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Críticas 329
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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26 de abril de 2020 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es extraño, pero rara vez he visto una película tan vacía, que no me ha transmitido absolutamente ningún sentimiento más allá del vacío, algo que no considero ni positivo, ni negativo. Con un argumento exhaustivamente largo para lo que narra, Lorcan Finnegan, director de la cinta, nos narra en clave de desesperación la estancia de una pareja en una realidad paralela constituida por un vecindario cuyas casas son idénticas y del que no pueden salir, tras ser guiada por un excéntrico asesor inmobiliario llamado Martin (Jonathan Aris), en cuyo interior alberga formas de vida incomprensibles para la razón humana. El dúo protagonista formado por Imogen Poots interpretando a Gemma y Jesse Eisenberg haciendo de su prometido Tom realizan una ejecución correcta sin muchos inconvenientes por el requerimiento de un registro lineal que rara vez varía. La ambientación e incluso la poca atmósfera que es capaz de crear es, sin duda, lo mejor de la cinta, transmitiendo todo lo que el dúo protagonista no expresa con diálogos y llevándose el protagonismo absoluto sobre todo lo demás, algo que no considero íntegramente positivo. Resulta ligeramente aburrida en tramos en los que el director trata de ahondar en perogrulladas para dar un énfasis y profundidad imposibles para una construcción de personajes tan básicas, así como para un argumento que no soporta tantos rodeos para realizar una narración superficialmente más densa por lo predecible tanto de las acciones de sus personajes como por lo predecible que arrastra la historia desde el principio, salvando ciertos puntos de catársis escénica que, a pesar de no sorprender sobremanera, aligeran de forma necesaria el ritmo lento que mantiene, y eso es un plus. Una cosa que personalmente me ha gustado mucho es la capacidad del director para jugar libremente con las gamas de colores (me parece maravillosa la pequeña secuencia de exploración de realidades paralelas) y crear un mundo que, a pesar de no requerir grandes quebraderos de cabeza, está bastante conseguido para mostrar la desolación (incluso con una lectura más atrevida, el infierno) que sufre su dupla protagonista. Considero totalmente innecesario tanto metraje para la historia que se quiere contar, para mi punto de vista, restando 30 minutos habría tenido un pulso bastante más agradable sin dar vueltas y vueltas sobre los mismos puntos de tensión que únicamente son sirvientes del deseo del espectador para que se acaben y se pase de una vez al siguiente arco. A pesar de ello, Finnegan ofrece una lectura interesante sobre las diferentes reacciones humanas antes situaciones límite que, aún cumpliendo todos los tópicos, procura distinguirse un poco por el compendio de realidad que rodean a sus personajes y con un toque bastante particular de home invasion. La banda sonora me ha gustado particularmente empleada como recuerdo nostálgico del pasado siendo un recurso curioso para el desarrollo de Gemma y Tom. Con todo, únicamente me ha parecido un quiero y no puedo por parte del irlandés para mostrar algo diferente que se estanca en la redundancia, no por ello sin dejar de ser entretenida.
