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5,5
8.351
5
17 de mayo de 2020
17 de mayo de 2020
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
John Rambo vive jubilado en un rancho, donde convive con su sobrina y una señora mexicana, que es quien aporta corrección política al film para que se perciba un poco menos racista.
El hombre se aburre porque el gobierno ya no le envía por ahí a aplastar comunistas; de manera que se dedica a domar caballos, que es la clase de cosas que hacen los mitos vivientes cuando se jubilan, en lugar de hacer excursiones o pasar la tarde en el bingo. Eso, y hacer unos túneles muy molones bajo su rancho. No se sabe porqué los hace, pero los hace. Probablemente sea a causa de algún trastorno de guerra, ves a saber.
Total, que la sobrina se mete en un lío porque quiere conocer a su padre, y eso que Rambo y la señora esa ya le avisan que no, que el fulano ese es un gañán y un tronchafarolas. Pero la chica nada, ni caso, caprichosa ella. Así que decide viajar sola a México (que está ahí a tocar), que para los norteamericanos es como Mordor pero con personas bajitas, morenas y pobres en lugar de orcos. Y claro, cae en las abyectas manos de unos narcos viciosos que se dedican a raptar zagalas para prostituirlas y hacerles mil perrerías.
Rambo acudirá en su auxilio y los narcos lo ningunean de forma terrible: hasta le llaman Juanito, así, en español. Craso error: pronto descubrirán que han estado jodiendo al jubilado equivocado...
El héroe de guerra más célebre de la era Reagan regresa viejuno y atormentado en la que se intuye su aventura final y definitiva. Ni el personaje ni el presupuesto están ya para viajar a exóticos lugares a aniquilar hordas de enemigos, de manera que se ha optado por hacer una especie de remake de "Rolling thunder". Así, "Rambo - last blood" se dedica a acumular tensión y testosterona a lo largo de hora y cuarto de película, para liberarla finalmente en un orgasmo de decapitaciones, escopetazos y salvajadas varias, absolutamente antológico para los incondicionales de la franquicia.
Es una lástima que el desarrollo del último film de Rambo resulte tan y tan previsible. Y que carezca de muchas de las coordenadas que engrandecieron el mito. ¿Donde quedó el tema musical de Jerry Goldsmith? ¿Donde, las frases lapidarias?
- "¿¿Quien se cree que es, Dios??
- "No. Dios tendría piedad".
Al menos, Stallone se las apaña para dotar de un aura crepuscular a su veterano de guerra que le impide caer por momentos en el ridículo involuntario. Eso, y las ganas de verle ajustar cuentas con los pinches cuates hijos de una pendeja que le amargan el retiro son más que suficiente para complacer a los fanses y believers de Sly.
ME QUEDO CON: La matanza final. El regreso de la parafernalia Rambera: el arco, el cuchillo, las trampas...
ME SOBRA: Saber en todo momento lo que va a pasar y lo que es peor, el cómo.
El hombre se aburre porque el gobierno ya no le envía por ahí a aplastar comunistas; de manera que se dedica a domar caballos, que es la clase de cosas que hacen los mitos vivientes cuando se jubilan, en lugar de hacer excursiones o pasar la tarde en el bingo. Eso, y hacer unos túneles muy molones bajo su rancho. No se sabe porqué los hace, pero los hace. Probablemente sea a causa de algún trastorno de guerra, ves a saber.
Total, que la sobrina se mete en un lío porque quiere conocer a su padre, y eso que Rambo y la señora esa ya le avisan que no, que el fulano ese es un gañán y un tronchafarolas. Pero la chica nada, ni caso, caprichosa ella. Así que decide viajar sola a México (que está ahí a tocar), que para los norteamericanos es como Mordor pero con personas bajitas, morenas y pobres en lugar de orcos. Y claro, cae en las abyectas manos de unos narcos viciosos que se dedican a raptar zagalas para prostituirlas y hacerles mil perrerías.
Rambo acudirá en su auxilio y los narcos lo ningunean de forma terrible: hasta le llaman Juanito, así, en español. Craso error: pronto descubrirán que han estado jodiendo al jubilado equivocado...
