Arranca recordándome dolorosamente a Amer. Temo ver algo absurdamente experimental, un juego con el espectador que no tengo claro si me apetece jugar. Pero a los pocos minutos la película se destapa. Te invita a participar en el juego de simbolismos, pero te ofrece como plan B (totalmente complementario) una historia de polis y ladrones cuyos aspectos formales difícilmente pueden dejarte indiferente. No tengo muy claro qué cojones pretende contarme, me quedo en lo más superficial de la narración, pero su atmósfera me absorbe y el ejercicio de estilo me flipa.

Con su primer How Far I’ll Go lloro. Literal. Me saltan las lágrimas y aún no soy capaz de racionalizar el por qué. Poco más tarde una preciosa We Know The Way marca el punto de partida de la aventura, seguida por la divertida You’re Welcome que me acompañará hasta el resto de mis días rebotando por la cabeza (no tanto como Under the Sea, pero vamos, por ahí). Llegará entonces el más épico y cachondo homenaje al cine de acción que he visto en toda mi vida, cuya contrapartida es que dejará parte de lo que veremos a continuación a la altura del betún. Y así hasta el clímax final, argumental, sonoro y visual (a lo Michael Bay, señoras, con su cámara lenta y todo), que culmina con Know Who You Are en una terrorífica (¿¿alguien dijo Sadako??) y emocionante escena. Brillante. Bravo Disney, e incluso gracias.

— ¿Cómo hacemos para que se entienda que este personaje es Jesucristo rapero?
— ¡Con una gorra de rapero!
— ¿No sería mejor una corona de espinas?
— ¿Y por qué no ambas cosas?

Jesucristo nos acompaña todo este musical rapeando las miserias de unos personajes francamente despreciables, pero de una vulnerabilidad indiscutible. No lo leo como misantropía, no creo que haya esa intención, son personajes rotos que canalizan como pueden sus mierdas.

Una lástima, claro está, que esa canalización sea de lo que nos avisa la advertencia de contenido más exhaustiva que he visto últimamente al inicio de una película (con el permiso de esa maravilla llamada Assasination Nation). Y sí, debo admitir que resulta difícil empatizar con nadie.

Pero tampoco nos rasguemos las vestiduras, no deja de ser una comedia sobre las miserias humanas como tantas otras. En un día de niebla, y probablemente sin gafas, podría llegar a confundirla con una especie de puesta al día, polaca, underground y pasada de tuerca, de esa otra película sobre gente rota llamada El Apartamento.

Con la parte romántica un poco jodida.

Y con Jesucristo rapero.

Abrams parte de la mitología de Lucas y la exprime con eficacia. Hace que abunden las referencias y el fan service en el marco de una historia con estructura clásica que huye de los riesgos asumidos por la trilogía precuela. Consigue, en el fondo, que todo huela incluso a remake. Y ahí, creo yo, está el gran acierto. Es un espectáculo de primer nivel que juega con las emociones, la nostalgia y el conocimiento aprendido. Una obra tan sumamente autoconsciente de su estado de culto pop que incluso se atreve con algún juego metareferencial haciendo tambalear tímidamente la cuarta pared.

Star Wars: The Force Awakens me ha ofrecido la mejor experiencia cinematográfica de toda la saga. Pero no, esto no significa que la considere la mejor película de las siete.

Una de esas películas cuya satisfacción está tan reservada en recorrer el camino que voy a respetar su premisa no contando absolutamente nada sobre su trama.

Solo decir que es un camino virtuoso formalmente, quizás alguien diga que demasiado, o de forma innecesaria, pero que a mí me ha encantado por su forma de subrayar continuamente lo superfluo dejando deambular lo realmente fundamental.

No veáis el tráiler. No leáis su sinopsis. No echéis un ojo a la lista de géneros. Ya demasiado estáis haciendo leyendo esto, por muy vacías que sean mis palabras.

"I think I'm done waiting".