24 de abril de 2020 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No me esperaba un romance tan empalagoso y meloso tomando una enfermedad terminal como motor de la acción de una forma tan cansina y con ínfulas lacrimógenas como en Quiero comerme tu páncreas. Con un guión, a mi punto de vista, extremadamente forzado, la premisa toma como protagonista un estudiante de secundaria cínico e introvertido que no gusta de la relación con la gente prefiriendo arroparse y suplir esa falta de afecto y miedos con lecturas (Haruki Shiga), el cual encuentra un diario de 'convivencia con la enfermedad', escrito por una chica cuya esperanza de vida es drásticamente reducida por el padecimiento de una dolencia en el páncreas y que es todo lo contrario, el polo opuesto, del protagonista en cuanto a personalidad y manera de vivir (Sakura Yamauchi). La dirección de Shin'ichirô Ushijima, basándose en la novela de Yoru Sumino, está bien ejecutada teniendo en cuenta el ritmo que debe tener una película tan cargada de sentimientos melodramáticos, con una narración lenta y algo espesa que puede alargarse demasiado teniendo en cuenta que el espectador va a conocer desde el planteamiento el cómo se van a desarrollar los hechos, ya que resulta algo predecible, incluyendo el giro argumental que se augura mediante diálogos en segundo plano desde muy tempranos momentos de la cinta. La animación es bastante bonita (me ha gustado especialmente la empleada en la escena de los fuegos artificiales) que acompaña muy bien los fondos en los que se sumergen los protagonistas. Exceptuando los personajes principales, todos los demás son perfectamente prescindibles siendo su aportación a la trama una inutilidad, haciendo mucho hincapié en Kyoko que lo único que hace es dar rabia y provocar el deseo de cruzarle la cara de un guantazo. Hacía tiempo que no veía en pantalla un personaje tan insoportable. El mensaje, edulcorado hasta más no poder, y básico como sí solo se intenta remarcar con situaciones absolutamente forzadas de sus personajes que rompen un transcurso de la acción apacible para convertirlo en un festival de sentimientos baratos y sensibleros que provocan más aburrimiento que sentimentalismo. La evolución de los personajes, en especial del protagonista, que es la más importante, es tan obvia que termina por cansar tanto por su construcción psicológica como por las situaciones anticlimáticas que crea para tratar de dar más énfasis a una personalidad atormentada por la inclusión inesperada de un tercero en su vida. En fin, que tanto sentimiento aburre, pero puede llegar a gustar a amantes de este género, a mí, no especialmente. (5.5).
19 de abril de 2020 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
De las películas más flojas que he visto de Studio Ghibli, aunque no por ello mala. Con un estilo de animación más propio de Isao Takahata que de Hayao Miyazaki, Hiroyuki Morita se mueve con gracilidad por la zona de confort y casi sello de identidad del mítico estudio japonés: los animales y la naturaleza. A través de una chica ingenua y de buen corazón, el director nos conduce por una senda de la búsqueda del yo utilizando la bondad desinteresada como motor de arranque para el planteamiento y desarrollo de la película, plasmado de forma eficaz mediante la inocencia y las buenas intenciones de la protagonista (Haru Yoshioka, interpretada por Chizuru Ikewaki), una estudiante que lleva una vida corriente pero que concatena infortunios debido a una actitud despreocupada, idea que se acentuará hasta auxiliar a un gato en peligro que desencadenará su partida hacia 'el reino de los gatos' obligada por el séquito del rey de los gatos en señal de agradecimiento tras haber ayudado a ese gato en peligro, con una compañía poco convencional. Utilizando ese hipotético reino, Morita recrea de una manera bastante banal la escala de poder e incluso las distintas religiones de una forma bastante arquetípica e infantil, repleta de tópicos impropios en las narraciones que suele manejar su estudio, rasgando mínimamente una superficie para observar un contenido insulso y vacío. Aún así, todo ello es bastante secundario, centrándose en lo verdaderamente importante: el componente de aventura y lo que ella simboliza para la evolución personal y psicológica de la protagonista, la cual, a pesar de mostrase bastante perezosa en profundidad y recursos, expone de manera clara el cometido principal que es esa búsqueda del yo, esa necesidad de las personas de ser ellas mismas para encontrar la verdadera felicidad. apoyándose en los momentos difíciles de las personas (o gatos y cuervos) que te tienden la mano para ello sin tener ninguna clase de prejuicio, solo por caridad. La paleta de colores empleada es muy propia de la época después del 2000 para el estudio; muy alegre, con colores muy armoniosos en ciertos tramos