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Críticas de Luis Guillermo Cardona
Críticas 3.333
Críticas ordenadas por utilidad
9
26 de abril de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando un director de cine hace la adaptación cinematográfica de una obra literaria por simple encargo, es muy fácil que, al momento de leer el guion -y quizás sin tomarse el trabajo de leer la novela-, se le ocurra cambiar una cosa o la otra según su sentir y sus antojos del momento, pero, cuando un cineasta ha leído una novela, ha quedado prendado de ella y siente que, de una o de muchas maneras, ha cambiado su vida para siempre, jamás se le ocurre cambiar un solo trozo de esa historia... a no ser que las circunstancias (presupuesto, condiciones locativas, rigores de rodaje…) lo obliguen a hacerlo, pero, aún en este caso, las modificaciones las hará con dolor en el alma, porque, lo que más quisiera es ver la obra de ese autor plasmada con la mayor fidelidad posible.

Al momento de llevar al cine la grandiosa novela de Lev Tolstói, “Vojna a mir” (Guerra y Paz), el director King Vidor -primero en adaptarla en 1956-, también pensó en hacerla con la más plena fidelidad porque se inclinaba ante Tolstói y su grandioso legado literario. Pero, pesaron los intereses de la industria y el estrecho $entir de los productores… y al final, la majestuosa y completa obra que había hecho, fue impíamente amputada y lo que se exhibió, finalmente, no consiguió dejarlo satisfecho.

Al ver lo que quedó de esta película, los rusos -que admiraban a Vidor y lo habían acogido en Moscú para que rodara allí durante seis meses- también sintieron que no se había hecho justicia ni al director ni a su gran escritor… y entonces, comenzaron a pensar en la inmensa idea de hacer, <<GUERRA Y PAZ>>, con todas las de la ley: En escenarios rusos, con un director, un reparto y un equipo técnico totalmente soviéticos… y con la mayor fidelidad posible a esa obra que, de comienzo a fin, es todo un deleite para la sensibilidad y la inteligencia.

Sergei Bondarchuk, no sólo fue el encargado de dirigir esta monumental obra a la que, hasta el propio Hollywood aplaudió concediéndole el Globo de Oro y el Oscar a Mejor Película Extranjera, sino que también asumió el notable rol de Pierre Bezukhov, el noble ‘pacifista’ casado con Hélène, más por conveniencia que por amor. El profundo compromiso que el cineasta asumiera con el enorme y dispendioso proyecto que tomaría casi siete años de rodaje, le significaría dos infartos, pero el resultado fue una obra imperecedera que, durante su estreno y en versión completa con cuatro partes, vieron 135 millones de rusos, además de que se exhibió en más de cien países.

La ambientación, lograda en los sitios exactos donde transcurrieron las batallas. El acceso a sitios privilegiados a los que, sólo un cineasta que contase con el más amplio respaldo del gobierno podía acceder. El uso de lujosos vestuarios plenamente ajustados a la época... y la disponibilidad de un holgado presupuesto para alcanzar una producción digna de una de las obras literarias más insignes de la Unión Soviética, se sumaron a una narración que, con profusión, logra aproximarse a la atmósfera Tolstoiana, al tiempo que recrea a unos magníficos personajes que, con sus virtudes y contradicciones, nos despiertan fuertes sensaciones y necesarias reflexiones.

Lev Tolstói, fue uno de esos inspirados creadores cuyo sentido de la espiritualidad, camino directo hacia el más profundo respeto por la vida humana, le permitieron crear obras que son un verdadero deleite para cualquier lector que se anime a penetrar en ellas… y, "Guerra y Paz", fue, sin duda, su novela cumbre. Ambos, filme y libro, resultan imprescindibles para aquellos que saben de los grandes placeres que se obtienen al trasegar por los senderos del arte.

