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Críticas 44
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
29 de junio de 2020
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
El diablo, verdugo por antonomasia, aburrido y apático, se ve condenado a una interminable carrera, fastidiosa y extenuante: tratar de efectivizar el mal, la destrucción y el pecado en el mundo. Pero no es una digna función la que este demonio intenta ejercer con diligencia. Ya lo decía Mefistófeles, en su indolente intento de capturar las almas: «La verdad, no he adelantado mucho en mi tarea. Lo que se opone a la nada, ese algo, este mundo material, no he podido destruirlo hasta aquí, a pesar de todos mis esfuerzos (...) He sepultado a muchos, y veo, sin embargo, circular siempre nueva sangre. Hay para volverse loco del modo con que van las cosas: en el aire, en las aguas, en la tierra, en todas partes, en fin, es cada vez más potente la fuerza creadora y siempre brotan por doquiera nuevos seres».

Acá, el Rey Demonio, un sádico asesino llamado John Ryder (un inmenso Rutger Hauer) persigue y tortura moral y psicológicamente al joven Jim Halsey (C. Thomas Howell) en un juego de caza del gato y el ratón por los solitarios parajes yermos de la Norteamérica profunda.

Hasta aquí, nada nuevo. Tenemos la típica y tópica película de asesinos en serie y elementales victimas. Un slasher al uso sin muchas más sorpresas. Pero en un nivel de lectura más inmersivo vemos que nuestro antagonista sufre, que en sus intentos de vileza asoma un descuido de compasión por su víctima. ¿Qué pretende con esto? ¿Abdicar su corona? ¿Ser redimido para encontrar sosiego? Es que parece que nuestro villano, un representante de la infamia diferente al unidimensional psicópata de tantas películas, quisiera ceder la soberanía de su reino y está pronto a presentar su renuncia. Acá, Rutger Hauer me remite al Bartleby de Melville, ese diminuto escribiente de talante extenuado que se negaba, sin turbación, a realizar su tarea cotidiana: “Preferiría no hacerlo”.

La figura del demonio como un ser nihilista y desencantado de su labor me parece una extraordinaria vuelta de tuerca y toda la profundidad mitológica de la idea se reflejan en el maravilloso guion de Eric Red y conforman, en su conjunto, una extraordinaria película. No sólo thriller de acción, sino estudio ontológico del mal.

Genial.
22 de octubre de 2016
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dijo Luis Buñuel que si se le permitiera, el cine sería el ojo de la libertad. Pero nos tranquilizó diciéndonos que podíamos dormir tranquilos, que la mirada del cine estaba dosificada por el conformismo del público y por los intereses comerciales de los productores. Pero que el día en que el ojo viera y nos permitiera ver, el mundo estallaría en llamas.

Hubo un periodo donde el cine vio, donde el cine-quimera nos brindó el privilegio de la visión: Las décadas del 60 y del 70. Fue el esplendor de asistir al nacimiento del cine como instrumento activo de la verdad poética, del lirismo furioso, combativo y descarnado. Fue la desesperación asumida. El cántaro se había desbordado: Florecieron las vanguardias, recrudeció el cine político y militante, el código de la censura norteamericana comenzó a relajar las mordazas, se flexibilizó el canon industrial del tanque hollywoodense y se resintieron las rancias letanías conservadoras; las cosas comenzaron a llamarse por su nombre: se dijo genocidio y racismo, descontento social y violencia institucionalizada. El sexo en todas sus variantes se plasmó en rutilante tecnicolor y los héroes se cansaron de serlo. No hubo final feliz. Ni tampoco principio.

El sueño del cine siempre había estado vedado y resguardado por los centinelas de la moral imperante, cancerberos reaccionarios que operaron siempre mediante la omisión, la modificación, el reagrupamiento de los materiales y la siempre efectiva prohibición. Los censores del sueño fílmico son y han sido siempre los causantes de la desfiguración. Pero en este período, el cine se volvió un juego peligroso para los estándares, un material inflamable de rigor expresivo y densidad ideológica. Comenzó una guerra de luz y de sombras que subvirtió la realidad material y la devolvió al mundo de los sueños prohibidos y los deseos ocultos. La fuerza impulsora de la época nos recondujo al sustrato de lo vivo, de lo embrionario, de lo primigenio, al origen de nuestra dinámica más profunda. El ansia visionaria de estos creadores fue como una tinta invisible que brotó del alma desnuda, un punto de fuga que apuntó hacia el infinito. Nunca más el cine nos bendijo con un periodo tan lúcido de estridencia y arrebato creativo. Ni antes ni después alcanzó esas cimas.
Es por eso que…urgente reivindicación para:

LA RODILLA DE CLARA

¿Por qué volver sobre ella?