El héroe de guerra más célebre de la era Reagan regresa viejuno y atormentado en la que se intuye su aventura final y definitiva. Ni el personaje ni el presupuesto están ya para viajar a exóticos lugares a aniquilar hordas de enemigos, de manera que se ha optado por hacer una especie de remake de "Rolling thunder". Así, "Rambo - last blood" se dedica a acumular tensión y testosterona a lo largo de hora y cuarto de película, para liberarla finalmente en un orgasmo de decapitaciones, escopetazos y salvajadas varias, absolutamente antológico para los incondicionales de la franquicia.
Es una lástima que el desarrollo del último film de Rambo resulte tan y tan previsible. Y que carezca de muchas de las coordenadas que engrandecieron el mito. ¿Donde quedó el tema musical de Jerry Goldsmith? ¿Donde, las frases lapidarias?
- "¿¿Quien se cree que es, Dios??
- "No. Dios tendría piedad".
Al menos, Stallone se las apaña para dotar de un aura crepuscular a su veterano de guerra que le impide caer por momentos en el ridículo involuntario. Eso, y las ganas de verle ajustar cuentas con los pinches cuates hijos de una pendeja que le amargan el retiro son más que suficiente para complacer a los fanses y believers de Sly.
ME QUEDO CON: La matanza final. El regreso de la parafernalia Rambera: el arco, el cuchillo, las trampas...
ME SOBRA: Saber en todo momento lo que va a pasar y lo que es peor, el cómo.

5,7
457
6
19 de abril de 2025
19 de abril de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un cementerio de extrarradio es donde acaba el cuerpo del joven Juani, algo que detonará una de las mas turbias y brutales venganzas de todo el cine made in spain.
Gran interpretación de Asumpta Serna, un malo de antología interpretado por Luis Hostalot (de mis favoritos del cine español, mención de honor junto al Tatín de 'Camada negra' y el señorito de 'Los santos inocentes') y un argumento ideal para debatir con tu 'cuñao' favorito.
No te la pierdas si te va el rollo de justicieros urbanos a lo Bronson pero deseas verlo analizado desde un inclasificable punto de vista, entre lo progre y lo salvajemente cañí.
Memorable: el momento en que Víctor Valverde saca de una funda del Pyramid de Alan Parsons un disco, lo pone y suena... un villancico.
Gran interpretación de Asumpta Serna, un malo de antología interpretado por Luis Hostalot (de mis favoritos del cine español, mención de honor junto al Tatín de 'Camada negra' y el señorito de 'Los santos inocentes') y un argumento ideal para debatir con tu 'cuñao' favorito.
No te la pierdas si te va el rollo de justicieros urbanos a lo Bronson pero deseas verlo analizado desde un inclasificable punto de vista, entre lo progre y lo salvajemente cañí.
Memorable: el momento en que Víctor Valverde saca de una funda del Pyramid de Alan Parsons un disco, lo pone y suena... un villancico.

5,4
761
4
15 de julio de 2020
15 de julio de 2020
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leroy es un chaval afroamericano obsesionado con las artes marciales, algo así como la reencarnación de Confucio (inventor de la confusión, como todo el mundo sabe). Tiene hasta la coronilla a su sensei: se pasa todo el día en el gimnasio, repartiendo leña a muñecos, brincando y atrapando flechas al vuelo. El maestro le dice que ya no le puede enseñar nada mas, y que si quiere seguir avanzando y ser el 'over the top' en eso de repartir cates deberá encontrar a otro tipo, un tal Chao Chalao.
El tal Leroy, al que ya no le quedan neuronas sanas de tanto recibir en el cerebelo, se traga semejante bobada y emprende la búsqueda de esa nueva fuente de sabiduría oriental. De paso, se mete en líos con un tal Sambo: un gigantón que anda siempre por ahí con una banda de macarras que parecen sacados de una versión "all audiences" de Mad Max. Pero también ayudará a una presentadora de la tele, a la que un mafioso (que viene a ser como un Danny de Vito de marca blanca) acosa con el siniestro objetivo de promocionar a su novia cantante: una chica que parece la hermana tonta de Cindy Lauper.
En el camino por obtener la suprema iluminación contará con la ayuda de un niño asiático que reparte patadas aéreas y enseña el pulgar hacia arriba en plan 'te doy un like, colega', de su hermano menor que baila y quiere ser graciosillo pero en realidad es un brasas, y de unos chinos que bailan y cantan y trabajan en una fábrica de galletas de la fortuna.
