Necesitamos soñar para seguir viviendo. Esto parece ser lo que nos quiere transmitir Kim Ki-duk con esta película que te puede embelesar o aburrir mortalmente, depende de como seas y de como te encuentre en el momento de verla. Un viejo barco de pesca, un mar que no presenta sus mejores colores, casi sucio, gastado o quizás contaminado, no se sabe. El viejo y la niña, aislados del mundo, encerrados en su compañía y en sus rituales diarios. Y sobre todo la música, el tercer personaje que no deja de hablar, de mantener la tensión durante toda la película. Los diálogos casi no existen, los personajes a penas dibujados, la soledad y el vacío están reflejados en esta cinta de forma magistral. Nos pasamos la vida soñando, planificando como decía John Lennon, y en un segundo todo cae a la nada. No es una película de disfrute durante su visión, pero si es una película que logra dejarte una emoción especial, difícil de olvidar, sales del cine como flotando, realmente consigue llevarte lejos, te transporta a un universo del que vuelves poco a poco.

Aunque me esperaba un poco más de la película y de su director, David Trueba, no puedo evitar hablar bien de ella. Una historia real que nos hace sonreír a pesar de la tristeza de fondo, las realidades que se encuentran detrás de todos los personajes son duras, injustas y casi crueles, pero reales, ni más ni menos que la vida misma, entonces y ahora.
Javier Cámara llena la pantalla y da contenido a la historia, dinamiza y da impulso a la cinta, que sin el se quedaría realmente corta. Me gusta la sencillez, pero no es fácil conseguir un buen efecto si no se acompaña de alguna otra característica que nos toqué un poco más.