Se trata de una historia ─aparentemente basada en hechos reales─ que une a tres grupos de personajes totalmente ajenos entre sí. Un infarto de un participante de uno de esos grupos los une y da razón al resto de la historia, modificando la vida de todos.
A mí me aburrió bastante, no percibí ni intento de comedia ni de drama en el guión, sino más bien una lasitud permanente que no conduce a ninguna parte. Por otra parte, es bastante previsible.
Me asombran un poco las calificaciones bastante elevadas de los medios profesional, por lo que me queda alguna pequeña duda de si había algo más que yo me perdí.

A los cien minutos el sopor me venció y desistí. Como un avión en su carreteo previo al vuelo, la peli nunca terminó de despegar, la dejé sin saber de qué iba.
Tomas larguísimas (de gente y de cosas), música de suspenso permanente e innecesaria (hasta cuando un auto se desplaza normalmente por la carretera), diálogos carentes de interés y otras cosillas más son las que me acercaban más a Morfeo que al interés por lo que fuera sucediendo.
Entonces, me aburrí y me fui a la cama.

Absurda por donde se la mire. Un sinsentido hecho film.
Como comenzó relativamente bien, la seguí hasta el final, aunque por la mitad ya me estaba dando cuenta de que semejante pavada no tenía ninguna alternativa de mejorar.
Una mezcla de personajes de comics, frikis, situaciones tontísimas, chistes obvios, algunas actuaciones patéticas y, dentro de lo que pretende tener un aire de comedia, también... drama (?). Ah, claro, además un romance.
No puedo entender como Antonio Resines y Ernesto Alterio se han prestado a formar parte de semejante esperpento.

No guión, no actuaciones importantes, no suspenso real (ver spoiler), no grandes imágenes de la Tierra (Google Earth, es más o menos lo mismo), no, no...
Solo dos actores de alto precio y buenos efectos especiales de gente flotando por la falta de gravedad.

Una serie que comienza muy bien, generando auténtico interés al menos durante los dos capítulos iniciales.
Un inicio que se desarrolla dentro de ciertos carriles racionales que pronto irán cambiando a medida en que se van sugiriendo y sumando actitudes videnciales en ciertos personajes o acontecimientos sobrenaturales que no tendrán explicación sino hasta el último capítulo.
Por lo tanto, el interés inicial se va transformando en ansiedad por saber de qué va (o fue) toda la serie.
Eso hace que la fidelidad del espectador frente a la pantalla esté garantizada por conocer el final, aunque por momentos le vaya ganando el tedio.
Cuando al fin llega al desenlace, se encuentra uno con la parte menos elaborada, pues las largas explicaciones de cada una de las intrigas acumuladas durante las cinco horas previas simplemente surgen de la boca de uno de los personajes a modo de narrativa, de la misma manera en que podría haberlo hecho un guionista mirando a la cámara con el libro en la mano.
Seguramente, a muchos espectadores le satisfará esta especie de Black Mirror de larga duración (6 horas es un suplicio) y a otros, como yo, no tanto.