***** Tenía una cuenta pendiente con esta película. Recuerdo ver un anuncio de ella en el cine, cuando era un chavalín, pero me quedé con las ganas de verla. Después le perdí la pista por completo, hasta ahora. La verdad, hubiera sido mejor dejar las cosas como estaban.
Sobre el papel, la idea es muy molona: un film que combinara música funky y disco de la época, peleas callejeras y números de coreografías en un momento en el cual el 'breakdance' se había puesto de moda entre la chavalería. Pero...
El guión de "El último dragón" parece escrito por un niño de seis años. Esto en sí mismo no sería para mí un problema, si no fuera porque la película no ofrece apenas nada de lo que promete: Los número musicales son muy flojos, las canciones no son nada del otro mundo (algo notablemente triste si tenemos en cuenta que el film está producida por la Motown) y las escenas de peleas no son demasiado espectaculares; para colmo, no paran de citar a Bruce Lee, con lo que uno no cesa de dar vueltas a lo odiosas que resultan ciertas comparaciones.
Los protagonistas son un chaval que responde al nombre de Taimak, del cual sólo puedo decir que he visto barandillas de escalera con más expresividad y carisma; y Vanity, una 'mocatriz' (modelo, cantante y actriz) que por aquel entonces debía ser la novia 14.358 de Prince. Con semejante elenco, más una dirección plana y anodina de Michael Schultz, el film no pasó de un discreto y relativo éxito en su estreno.
Supongo que si alguien tuvo la suerte de verla en su día debe guardar un buen recuerdo. Por mi parte y tras recuperarla ahora, pienso que es un ejemplo entre sonrojante y psicotrónico de lo que era el entretenimiento más palomitero de aquella década (reivindicada ahora hasta el paroxismo) a la que llamamos 'los 80'.
ME QUEDO CON: La escena en el cine, delirante y gamberra. Y que el film sea auténtico en su ejemplo de lo que eran las películas familiares de los años 80: totalmente despojadas de cualquier atisbo de lo politicamente correcto. Ah, y hay rayos de colores al final. Por aquel entonces, toda película importante de acción tenía rayos de colores: es un hecho cientificamente probado.
ME SOBRA: Que todo sea tan soso; los protagonistas, los secundarios, las peleas, la música, el bailoteo...
El tal Leroy, al que ya no le quedan neuronas sanas de tanto recibir en el cerebelo, se traga semejante bobada y emprende la búsqueda de esa nueva fuente de sabiduría oriental. De paso, se mete en líos con un tal Sambo: un gigantón que anda siempre por ahí con una banda de macarras que parecen sacados de una versión "all audiences" de Mad Max. Pero también ayudará a una presentadora de la tele, a la que un mafioso (que viene a ser como un Danny de Vito de marca blanca) acosa con el siniestro objetivo de promocionar a su novia cantante: una chica que parece la hermana tonta de Cindy Lauper.
En el camino por obtener la suprema iluminación contará con la ayuda de un niño asiático que reparte patadas aéreas y enseña el pulgar hacia arriba en plan 'te doy un like, colega', de su hermano menor que baila y quiere ser graciosillo pero en realidad es un brasas, y de unos chinos que bailan y cantan y trabajan en una fábrica de galletas de la fortuna.
***** Tenía una cuenta pendiente con esta película. Recuerdo ver un anuncio de ella en el cine, cuando era un chavalín, pero me quedé con las ganas de verla. Después le perdí la pista por completo, hasta ahora. La verdad, hubiera sido mejor dejar las cosas como estaban.
Sobre el papel, la idea es muy molona: un film que combinara música funky y disco de la época, peleas callejeras y números de coreografías en un momento en el cual el 'breakdance' se había puesto de moda entre la chavalería. Pero...
El guión de "El último dragón" parece escrito por un niño de seis años. Esto en sí mismo no sería para mí un problema, si no fuera porque la película no ofrece apenas nada de lo que promete: Los número musicales son muy flojos, las canciones no son nada del otro mundo (algo notablemente triste si tenemos en cuenta que el film está producida por la Motown) y las escenas de peleas no son demasiado espectaculares; para colmo, no paran de citar a Bruce Lee, con lo que uno no cesa de dar vueltas a lo odiosas que resultan ciertas comparaciones.
Los protagonistas son un chaval que responde al nombre de Taimak, del cual sólo puedo decir que he visto barandillas de escalera con más expresividad y carisma; y Vanity, una 'mocatriz' (modelo, cantante y actriz) que por aquel entonces debía ser la novia 14.358 de Prince. Con semejante elenco, más una dirección plana y anodina de Michael Schultz, el film no pasó de un discreto y relativo éxito en su estreno.