Título para Latinoamérica: LA GUERRA Y LA PAZ
Luis Guillermo Cardona
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6
14 de abril de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hijo del renombrado pintor impresionista, Auguste Renoir, la estética fue algo que predominó siempre en la formación de Jean Renoir quien, desde niño, tuvo el privilegio de codearse con los mayores intelectuales y artistas de la época que, con asidua frecuencia, visitaban su casa o conocía en las suyas. Piloto durante la I Guerra Mundial, donde alcanzó el grado de teniente, a su regreso a casa, luego de haber sido herido durante un combate, Renoir conoció a la modelo de su padre, Andrée Heuchling, y poco después de que su progenitor falleciera, se casó con ella, convirtiéndola pronto en la actriz Catherine Hessling, nombre con el que aparecería en las películas que juntos hicieron.

Convertido en director de cine tras haber sido un creativo ceramista, y haber estudiado filosofía y matemáticas, de Renoir nadie esperaba algo distinto a lo que realmente fue desde sus comienzos: Un artista de primera línea como su padre. Él sabía muy bien esto y por eso lo arriesgó todo cuando decidió llevar al cine una de las novelas más exitosas que se habían publicado en Francia y en toda Europa en el siglo XIX: “Naná” (Émile Zola, 1880).

Un millón de francos invirtió, Renoir, en la realización de esta película donde la escenografía de Claude Autant-Lara (posteriormente otro notable director), es de una altura y una belleza característica de una superproducción; donde la iluminación y la fotografía son arte puro en casi todas sus composiciones… y ¡ni qué decir de la rigurosa edición o de los elegantes intertítulos que utilizó! En sus aspectos formales, creo que, a la <<NANÁ>> de Jean Renoir, muy pocos le denegarían un sobresaliente.

De hecho, la "crítica especializada" se desbordó en elogios… pero, extrañamente, al público no le gustó <<NANÁ>> y la película fue un fracaso de taquilla que dejó al celebrado director, Jean Renoir, a punto de la quiebra, tras haber vendido, incluso, varios cuadros de su padre para poder terminar la película.

Y ¿quién tenía razón esta vez, la crítica o el público? En lo personal, creo rotundamente que la razón la tenía el público, y ésto por dos motivos trascendentales: El primero, que a nadie que hubiera leído la novela - ¡y vaya si entre el público había gente que la había leído! – le gustó el cambio sustancial que Renoir dio al personaje de Émile Zola, al convertir a Naná en un ser abominable, perverso y degradado, cuando para el escritor francés ella era un ‘ángel’ de embelesadora belleza, complaciente, llena de grandes anhelos y un ser que hacía el mal sin nunca pretenderlo.

Creo, tras haber leído una decena de sus más importantes libros, que, Zola nunca quiso a otro personaje como llegó a querer a Naná, y de haber conseguido ver la película de Renoir, es bien seguro que, sobre todo él, la hubiera repudiado, más, cuando hubiese visto a la improcedente 'actriz' -la señora Hessling-, que eligió Renoir para representar a Naná: El colmo de sobreactuada, cero dulzura, en nada carismática… y sin atractivo alguno. Tan sólo en el hecho de que también era un tramposo, puede explicarse uno que, un personaje como el conde Vandeuvres (muy bien representado por Jean Angelo), con su porte y su cultura, pudiese interesarse en alguien tan radicalmente vulgar como la Naná de Catherine Hessling, que no sobrepasa a una mala prostituta caricaturizada. En cambio, en la novela, enamorarse de la hija de Gervaise que describe Zola, era inevitable.

