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Críticas ordenadas por utilidad
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5,6
1.498
2
2 de junio de 2010
2 de junio de 2010
31 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me pregunto si los responsables de esta cosa han tenido el detalle de mandar un sobre con parte de sus misérrimas ganancias en taquilla a Joe Dante o a los descendientes de Richard Fleischer, autores, respectivamente, de “El chip prodigioso” y de la más añeja y encantadora “Un viaje alucinante”, en pago por su descarado plagio de la historia que allí se contaba. Lo recordáis, seguro: unos tipos reducidos al tamaño de glóbulos deambulan en su minúscula nave por el interior del cuerpo de un maromo seriamente enfermo. Bueno, esto viene a ser lo mismo, sólo que Sigfrid Monleón y su tropa, tíos sensibles y amantes de lo lírico donde los haya, han decidido que la mejor manera de penetrar en la vida compleja y en muchos aspectos apasionante de uno de los mejores poetas españoles del siglo XX era por vía rectal, directamente a través de su esfínter.
Que la vida sexual de Gil de Biedma contiene pasajes escabrosos es cosa sabida, y nadie que haya hojeado sus diarios o conozca detalles de su biografía va a escandalizarse a estas alturas por lo que esta película pueda revelar. Lo que sí resulta cuestionable es enfatizar ese aspecto de la vida de quien siempre fue muy pudoroso con su vida privada como coartada para hacer de él el atormentado protomártir gay que nunca quiso ser y con la excusa de perfilar mejor su obra poética, como si el título elegido, un parpadeante neón de burdel en la senda gloriosa del cine erótico de la transición, no nos anticipara por dónde irán los tiros. No nos engañemos: lo que aquí importa es ver a Gil de Biedma ejerciendo de mirón o compartiendo fluidos corporales, a solas o en grupo, con adolescentes asiáticos o marineros americanos y cachas, con negros o fotógrafos o putas gitanas, con tipas flacuchas con sombrero cordobés. La poesía, el juego de hacer versos, aquí no pinta nada.
Quien quiera ahorrársela, tendrá bastante con un par de minutos, con las miraditas lascivas y los guiños y sonrisitas picaruelas de peli de Marisol entre Gil de Biedma y un camarero filipino, aliñadas con las frases sentenciosas y pretendidamente irónicas del poeta. El resto del metraje es una simple variación sobre estos primeros minutos, un cargante e interminable potaje de escenas de sexo cursi para monaguillos de Medem y la pedante y solemne cháchara literaria y política de unas figuras sacadas en carretilla de un museo de cera, servidas a ritmo mortecino y amodorrante y entreveradas con poemas recitados por Jordi Mollà con la vocecita meliflua de un obispo.
Cuando dentro de unos años alguien estudie por qué el cine español de nuestros días chapoteó en la indigencia, encontrará en los 109 minutos que dura esta cosa abundante material de investigación. Monleón, sin embargo, ha tildado de viejo chocho a Juan Marsé por cagarse en ella y ha dicho que su peli es “una pica en Flandes” en nuestro cine. Después de verla, se me han ocurrido un par de usos para esa pica, y no precisamente en Flandes. Venga, echadle imaginación. Seguro que acertáis.
Que la vida sexual de Gil de Biedma contiene pasajes escabrosos es cosa sabida, y nadie que haya hojeado sus diarios o conozca detalles de su biografía va a escandalizarse a estas alturas por lo que esta película pueda revelar. Lo que sí resulta cuestionable es enfatizar ese aspecto de la vida de quien siempre fue muy pudoroso con su vida privada como coartada para hacer de él el atormentado protomártir gay que nunca quiso ser y con la excusa de perfilar mejor su obra poética, como si el título elegido, un parpadeante neón de burdel en la senda gloriosa del cine erótico de la transición, no nos anticipara por dónde irán los tiros. No nos engañemos: lo que aquí importa es ver a Gil de Biedma ejerciendo de mirón o compartiendo fluidos corporales, a solas o en grupo, con adolescentes asiáticos o marineros americanos y cachas, con negros o fotógrafos o putas gitanas, con tipas flacuchas con sombrero cordobés. La poesía, el juego de hacer versos, aquí no pinta nada.
