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Críticas 179
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
31 de diciembre de 2014
22 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
En los últimos años, la industria de Hollywood ha apostado a la fórmula del remake para rejuvenecer o dar otra visión a títulos estrenados unas décadas antes o incluso a películas realizadas fuera de las fronteras norteamericanas. Los resultados suelen ser variados, aunque generalmente no mejoran el producto original.

El jugador -Ruppert Wyatt, (El origen del planeta de los simios)- es una versión actualizada de la película, que con el mismo título protagonizó James Caan -El Padrino, Rollerball- en 1974. En sustitución del actor que dio vida a Sonny Corleone nos encontramos con Mark Wahlberg -Diario de un rebelde, Dolor y dinero- interpretando el papel de Jim Bennett, un profesor de literatura enganchado al juego y que debido a su adicción acaba debiendo a la mafia una cantidad muy importante de dinero. Para conseguir saldar dicha suma, el protagonista se endeudará con otros personajes de dudosa reputación poniendo su vida, y la de aquellos que le rodean, en peligro.

Acompañando al actor de Massachusetts aparecen Michael Kenneth Williams -Los amos de Brooklyn, El mensajero-, John Goodman -Argo, A propósito de Llewyn Davis-, Jessica Lange -El cartero siempre llama dos veces, Flores rotas- y Brie Larsson -Las vidas de Grace, Don Jon-. Sin duda, el principal atractivo del filme son las interpretaciones de los actores principales, en especial las de Williams y Goodman.

Cuando estos dos actores aparecen en pantalla el nivel interpretativo aumenta considerablemente. El primero de ellos parece recobrar el tino de personajes como el mítico Omar Little -en esa obra maestra de la televisión titulada The Wire- o su papel en Boardwalk Empire. Se trata de un mafioso aficionado al juego que presta dinero a desesperados como el profesor, a un interés muy alto y que no duda en recurrir a cualquier método para recuperar lo que es suyo.

John Goodman vuelve a dar un recital interpretativo en la piel de Frank, un prestamista con un gran parecido al Coronel Kurtz de Apocalypse Now, al que nuestro protagonista recurrirá como última opción de salvación. Se trata de un personaje con una peculiar visión de la vida, que permite al actor demostrar la calidad que atesora y que le ha convertido en uno de los mejores secundarios de la historia del cine.

Con todos ellos, la película tiene buen ritmo. La narración del proceso de autodestrucción al que se somete el protagonista, únicamente sufre un traspiés cuando aparecen las relaciones que se establecen con algunos de los alumnos, poco creíbles y en algún caso muy forzadas. Es en esos momentos donde el trabajo del reparto sale al rescate y evita que la obra se haga densa o pesada. No obstante, se trata de un filme muy entretenido y que sirve para demostrar la mejoría de un actor, Mark Wahlberg, cada vez más acertado en sus elecciones y trabajos, no solo interpretativos, sino también de producción.

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29 de abril de 2024
19 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
La actriz Paola Cortellesi debuta en labores de dirección reservándose el papel principal en Siempre nos quedará mañana, un notable filme que cohabita entre el drama y la comedia costumbrista y que sirve como denuncia para los malos tratos que aún sufren muchas mujeres. Aunque el momento histórico en que se encuadra la historia es justo al final de la II Guerra Mundial, el foco recae en problemas actuales como son la lacra del maltrato, la lucha por conseguir los mismos derechos que los hombres y resaltar la, muchas veces olvidada, figura de la mujer en la sociedad.

Solamente alguien nacido en Italia podría contar un drama tan duro como el que vive día a día el personaje principal -Delia- en clave de comedia. Esto no quiere decir que la película se pueda englobar exclusivamente dentro de ese género, ya que hay momentos muy duros y desagradables.

La habilidad de Cortellesi, que también es una de las autoras del guion junto a Furio Andreotti y Giulia Calenda, le permite no caer en la hipocresía, en la carnaza de la violencia sin perder un ápice del mensaje que quiere transmitir. Las palizas que sufre Delia por parte de su marido Ivano son amortiguadas en algunos casos por números musicales, en otros la cámara desaparece y enfoca a las vecinas que se reúnen en la plaza del vecindario para pasar la tarde centrándose en sus caras para transmitirnos el horror de la situación.