Con esto, toda la estética se desvanece y el filme se derrumba como un gigantesco castillo de naipes, probando una vez más que, el diseño de producción no basta para alcanzar el éxito, pues, también la sensibilidad es indispensable.
Luis Guillermo Cardona
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Salida de los obreros de la fábrica (C)
CortometrajeDocumental
Francia1895
6,3
5.303
Documental
10
28 de diciembre de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizás la descripción más simple de lo que es el movimiento sea: Desplazamiento que experimenta un cuerpo en el espacio. Frase que, por sí sola, no luce nada conmovedora, ni parece que dejara a nadie cavilando, pues, al fin y al cabo, lo hacemos a todas horas, hasta durmiendo y en forma muchas veces involuntaria. Sin embargo, mira la palma de una de tus manos… cierra y abre los dedos primero lenta… y luego rápidamente. Enseguida, cierra los dedos en puño y, empezando por el meñique, abre de manera lenta cada uno de los dedos.... Ahora, reflexiona sobre esto: ¿Cuánto tuviste que pensar para hacer dichos movimientos? ¿Tuviste que darle una orden a tu mano o a cada dedo para que actuara como tú querías? ¿No es sorprendente la manera como te obedecen con solo desearlo? ¿Y qué es lo que mueve cada órgano de nuestro cuerpo?

Estas y muchas otras preguntas podrían surgir cuando vemos un avión volar, cuando un tigre corre tras un venado, cuando un halcón vuela con las alas suspendidas, cuando una célula se desplaza por nuestras venas… y el gran acerbo de cosas en constante flujo y desplazamiento ¿podríamos apreciarlo, hoy, de no haber sido porque alguien consiguió un día grabar el movimiento?

Durante siglos y siglos, la humanidad solo vio dibujos especulativos, gráficos que daban una idea incierta del desplazamiento de determinados seres u objetos, pero ¡fue solo hasta el siglo XIX de nuestra era!, que el movimiento pudo ser registrado con plena veracidad cuando, aprovechando esa cualidad del ojo conocida como persistencia retiniana, se logró que una máquina nos pasara primero 18 y luego 24 imágenes por segundo.

Thomas Alva Edison había sido pionero con su kinetoscopio, pero solo los hermanos Louis y Auguste Lumiére, lograron perfeccionar la máquina que eliminó la interferencia del movimiento y pudo registrarlo con su lógica continuidad. Había nacido el Cinematógrafo y el 19 de marzo de 1895, se rodó la primera película con el título “La sortie des ouvriers des usines Lumière à Lyon Monplaisir” (LA SALIDA DE LOS OBREROS DE LA FÁBRICA LUMIÈRE). Su primera exhibición se llevó a cabo tres días después en la Sociedad para el Fomento de la Industria Nacional en París y su estreno comercial se realizó con bombos y platillos, y junto a otros nueve cortos, el 28 de diciembre de 1895, en el Grand Café del Boulevard de los Capuchinos de la misma Ciudad Luz.

El filme fue rodado en tres tomas (de 42, 34 y 36 segundos respectivamente) que captan la puerta principal de la factoría donde los Lumiére producían materiales fotográficos, y en cada una de ellas, veremos salir al personal, hombres y mujeres que, a pie o en bicicleta, se dirigen hacia sus casas… mientras un perro callejero (o quizá guardián) ronda por allí en actitud husmeadora. La presencia del perro en las diferentes tomas, permitirá ver claramente las diferencias.

En conjunto, el corto tiene una duración aproximada de 1 minuto 52 segundos… y la clase obrera es su protagonista, porque, como ya había sido anticipado por el teatro y la literatura, el fin del arte es, en primera instancia, elevar el nivel del pueblo dignificándolo, culturizándolo y haciéndole justicia. Se advierte la modestia de las instalaciones; sorprende la elegancia que era tan común entonces aún entre los menos privilegiados; y se eterniza el movimiento donde, un pueblo creador y laborioso, cierra con broche de oro una jornada que pasaría a la historia.

Queda abierta la inmensa puerta que nos conduce a los placeres del movimiento: la actuación, la danza, el baile, el deporte, la aventura, las acciones de la naturaleza, el desplazamiento de los astros, el movimiento de las mareas y de los ríos, la erupción del volcán y el registro de la tragedia… y cuando tres décadas después se añada el sonido, una inmensa realidad se pone a nuestro alcance; los bellos artes confluirán magníficamente en el nuevo lenguaje; y el conocimiento se verá aumentado significativamente en la humanidad entera.

Ha nacido el arte cinematográfico y ya nada es comparable a sus infinitos potenciales.

