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8,4
100.322
8
19 de marzo de 2020
19 de marzo de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No entiendo cómo no pude ver esta película antes. Impresionante romance bélico y político desarrollado en Casablanca, la Francia no ocupada por el nazismo, lugar cosmopolita donde asisten todos los huidos del Tercer Reich para conseguir salvoconductos o visados hacia Lisboa y, desde ahí, a América. La corrupción, influencias y falta de escrúpulos reinan el vilmente embellecido lugar donde se desarrollan los personajes principales que, por razones obvias, son historia del cine: Richard Blane, interpretado por un portentoso Humphrey Bogart para el cual la cámara y dirección de Michael Curtiz tiene especial fijación, sacando lo mejor de su interpretación muy ayudado por unos planos inmensos, siempre de torso hacia arriba, sirvientes para una mejor captación del poderío de su personaje en el lugar. También tenemos a una bellísima Ingrid Bergman dando vida a la dulce y casi inocente Ilsa Lund, que muestra con desparpajo la frustración y el recelo con una interpretación exuberante de naturalidad y muy apoyada por personajes secundarios como Dooley Wilson (Sam) o Sydney Greenstreet (Signor Ferrari) y, por supuesto, por Paul Henreid (Victor Laszlo), el cual, a pesar de relucir en un plano secundario, funciona como eje principal del argumento e incluso de los intereses del director, de la liberación y la libertad. La corta pero imprescindible aparición de Peter Lorre, interpretando al buscavidas Ugarte, también cabe ser resaltada tanto por su vital importancia como por las frases que deja para la posteridad en sus conversaciones con el protagonista, añadiendo una interpretación ineludiblemente recalcable pese a su volatilidad. Por último, y, a título personal, de mis interpretaciones e incluso personajes favoritos, nos hallamos ante un maravilloso Claude Rains actuando como el prefecto de policía, carente absoluto de corazón hasta cierto punto, Louis Renault, realizando un estupendo trabajo de dualidad con Humphrey Bogart. La banda sonora a cargo de Max Steiner es imprescindible para entender la película, ya que es utilizada como recurso incidental a modo de acompañamiento de los intereses e incluso móviles que subyacen en la trama, algo fácilmente perceptible en el enfrentamiento melódico entre alemanes y franceses en una secuencia tan cruda como mítica. El triángulo amoroso que se acontece en la cinta es especificado a medida que las tensiones interpersonales de todos los personajes crece, haciendo literalmente de motor para el óptimo desarrollo de los personajes y permitir conocerlos mejor labrando un perfil psicológico de cada uno tildado con las apariencias y la hipocresía imperantes en esa pequeña sociedad llamada Casablanca. Tanto la escenografía como el trabajo de maquillaje y vestuario rozan la perfección, ubicando en cada momento al espectador del sitio y, más importante, qué clase de sitio se trata a pesar de la concepción desde el golpe de vista casual, convirtiendo esos tres parámetros en una bolsa de sentimientos expuesta mediante un esmerado fondo. Se trata, sin lugar a dudas y a pesar de no ser mi tipo de película, en un hito del cine, con un alegato a la libertad frente a la opresión que, a pesar del egoísmo de la sociedad, impera por los buenos sentimientos, poseyendo, también, frases, planos, secuencias y música majestuosas.
19 de marzo de 2020
19 de marzo de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desapercibida pero muy destacable producción de la Hammer que, después de tantos años en su creación de engendros y monstruos que formarían parte de la cultura universal, en 1966 presentarían un avance magnánimo a nivel técnico con El reptil, película que sigue las pautas del horror clásico, aunque, en el intento de crear un ser emblemático como pudiera ser Drácula o el monstruo de Frankenstein, este carece de la carisma necesaria para requerirlo como personaje antológico dentro del género por su pésima profundización en él y lo banal de sus acciones como tal. La historia, ambientada en un pequeño pueblo del siglo XIX, transcurre malograda por unas extrañas muertes que atormentan al personal y que se atribuyen a una denominada 'peste negra' al no ser esclarecidas con exactitud, siendo la más relevante la de el hermano de nuestro protagonista, lo cual desemboca en su llegada para la recepción de la herencia (una pequeña casa situada en el páramo) junto su mujer, donde conocerán a unos lugareños aciagos, y tratarán de resolver el embrollo al verse involucrado en ellos. No es la trama más original, pero está hilada de una forma asombrosa manteniendo la tensión de forma certera y precisa, adecuada en todo momento, muy socorrida por la excelente banda sonora de origen oriental, de tipo incidental y con bastante relevancia en la trama, que también sirve al espectador para adentrarse en el horripilante mundo que rodea a la criatura. Las interpretaciones son correctísimas, fallándome un poco el cambio de registro cuando la situación lo requiere de Noel Willman (Dr. Franklyn), y hubiendo preferido, o necesitado, ya por interés personal, a Peter Cushing interpretando al doctor o a su mayordomo malayo (Marne Maitland). Lo que debo destacar sobremanera es tanto el decorado como el vestuario, absolutamente impolutos e incluso con buen trabajo de fondo, ambos luciendo muy bonitos visualmente, ayudándose de una iluminación muy lograda. Es bastante buena película, siendo los principales peros el diseño del monstruo y el desenlace, ambos pudiendo resultar muchísimo más espectaculares, pero es una película 100% Hammer, adelantada a su época en ciertos sentidos aún manteniendo el clasicismo, y una muy buena experiencia de terror. (7.5).

