuestionando si el control extremo es realmente la solución. Sus enfrentamientos son tan intensos como entretenidos, con diálogos y escenas de acción que no han perdido fuerza con los años.
Al final, Demolition Man no solo es una película de acción y comedia; es un recordatorio satírico de los riesgos de sacrificar la libertad y la individualidad en nombre de una supuesta perfección. Entrar en aquel cine del Paralelo fue, sin duda, una suerte.
El futuro que presenta la película es tan hilarante como inquietante: todo lo que pueda ser ofensivo está prohibido, desde decir palabrotas (multa inmediata) hasta comer carne o tener relaciones sexuales físicas. Incluso los restaurantes de lujo se reducen a una sola opción: Taco Bell (o Pizza Hut, según la región de distribución). Todo está tan controlado que termina siendo un lugar donde la humanidad parece haber perdido parte de su esencia.
En ese contexto, Spartan y Phoenix son las fuerzas opuestas que rompen con el statu quo. Mientras Spartan representa la brutal honestidad y la necesidad de equilibrio, Phoenix encarna el caos absoluto, cuestionando si el control extremo es realmente la solución. Sus enfrentamientos son tan intensos como entretenidos, con diálogos y escenas de acción que no han perdido fuerza con los años.
Al final, Demolition Man no solo es una película de acción y comedia; es un recordatorio satírico de los riesgos de sacrificar la libertad y la individualidad en nombre de una supuesta perfección. Entrar en aquel cine del Paralelo fue, sin duda, una suerte.
7
14 de abril de 2025
14 de abril de 2025
33 de 65 usuarios han encontrado esta crítica útil
* Crítica actualizada hasta el episodio 2x05. Última edición: 12/05/2025.
Adaptar es arriesgar
No era cualquier cosa convertir en una serie un videojuego como The Last of Us. No solo por la carga emocional, la violencia o la intensidad del viaje, sino porque ya contaba su historia de forma magistral. Y lo lograron. Lo difícil viene después: mantener el nivel y atreverse a seguir avanzando. Esta segunda temporada sube la apuesta. Sigue siendo una historia de supervivencia, pero también de justicia, venganza y decisiones difíciles. Lo importante no es si se aleja o no del juego, sino si lo que cuenta tiene sentido, peso y emoción.
La serie evoluciona como lo que es: una ficción que adapta el videojuego, toma sus propias decisiones narrativas y construye su propio pulso. El problema es que algunas de esas elecciones pueden restar más que sumar. Por el contrario, una fidelidad extrema al material original puede ser una virtud, pero también un límite. Por eso resultan comprensibles —y justificadas— las críticas de quienes esperaban una adaptación más literal, así como el impacto que genera en quienes llegan sin haber jugado y reciben de golpe toda su crudeza.
Hay momentos en los que la fidelidad al material original se vuelve una jaula, y otros en los que desviarse genera problemas sobre la coherencia temática. Pero eso es lo que hace que The Last of Us tenga pulso: no juega a lo seguro. Esta serie no te quiere cómodo. Por eso incomoda a jugadores veteranos y sorprende brutalmente a quienes llegan vírgenes. ¿Es esto lo que querías? Tal vez no. ¿Es lo que necesita esta historia? Al final, es televisión, que necesita encontrar su modo de respirar, expandirse... y eso implica asumir riesgos.
Una lección de estructura narrativa
El primer episodio define el nuevo contexto: Joel y Ellie comparten espacio en la comunidad de Jackson, pero el peso del pasado los distancia. Apenas hablan, se esquivan sin querer. Sin embargo, bajo ese silencio persiste la lealtad que los une… ahora en un entorno más colectivo que abre posibilidades, convirtiéndose en el caldo de cultivo para lo que está por venir. Un terreno fértil para que, en el siguiente capítulo, irrumpan las primeras sacudidas.
La estructura narrativa de esta segunda temporada hace un uso inteligente del arranque: no solo asienta a los personajes en su nuevo escenario, sino que siembra tensiones latentes que no tardarán en estallar. Ese primer episodio actúa como una calma tensa antes del impacto, marcando el tono de un viaje emocional tan intenso como implacable. Así, la serie reafirma su músculo dramático y prepara el camino para lo que vendrá después.
Explosión desatada: devastación y nuevos caminos.
Sin entrar en spoilers, los primeros giros devastadores de la temporada no tardan en aparecer y marcan un punto de inflexión, obligando a los personajes —especialmente a Ellie— a reconstruir sus vidas y encontrar sentido en medio del caos. La serie, entre nuevos personajes, flashbacks y escenarios que amplían el universo narrativo, sigue explorando las consecuencias de la violencia y las relaciones humanas en un mundo postapocalíptico.