de presentación de personajes 'buenos' y situaciones tranquilas (generalmente azules y verdes, alegoría hacia la naturaleza, bonita y serena) y colores más chillones fundidos con marrones representando alboroto, bullicio y problemas. Siendo una película tan corta (únicamente 72 minutos) es imposible pedirle una complejidad y profundidad exhaustivas a sus personajes, mostrándose todos muy planos y estereotipados pero que sirven para reforzar el mensaje principal de la obra al no opacarlo con subtramas innecesarias, aunque no habría estado de más usar acotaciones o pequeñas elipsis para no quedar tanta cantidad de cabos sueltos y no forzar a sus personajes hasta el punto de apresurar la acción rompiendo el ritmo marcado de manera tan anticlimática y tosca. Como podréis imaginar, tiene un guión muy básico que no permite utilizar mucho lenguaje cinematográfico, aunque la banda sonora compuesta por Yuji Nomi suple bastante bien esa carencia en gran parte de las ocasiones, tapando o, mejor dicho, disimulando aquellas partes de metraje que necesitan algo más que diálogo y movimiento para crear el énfasis que reclama. En general, es una aventura bastante divertida y entretenida de ver, que es de gatos, tierna y bienintencionada, aunque se me queda en un 'quiero y no puedo' principalmente por la ausencia de carisma en sus personajes y la carencia de estilo de su director. Aún así, la recomiendo a aquellos que les gusten los gatos, Ghibli o ambos.
27 de marzo de 2020 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Grandiosa autoparodia honorífica hacia el cine serie B, desde Posesión infernal (Sam Raimi, 1981) hasta Una historia china de fantasmas (Ching Siu-Tung, 1987), pasando, obviamente, por muchas más. Dirigida por Bruce Campbell, protagonizada por Bruce Campbell interpretando a Bruce Campbell en un ejercicio lejos del onanismo que repasa toda su carrera desde un punto de vista cómico y pone en jaque la idolatría venenosa que muchas personas tienen hacia personas que no conocen, exclusivamente por su trabajo, llevado más allá de la obsesión. La historia nos pone en la situación de unos pueblerinos asediados por el espíritu de un viejo dios chino que protegía la mina donde tantos de sus compatriotas trabajaban y murieron (Guan You, Guan Me, Guan-Di), hasta ser despertado por los típicos jóvenes, curiosos e incautos (tópico absoluto de la serie B de terror), entre ellos, un fanático del legendario actor que. a raíz de lo sucedido, lo busca para detener las fuerzas del mal que asolan a sus vecinos. Es evidente el aprendizaje adquirido por Campbell en tantos años de carrera, puesto ahora en práctica altamente influenciado por sus trabajos con Sam Raimi, tanto en modo de filmación, como en planos, maquillaje y decorados, incluso una perfecta dirección de actores de los que exprime el registro único y necesario para este tipo de cintas, así como el suyo propio que no solo lo usa para encarnar a su personaje (o hacer de él mismo), sino para reírse de él alegando la muerte de su trayectoria como actor, su modo de vida e incluso sus adicciones y preocupaciones, así como, a su modo, dar las gracias (o el pésame) a sus admiradores por ver sus películas. Ya expuesto su pericia para la filmación a través de la experiencia (muy parecido al episodio de El álamo de John Wayne en 1960), y expuestas sus conmemoraciones al cine serie B, obviando el de terror y sumando el wéstern en el primer tramo de la cinta, debo destacar una genial banda sonora que acompaña el tono jocoso de principio a fin, alternando entre country (en honor al aspecto sureño que embadurna el film) y el thrash metal tan característico en este tipo de producciones de los años ochenta, que se unen al dibujo estereotipado trazado por la sociedad de los espectadores de esta clase de cine sin caer en bromas o chistes fáciles. El diseño del antagonista (con el cual se hace un 'cameo' a la legendaria figura de Toshirō Mifune, denotando una clara sabiduría por el cine) es maravilloso, captando toda la esencia cutre de la película, tanto por el aspecto como por lo irrisorio de las muerte dadas por este, así como su trasfondo y punto débil. Me atrevería a decir que incluso agradece en cierta forma a la familia Raimi otorgándole el papel como Mills Toddner y Wing a Ted Raimi, cariz muy representativo también de la corriente serie B el motivo del bajo presupuesto para que un actor encarne a varios personajes. Finalmente, Campbell logra hacer una crítica hacia esta corriente cinematográfica sopesando la posibilidad de que los espectadores se merecen algo más que sus clásicos finales, riéndose de ellos y poniendo en jaque a una industria estancada en el mismo producto de siempre. Muy buen homenaje, muy buena dirección, y muy buen énfasis en aquello que acarrea y han acarreado este tipo de celuloide a lo largo de los años. (7.5).
