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Críticas 1.489
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
21 de enero de 2015
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aventura espacial de serie B, con los ideales espaciales y patrióticos de la astronáutica soviética.

Se narra la aventura del primer viaje tripulado hacia Venus, en el que los cosmonautas rusos son los primeros en lograrlo. La expedición aterriza en su superficie y la recorre, encontrándose varios peligros no previstos. Su escenografía refleja las ideas que por entonces se tenía del planeta: un sitio pantanoso con animales extraños y con el aire saturado de humedad, con volcanes y muy parecido a la Tierra en sus inicios, ideas éstas muy distintas a los datos reales: un yermo hostil con temperaturas de hasta 480º y una presión atmosférica inaguantable, corroborado por los únicos objetos humanos que han aterrizado en su superficie, las sondas rusas Venera.

El filme de Klushantsev presenta un ritmo adecuado y una fotografía venusiana muy cuidada, con filtros amarillos que dotan de mayor realismo a la cinta. Se pretende hacer ciencia-ficción de puro entretenimiento, sin la profundidad de Andrei Tarkovsky y más cerca de las producciones norteamericanas de serie B, sin prescindir del obligado mensaje comunista y la exaltación del orgullo patrio.

A pesar de la evidente falta de presupuesto, el diseño de producción y las criaturas no carecen de imaginación, y todo el conjunto respira narración clásica, lo que hace del filme de Klushantsev otro interesante ejemplo de la ciencia-ficción soviética de mediados de siglo.
10 de diciembre de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Filme de género fantástico de notable aspecto visual realizado en las Antípodas. Su curioso planteamiento le llevó a ganar el premio a la mejor película en el festival de Sitges de 1988.

El filme se desarrolla en dos partes diferenciadas y un epílogo. Comienza con una historia medieval, en blanco y negro, en la que unos exploradores deben buscar, con la ayuda de un niño que tiene visiones, una iglesia en el otro extremo del mundo para colocar en todo lo alto una cruz, de manera que Dios contenga la peste que asola la comarca. Para alcanzar aquella iglesia tan lejana, cavan un túnel bajo tierra por el que llegan al otro extremo del mundo: la Nueva Zelanda actual (o mejor dicho, la de 1988). En esta parte, en color, se narran las peripecias de todo el grupo por alcanzar la tan ansiada iglesia. Finalmente, a modo de epílogo en blanco y negro, vuelven a su época a comprobar los efectos de su odisea espacio-temporal.

Vincent Ward intenta aunar cine de autor con cine comercial en una película con muchos altibajos, en la que lo más interesante radica en la estupenda fotografía y la ambientación. Curiosa resulta también la idea de alcanzar otra parte del mundo atravesando la tierra en un túnel, muy acertada para una mente medieval y bien plasmada por Ward con ese cambio del blanco y negro al color, de una edad oscura a otra de luz y esperanza.

Tanto lo que es la historia en sí como su desarrollo no es nada del otro mundo, al igual que las actuaciones simplemente correctas de todo el elenco. Los personajes son simples y no aportan personalidad, aunque se fomenta el compañerismo y el valor propios de una película de aventuras. La concepción del filme es precisamente ésa por encima de cualquier otra consideración, a pesar de que algunos, incluidos los miembros del jurado de Sitges, vieran algo más que una buena fotografía y un planteamiento sugerente, aunque tampoco es de extrañar que resultara ganadora compitiendo contra títulos como “Critters 2” (1988), “Hellraiser 2” (1988) o “Pesadilla en Elm Street 4” (1988).

Curiosa.
15 de julio de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Clásico de ciencia-ficción basado en la no menos clásica obra de H.G. Wells.

Se narra la historia de un hombre (Edward Judd) que dice haber viajado a la luna muchos años antes de que lo hiciera la expedición que oficialmente se encuentra pisando el satélite en esos momentos. Advierte de los peligrosos habitantes que viven bajo su superficie, los selenitas, y cuenta cómo se embarcó junto con su novia (Martha Hyer) y un inteligente pero excéntrico profesor (Lionel Jeffries) hacia la Luna en una nave imposible creada por este último.

Nathan Juran dispone un tono monocorde de comedia y aventura para desarrollar la idea de Wells y lo hace de forma desenfadada, divertida y entretenida. Ayudado por el inolvidable Ray Harryhausen y sus criaturas en stop-motion, la cinta resulta vistosa y de interés, gracias a su evidente tono humorístico sin menosprecio de la historia.

La película no puede evitar acusar de cierta forma el paso del tiempo, resultando a veces incluso algo ridícula en algunas escenas con los selenitas, en las que resultan demasiado evidentes los disfraces (eso de que el morro de las criaturas se les tuerza cundo chocan con algo es de traca). En las escenas de Harryhausen, aunque más desarrolladas y más creíbles, se nota cierta lasitud en el trabajo si lo comparamos con “La isla misteriosa” (1961), “Jasón y los argonautas” (1963) o “Simbad y la princesa” (1958).

“La gran sorpresa” es, a pesar de sus fallos, una cinta obligatoria para cualquier seguidor del género. Recomendable.
23 de mayo de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mi crítica 700 en este foro tan maravillosamente cinéfilo (siempre y cuando me la validen, claro) ha recaído en todo un clásico de la ciencia-ficción, dirigido por Christian Nyby y Howard Hawks (sí, el mismísimo).