Entre esas nuevas presencias destaca Abby, interpretada por una gran Kaitlyn Dever, una figura oscura que irrumpe con fuerza desde el principio. Su aparición introduce dilemas morales y una enorme potencia dramática en torno a la justicia, la venganza y los grises emocionales que tanto definen esta historia. Isabela Merced también apunta alto desde el primer episodio como una maravillosa Dina, puro carisma en su dúo muy químico (y algo más) con Ellie.
Las tramas van equilibrando los momentos de acción, devastación y dolor con pausas introspectivas y diálogos, que permiten respirar y reconectar con los dilemas morales y los sentimientos profundos, manteniendo la tensión y evitando caer en lo previsible. Después de los dos primeros episodios, la base narrativa queda definida, y es fácil intuir la devastación y la dureza de lo que vendrá después: un viaje intenso y brutal.
Conclusión (provisional)
Craig Mazin y Neil Druckmann siguen fieles al material original, pero no temen aportar capas nuevas, enriquecer (y hasta inventar) personajes o incluso abrir caminos distintos que no traicionan, sino que expanden el universo. La dirección y la fotografía brillan. La estructura temporal fragmentada me parece una apuesta valiente y coherente con el tono introspectivo de la historia. La narración no siempre es lineal porque las emociones tampoco lo son.
En lo técnico, no la vamos a descubrir ahora. La serie suma y sigue... mantiene un nivel alto. Cuenta con numerosos escenarios para desarrollar la historia, visualmente sigue siendo espectacular, con decorados muy cuidados, una banda sonora maravillosa, y unos efectos especiales que están a la altura. El CGI, además, cumple con creces.
Como distopía y como concepto, sigue funcionando: una ambientación muy lograda al servicio de una historia que continúa atrapando, afinando detalles y puliendo su ejecución. El enfoque narrativo es ahora por momentos más reposado, y también más transversal que en la primera temporada, pero sin perder intensidad.
Queda claro —si es que alguien tenía dudas—: aquí se viene a sufrir, a tomar decisiones morales imposibles y a convivir con el trauma. Todo con una factura impecable, eso sí, para que el mazazo entre con estilo. Segunda temporada: nuevas capas, viejas heridas… y la misma patada directa al estómago.
No es solo lo que ves, es lo que te deja sintiendo. Quizá el mundo cayó, sí… pero algunos siguen en pie y la historia sigue su curso.
Adaptar es arriesgar
No era cualquier cosa convertir en una serie un videojuego como The Last of Us. No solo por la carga emocional, la violencia o la intensidad del viaje, sino porque ya contaba su historia de forma magistral. Y lo lograron. Lo difícil viene después: mantener el nivel y atreverse a seguir avanzando. Esta segunda temporada sube la apuesta. Sigue siendo una historia de supervivencia, pero también de justicia, venganza y decisiones difíciles. Lo importante no es si se aleja o no del juego, sino si lo que cuenta tiene sentido, peso y emoción.
La serie evoluciona como lo que es: una ficción que adapta el videojuego, toma sus propias decisiones narrativas y construye su propio pulso. El problema es que algunas de esas elecciones pueden restar más que sumar. Por el contrario, una fidelidad extrema al material original puede ser una virtud, pero también un límite. Por eso resultan comprensibles —y justificadas— las críticas de quienes esperaban una adaptación más literal, así como el impacto que genera en quienes llegan sin haber jugado y reciben de golpe toda su crudeza.
Hay momentos en los que la fidelidad al material original se vuelve una jaula, y otros en los que desviarse genera problemas sobre la coherencia temática. Pero eso es lo que hace que The Last of Us tenga pulso: no juega a lo seguro. Esta serie no te quiere cómodo. Por eso incomoda a jugadores veteranos y sorprende brutalmente a quienes llegan vírgenes. ¿Es esto lo que querías? Tal vez no. ¿Es lo que necesita esta historia? Al final, es televisión, que necesita encontrar su modo de respirar, expandirse... y eso implica asumir riesgos.
Una lección de estructura narrativa
El primer episodio define el nuevo contexto: Joel y Ellie comparten espacio en la comunidad de Jackson, pero el peso del pasado los distancia. Apenas hablan, se esquivan sin querer. Sin embargo, bajo ese silencio persiste la lealtad que los une… ahora en un entorno más colectivo que abre posibilidades, convirtiéndose en el caldo de cultivo para lo que está por venir. Un terreno fértil para que, en el siguiente capítulo, irrumpan las primeras sacudidas.
