Icíar Bollaín es una directora que pone énfasis en personajes honestos y de tal franqueza que lo que hacen es franquear las normas sociales, las morales impuestas, la hipocresía, es decir, todo lo que abunda. Y lo hace de adentro hacia afuera, dejando que la narrativa vaya englobando ese sentir de libertad para alcanzar por fin alguna meta, para dejar de correr, de gritar, de padecer lo que la vida no es, que es el sufrimiento tuyo por los demás. Pero es que la vida grita por todos lados y aturde, y ensordece hasta que nos damos cuenta que ha acallado la voz de nuestro interior y será tarde si no volvemos a escucharla...Dese aquí, desde las voces de los personajes, se teje una película hermosa, de saber retroceder para vencer, de lucha por no dejar de ser y estar con las cosas que nos hacen bien. Grandes actuaciones le ponen el broche de oro y si entonces canta Rozalén; punto y final.

Animado y musical, teatralizado en una diversidad de personajes que hacen las delicias del espectador. La narración es fácil y resultona pero el entusiasmo de las ondas y los melindres del sueño americano dan con el tono ameno y divertido que se le exige a cualquier producto de estas características. Es una película para sonreír, para disfrutar sin pensar en nada más. El corte clásico ayuda a que el patrón se ciña a un buen producto.
A cantar.

Zhang Yimou sigue explorando los diferentes ambientes históricos de su país, extrayendo historias fundamentadas en el sentimiento puro. La vida en su cine es un tiempo de espera, un letargo avasallador de proporciones humanas muy profundas. Su aptitud como artista toma la pantalla y ordena una serie de elementos cinematográficos de gran belleza, véase, ciertos momentos de montaje que acrecientan con acierto el drama expuesto; o la repetición intencionada de ciertas escenas que hablan de la integridad y pureza de sus personajes principales.
Obra tras obra, Yimou ofrece al espectador un viaje hacia la inmensidad humana, una ruta hacia lo que podría resumirse como que La vida por sí sola es la mayor de las aventuras.

Un cine para repetir.

Una película con la única pretensión de copar taquilla. Provista de un guión tramposo, deslavazado que deja todo el protagonismo a escenas de acción carentes de fundamento y/o originalidad. A Jackman se le nota desmotivado, carente de toda mordiente (o zarpazo) interpretativa, si es que tiene alguna, y se le puede entender. Músculo, acero (adamantium, perdón) y fotografía para postales. Bah, deprimente, clichés más que cada 2 por 3, cada 3 por 3. En definitiva, bastante esfuerzo es para el cinéfilo llegar al final de la película y si llegado a ese punto se encuentra, apagará y a otra cosa. Un saludo.

Porque el film tiene un cuerpo atrevido y transgresor; así como una feminidad cinéfila que lleva hasta el paroxismo el magnetismo visual, a través de esa violenta transmutación -entre gore y mística- del personaje de este western post-fronterizo, si hablamos de cruzar clichés y estereotipos. En este sentido, la directora infunde su lenguaje con brillantes soluciones de montaje rey, como por ejemplo: la manzana oxidándose, los insectos o reptiles como alter ego, la matriz poderosa de águila, etc.

Todo ello engarza una elocuencia bizarra con el objetivo de denigrar ese concepto de virilidad aceptado socialmente y que resulta burdo, asqueroso y grosero.

Una aderezada muestra de violencia de género donde el pecado y la provocación no eximen del derecho de justicia, aunque el fin sea el ojo por ojo, diente por diente.

Se necesita tomar el pulso a medida que la narración avanza, continua, beligerante,...hacia un final de tensión bien aquilatada controlando el tempo de la escena. Bravo por su vibrante y alucinada puesta en escena. Su escenografía sabe a mítica, a culto...Apasionada, desbordada, delirante. Buena forma de entender que hay que dejarse la sangre en el tintero. En suma, buena película.