Esa posible ligereza no es en ningún caso un punto débil de la narración, sino todo lo contrario ya que como espectador sabes todo lo que está padeciendo la protagonista. Sientes asco y desprecio por los personajes de Ivano y su padre, un par de sádicos maltratadores consumados.

El filme es a su vez un retrato de la sociedad italiana de la época. En concreto de la capital, Roma, que aún sufría los efectos y consecuencias de la Guerra. Tensiones entre vecinos, acusaciones de colaboracionismo con los nazis, la presencia de los soldados norteamericanos -con un gozoso papel para Yonv Joseph- y, en definitiva, con las penurias y dificultades que tenían que atravesar los ciudadanos italianos -extensible a cualquier europeo de aquel momento que viese arrasado su país por la barbarie de la guerra-.

Una Roma que aparece reflejada con toda la vitalidad que desprenden sus calles, mercados, sus ciudadanos y que, tocando esos lugares comunes siempre que se habla de una película ubicada en una gran ciudad, se erige como un personaje más de la trama. Y es que, Siempre nos quedará mañana, además de poseer un hábil guion se apoya en unos personajes con mucho recorrido. Cortellesi está sobresaliente en el papel principal, pero el resto del reparto no se queda atrás. Estando el resto del reparto a un gran nivel, hay que destacar a Emanuella Fanelli como la lenguaraz y astuta Marisa, amiga y confidente de la protagonista.

Siempre nos quedará mañana es un homenaje a la figura de la mujer -no solo italiana- de mediados del siglo XX. Mujeres que cargaban con todo el trabajo dentro del hogar, ejercían de madres, esposas, cuidadoras, amas de casa y en muchísimos casos llevaban un sueldo sin el cual las familias hubiesen pasado más penalidades de las que ya sufrieron. Todo ello en muchos casos sin el reconocimiento de quienes las rodeaban y se beneficiaban de esa labor. En otras muchas ocasiones incluso sufriendo abusos de aquellos que supuestamente las querían o amaban.

La película, realizada en blanco y negro para lograr una mayor ambientación, llega a nuestra cartelera después de arrasar en cuanto a nominaciones -19- en los premios David di Donatello. Pese a tener un final en mi opinión algo tramposo con una derrota que antecede a una victoria, sorprenderá por su frescura, habilidad, sutileza y vis cómica a la hora de tratar un tema tan escabroso, desagradable y por desgracia aún vigente.

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23 de enero de 2017
18 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ang Lee traslada a la gran pantalla lo que el escritor Ben Fountain plasmó en papel en su primera novela. Una misión de la que el director sale ileso, confirmando una vez más su buen hacer detrás de las cámaras, aunque no sea este uno de sus mejores trabajos. Y es que Billy Lynn es un vaivén continuo del que el espectador puede salir satisfecho o descontento a partes iguales.

El cineasta taiwanes mezcla los agasajos que reciben los miembros de la patrulla Bravo durante la celebración de la Superbowl con flashbacks que reflejan la vida en el frente y la misión que dio fama a este grupo de soldados. Una misión en la que uno de los componentes de la compañía, el sargento Shroom pierde la vida, hecho que afecta a todos ellos y en especial al protagonista, ya que el sargento era su mentor, una especie de guía espiritual en el frente.

Esta mezcla de presente con pasado funciona a medias, ya que el espectador quizá no pueda centrarse. Especialmente cuando nos ofrecen las escenas de combate, que son cortadas para dar paso de nuevo al partido y lo que ocurre en las gradas con los militares. Quizá este sea uno de los puntos débiles del filme y a pesar de ello, no lastran en exceso al conjunto globalmente.

Otro aspecto negativo, en mi opinión, es el poco partido que se le saca al personaje interpretado por Vin Diesel. Desde el inicio se sabe de su muerte, pero su rol no se desarrolla en exceso durante los flashbacks. Se deja constancia de la importancia de Shroom para los soldados, especialmente para el protagonista, ya que su sargento es una especie de chaman, un tipo rudo con una vertiente filosófica y espiritual que le confieren un aura especial, magnético.

Creo que se podría haber aprovechado más el carisma que Diesel aporta a su personaje. Aún así, la obra sale bien parada frente a este hecho, ya que hay otros personajes que llenan ese vacío. Ejemplos son los del propio protagonista, interpretado a la perfección por un actor que debuta en esta película.