La estructura narrativa de esta segunda temporada hace un uso inteligente del arranque: no solo asienta a los personajes en su nuevo escenario, sino que siembra tensiones latentes que no tardarán en estallar. Ese primer episodio actúa como una calma tensa antes del impacto, marcando el tono de un viaje emocional tan intenso como implacable. Así, la serie reafirma su músculo dramático y prepara el camino para lo que vendrá después.
Explosión desatada: devastación y nuevos caminos.
Sin entrar en spoilers, los primeros giros devastadores de la temporada no tardan en aparecer y marcan un punto de inflexión, obligando a los personajes —especialmente a Ellie— a reconstruir sus vidas y encontrar sentido en medio del caos. La serie, entre nuevos personajes, flashbacks y escenarios que amplían el universo narrativo, sigue explorando las consecuencias de la violencia y las relaciones humanas en un mundo postapocalíptico.
Entre esas nuevas presencias destaca Abby, interpretada por una gran Kaitlyn Dever, una figura oscura que irrumpe con fuerza desde el principio. Su aparición introduce dilemas morales y una enorme potencia dramática en torno a la justicia, la venganza y los grises emocionales que tanto definen esta historia. Isabela Merced también apunta alto desde el primer episodio como una maravillosa Dina, puro carisma en su dúo muy químico (y algo más) con Ellie.
Las tramas van equilibrando los momentos de acción, devastación y dolor con pausas introspectivas y diálogos, que permiten respirar y reconectar con los dilemas morales y los sentimientos profundos, manteniendo la tensión y evitando caer en lo previsible. Después de los dos primeros episodios, la base narrativa queda definida, y es fácil intuir la devastación y la dureza de lo que vendrá después: un viaje intenso y brutal.
Conclusión (provisional)
Craig Mazin y Neil Druckmann siguen fieles al material original, pero no temen aportar capas nuevas, enriquecer (y hasta inventar) personajes o incluso abrir caminos distintos que no traicionan, sino que expanden el universo. La dirección y la fotografía brillan. La estructura temporal fragmentada me parece una apuesta valiente y coherente con el tono introspectivo de la historia. La narración no siempre es lineal porque las emociones tampoco lo son.
En lo técnico, no la vamos a descubrir ahora. La serie suma y sigue... mantiene un nivel alto. Cuenta con numerosos escenarios para desarrollar la historia, visualmente sigue siendo espectacular, con decorados muy cuidados, una banda sonora maravillosa, y unos efectos especiales que están a la altura. El CGI, además, cumple con creces.
Como distopía y como concepto, sigue funcionando: una ambientación muy lograda al servicio de una historia que continúa atrapando, afinando detalles y puliendo su ejecución. El enfoque narrativo es ahora por momentos más reposado, y también más transversal que en la primera temporada, pero sin perder intensidad.
Queda claro —si es que alguien tenía dudas—: aquí se viene a sufrir, a tomar decisiones morales imposibles y a convivir con el trauma. Todo con una factura impecable, eso sí, para que el mazazo entre con estilo. Segunda temporada: nuevas capas, viejas heridas… y la misma patada directa al estómago.
No es solo lo que ves, es lo que te deja sintiendo. Quizá el mundo cayó, sí… pero algunos siguen en pie y la historia sigue su curso.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Punto de inflexión
El segundo capítulo es, literalmente, brutal. No solo marca el rumbo emocional y narrativo de la temporada, sino que impacta, sorprende y lo hace con una precisión milimétrica en el momento justo. 'Through the Valley' ya es historia de la televisión: un episodio enorme, de los que se quedan. De los que se comentan, se discuten, se sienten. Violento, hermoso, íntimo y devastador.
Todo está conectado y las decisiones tienen consecuencias. La brutal venganza de Abby no solo arrebata a Ellie su figura de referencia, también es el desencadenante que dinamita toda posibilidad de estabilidad o refugio. Si alguien esperaba una temporada con Jackson como un remanso de paz o seguridad, pronto descubre que ese espejismo no tiene cabida en este mundo.
Se ha hablado mucho de la brutalidad de la muerte de Joel a manos de Abby, una escena de una crudeza brutal. Pero el plano final del episodio golpea aún más fuerte: Ellie y Dina cabalgando en la nieve, arrastrando su cuerpo envuelto. La inmensidad blanca, el silencio absoluto, la lejanía de las montañas. No hay palabras. No hay música. Solo vacío. Esa imagen lo dice todo.