4,6
1.115
6
19 de marzo de 2020
19 de marzo de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muchísimo mejor película que su predecesora (Hatchet, Adam Green, 2006), que, a pesar de posee una fórmula idéntica, aludiendo, nuevamente, al género de explotación al que pertenece, el slasher, y la cantidad de continuaciones que se dirigieron en los ochenta de sus grandes éxitos, mejora considerablemente todos los aspectos que su precuela abordó de forma catastrófica, sobresaltando con diferencia la dirección de actores, sobresaltando la expansión del registro de Danielle Harris (Marybeth Dunson), una espléndida interpretación de Tony Todd (Reverendo Zombi) que recuerda a inequívocamente al personaje antagonista de la mejor (para mí) película de Wes Craven, uno de los grandes referentes del slasher: La serpiente y el Arco Iris (1988). También debo resaltar tanto a R. A. Mihailoff (Trent), Tom Holland (sí, el director del memorable slasher Muñeco diabólico, también de 1988, interpretando al viejo Bob). El argumento es bastante más interesante, así como el grupo que compone la centralidad de la trama, mostrándose más dinámico que el anterior y mostrando muertes más creativas e ingeniosas, tan grotescas como en ocasiones graciosas o sarcásticas, y empleando un estilo muy popular durante finales de los ochenta y principios de los noventa en lo que a gore se refiere, teniendo especial fijación en Peter Jackson y, particularmente, en Braindead (Tu madre se ha comido a mi perro) de 1992. La escenografía y fotografía presenta una amplia mejora, ya cobrando más sentido estructural el diseño del pantano en el que se desarrolla, y una fotografía recordatoria del estilo redneck que posee la cinta, con un grandioso trabajo de diseño en los créditos principales y una banda sonora que, si no es del todo acorde, imagino que es, de nuevo, para tributar, como lo hace durante toda la película, a las cintas de los 80 y la música metal que solía acompañarlas. Y qué decir de Kane Hodder (Thomas Crowley, Victor Crowley), manteniéndose en la línea y sabiendo transmitir bajo tanto maquillaje los sentimientos de la criatura, aún manteniendo las convicciones de esta, a través de gruñidos y miradas. A pesar de su factura, cumple con lo prometido ofreciendo una historia completa, y, sin duda, es un alegato del amor que siente Adam Green a este subgénero, y un tributazo a todas esas películas. (6.5).