Intérpretes como Chris Tucker, Steve Martin y Garrett Hedlund también brillan con luz propia en roles dramáticos, alejados de su especialidad, la comedia. El primero dando vida a un agente de cine que no para de negociar con los estudios para llevar a la gran pantalla la vida de la patrulla Bravo. Martin, por su parte, se pone en la piel del multimillonario dueño de los Texas Cowboys, equipo que disputa la final de la liga de fútbol americano. Por su parte, Hedlund es el sargento Dime, líder firme e implacable de la compañía.

Durante el desarrollo del filme, el espectador puede ir adivinando una crítica feroz escondida en un envoltorio amable hacia parte de la cultura estadounidense. La celebración de un evento como la Superbowl, ruidoso, espectacular y anodino para todo aquel que no conozca un deporte tan singular como el fútbol americano.

También hay cierta reprobación hacía el trato que se dispensa a los soldados y a su futuro una vez sean licenciados en el ejército. Hay un momento del filme en el que uno de los miembros de la compañía, el soldado Montoya -Arturo Castro- no sabe que es mejor, si estar en Irak o en casa, ya que al menos en el frente se siente valorado, reconocido y, probablemente, cuando vuelva a su hogar solo pueda encontrar trabajo en una cadena de restaurantes de comida rápida.

Esta amalgama de espectáculo, guerra y crítica soterrada consigue a su vez una mezcla en el espectador de asombro y confusión por lo que ha visto, pero también hace que salgas conmovido ante la historia de estos soldados. En mi caso, al terminar la película no sabía si al escribir sobre ella le daría un cinco o un seis en la nota final. Cuando un día después me sorprendo recordando varios fragmentos de la obra, se que Ang Lee lo ha vuelto a hacer, me ha metido un gol por la escuadra otra vez. Una vez más, como ya lo hizo en Tormenta de hielo, con ese final tan espectacular, o en La vida de Pi con la relación entre el joven hindú y el tigre Peter Parker. E incluso con Sentido y Sensibilidad, una película que aparentemente parece un pastel romántico -lo es, y además de época, basado en una obra de Jane Austen- pero que también es una película muy notable.

Así que no me queda más que recomendar Billy Lynn,ya sea en el cine o esperar a su estreno en Dvd. Aunque solo sea para saber en qué bando estarán, si en el de los satisfechos con el último trabajo del director taiwanes o todo lo contrario. También por disfrutar de una sátira hacía parte del modo de vida norteamericano o por la parte con las cherleaders, que puede recordar al fragmento de Apocalypse Now con las conejitas de Playboy. Un director como Ang Lee se merece el derecho a la duda.

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10 de noviembre de 2018
17 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el año 2006, Spike Lee rodaba su última gran película, Plan oculto. Desde entonces, el cineasta neoyorquino ha realizado una insustancial travesía repleta de documentales, mediometrajes, remakes y algún que otro filme, todos ellos trabajos insulsos y carentes de la personalidad que hace ya mucho tiempo este director demostró.

Los días de gloria de Lee quedan lejos y este año, con el estreno de su último largometraje, existía la posibilidad, la esperanza, de reverdecer viejos laureles. Infiltrados en el KKKlan se estrenaba en nuestro país con el aval de las buenas críticas recibidas en EEUU y con un galardón importante en el Festival de Cannes: el Gran Premio del Jurado.

Una vez vista la película te das cuenta que todo esto son paparruchas. Lee tenía una historia bastante atractiva en sus manos que no ha sabido aprovechar. La historia real de dos policías de Colorado Springs, uno negro -John David Washington- y otro judío -Adam Driver, Paterson- que consiguieron infiltrarse en el Ku Klux Klan en la década de los 70.

Unos primeros 45 minutos bastante interesantes y el trabajo de los actores es lo que se salva de la obra. Una película desperdiciada por el afán de su director de llevar al paroxismo un tema tan importante como el racismo. Por intentar manipular al espectador presentándonos a unos tipos, los del Klan, como los más imbéciles y peligrosos del país. Porque si bien lo segundo puede ser cierto -estos tipejos eran alimañas sin escrúpulos, que extendieron su odio por parte de EEUU-, lo segundo no. O al menos no de la forma que se nos presenta en la película.