La llegada de Abby no solo sacude la trama, también reformula la forma de mirar lo que está en juego. La serie, como el juego, elige contar la historia desde dos ángulos enfrentados, sin juicios morales ni concesiones. No busca justificar, pero sí confrontar. Y en ese choque incómodo reside buena parte de la fuerza de esta temporada.
Levantarse y seguir
El dramatismo no está solo en el golpe asestado, sino en lo que vendrá después: en cómo se vive el duelo, en cómo se canaliza la rabia, en cómo Ellie empieza a redefinirse desde la pérdida. Porque aquí no hay tiempo para llorar: la historia sigue, y lo que viene no será más fácil.
La temporada avanza con crudeza y sin respuestas fáciles ni concesiones. La violencia cala, los lazos personales se tensan y cada decisión pesa. Torturas despiadadas, embarazos que llegan sin manual, confidencias extremas y canciones que evocan lo perdido... todo se mezcla en un relato donde la ambigüedad moral no es solo un recurso narrativo: Isaac, Abby, Dina, Ellie, Serafitas, Lobos… todos arrastran cicatrices y facturas que alimentan el conflicto.
La grieta entre lo justo y lo necesario
Con escenarios como el hospital de Lake Hill, donde la oscuridad se vuelve tangible y las paredes respiran esporas, la tensión se multiplica. El terror biológico se hace carne, y también culpa. Allí donde Ellie es inmune, el resto se asfixia. Allí donde antes hubo ciencia, ahora reina la podredumbre. La inmunidad de Ellie no trae respuestas: es un enigma que solo multiplica la grieta entre lo justo y lo necesario. Y cuando esa grieta se abre del todo, ella ya no pregunta: golpea.
En este mundo postfúngico, solo quedan cicatrices y la certeza de que no hay vuelta atrás. Cada paso es irreversible, marcado por la pérdida, la culpa, la venganza… ¿la redención? Pero al final, cuando todo ha sido devastado, lo único que queda es levantarse y seguir. Aunque ya no seas la misma persona que empezó a caminar.
El resultado es un absoluto acierto narrativo. Lo han vuelto a hacer: no se han limitado a copiar, han sabido transformar. Han tomado la esencia del juego y la han reescrito en el lenguaje de la televisión con inteligencia.
El segundo capítulo es, literalmente, brutal. No solo marca el rumbo emocional y narrativo de la temporada, sino que impacta, sorprende y lo hace con una precisión milimétrica en el momento justo. 'Through the Valley' ya es historia de la televisión: un episodio enorme, de los que se quedan. De los que se comentan, se discuten, se sienten. Violento, hermoso, íntimo y devastador.
Todo está conectado y las decisiones tienen consecuencias. La brutal venganza de Abby no solo arrebata a Ellie su figura de referencia, también es el desencadenante que dinamita toda posibilidad de estabilidad o refugio. Si alguien esperaba una temporada con Jackson como un remanso de paz o seguridad, pronto descubre que ese espejismo no tiene cabida en este mundo.
Se ha hablado mucho de la brutalidad de la muerte de Joel a manos de Abby, una escena de una crudeza brutal. Pero el plano final del episodio golpea aún más fuerte: Ellie y Dina cabalgando en la nieve, arrastrando su cuerpo envuelto. La inmensidad blanca, el silencio absoluto, la lejanía de las montañas. No hay palabras. No hay música. Solo vacío. Esa imagen lo dice todo.
La llegada de Abby no solo sacude la trama, también reformula la forma de mirar lo que está en juego. La serie, como el juego, elige contar la historia desde dos ángulos enfrentados, sin juicios morales ni concesiones. No busca justificar, pero sí confrontar. Y en ese choque incómodo reside buena parte de la fuerza de esta temporada.
Levantarse y seguir
El dramatismo no está solo en el golpe asestado, sino en lo que vendrá después: en cómo se vive el duelo, en cómo se canaliza la rabia, en cómo Ellie empieza a redefinirse desde la pérdida. Porque aquí no hay tiempo para llorar: la historia sigue, y lo que viene no será más fácil.
La temporada avanza con crudeza y sin respuestas fáciles ni concesiones. La violencia cala, los lazos personales se tensan y cada decisión pesa. Torturas despiadadas, embarazos que llegan sin manual, confidencias extremas y canciones que evocan lo perdido... todo se mezcla en un relato donde la ambigüedad moral no es solo un recurso narrativo: Isaac, Abby, Dina, Ellie, Serafitas, Lobos… todos arrastran cicatrices y facturas que alimentan el conflicto.
