Hay en el guión de esta película detalles que no me habría creido ni por asomo hace un par de años; me refiero al supuesto psicólogo que realiza el primer interrogatorio a la niña y a la actitud de la directora del centro, pero hoy sí me resultan posibles y lo único que ha cambiado en mi vida es que ahora paso más tiempo en un pueblo pequeño. Y gracias a que ha sido así he continuado viendo la película.
La historia me dejo de importar en el momento que el director me dio toda la información en el arranque pero al mismo tiempo empezaron a crecer los personajes y ahí la película se desliza por territorios hermosos y de agradecer.
Existen dos actuaciones primorosas rodeadas de secundarios predecibles y anodinos. Los trucos dramáticos casi sobran, exceptuando la despedida de su perra. Ese hombre está tan integrado en su medio que hará todo, absolutamente todo, por regresar a él. Aunque tenga que partirse la cara una y otra vez con el tendero de turno; perdonará a su amigo, a su novia, entregará a su hijo a lo rituales de iniciación de una sociedad cruel y estúpida y al final, que no desbelaré, recibirá su recompensa. Más crueldad y más violencia.

Con Jarmusch me pasa algo realmente sorprendente, nunca borro sus películas del disco duro. Existe esa necesidad de poder regresar a ellas en algún momento en algún lugar de mi estado de ánimo, y, esta es otra de las características de su cine; he de tener el día para aceptar su invitación.
Si pienso en películas como Bajo el peso de la ley o Noche en la tierra que entraron en mi vida a golpe de carcajada, con otras que me fascinaron, pienso en Ghost Dog, las que no entendí Café y cigarrillos, otras que me costaron un par de visionados para disfrutar, y, es que Bill Murray se me atraganta y en Flores rotas había demasiado Bill.
Con todo ese bagaje me senté a ver Los límites del control y Isaach De Bankolé apareció en la pantalla y supe que me sería muy fácil seguirlo en el tiempo, en la historia. Existe un elemento crucial en esta película que la hace extraña y al mismo tiempo cercana. Siempre he sido un gran admirador de como Jarmush filma la arquitectura, los espacios, y tenía algo más que curiosidad por saber como lo haría con aquellos que forman parte de mi vida cotidiana, vivo en el centro de Madrid, o tan conocidos como Sevilla o Almería; pues bien soberbio, esa esquina por la que he pasado centenares de veces se convierte en pura magia cuando la mirada de Isaac se posa en ella.
Estamos ante una película en que cada secuencia puede ser el centro o el borde, con un montaje y una música perfectas, en donde la repetición y la ausencia de "realismo" ordena y libera la historia de ataduras formales. Y en la que para no variar en su cine alguna imagen se quedará ahi, en algún rincón de la memoria para sorprenderte cuando menos te lo esperas.

Poner la cámara a la espalda del protagonista de una historia es una opción, hay películas memorables que han recurrido a ello, hacer que tus actores susurren o que las conversaciones telefónicas no sean audibles también lo es, que el guión deje lagunas insondables que te alejan de los personajes para convertirlos en una especie de conejillos de indias que se mueven por un laberinto supongo que también es una opción válida, el resultado es paradójico para mi; cuando la película es un documental crece y deja memoria, cuando entra la narración se diluye en interpretaciones forzadas, palabras huecas y miradas demasiado ensayadas. Una auténtica lástima.

Sé que es inútil imaginar una película mientras la ves, pero después del plano del entierro me resulto inevitable y me encontré en un juego en el que entraba y salia a voluntad de ella. Si una escena me sobraba me ponía a pensar en otra anterior o en algo personal relacionado con el tema central de la película, que para mi es el duelo, es fácil dejarse llevar por los recuerdos del duelo, es fácil incorporar al momento tus situaciones vividas, algunas tan parecidas, otras tan alejadas, así que no sé si la intención de Rosales es abrir esa puerta en el espectador pero conmigo lo consiguió y al final, magnífico regalo de Barcelo, me levanté del sillón con la sensación de haber compartido un tiempo repleto de sentido.

Hay que contar historias de personas que siente diferente; algunos son incapaces de amar, otros se entregan al otro sin poner limite alguno y otros pasan por el mundo sin llegar a entender nada de lo que les ocurre y miran por la ventana y se mueren en el momento justo y además sirven de catalizador para que los demás se descubran.
Hay que contar ese tipo de historias son imprescindibles y muchos lo han intentado, no es tarea fácil, el problema de esta película es que pretende que el espectador sea un ser receptor que se trague sin rechistar todas y cada una de las incoherencias del guion y del montaje y aplauda la exquisita poesía, una vez más con la voz en off, del personaje de Alex, un gran actor obligado a hacer un trabajo imposible, esa mirada final rompiendo la cuarta pared.