Porque Éric Rohmer representa el paradigma del cine de la "no-acción" de la Nueva Ola francesa, cine profundamente evocador, difícilmente imitable, sólo Richard Linklater y su trilogía de Céline y Jesse pueden considerarse herederos dignos de su universo. Rhomer, certero cazador, encargado de atrapar silencios y repartir soliloquios entre monólogos maravillosos. La rodilla de Clara es un elogio de la palabra, catalogo exhaustivo del conversador incansable, un sentido homenaje a la diáfana retórica de agridulces amores de verano, casi como emprender un viaje a través de aquel jardín de las delicias donde todo se parecía a todo y nada era más importante que otra cosa: La vida como coyuntura de situaciones imperecederas e irrepetibles.
21 de octubre de 2017
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Los chicos de la banda” es una excepcional obra de teatro que se estrenó en 1968 y que fue llevada al cine por William Friedkin en 1970. Cuenta la historia de un grupo de amigos que se reúnen para celebrar el cumpleaños de uno de ellos. Lo que inicia como jolgorio transmuta en desvelamiento paulatino y en doloroso proceso de exploración y catarsis.

Nueve hombres en perpetuo aislamiento, ensimismados, cercanos al delirio: la copa rota alzada al revés donde el sexo ansioso se destila gota a gota. La carne en carne viva. Un hervidero de variedades, de madeja humana que aspira al desahogo. Entre vapores nerviosos va la cosa y los traiciona la modesta pose. Avanza la confusa nave de la camaradería masculina y su compendio de etiquetas: hetero, macho, gay, afeminado, maricón, mariposa, mariquita, sodomita.

(El calor es más dañino si lo cubre la lluvia, sobre todo si es de noche y aún estamos despiertos.)

La banda: Cowboy, Harold, Donald, Larry, Michael, Emory, Alan, Hank y Bernard.

“Juguemos el juego inclemente de decirnos las cosas, donde el verbo lacerante nos ataque a destajo, bien de frente. Es que la ofensa está cansada de callarse la boca. Y los muchachos insistentemente goteamos, el alcohol se ha filtrado por todos nuestros poros empapando el paño inmaculado de las convenciones y hemos trazado una línea fronteriza entre lo que se queda afuera y lo que permanece dentro. Por ese incontrolable afán de andar buscando lo uniforme para emparentarnos. La insolente quimera de exigirnos únicamente lo idéntico a nosotros mismos.”

Muchos juzgan “Los chicos de la banda” de forma categórica, unos descubren una estocada audaz y prematura a favor de la inclusión y el derecho a la diversidad sexual y otros tantos perciben un intento reaccionario de patologizar la homosexualidad, pero yo creo que su mordiente llega más profundo y se extiende a todos los mundos posibles. Representa la crisis del reconocimiento, el vivir avergonzados, el sabernos solos y escasos, incapaces de ser otro distinto al que somos, con nuestra identidad velada y estigmatizada por el peso de las convenciones. Pero también, y sobre todo, es una película sobre la compasión y el sentido profundo de la amistad.

Debería ser de visión obligada.
Es una película maravillosa.
Shoah
Documental
Francia1985
8,4
4.172
10
10 de agosto de 2016
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Cuántos artilugios hemos empleado los unos para eliminar y ultrajar la dignidad de los otros?
¿Cuánta ha sido la fuerza creativa aplicada a la confección de inauditos catálogos e inventarios de la miseria y el horror?
¿Cómo entender, sin descorazonarse, los numerosos e incontables procesos creados para socavar y minar la integridad de los seres humanos?

Estos métodos no han sido privativos de ningún credo, raza, religión o doctrina: Han sido utilizados bajo le égida de las más disimiles ideologías a lo largo de todas las épocas. Los espantosos métodos de destrucción personal que se han implementado a lo largo de la historia del hombre comprenden una abultada gama repleta de matices, un oscuro patrimonio que destaca por su versatilidad y su lamentable efectividad. Un estandarte de la villanía que ha sido enarbolado por muchos. Casi todo el repertorio de colores políticos e ideológicos, de credos y de razas han hecho uso y abuso de espeluznantes métodos de humillación y de degradación psíquica, moral y física para someter al "enemigo".