La grieta entre lo justo y lo necesario
Con escenarios como el hospital de Lake Hill, donde la oscuridad se vuelve tangible y las paredes respiran esporas, la tensión se multiplica. El terror biológico se hace carne, y también culpa. Allí donde Ellie es inmune, el resto se asfixia. Allí donde antes hubo ciencia, ahora reina la podredumbre. La inmunidad de Ellie no trae respuestas: es un enigma que solo multiplica la grieta entre lo justo y lo necesario. Y cuando esa grieta se abre del todo, ella ya no pregunta: golpea.
En este mundo postfúngico, solo quedan cicatrices y la certeza de que no hay vuelta atrás. Cada paso es irreversible, marcado por la pérdida, la culpa, la venganza… ¿la redención? Pero al final, cuando todo ha sido devastado, lo único que queda es levantarse y seguir. Aunque ya no seas la misma persona que empezó a caminar.
El resultado es un absoluto acierto narrativo. Lo han vuelto a hacer: no se han limitado a copiar, han sabido transformar. Han tomado la esencia del juego y la han reescrito en el lenguaje de la televisión con inteligencia.
6
8 de marzo de 2025
8 de marzo de 2025
5 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde un mundo hiperconsumista saltamos a la distopía: el avance implacable de la naturaleza… y el silencio abrumador de una humanidad casi extinta. Nada nuevo bajo el sol postapocalíptico, pero con una fotografía y un montaje de planos que clavan la sensación de hecatombe. La cosa arranca bien, con una atmósfera potente y una promesa de profundidad que, poco a poco, se diluye.
El universo de Earth Abides tiene potencial para varias temporadas, pero aquí todo ocurre a la velocidad de un apocalipsis exprés. La serie condensa tramas y evoluciones como si alguien hubiera pulsado el botón de avance rápido. ¿Momentos épicos? El inicio lo es… y poco más. La narración no deja que el impacto repose, como si temiera que la audiencia perdiera el interés si no le dan el fin del mundo en bandeja.
Entre el caos y la reconstrucción, hay momentos de gran candidez, casi entrañables, especialmente en su tratamiento de la tensión entre fe y racionalidad. Un dilema interesante, pero abordado de manera básica y predecible, siguiendo un esquema convencional de crisis, duda, resolución y redención. La idea de fondo tiene fuerza, pero su desarrollo resulta simplista e infantil, sin el peso dramático que debería sostenerla.
Y así, todo sigue su curso en la serie, la existencia pasa, y al final, la esperanza y el instinto de supervivencia se revelan como el verdadero motor de todo. Más que una historia de grandes gestas heroicas, es un relato de resistencia cotidiana. Y no está mal que sea así. Al final, la mayor hazaña no es salvar a la humanidad, sino sobrevivir a ella. Porque lo difícil no es cambiar el mundo, sino seguir en pie dentro de él.
El reparto cumple: Alexander Ludwig juega bien su papel de duro contenido, y su Ish, académico y nervioso, encuentra equilibrio con la Emma decidida y poderosa de Dukes. El resto del elenco está bien encajado y, como la vida, va fluyendo… Si le añadimos la solidez interpretativa de Aaron Tveit, el resultado es convincente, aunque no excelente.
A veces, las dinámicas resbalan en lo tópico y lo convencional. No inventa la rueda, pero sí rueda con dignidad. ¿Es predecible? bastante. ¿Es entretenida? También. Si buscas un apocalipsis bonito y apañado, aquí lo tienes, con la fuerza justa para que pulses "siguiente capítulo". Y así, va funcionando…
Calificación: B- / C+
El universo de Earth Abides tiene potencial para varias temporadas, pero aquí todo ocurre a la velocidad de un apocalipsis exprés. La serie condensa tramas y evoluciones como si alguien hubiera pulsado el botón de avance rápido. ¿Momentos épicos? El inicio lo es… y poco más. La narración no deja que el impacto repose, como si temiera que la audiencia perdiera el interés si no le dan el fin del mundo en bandeja.
Entre el caos y la reconstrucción, hay momentos de gran candidez, casi entrañables, especialmente en su tratamiento de la tensión entre fe y racionalidad. Un dilema interesante, pero abordado de manera básica y predecible, siguiendo un esquema convencional de crisis, duda, resolución y redención. La idea de fondo tiene fuerza, pero su desarrollo resulta simplista e infantil, sin el peso dramático que debería sostenerla.
