A un western psicológico enfocado desde la naturaleza salvaje de esas tierras lejanas. Anthony Mann expone al individuo solitario, descreído y egoísta <<encarnado por un gran James Stewart>> a las inclemencias de una sociedad convulsionada por el viejo acicate de la avaricia, tema que se va saturando durante todo el metraje hasta provocar solventemente una reacción opuesta en muchos de sus personajes; el film consigue así articular ese drama "Borden Chase" que tematiza el valor de la amistad, de la integridad o de la camaradería.
Suena una campana, una mano agarrotada en busca de su arma, un "gracias", etc. son indicios que deja su director para la historia y que ayuda a enriquecer una película que habla a pasos agigantados sobre la épica, la incertidumbre, sobre el romanticismo de este gran género que ha sido, es y será el Western. Esplendor sobre las montañas, cine de gran altura. Sigo siendo un ferviente seguidor de James Stewart, de Anthony Mann, de Walter Brennan o de John McIntire.

Elogiable confección de una historia del oeste con el fuerte y grueso hilo de la venganza en ciernes. Es admirable el curso de la narración y cómo se va tejiendo el desarrollo, a través de la influencia de los diferentes personajes. Inolvidables son las escenas de café y como engrosan el metraje con las punciones psicológicas que se derivan de ellas. La presencia antagónica de un gran Lee Marvin da el contrapunto perfecto al inmaculado Scott. El punto se cierra con toques de guión exquisitos como el as del caballo.
Un traje a medida para todos aquellos que, como yo, vestimos el cine con espuelas de calibre clásico. Para volver a ponerlo y no dejar nunca en el armario.

Es cierto que J.J. Abrams se ha consolidado como un gran artesano pero no es menos cierto que se ha convertido en una especie de replicante de los Lucas, Spielberg, etc. Esa mitomamía. ese interés por revisistar los ¿clásicos? (bueno, los no tan clásicos, ya quisieran ellos) le ha valido elaborar un cine que sabe a "familiar" a "casero", hablando así me acuedo de la escena de Ratatouille en la que el personaje de Anton Ego al probar la comida homónima resucita los sabores de su juventud. Pues eso es lo que me ha pasado al ver Star Wars, estar viendo una película que ya había visto, tratada y elaborada con el respeto, el cariño y la mesura bien medidas para respetar la receta original.
Todo, o mucho, en ella se mide y se compara con su antecesora, desde los efectos especiales comedidos (guardando las técnicas pasadas), a nuevos personajes, patrones de otros ya conocidos, a la música, al argumento, a la "ingeniudad" de su tono, al montaje alterno y con muestras de técnicas históricas como el iris, a mucho que, en resumen, sustentan un gran espectáculo, digno de los amantes de la saga.

Seguiremos la saga con "Fuerza". Un saludo.

Una historia de conquista y de trascendencia humana que salva los escollos de la ignorancia, del atavismo, del odio, de la venganza y que vence a través de la amistad, la concordia y el amor. Un hermoso relato que viste los ojos "sobrenaturales" de esa belleza inmortal que era Sylvia Sidney, tan triste y afligida como siempre.
Melodrama que cautiva al espectador con las formas cinematográficas de una amable narración, unos ricos exteriores o de unas buenas interprétaciones además de ornarse con los candorosos motivos de las canciones, de la fauna, de la infancia,...

Muy recomendable.

Sin ser un apasionado del cine de acción; de vez en cuando me resulta entretenido acercarme al género porque, dicho sea de paso, hay films muy logrados en contenido y forma. Sin ir más lejos, esta saga y este personaje me hicieron pasar un buen rato en las entregas anteriores. Pero, ahora, ha llegado el momento del despiporre, del laconismo (excepto del "ruido accionarial") cualitativo y, como la mayoría de espectadores de este tipo de cine son devoradores, Chad Stahelski -con la ayuda del resto de la producción- ofrece un espectáculo, excesivo, prolijo, maniqueísta, maquiavélico también, donde la persecución/disparo/pelea se desborda cual tsunami y tal recurso deja arrinconado -hasta el agobio- al espectador que aguarda algo más que esa superficie hambrienta de casquería y de alienación vengativa.

El personaje de John Wick tiene carisma, la escenografía crea ambiente pero ya está, que se acabe ya.