Quien quiera ahorrársela, tendrá bastante con un par de minutos, con las miraditas lascivas y los guiños y sonrisitas picaruelas de peli de Marisol entre Gil de Biedma y un camarero filipino, aliñadas con las frases sentenciosas y pretendidamente irónicas del poeta. El resto del metraje es una simple variación sobre estos primeros minutos, un cargante e interminable potaje de escenas de sexo cursi para monaguillos de Medem y la pedante y solemne cháchara literaria y política de unas figuras sacadas en carretilla de un museo de cera, servidas a ritmo mortecino y amodorrante y entreveradas con poemas recitados por Jordi Mollà con la vocecita meliflua de un obispo.
Cuando dentro de unos años alguien estudie por qué el cine español de nuestros días chapoteó en la indigencia, encontrará en los 109 minutos que dura esta cosa abundante material de investigación. Monleón, sin embargo, ha tildado de viejo chocho a Juan Marsé por cagarse en ella y ha dicho que su peli es “una pica en Flandes” en nuestro cine. Después de verla, se me han ocurrido un par de usos para esa pica, y no precisamente en Flandes. Venga, echadle imaginación. Seguro que acertáis.

5,5
272
6
8 de julio de 2010
8 de julio de 2010
25 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque siempre quedarán candorosos pipiolos dispuestos desde su púlpito a intentar convencernos de lo contrario, las mejores intenciones, en arte, no siempre se corresponden con unos resultados formales a la altura de su bondad ética o ideológica. Juzgar negativamente las colosales películas de Griffith o Riefenstahl sólo porque (legítimamente, faltaría más) nos repugnan el ideario político que defienden o su función propagandística de valores que, con todo el derecho del mundo, nos pueden parecer inmundos y despreciables, no sólo es injusto y poco respetuoso con el gran talento de sus autores, sino tramposo y abiertamente hipócrita.
Dando por sentado que nuestras creencias son una vara de medir legítima a la hora de enjuiciar una película y loándola o aborreciéndola sólo (ojo con el sólo) en función de su fidelidad a la rectitud moral o ideológica que predicamos, no hacemos sino abrir la puerta a que cualquiera pueda, a su vez, hacer lo mismo desde su propio sistema ético, por discutible o directamente repugnante que éste sea. No hay, en el fondo, demasiada diferencia entre el racista extasiado ante “El nacimiento de una nación” sólo (de nuevo el sólo) por su angelical visión del KKK o el nazi que aplaude con lágrimas en los ojos “El triunfo de la voluntad” por su exhibición del poderío ario, y quienes excomulgan a Ford, Fuller o Peckinpah bajo la peregrina acusación de fascistas mientras ensalzan, a la vez, auténticos truños, únicamente porque masajean su recta e incontrovertible (o eso creen ellos) concepción del mundo.
Nada más fácil que sentir admiración por ese puñado de artistas e intelectuales que desafiaron el silencio de las pusilánimes democracias occidentales y se posicionaron abiertamente a favor de la legítima República española. No sólo eso: financiaron de su bolsillo proyectos como éste, que denunciaban la situación de indefensión de la población civil ante las salvajes tácticas militares empleadas por el bando franquista y las tropas del Eje. Qué más noble que luchar contra el código Hays, contra organizaciones tan siniestras como la Legión de la Decencia o los Caballeros de Colón, que montaron piquetes ante los cines, o la misma Iglesia católica, que instó a los feligreses a que la boicotearan. Qué intenciones encontraríamos mejores y más dignas de encomio.
Y sin embargo, los resultados son más bien pobres. Apresurada, confusa, maniquea y panfletaria, “Bloqueo” contiene tópicos y dislates a mansalva y es, a pesar de sus aciertos parciales, una peli mediocremente construida y realizada, que nada a la deriva entre la denuncia, la intriga y el romance. Algunos de sus males son perfectamente explicables por las circunstancias en que fue rodada (*), pero lo cierto es que su escaso interés es hoy puramente testimonial: es un estupendo y descorazonador documento de la inutilidad de los buenos sentimientos, del arte como arma cargada de futuro. Aviones, no películas, eso necesitaba la República: el celuloide no mata fascistas.