Y así, todo sigue su curso en la serie, la existencia pasa, y al final, la esperanza y el instinto de supervivencia se revelan como el verdadero motor de todo. Más que una historia de grandes gestas heroicas, es un relato de resistencia cotidiana. Y no está mal que sea así. Al final, la mayor hazaña no es salvar a la humanidad, sino sobrevivir a ella. Porque lo difícil no es cambiar el mundo, sino seguir en pie dentro de él.
El reparto cumple: Alexander Ludwig juega bien su papel de duro contenido, y su Ish, académico y nervioso, encuentra equilibrio con la Emma decidida y poderosa de Dukes. El resto del elenco está bien encajado y, como la vida, va fluyendo… Si le añadimos la solidez interpretativa de Aaron Tveit, el resultado es convincente, aunque no excelente.
A veces, las dinámicas resbalan en lo tópico y lo convencional. No inventa la rueda, pero sí rueda con dignidad. ¿Es predecible? bastante. ¿Es entretenida? También. Si buscas un apocalipsis bonito y apañado, aquí lo tienes, con la fuerza justa para que pulses "siguiente capítulo". Y así, va funcionando…
Calificación: B- / C+
Episodio

7,2
5.394
8
17 de abril de 2025
17 de abril de 2025
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo comienza con un tono amable, casi de comedia costumbrista. Una pareja corriente entrañable se enfrenta una situación límite: una enfermedad terminal lo pone todo patas arriba. Una empresa puntera ofrece lo impensable: una solución médica revolucionaria. Una oportunidad y una esperanza... A partir de ahí, la sonrisa se va borrando. El episodio va virando hacia una sátira cada vez más cruda.
La aparente esperanza tecnológica se revela como un escaparate clínico del sistema: un lugar donde la salud se convierte en producto, la vida en moneda de cambio, y el acceso al cuidado médico en un privilegio que debes pagar. Lo que parecía una utopía personalizada se transforma en una pesadilla tramposa, sin manual de instrucciones y con letra pequeña.
Esto no es una advertencia distópica. Es una metáfora precisa y escalofriante de algo que ya está ocurriendo: la transformación del derecho a la salud en un servicio premium, donde solo quienes pueden permitirse pagar entran por la puerta principal, y los demás se quedan fuera. La crítica social está bien servida, al punto y afilada como el cuchillo de la carne.
Bajo la estética pulida y los modales tecnológicamente correctos, se esconde un sistema profundamente deshumanizado, donde el beneficio pesa más que la vida misma. La ciencia ficción aquí no sirve para imaginar futuros improbables, sino para desnudar el presente con brutal claridad.
La factura técnica y narrativa es impecable. El tono va mutando con precisión: empieza ligero, casi simpático, se vuelve ácido, incómodo, hasta que desemboca en un desenlace que no busca consuelo ni redención. Un golpe con la mano abierta que resuena y deja marca.
Black Mirror en estado puro. Una historia incómoda, provocadora y, lo más perturbador de todo, demasiado real.
Nota: B+
La aparente esperanza tecnológica se revela como un escaparate clínico del sistema: un lugar donde la salud se convierte en producto, la vida en moneda de cambio, y el acceso al cuidado médico en un privilegio que debes pagar. Lo que parecía una utopía personalizada se transforma en una pesadilla tramposa, sin manual de instrucciones y con letra pequeña.
Esto no es una advertencia distópica. Es una metáfora precisa y escalofriante de algo que ya está ocurriendo: la transformación del derecho a la salud en un servicio premium, donde solo quienes pueden permitirse pagar entran por la puerta principal, y los demás se quedan fuera. La crítica social está bien servida, al punto y afilada como el cuchillo de la carne.
Bajo la estética pulida y los modales tecnológicamente correctos, se esconde un sistema profundamente deshumanizado, donde el beneficio pesa más que la vida misma. La ciencia ficción aquí no sirve para imaginar futuros improbables, sino para desnudar el presente con brutal claridad.
La factura técnica y narrativa es impecable. El tono va mutando con precisión: empieza ligero, casi simpático, se vuelve ácido, incómodo, hasta que desemboca en un desenlace que no busca consuelo ni redención. Un golpe con la mano abierta que resuena y deja marca.
Black Mirror en estado puro. Una historia incómoda, provocadora y, lo más perturbador de todo, demasiado real.
Nota: B+
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