Todo empieza cuando un equipo de exploradores reciben un impacto extraño en sus radares de lo que parece ser un accidente aéreo. Cuando van a la zona del impacto, descubren que en realidad es una nave alienígena con un extraño ser humanoide congelado. Al llevarlo a la base, descubren que está vivo y no es precisamente amistoso…

El filme de Nyby y Hawks, aunque se nota más la mano de este último, resulta enriquecedor en cuanto a novedades dentro del género. Podría considerarse el primero en el que se da más énfasis al aspecto psicológico que al mero artificio del terror visual, corriente que desgraciadamente no se seguiría demasiado durante la década de los cincuenta y su ciencia-ficción plagada de monstruos imposibles y seres post-atómicos. Nyby y Hawks conciben su obra como un ejercicio de suspense bien elaborado, con buenos diálogos en los que no falta el tono de humor (aquí se hace más notoria la mano de Hawks) y tampoco falta una buena ejecución en los efectos especiales. Si bien el diseño del ser, más parecido al monstruo de Frankenstein que a la criatura metamórfica de la novela de Campbell, no resulta aterrador, sí lo es el clima de tensión que se consigue antes de sus apariciones.

Las actuaciones son otro buen punto, destacando la de Kenneth Tobey como el capitán Hendry, y Margaret Sheridan como la secretaria del doctor Stern (Eduard Franz), el cual quiere preservar a la criatura a toda costa mientras que el resto del equipo está decidido a acabar con la amenaza, un dilema científico que se hace cliché en películas posteriores.

Por otro lado, el filme escasea de momentos realmente brillantes y hay veces en que el tono desenfadado de los diálogos en medio del peligro se hace innecesario. La primera parte de la cinta resulta más interesante que su segunda mitad, en la que parece caer en una cierta monotonía. De todas formas, en ningún momento baja el nivel de la conseguida atmósfera, algo que respetó de forma excelente John Carpenter en su remake de 1982, en el que superaba, en mi humilde opinión, al filme de Nyby y Hawks. Ambas películas, grandes clásicos.
17 de febrero de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Insuperable. Extraordinaria. Asombrosa. Deslumbrante. Pocos, siempre serán muy pocos los calificativos que se pueden dar a semejante obra de arte para conseguir definirla con palabras que le hagan justicia.

Vince Gilligan se ha valido de una historia tan apasionante como adictiva, tan cruda como realista, y en definitiva, tan compleja como sencilla, tan llena de matices y mezclas, que se hace difícil definirla en un campo concreto. Un guion con inteligentes golpes de efecto, consiguiendo mantener un altísimo nivel en los 62 capítulos de los cinco años que ha pasado en antena, es una proeza que pocos, o me atrevería a decir casi ninguno, de los directores de cine modernos, han conseguido incluso con mucho talento bien derrochado.

"Breaking bad" ha traspasado el ámbito de lo meramente bien hecho, de las audiencias millonarias, de las críticas positivas y de los loores de las galas. Se ha convertido por méritos propios en un fenómeno sociológico sólo comparable al que tuviera J. Abrams con su "Lost", y todo por el personaje más carismático que se haya visto pocas veces en televisión o, incluso, en una pantalla de cine. Walter White, Mr. White, Heisenberg o como cada uno quiera llamarlo, es ya todo un icono que ha conseguido inmortalizar en nuestras memorias un fabuloso Bryan Cranston, el televisivo padre de familia de "Malcom in the middle". Esta vez, su labor de pater familia será mucho más oscura y destructiva, en una lenta e inevitable transformación que tiene mucho de crítica social y de autodestrucción. Walter White es el alma de "Breaking bad", el pobre atormentado lleno de buenas intenciones al que unas circunstacias que él no ha elegido lo llevan a una carrera sin frenos hacia el abismo, pero enmascarada como una ascensión al poder más absoluto.

No sólo Bryan Cranston hace grande "Breaking bad", sino también un extraordinario elenco de secundarios cuyos personajes resultan igual de inolvidables: Skyler (Anna Gunn), Hank (Dean Norris), Saul Goodman (Bob Odenkirk) y, muy especialmente, el amigo de correrías metaanfetamínicas y mano derecha de Walter: Jesse Pinkmann (Aaron Paul). No sería justo dejar de lado a otros secundarios esporádicos como fueron Mike (Jonathan Banks) o el fabuloso personaje de Gustavo Fring (Giancarlo Espósito).

"Breaking bad" es una gozada para los sentidos con su hipnótico formato visual, en el que la estupenda fotografía recoge la variedad de paisajes que confornan Alburquerque. Por otro lado, la banda sonora contiene canciones acordes y bien seleccionadas que constituyen un agradable acompañamiento a los puntuales momentos en las que suenan.

Pero lo que hace tan especial una serie como ésta es la variedad de sensaciones que produce, todas ellas de profundo calado emocional, con las cuales el espectador tiene su propio juicio acerca de los actos de los personajes, principalmente los de Walter White: un perdedor, un héroe, una víctima... o sólo un padre de familia con todo el Universo en su contra. Sea como sea, "Breaking bad" ya es pionera en un cambio de forma sustancial en las series de televisión, que se traduce en una nueva forma de hacer cine muy esperanzadora.

Obra maestra.
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