Lee intenta caricaturizar a estos extremistas y en ocasiones acaricia la parodia. Hay escenas que rozan el ridículo y el esperpento zafio, especialmente hacia el final, con un desenlace torpe y atropellado, que parece improvisado. Y tras esa conclusión ingenua, el cineasta neoyorkino nos enseña imágenes actuales, reales, de archivo, todas ellas durísimas en las que enlaza todos los mensajes explícitos que ha ido soltando durante las dos horas anteriores. Unas secuencias en las que une el actual auge de algunos grupos cercanos al Klan con la llegada de Trump al poder.

Porque una vez vista la película, está claro que esa denuncia que Lee realiza sobre la actual situación de la población negra en EEUU no puede ser concebida como subliminal. Cualquier trabajo anterior del director relacionado con el racismo -Fiebre salvaje, Haz lo que debas, La marcha del millón de hombres- es mucho más interesante que este Infiltrados en KKKlan.

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17 de mayo de 2014
16 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine y la literatura, en apariencia dos exposiciones distintas de arte, siempre han estado muy ligadas. Adaptaciones cinematográficas de novelas, la estructura narrativa, la importancia del guión o la colaboración de novelistas y escritores prestigiosos en el desarrollo de las películas son claros ejemplos de ello. En este último aspecto, uno de los autores más prolíficos en el séptimo arte durante las últimas tres décadas ha sido Richard Price. Algunos de sus trabajos han sido llevados a la gran pantalla-The Wanderers, El color del crimen- aunque como más se le recordará será como guionista, debido a su participación, principalmente, en esa obra maestra de la televisión llamada The Wire.

Una de las novelas de este escritor llevadas a la gran pantalla fue Clockers. Tras haber trabajado con Price en El color del dinero en 1986 y en Historias de Nueva York en 1989, el director italoamericano Martin Scorsese (Taxi Driver, El lobo de Wall Street) quedó muy satisfecho con los guiones y ya en el año 1993, compró los derechos de la novela para plasmarla en imágenes. Sin embargo, su agenda estaba ocupada con la realización de la mítica Casino, por lo que decidió reservarse la función de producción y dejar la labor de dirección al afroamericano Spike Lee.

Esta elección supuso un acierto, ya que Lee, a pesar de haber nacido en Atlanta, tuvo que trasladarse siendo muy joven a Brooklyn, con lo que conoce a la perfección el ambiente del barrio en el que iba a rodarse la película. Además, a mediados de los 90 el director se encontraba en la parte más interesante de su carrera, con un estilo y un ritmo bastante fresco.

Con un reparto en el que, además de los anteriores actores, también destacan Delroy Lindo (Las normas de la casa de la sidra) en el papel de Rodney, el jefe de Strike; Keith David como André 'The Giant', un policía que conoce el barrio a la perfección y a los traficantes que pululan por el mismo; Michael Imperioli (Los Soprano, Diario de un rebelde) y Pee Wee Love. Estos intérpretes son las principales bazas que el realizador utiliza para dar vida a los personajes de la novela, aunque no son las únicas. El barrio de Brooklyn es un personaje más, especialmente el complejo de viviendas Gowanus Houses, lugar en el que se desarrolla la mayor parte de la trama.

La música, a cargo de un habitual en el cine de Lee -Terence Blanchard- así como un grupo de canciones, entre las que destacan Crazy, del artista británico Seal y Silent Hero de Des' ree, tienen una gran importancia a lo largo del metraje, creando la atmósfera necesaria que el realizador neoyorkino buscaba para cada parte de la trama.

Clockers fué rodada en el año 1995. Anteriormente, Spike Lee había regalado trabajos tan notables como Haz lo que debas, Malcom X y Fiebre salvaje. Posteriormente estrenaría otros títulos tan importantes como Nadie está a salvo de Sam, La última noche o Plan oculto. A partir de ahí su carrera entró en un profundo bache del que aún no ha conseguido salir.

En los últimos años, el director afroamericano ha sido noticia por sus polémicas declaraciones contra Clint Eastwood, acusándole de racista por no utilizar actores negros en su película Banderas de nuestros padres. Dicha acusación carece de fundamento, sobretodo si repasamos la filmografía de Eastwood y nos encontramos con Bird -biopic del músico de jazz, Charlie Parker, interpretado por Forest Whitaker- y las colaboraciones con Morgan Freeman -sin olvidarnos de su amistad fuera de las pantallas-.

Sea como fuere, esperamos que el director de Clockers vuelva a reencontrar el camino del éxito. Calidad y capacidad tiene de sobra para volver a deleitarnos.

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