Dando por sentado que nuestras creencias son una vara de medir legítima a la hora de enjuiciar una película y loándola o aborreciéndola sólo (ojo con el sólo) en función de su fidelidad a la rectitud moral o ideológica que predicamos, no hacemos sino abrir la puerta a que cualquiera pueda, a su vez, hacer lo mismo desde su propio sistema ético, por discutible o directamente repugnante que éste sea. No hay, en el fondo, demasiada diferencia entre el racista extasiado ante “El nacimiento de una nación” sólo (de nuevo el sólo) por su angelical visión del KKK o el nazi que aplaude con lágrimas en los ojos “El triunfo de la voluntad” por su exhibición del poderío ario, y quienes excomulgan a Ford, Fuller o Peckinpah bajo la peregrina acusación de fascistas mientras ensalzan, a la vez, auténticos truños, únicamente porque masajean su recta e incontrovertible (o eso creen ellos) concepción del mundo.
Nada más fácil que sentir admiración por ese puñado de artistas e intelectuales que desafiaron el silencio de las pusilánimes democracias occidentales y se posicionaron abiertamente a favor de la legítima República española. No sólo eso: financiaron de su bolsillo proyectos como éste, que denunciaban la situación de indefensión de la población civil ante las salvajes tácticas militares empleadas por el bando franquista y las tropas del Eje. Qué más noble que luchar contra el código Hays, contra organizaciones tan siniestras como la Legión de la Decencia o los Caballeros de Colón, que montaron piquetes ante los cines, o la misma Iglesia católica, que instó a los feligreses a que la boicotearan. Qué intenciones encontraríamos mejores y más dignas de encomio.
Y sin embargo, los resultados son más bien pobres. Apresurada, confusa, maniquea y panfletaria, “Bloqueo” contiene tópicos y dislates a mansalva y es, a pesar de sus aciertos parciales, una peli mediocremente construida y realizada, que nada a la deriva entre la denuncia, la intriga y el romance. Algunos de sus males son perfectamente explicables por las circunstancias en que fue rodada (*), pero lo cierto es que su escaso interés es hoy puramente testimonial: es un estupendo y descorazonador documento de la inutilidad de los buenos sentimientos, del arte como arma cargada de futuro. Aviones, no películas, eso necesitaba la República: el celuloide no mata fascistas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
(*) Hay un espléndido libro de Gregory D. Black ("Hollywood censurado"), donde se explican las vicisitudes por las que pasaron ésta y otras pelis de la época para poder ser estrenadas. En el caso de "Bloqueo", se prohibió toda mención explícita a los bandos enfrentados, no podían mostrarse uniformes reales de los ejércitos republicano o franquista y se forzó la inclusión de una historia de amor entre Henry Fonda y Madeleine Carroll. Todo para convertirlo en el aguachirri inofensivo que acabó siendo.
31 de agosto de 2009
31 de agosto de 2009
20 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Veamos: la casquivana y alocada hija del poli local de una ciudad del Medio Oeste, un tipo viudo y más bien irascible y autoritario, acude, sin el permiso de su padre y gracias a la ayuda de un atolondrado amigo, enamorado de ella desde la infancia (algo así como Milhouse Van Houten), a una fiesta en honor a los soldados que parten hacia la guerra. Tras una noche desenfrenada, regresa a su casa como una cuba y casada con un soldado cuyo nombre no recuerda. Para colmo, unos días después descubre que está embarazada. A la búsqueda infructuosa del soldado le sigue la imposibilidad de romper el matrimonio y la necesidad de encontrar un padre para la criatura.
No es extraño, cuando se para uno a pensar en el argumento de esta película, escrita y dirigida, no lo olvidemos, en una época de profunda estrechez ideológica y mientras se libraba la guerra más devastadora que recuerda el mundo, que el gran novelista, guionista y crítico de cine James Agee dijera tras verla que daba la impresión de que Preston Sturges hubiera violado al código Hays mientras este dormía. Y no una, sino varias veces, añadiría uno humildemente. No parece, desde luego, muy sensato que nadie pudiera en aquella época atreverse a tratar tan a la ligera temas como los que aborda esta película y salir de ello indemne. Y sin embargo, Sturges lo logra. Su secreto parece radicar en la presencia de dos discursos paralelos, uno devastadoramente cómico y enloquecido, que pisotea las convenciones sociales y cinematográficas de la época como un elefante a la carrera, y otro que se detiene y se remansa en los sentimientos de unos personajes que si bien en el carril cómico de la vía están dibujados más como caricaturas que como seres humanos, se matizan y perfilan en estos momentos de sosiego y adquieren, en consecuencia, mayor hondura emocional.