Mounam.
Luis Guillermo Cardona
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6
17 de diciembre de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como Ibn Sina, como Hipócrates, Wilhelm Wundt, Jean-Martin Charcot, Isaac Jennings y muchos otros nombres de invaluable importancia en la historia de la medicina, el nombre de Sigmund Freud también hace parte de ese inmortal grupo de vidas consagradas al conocimiento de la esencia humana, con el cual hemos avanzado muy significativamente en el entendimiento del ser y en el tratamiento de la enfermedad.

De origen vienés, a Sigmund Freud (1856-1939) con sus estudios sobre la sexualidad, le correspondió enfrentarse, como pocos, al rompimiento de paradigmas en una sociedad donde, hasta los llamados progresistas y bienpensantes, se sintieron escandalizados con sus explosivas y osadas teorías. Pero, como alguien ilustrara con una paradoja: “Freud tenía un gran porvenir detrás de él” y sus reiteradas, profundas y brillantes investigaciones, cambiarían sustancialmente la interpretación de la enfermedad, probando definitivamente su marcada relación con el inconsciente.

El director John Huston, sentía por Freud una gran admiración, y si se mira bien, sus teorías se manifiestan de alguna manera en varias de sus películas. Incluso, en su documental “Let there be light” (1945) se había ocupado de las neurosis de los soldados y los respectivos tratamientos con psicoterapia que les practicaron al final de la guerra. Hacer, pues, un biopic sobre el médico vienés era para Huston un verdadero placer… y cuando el proyecto se dio, pensó primero en su amigo Jean-Paul Sartre para que escribiera un primer tratamiento, pero el filósofo francés se entusiasmó demasiado y el mamotreto que presentó daba para unas 15 horas de película, por lo que fue descartado de inmediato.

Huston se vio entonces abocado a asesorarse de un reconocido psiquiatra y el guión fue emprendido de nuevo por Charles Kaufman y Wolfgang Reinhardt, partiendo de una historia que había elaborado el primero. Pero con todo, debido a la intensa vida de Sigmund Freud y a los muchos aportes que hiciera a la ciencia médica, la idea fue hacer dos películas que se exhibieran por separado… pero este plan chocó con los productores quienes, al ver que el tratamiento del tema solo interesaría a los iniciados y devotos del padre del psicoanálisis, cogieron la película por su cuenta, le editaron casi una hora y la dejaron con los muchos vacíos que, cualquiera que haya ido en busca de un biopic, notará enseguida. Incluso, el cierre del filme queda en un punto donde pareciera haber fracaso, cuando, finalmente, el éxito y la gloria fueron el resultado de una vida compleja, plena de escollos y adversidades, pero cuyos inmensos logros son todo un legado para la humanidad.

Lo que veremos en “FREUD, PASIÓN SECRETA”, sin mayores elementos biográficos, es una serie de ilustraciones escénicas y muy académicas, que ejemplifican los aportes que hiciera Freud a Los estudios sobre la Histeria, Las causas de la Neurosis, La interpretación de los Sueños, La Transferencia, El Psicoanálisis y La Sexualidad Infantil. Todo, presentado en un modelo poco apto para el común de los espectadores, y muy ajeno al estilo asequible y anti-retórico que, hasta entonces, caracterizaba la obra del director de “The treasure of Sierra Madre”, “The asphalt jungle” o “The african queen”, entre otras joyas.

Para resaltar, esa conmovedora presencia del grandioso actor que fuera Montgomery Clift, quien durante el rodaje ya estaba quedándose ciego, sentía que su fuego interior comenzaba a apagarse y solo unos pocos años más de vida le quedaban en este mundo. También muy plausible que, Huston rescatara del olvido al actor Larry Parks -otra de las talentosas víctimas del abominable HUAC- quien, como Josef Breuer, nos ofrece un rol marcadamente sensible.