4,7
1.938
2
19 de marzo de 2020
19 de marzo de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lamentable ejercicio autoparódico que trata de tomarse en serio en momentos de clímax sin conseguirlo, tratando constantemente de evocar los más grandes clásicos slasher, teniendo especial fijación en Viernes 13 (Sean S. Cunningham, 1980), tanto en el desarrollo de la trama como en el diseño del antagonista, incluso el trasfondo del antagonista es una burda copia de la historia detrás de Jason Voorhees. Adam Green, director de esta porquería, sustituye el icónico Crystal Lake por un mugriento pantano (muy mal diseñado cartográficamente), a Jason por un engendro llamado Victor Crowley (imagino haciendo alusión al famoso ocultista Aleister Crowley), un paleto desfigurado, y a un grupo de descerebrados, a cual más imbécil, que deciden embarcarse en dicho pantano (prohibido al público) para hacer una ruta turística (por un pantano, punto que debe ser de amplio interés turísticos, por cierto, lleno de cocodrilos). El grupito de retrasados se compone por el protagonista, Joel Moore (Ben), que ofrece una interpretación asquerosa y bastante desquiciante, de un chaval baboso y rarito, el clásico negro y amigo de nuestro querido protagonista, Marcus (Deon Richmond), dos actrices porno (y con claros síntomas de deficiencia mental severa); Misty (Mercedes McNab) y Jenna (Joleigh Fioreavanti), con su respectivo director y productor pornográfico, Doug Shapiro (Joel Murray), una pareja de jubilados que no le importa a nadie (Jim y Shannon Permatteo, interpretados de forma catastrófica por Richard Riehle y Patrika Darbo respectivamente) y, finalizando, el personaje con el cual me daban ganas de meterme en la película y reventarlo a guantazos, el guía turístico chino, Andrew (Parry Shen). Bueno, también tenemos a la típica chica misteriosa con un pasado que funciona como motor principal del drama, Marybeth (Tamara Feldman), de las únicas interpretaciones, junto la de Kane Hodder (Victor Crowley) que son potables. Posee un ritmo ilógico que, para tener el director tanta fijación en los slasher, se pasa por el forro uno de los recursos básicos que se utilizan en el subgénero: la tensión creciente, que se suele crear con un ritmo medio salpicado de momentos de tensión hasta llegar al clímax pero, para este señor, esos momentos de tensión son todo clímax, haciendo que el desenlace pierda todo su sentido e impacto escénico. Lo único que me ha gustado es la banda sonora, cuyos temas principales pertenecen a Marilyn Manson, This Is The New Shit (hasta el título hace honor a la película) y un remix en colaboración con Goldfrapp. Hasta aparece Robert Englund haciendo un papel nimio que podría haber hecho mi vecino del quinto. Solo recomiendo esto si te fumas tres porros antes. (1.5).

7,3
6.925
8
19 de marzo de 2020
19 de marzo de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En pocas ocasiones, por no decir nunca, he visto un terror de este calibre, exponiéndolo a su base más pura donde lo real se mezcla con lo onírico, involucrando casi de forma inconsciente e hipnótica al espectador en el perturbado e incluso grotesco mundo que crea el director, Ingmar Bergman, usando la psique o, yendo más allá, el alma del personaje interpretado por un inconmensurable Max von Sydow (Johan Borg), artista prolífico de profesión, al que le atormentan e incluso enloquecen sus traumas pasados para el cual, la isla, el hogar donde habita, es alterado inconscientemente por la locura que lo embarga, reprimiendo sentimientos considerados tabú y expuestos a través de sus obras pictóricas como la homosexualidad, el adulterio o la necrofilia. Es impresionante cómo Bergman imbuye al espectador en su mundo onírico desde el comienzo de la película, usando un primer plano de Liv Ullmann (Alma Borg) narrando la historia directamente a cámara, sin ningún tipo de artificio melodramático, solo, el sonido de los movimientos de cámara y la brisa que azota el paisaje, la cual se mantendrá como elemento natural, evocando a la realidad, durante todo el trayecto de la cinta. Se trata, sin duda, de una obra visionaria, más teniendo en cuenta la época porque, aunque ya estaba muy visto la onda de expresionismo alemán que provocó El gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene, 1920) en la corriente del terror psicológico, Bergman lo sumó al surrealismo teniendo en cuenta la obra que dio inicio al movimiento (Un perro andaluz, Luis Buñuel, 1929) creando un bloque nunca visto, sabiendo aprovechar al máximo su estilo personal y una excelente dirección de actores, dominando los primeros planos y el contraste de luces y sombras de manera absolutamente magistral (tal dominio de estos dos últimos aspectos no los veía desde Cuentos de la luna pálida, Kenji Mizoguchi, 1953). Me atrevería a decir que con la atmósfera tan incómoda que crea desde el inicio y su mantenimiento durante el metraje, sumado a la estrambótica visión, tan elegante como inquietante, de los 'antagonistas', podría decirse que llevó más allá el subgénero del vampirismo (hecho de forma mucho más sutil) e, incluso, siendo pionero en el subgénero de terror del home invasion, por la introducción de estos y la perturbación que provoca a la pacífica vida de la pareja protagonista. No la recomendaría a todos los públicos, de hecho, no es mi tipo de película, pero he de reconocer que me ha pasmado de principio a fin. Descansa en paz, Max von Sydow, y procura no dormir hasta el amanecer. (8.5).
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