Tras un arranque demoledor, la película avanza, de este modo, combinando y dosificando con gran habilidad ambos discursos, de modo que la mezcla de situaciones hilarantes, sostenidas tanto sobre el ingenio verbal como en recursos más propios del “slapstick” (caídas, tropezones, gritos y golpes: hay, en mi opinión, un exceso, como si Sturges quisiera asegurarse de hacer reír a la gente recurriendo a valores supuestamente seguros del humor), y situaciones más tiernas y sentimentales, logra que el ritmo apenas decaiga a lo largo de todo el metraje, hasta el brutal acelerón final, en que la acción enloquece como en los primeros minutos y alcanza su cénit en un caótico paritorio de hospital, donde tiene lugar el “milagro” del título, que, por supuesto, no vamos a desvelar. Baste decir, para que lo sepan quienes no han visto todavía esta peli, que el susodicho milagrito provoca la ira de Hitler y la dimisión del mismísimo Mussolini. ¡Chiribitas! ¡Chiribitas!
No es extraño, cuando se para uno a pensar en el argumento de esta película, escrita y dirigida, no lo olvidemos, en una época de profunda estrechez ideológica y mientras se libraba la guerra más devastadora que recuerda el mundo, que el gran novelista, guionista y crítico de cine James Agee dijera tras verla que daba la impresión de que Preston Sturges hubiera violado al código Hays mientras este dormía. Y no una, sino varias veces, añadiría uno humildemente. No parece, desde luego, muy sensato que nadie pudiera en aquella época atreverse a tratar tan a la ligera temas como los que aborda esta película y salir de ello indemne. Y sin embargo, Sturges lo logra. Su secreto parece radicar en la presencia de dos discursos paralelos, uno devastadoramente cómico y enloquecido, que pisotea las convenciones sociales y cinematográficas de la época como un elefante a la carrera, y otro que se detiene y se remansa en los sentimientos de unos personajes que si bien en el carril cómico de la vía están dibujados más como caricaturas que como seres humanos, se matizan y perfilan en estos momentos de sosiego y adquieren, en consecuencia, mayor hondura emocional.
Tras un arranque demoledor, la película avanza, de este modo, combinando y dosificando con gran habilidad ambos discursos, de modo que la mezcla de situaciones hilarantes, sostenidas tanto sobre el ingenio verbal como en recursos más propios del “slapstick” (caídas, tropezones, gritos y golpes: hay, en mi opinión, un exceso, como si Sturges quisiera asegurarse de hacer reír a la gente recurriendo a valores supuestamente seguros del humor), y situaciones más tiernas y sentimentales, logra que el ritmo apenas decaiga a lo largo de todo el metraje, hasta el brutal acelerón final, en que la acción enloquece como en los primeros minutos y alcanza su cénit en un caótico paritorio de hospital, donde tiene lugar el “milagro” del título, que, por supuesto, no vamos a desvelar. Baste decir, para que lo sepan quienes no han visto todavía esta peli, que el susodicho milagrito provoca la ira de Hitler y la dimisión del mismísimo Mussolini. ¡Chiribitas! ¡Chiribitas!

5,8
1.367
3
9 de mayo de 2013
9 de mayo de 2013
47 de 77 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pesar de que ya gozaba de cierta notoriedad gracias a su aparición en un folletín de TV3 y a su fugaz paso por alguna que otra producción española, la auténtica popularidad le llegó a Joel Joan en 1999, gracias a la serie humorística “Plats bruts”, en la que compartía protagonismo con Jordi Sánchez, el hoy celebérrimo Antonio Recio Matamoros de “La que se avecina”.
Lo que muchos de nosotros no podíamos sospechar por entonces era que Joel Joan acabaría convertido en una caricatura infinitamente más exagerada que el pijo egocéntrico y cortito de luces, eterno y mediocre aspirante a actor, al que daba vida en aquella serie y que, en un extraño e inesperado bucle, le veríamos un día interpretando, día tras día y en la vida real, a un personaje acartonado, risible e histriónico, de modo no muy diferente a como lo interpretaría el personaje que lo había hecho popular.
Revestido de una solemnidad involuntariamente hilarante, ataviado con la parafernalia pret-a-porter al uso (gorra guerrillera con estrellita, puño prieto en ristre, consignas escupidas a toda mandíbula), Joan lleva años consagrado a la noble y heroica tarea de convencer al mundo de que “España es la aberración más grande de la Europa central, oriental y del Este” (léase de nuevo por si no ha quedado claro): tan pronto monta pollos en restaurantes supuestamente catalanófobos cuyo nombre es después incapaz de recordar como compara la situación lingüística catalana con la de los judíos en la Noche de los Cristales Rotos o señala con el dedo a los no independentistas para advertirles de que, en el futuro, podrían ser considerados traidores a su patria. Dicho en plata: ojito, que sabemos dónde vivís y a quiénes votáis. Al loro.