Título para Latinoamérica: "FREUD, PASIONES SECRETAS"
Luis Guillermo Cardona
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8
16 de diciembre de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los muchos y significativos estudios que nos legaran los grandes médicos greco-romanos (Hipócrates, Galeno, Dioscórides y Aristóteles), fueron ampliamente trascendidos por los aportes que hiciera la medicina persa e india, y para fortuna de la ciencia, hubo un hombre que, añadiendo su amplia y efectiva experiencia, compiló todo este acervo de conocimientos en un manual que se mantuvo vigente durante cinco siglos.

Había nacido en Afshana (hoy Usbekistán), con el nombre de Ibn Sina, pero en occidente se le ha llamado sencillamente Avicena (980-1037). Filósofo, científico y médico, entre otras cosas, el musulmán persa Ibn Sina, merecería entre sus discípulos el apelativo de Cheikh el-Raïs (Príncipe de los sabios) y aún hoy se recuerdan sus famosas obras El libro de la curación y Canon de medicina, con las cuales contribuyó al avance de la, por entonces, rezagada medicina de Europa.

Precisamente en el siglo XI, un chico inglés llamado Rod Cole, tras quedar huérfano, es adoptado por uno de los entonces llamados barberos-cirujanos (curanderos empíricos con muy poca ciencia) y con él viaja durante años por toda Inglaterra, aprendiendo los primitivos métodos de sanación y cirugía que hasta entonces se conocían. Pero en alguna ocasión, este joven descubre que lo que sabe es aún muy poco, y su inagotable sed de conocimiento lo anima a emprender, un día, el larguísimo viaje hasta Ispahán, Persia, donde se encuentra la escuela de Ibn Sina.

Sobre este espinoso camino hacia el conocimiento, donde la tradición, las religiones y el escepticismo se convierten en grandes obstáculos para su desarrollo, y donde la inteligencia tiene que superar a diario la cercanía de la muerte, se desenvuelve, primero, una obra literaria que, escrita en 1986 por el estadounidense Noah Gordon, fue de tanta acogida que lo animó a proseguir la saga con “Shamán” (1992) y finalmente “La doctora Cole” (1996), obras en las que, la descendencia de Rob Cole, prosigue sus aventuras y desventuras en el camino de la ciencia.

En el año 2013, bajo la dirección del alemán Philipp Stölzl y con guión de Jan Berger asesorado por el propio autor, surge por fin la adaptación cinematográfica de “EL MÉDICO”, y aunque es una versión bastante libre, sujeta a las reducciones y modificaciones que exige el medio cinematográfico, a Gordon, el escritor, como a nosotros, lo dejó bastante satisfecho: “La factura final es espléndida –comentó-. El director ha captado muy bien el ambiente de la Edad Media con su suciedad, la precariedad de la vida, los terrores apocalípticos…” (1)

“EL MÉDICO” describe, con suma eficacia, los ingentes esfuerzos que, a lo largo de tantos oscuros siglos, ha tenido que hacer la ciencia para lograr los avances que, hoy, con facilidad y comodidad disfruta gran parte de la humanidad. Al tiempo, hace encomio de la perseverancia y de la manera como el deseo ferviente y la vocación plena, alcanzan siempre sus propósitos porque, el complaciente universo, se reacomoda para favorecer los grandes empeños.

Stölzl logra una recreación de época con algunos planos de rigor pictórico; una iluminación que contrasta efectivamente la gradual luz con la oscuridad cultural que, en aquel entonces, se padece; y una complementación musical con melodías que salen del alma para dar brillo a las nostálgicas… esperanzadas… y a veces triunfales situaciones.

Stellan Skarsgård (el barbero), Ben Kingsley (Ibn Sina), Olivier Martinez (El Shah), Emma Rigby (Rebecca) y Tom Payne como Rob Cole, muy ajustados a sus respectivos roles, logrando el impacto dramático que reclamaba tan ardua historia.

Un filme altamente recomendable, sobre todo para aquellos valientes que se animan a trasegar la empinada y compleja... pero, al final, maravillosa aventura del conocimiento.

(1) Ignacio Vidal-Folch, El País, España, 03-01-2014
Luis Guillermo Cardona
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