Supongo que si alguien tuvo la suerte de verla en su día debe guardar un buen recuerdo. Por mi parte y tras recuperarla ahora, pienso que es un ejemplo entre sonrojante y psicotrónico de lo que era el entretenimiento más palomitero de aquella década (reivindicada ahora hasta el paroxismo) a la que llamamos 'los 80'.
ME QUEDO CON: La escena en el cine, delirante y gamberra. Y que el film sea auténtico en su ejemplo de lo que eran las películas familiares de los años 80: totalmente despojadas de cualquier atisbo de lo politicamente correcto. Ah, y hay rayos de colores al final. Por aquel entonces, toda película importante de acción tenía rayos de colores: es un hecho cientificamente probado.
ME SOBRA: Que todo sea tan soso; los protagonistas, los secundarios, las peleas, la música, el bailoteo...

5,9
13.380
6
21 de mayo de 2020
21 de mayo de 2020
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los Sin Nombre son una secta diabólica (o algo así) de gente turulata perdida, pero que no ocupan su tiempo en los menesteres habituales de los grupos malignos: no se dedican a intentar despertar al gran Cthulhu ni celebran coitos grupales para invocar a Satanás. En su lugar, andan preocupados por alcanzar "la síntesis del Mal" o lo que es lo mismo, hacerle a alguien la mayor putada que uno pueda imaginar y concebir.
Ese alguien resulta ser el personaje al que da vida Emma Vilarasau, a la que hacen creer que su niñita ha muerto entre terribles sufrimientos. Pero luego resulta que no, que la niña no está muerta porque la llama por teléfono y le dice que está secuestrada, y que la busque y la rescate.
Total, que se junta con un policía igual de amargado que ella y van siguiendo pistas; y hablan con un cura y con un señor maniático con las comidas y con otro señor que da mucha grima y mucho miedo y que está encerrado por tarado sin remedio, como si fuera el Hannibal Lecter. Todo ello en una Barcelona muy poco mediterranea, que más bien parece Basauri, porque siempre llueve y está el día gris y mejor sales de casa con chubasquero y paragüas. Y aunque es Barcelona, no salen ni turistas ni carteristas, pero salen muchas monjas, no sé porqué; Pero no son como Sor Citroen, éstas dan un poco de miedo.
La película logra transmitir muy malas vibraciones, todo en ella da grima, lástima, aprensión o directamente, terror. A veces creo que sacrifica incluso la historia para conseguir ese efecto, convirtiéndose en un desfile de personajes sórdidos y escenarios desoladores y sombríos. Hay algunas escenas que toman "prestadas" ideas y cosas de otros films famosos como "El silencio de los corderos" o "Seven". Pero "Los sin nombre" se eleva por encima de los aspectos formales, para crear una experiencia perturbadora en sus detalles, en su tono y en su atmósfera.
Por lo demás, a mi me mantuvo clavado en la butaca, a la espera de indagar hasta el final en los malsanos secretos de aquellos que renunciaron incluso a su propio nombre para abrazar la maldad.
ME QUEDO CON: Me gustó la banda sonora de Carles Cases, la fotografía de Xavi Giménez (con todos los colores de la oscuridad), esos escenarios (alguno de ellos real) de lugares abandonados, que te ponen de los nervios.
ME SOBRA: Las referencias evidentes a películas de éxito, que me desconectan de esta pesadilla. Y un desenlace que me parece más triste que terrorífico.
Ese alguien resulta ser el personaje al que da vida Emma Vilarasau, a la que hacen creer que su niñita ha muerto entre terribles sufrimientos. Pero luego resulta que no, que la niña no está muerta porque la llama por teléfono y le dice que está secuestrada, y que la busque y la rescate.
Total, que se junta con un policía igual de amargado que ella y van siguiendo pistas; y hablan con un cura y con un señor maniático con las comidas y con otro señor que da mucha grima y mucho miedo y que está encerrado por tarado sin remedio, como si fuera el Hannibal Lecter. Todo ello en una Barcelona muy poco mediterranea, que más bien parece Basauri, porque siempre llueve y está el día gris y mejor sales de casa con chubasquero y paragüas. Y aunque es Barcelona, no salen ni turistas ni carteristas, pero salen muchas monjas, no sé porqué; Pero no son como Sor Citroen, éstas dan un poco de miedo.