19 de marzo de 2020 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No entiendo cómo no pude ver esta película antes. Impresionante romance bélico y político desarrollado en Casablanca, la Francia no ocupada por el nazismo, lugar cosmopolita donde asisten todos los huidos del Tercer Reich para conseguir salvoconductos o visados hacia Lisboa y, desde ahí, a América. La corrupción, influencias y falta de escrúpulos reinan el vilmente embellecido lugar donde se desarrollan los personajes principales que, por razones obvias, son historia del cine: Richard Blane, interpretado por un portentoso Humphrey Bogart para el cual la cámara y dirección de Michael Curtiz tiene especial fijación, sacando lo mejor de su interpretación muy ayudado por unos planos inmensos, siempre de torso hacia arriba, sirvientes para una mejor captación del poderío de su personaje en el lugar. También tenemos a una bellísima Ingrid Bergman dando vida a la dulce y casi inocente Ilsa Lund, que muestra con desparpajo la frustración y el recelo con una interpretación exuberante de naturalidad y muy apoyada por personajes secundarios como Dooley Wilson (Sam) o Sydney Greenstreet (Signor Ferrari) y, por supuesto, por Paul Henreid (Victor Laszlo), el cual, a pesar de relucir en un plano secundario, funciona como eje principal del argumento e incluso de los intereses del director, de la liberación y la libertad. La corta pero imprescindible aparición de Peter Lorre, interpretando al buscavidas Ugarte, también cabe ser resaltada tanto por su vital importancia como por las frases que deja para la posteridad en sus conversaciones con el protagonista, añadiendo una interpretación ineludiblemente recalcable pese a su volatilidad. Por último, y, a título personal, de mis interpretaciones e incluso personajes favoritos, nos hallamos ante un maravilloso Claude Rains actuando como el prefecto de policía, carente absoluto de corazón hasta cierto punto, Louis Renault, realizando un estupendo trabajo de dualidad con Humphrey Bogart. La banda sonora a cargo de Max Steiner es imprescindible para entender la película, ya que es utilizada como recurso incidental a modo de acompañamiento de los intereses e incluso móviles que subyacen en la trama, algo fácilmente perceptible en el enfrentamiento melódico entre alemanes y franceses en una secuencia tan cruda como mítica. El triángulo amoroso que se acontece en la cinta es especificado a medida que las tensiones interpersonales de todos los personajes crece, haciendo literalmente de motor para el óptimo desarrollo de los personajes y permitir conocerlos mejor labrando un perfil psicológico de cada uno tildado con las apariencias y la hipocresía imperantes en esa pequeña sociedad llamada Casablanca. Tanto la escenografía como el trabajo de maquillaje y vestuario rozan la perfección, ubicando en cada momento al espectador del sitio y, más importante, qué clase de sitio se trata a pesar de la concepción desde el golpe de vista casual, convirtiendo esos tres parámetros en una bolsa de sentimientos expuesta mediante un esmerado fondo. Se trata, sin lugar a dudas y a pesar de no ser mi tipo de película, en un hito del cine, con un alegato a la libertad frente a la opresión que, a pesar del egoísmo de la sociedad, impera por los buenos sentimientos, poseyendo, también, frases, planos, secuencias y música majestuosas.
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