Ese, y no otro, es el contexto en que hay que encuadrar una película a cuyos responsables el cine les importa bien poco, si no es como arma de agitación y propaganda, por mucho que su director, sin duda en recompensa a las altas virtudes que atesora, haya presidido durante cinco años la Academia del Cine Catalán. De ahí que, en sus manos, la historia de la desproporcionada -y a la postre ridícula- respuesta del aparato estatal a la estúpida -pero en el fondo inocua- ocurrencia de un adolescente de amenazar por internet a diversas cadenas de supermercados por no etiquetar sus productos en catalán no sea sino un panfleto esquemático, torpe y plagado de ridículos e innecesarios subrayados, destinado a inflamar las ascuas sobre las cuales, por culpa de unos y de otros, muchos llevamos bailando, de un tiempo a esta parte, sin tener ni putas ganas de hacerlo.
Lejos de conmover o indignar por el evidente atropello que padeció Éric Bertrán, lo que acaba logrando “Fénix 11-23” es, paradójicamente, que uno se pregunte si esas ascuas que necesitan mártires en la edad del pavo y villanos de tebeo para seguir vivas se enfriarán por fin algún día y qué clase de criatura surgirá de entre sus cenizas. Y quién estará allí para montarla. Y quién para contarnos su historia.
Lo que muchos de nosotros no podíamos sospechar por entonces era que Joel Joan acabaría convertido en una caricatura infinitamente más exagerada que el pijo egocéntrico y cortito de luces, eterno y mediocre aspirante a actor, al que daba vida en aquella serie y que, en un extraño e inesperado bucle, le veríamos un día interpretando, día tras día y en la vida real, a un personaje acartonado, risible e histriónico, de modo no muy diferente a como lo interpretaría el personaje que lo había hecho popular.
Revestido de una solemnidad involuntariamente hilarante, ataviado con la parafernalia pret-a-porter al uso (gorra guerrillera con estrellita, puño prieto en ristre, consignas escupidas a toda mandíbula), Joan lleva años consagrado a la noble y heroica tarea de convencer al mundo de que “España es la aberración más grande de la Europa central, oriental y del Este” (léase de nuevo por si no ha quedado claro): tan pronto monta pollos en restaurantes supuestamente catalanófobos cuyo nombre es después incapaz de recordar como compara la situación lingüística catalana con la de los judíos en la Noche de los Cristales Rotos o señala con el dedo a los no independentistas para advertirles de que, en el futuro, podrían ser considerados traidores a su patria. Dicho en plata: ojito, que sabemos dónde vivís y a quiénes votáis. Al loro.
Ese, y no otro, es el contexto en que hay que encuadrar una película a cuyos responsables el cine les importa bien poco, si no es como arma de agitación y propaganda, por mucho que su director, sin duda en recompensa a las altas virtudes que atesora, haya presidido durante cinco años la Academia del Cine Catalán. De ahí que, en sus manos, la historia de la desproporcionada -y a la postre ridícula- respuesta del aparato estatal a la estúpida -pero en el fondo inocua- ocurrencia de un adolescente de amenazar por internet a diversas cadenas de supermercados por no etiquetar sus productos en catalán no sea sino un panfleto esquemático, torpe y plagado de ridículos e innecesarios subrayados, destinado a inflamar las ascuas sobre las cuales, por culpa de unos y de otros, muchos llevamos bailando, de un tiempo a esta parte, sin tener ni putas ganas de hacerlo.
Lejos de conmover o indignar por el evidente atropello que padeció Éric Bertrán, lo que acaba logrando “Fénix 11-23” es, paradójicamente, que uno se pregunte si esas ascuas que necesitan mártires en la edad del pavo y villanos de tebeo para seguir vivas se enfriarán por fin algún día y qué clase de criatura surgirá de entre sus cenizas. Y quién estará allí para montarla. Y quién para contarnos su historia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Una coda (Éric Bertrán, 2004-2013)
“Es una guerra y Éric es sólo otra víctima”. La frase se le atribuye en la película a Teresa Alabèrnia, madre de la activista Núria Cadenas, que pasó cuatro años en la cárcel, acusada de pertenecer a la banda terrorista Terra Lliure.