La película logra transmitir muy malas vibraciones, todo en ella da grima, lástima, aprensión o directamente, terror. A veces creo que sacrifica incluso la historia para conseguir ese efecto, convirtiéndose en un desfile de personajes sórdidos y escenarios desoladores y sombríos. Hay algunas escenas que toman "prestadas" ideas y cosas de otros films famosos como "El silencio de los corderos" o "Seven". Pero "Los sin nombre" se eleva por encima de los aspectos formales, para crear una experiencia perturbadora en sus detalles, en su tono y en su atmósfera.
Por lo demás, a mi me mantuvo clavado en la butaca, a la espera de indagar hasta el final en los malsanos secretos de aquellos que renunciaron incluso a su propio nombre para abrazar la maldad.
ME QUEDO CON: Me gustó la banda sonora de Carles Cases, la fotografía de Xavi Giménez (con todos los colores de la oscuridad), esos escenarios (alguno de ellos real) de lugares abandonados, que te ponen de los nervios.
ME SOBRA: Las referencias evidentes a películas de éxito, que me desconectan de esta pesadilla. Y un desenlace que me parece más triste que terrorífico.
6
20 de abril de 2025
20 de abril de 2025
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Gundala es un popular personaje de los comics de Indonesia, creado por Harya Suraminata (alias "Hasmi") y que apareció en las viñetas por primera vez en 1969. Sobre este personaje se gestó en 2019 el que es el primer film del universo cinematográfico Bumilangit (BCU) o lo que es lo mismo: películas basadas en personajes de los comics y el folklore indonesios. Ya hay un segundo film estrenado, Sri Asih (2022) cuyo personaje recuerda vagamente a Wonder Woman.
Lo que tenemos en Gundala es una película de acción y superhéroes con intenciones de gran producción; algo que logra de forma intermitente, gracias a una trabajada fotografía, una puesta en escena con sentido del espectáculo y buenos intérpretes; bueno... por lo menos, no son demasiado terribles.
Lo primero que me llama la atención del film es la falta de escrúpulos a la hora de mostrar la violencia que sufren (o a veces provocan) los niños. Hay varias escenas impactantes: Los chicos del orfanato siendo torturados y mas tarde, cobrando una sangrienta venganza; la paliza que sufre el héroe siendo un chiquillo y mostrada sin escatimar en detalles. O el mismo personaje, engullendo restos de comida tirada por el suelo, en uno de los mejores momentos del film.
Partiendo de esta base melodramática, Gundala va tomando cada vez mas la forma de lo que pretende ser: una película con mucha acción y muchas peleas. Pero ojo, que aquí las peleas no son como en los films de la Marvel o de la DC. En realidad, están mas cerca de las pelis de videoclub ochenteras que de las carísimas propuestas hollywoodienses a las que aspira a imitar. Vamos, que hay más del estilo Jackie Chan que del Capitán América and company.
En este sentido hay abundante acción, pero con resultados muy desiguales según la escena. Hay peleas algo cutres con algún extra cayéndose sólo, sin que nadie le toque. Otras están bien resueltas, pero en general todas ellas poseen una cierta impostura y teatralidad con patadas, giros y agarrones muy forzados. A su favor hay que decir que la mayoría de las peleas se filmaron en una única toma y que el actor protagonista apenas usó dobles de acción, lo que mejora de forma apreciable el resultado final.
Otro aspecto curioso de Gundala es lo crítica que es con el gobierno indonesio. Hay una notable carga política en el film, reivindicando el poder popular y de la gente humilde frente a la inmoralidad y corrupción de burócratas, empresarios y dirigentes.
Como no hay superhéroe sin villano, aquí vamos a encontrar a Pengkor (Bront Palarae), un personaje que viene a ser el primo indonesio del Joker: un malvado (con causa, eso sí) de rostro desfigurado al que sirven un ejército de huérfanos asesinos. A destacar el personaje de una estudiante que recuerda sospechosamente a la Gogo Yubari de Kill Bill.