¿Cuántas justificaciones le podemos encontrar al horror aplicado contra otros hombres?

Es desolador reflexionar y encontrar que han sido muchas.
Para hacer el mal, dice Solzhenitsyn, antes el hombre debe concebirlo como un bien o como un acto meditado y legítimo. Afortunadamente, el hombre está obligado, por naturaleza, a encontrar justificación a sus actos. Las justificaciones endebles son aquellas que carecen de sustento ideológico. Es la ideología la que proporciona al hombre la justificación anhelada y la firmeza prolongada que necesita. Así, vemos que el objetivo que sustenta la ideología legitima el accionar, ya que ésta es, para el devoto, suprema y en última instancia, benévola para la mayoría.¿No es bueno, por ende, que el enemigo sea eliminado de la faz de la tierra?

Pero.
¿Hay límites para la obsecuencia? ¿Se trata de sometimiento inconsciente a la autoridad o de malevolente complicidad? ¿Somos un lobo para el hombre? ¿Es que Tánatos ganó la contienda? ¿Es que la vida creadora sucumbe ante el poder del caos y se rinde ante la evidencia de la tragedia de la muerte y la destrucción?

Estas son preguntas ciegas, aún no habitadas por respuestas clarividentes. Poco sabemos todavía de la materia prima que conforma a los seres humanos. Hay indicios, más no certezas. Lo que sí es seguro es esto: El hombre puede anular al hombre. Decía Primo Levi: “Destruir al hombre es difícil, casi tanto como crearlo: no ha sido fácil, no ha sido breve, pero lo habéis conseguido”.

Lo que mayor desasosiego me causa de la impresionante obra de Claude Lanzmann no es la dimensión y la magnitud de la violencia que se llevó a cabo en los campos de exterminio, ni su lúgubre y variopinta manifestación; sino la aceitada maquinaria que se puso a su servicio, el accionar diligente de esa factoría de muerte que produjo en abundancia, delegando en cada trabajador una función específica y especializada. Un acto de inaudita eficacia que se aplicó de modo conveniente y ordenado.

El Holocausto fue la tecnocracia del espanto y un bosquejo para el horror total.
27 de abril de 2022
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una época signada por una titubeante austeridad y un pasmoso agotamiento creativo, he vuelto a sentir emociones bulliciosas y alegres (es que, tal vez, estoy agradecido). Me refiero a la experiencia del buen cine, esa dimensión que hace tiempo sufre de un penoso desfallecimiento y se agota, exigua, segundo a segundo en un doloroso y cansino estertor. ¿Acaso debo decirte adiós, preciosa linterna mágica?

Hace mucho que Hollywood no me regalaba un blockbuster pletórico de sentido. Padecí con los recientes visionados de "Dune", "Matrix Resurrecciones" y "Spider Man". No he vuelto a acariciar una sala de cine en mucho tiempo. Lamento no haber vuelto a casa antes. Hubiera valido la pena.

Es que resurgió algo de aquella magia. Despacio, con sigilo y en penumbra se irguió, en un inesperado rincón como una sombra taciturna y sorpresiva, un viejo amigo. Un aliado de la imaginación. Con su hechizada capa y sus portentos. Con su altura de demiurgo encapuchado.

Es cierto que su director Matt Reeves no inventó la rueda, es real que abunda en solapados discursos retrógrados y hasta sexistas. Su esquemática historia es de perogrullo y su lineamiento moral es sesgado y conservador. Es un relato simplista, maniqueo. Sería inútil negar que abundan los tópicos y que el universo del murciélago tal vez ya estaba agotado.

Pero eso no impide que se despegue una jubilosa sonrisa entre mis cansados labios, que vuelva el anhelado fulgor de los sueños de antaño: de aquella vieja historia de los buenos contra los malos, de la ruidosa maquinaria que opera en la entraña del celuloide (maravillosa fábrica itinerante con su peculiar tensión dinámica y explosiva que se abre paso entre una escena y la otra). Testosterona renovadora y liberadora que brinda el - casi extinto - buen cine de entretenimiento.

Se lo debo a "The Batman".
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