Es una lastima que la propuesta de Gundala no explote mucho más el enfrentamiento entre este (super) héroe del pueblo y Pengkor y sus secuaces. En vez de eso se pierde en una absurda idea de arroz adulterado por una toxina, capaz de afectar a las embarazadas y haciendo que engendren niños amorales. Si, no es broma, tal como suena. El guion a veces avanza de forma confusa, con un asunto que viene y va según conviene acerca de un mercado atacado por unos matones... un embrollo innecesario. Acaba cayendo en una trama algo risible y demasiado extensa, en la que se intercalan peleas y más peleas, a veces adornadas con algún discreto efecto especial.
Gundala me pareció, en general, una película más simpática que efectiva. Su héroe basa su origen en algo parecido a un melodrama pasado de vueltas y pertenece a la clase trabajadora: aquí, Tony Stark o Bruce Wayne quedan muy lejos. Y su falta de filtro con lo políticamente correcto, sumado a cierto exotismo, dan para pasar un par de horas entretenidas.
Si os gustan las películas de superhéroes, podéis darle una oportunidad, siquiera para echar un vistazo a este Universo Cinematográfico Bumilangit.
Lo que tenemos en Gundala es una película de acción y superhéroes con intenciones de gran producción; algo que logra de forma intermitente, gracias a una trabajada fotografía, una puesta en escena con sentido del espectáculo y buenos intérpretes; bueno... por lo menos, no son demasiado terribles.
Lo primero que me llama la atención del film es la falta de escrúpulos a la hora de mostrar la violencia que sufren (o a veces provocan) los niños. Hay varias escenas impactantes: Los chicos del orfanato siendo torturados y mas tarde, cobrando una sangrienta venganza; la paliza que sufre el héroe siendo un chiquillo y mostrada sin escatimar en detalles. O el mismo personaje, engullendo restos de comida tirada por el suelo, en uno de los mejores momentos del film.
Partiendo de esta base melodramática, Gundala va tomando cada vez mas la forma de lo que pretende ser: una película con mucha acción y muchas peleas. Pero ojo, que aquí las peleas no son como en los films de la Marvel o de la DC. En realidad, están mas cerca de las pelis de videoclub ochenteras que de las carísimas propuestas hollywoodienses a las que aspira a imitar. Vamos, que hay más del estilo Jackie Chan que del Capitán América and company.
En este sentido hay abundante acción, pero con resultados muy desiguales según la escena. Hay peleas algo cutres con algún extra cayéndose sólo, sin que nadie le toque. Otras están bien resueltas, pero en general todas ellas poseen una cierta impostura y teatralidad con patadas, giros y agarrones muy forzados. A su favor hay que decir que la mayoría de las peleas se filmaron en una única toma y que el actor protagonista apenas usó dobles de acción, lo que mejora de forma apreciable el resultado final.
Otro aspecto curioso de Gundala es lo crítica que es con el gobierno indonesio. Hay una notable carga política en el film, reivindicando el poder popular y de la gente humilde frente a la inmoralidad y corrupción de burócratas, empresarios y dirigentes.
Como no hay superhéroe sin villano, aquí vamos a encontrar a Pengkor (Bront Palarae), un personaje que viene a ser el primo indonesio del Joker: un malvado (con causa, eso sí) de rostro desfigurado al que sirven un ejército de huérfanos asesinos. A destacar el personaje de una estudiante que recuerda sospechosamente a la Gogo Yubari de Kill Bill.
Es una lastima que la propuesta de Gundala no explote mucho más el enfrentamiento entre este (super) héroe del pueblo y Pengkor y sus secuaces. En vez de eso se pierde en una absurda idea de arroz adulterado por una toxina, capaz de afectar a las embarazadas y haciendo que engendren niños amorales. Si, no es broma, tal como suena. El guion a veces avanza de forma confusa, con un asunto que viene y va según conviene acerca de un mercado atacado por unos matones... un embrollo innecesario. Acaba cayendo en una trama algo risible y demasiado extensa, en la que se intercalan peleas y más peleas, a veces adornadas con algún discreto efecto especial.
Gundala me pareció, en general, una película más simpática que efectiva. Su héroe basa su origen en algo parecido a un melodrama pasado de vueltas y pertenece a la clase trabajadora: aquí, Tony Stark o Bruce Wayne quedan muy lejos. Y su falta de filtro con lo políticamente correcto, sumado a cierto exotismo, dan para pasar un par de horas entretenidas.
Si os gustan las películas de superhéroes, podéis darle una oportunidad, siquiera para echar un vistazo a este Universo Cinematográfico Bumilangit.
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