La víctima, Éric Bertrán, ha sido comparada por Joel Joan con Kunta Kinte, protagonista de la serie “Raíces”, así como con Gerry Conlon, el joven irlandés cuya historia dio origen a “En el nombre del padre”. TV3, coproductora de la película, se ha referido a Éric en alguna ocasión como “un pequeño William Wallace a la catalana”.
La víctima, después de ser absuelta, escribió un libro acerca de su experiencia. Una adaptación de su caso se llevó a los escenarios. Se rodó un documental. A lo largo de los años, Bertrán ha expuesto los entresijos de la extraña e inadmisible situación que vivió en multitud de entrevistas en todo tipo de medios de comunicación.
La víctima creció y sobrevivió a la adolescencia. A diferencia de Kunta Kinte, llegó a la edad adulta con ambos pies intactos y sin marcas de latigazos en la espalda. No pasó un solo día en la cárcel, como Gerry Conlon y el resto de los Cuatro de Guildford, que fueron condenados a penas de quince años de prisión. No fue emasculado y eviscerado en vida y después decapitado y desmembrado, como William Wallace, ni su cuerpo fue repartido y expuesto por todo el país contra el cual se había alzado.
La víctima, convertida en un referente heroico del independentismo, entró a formar parte de Convergència Democràtica de Catalunya, partido fundado por Jordi Pujol, parte integrante fundamental de la coalición Convergència i Unió, que durante un cuarto de siglo gobernó de modo hegemónico en Catalunya y gracias a cuyo apoyo gobernaron a su vez varios ejecutivos estatales, tanto socialistas como del Partido Popular.
La gestión de la víctima al frente de una fundación del partido centrada en temas inmigratorios ha sido puesta en entredicho en diversas ocasiones por algunos de sus compañeros, que le han acusado públicamente de actuar de modo dictatorial, de poca preparación intelectual y de arribismo. Hace un año, la víctima propuso la expulsión de Catalunya de los inmigrantes que lideraran “bandas juveniles violentas”, postura también expresada por el partido de ultraderecha Plataforma per Catalunya
La víctima, hace apenas dos meses, expresó públicamente su solidaridad con Oriol Pujol, hijo del fundador de su partido, donde ocupa el cargo de secretario general, actualmente imputado a causa de su supuesta participación en una trama de corrupción que le habría reportado cerca de siete millones de euros. “Oriol, eres un valiente”, dijo la víctima, que añadió que el secretario general de su partido estaba siendo sometido, como él, al acoso de las cloacas del Estado, y que, como el ave Fénix, algún día renacería de sus cenizas.
Oriol Pujol, por su parte, ha afirmado que en su supuesto caso de corrupción sólo le guiaba el beneficio para Catalunya.
“Es una guerra y Éric es sólo otra víctima”. La frase se le atribuye en la película a Teresa Alabèrnia, madre de la activista Núria Cadenas, que pasó cuatro años en la cárcel, acusada de pertenecer a la banda terrorista Terra Lliure.
La víctima, Éric Bertrán, ha sido comparada por Joel Joan con Kunta Kinte, protagonista de la serie “Raíces”, así como con Gerry Conlon, el joven irlandés cuya historia dio origen a “En el nombre del padre”. TV3, coproductora de la película, se ha referido a Éric en alguna ocasión como “un pequeño William Wallace a la catalana”.
La víctima, después de ser absuelta, escribió un libro acerca de su experiencia. Una adaptación de su caso se llevó a los escenarios. Se rodó un documental. A lo largo de los años, Bertrán ha expuesto los entresijos de la extraña e inadmisible situación que vivió en multitud de entrevistas en todo tipo de medios de comunicación.
La víctima creció y sobrevivió a la adolescencia. A diferencia de Kunta Kinte, llegó a la edad adulta con ambos pies intactos y sin marcas de latigazos en la espalda. No pasó un solo día en la cárcel, como Gerry Conlon y el resto de los Cuatro de Guildford, que fueron condenados a penas de quince años de prisión. No fue emasculado y eviscerado en vida y después decapitado y desmembrado, como William Wallace, ni su cuerpo fue repartido y expuesto por todo el país contra el cual se había alzado.
La víctima, convertida en un referente heroico del independentismo, entró a formar parte de Convergència Democràtica de Catalunya, partido fundado por Jordi Pujol, parte integrante fundamental de la coalición Convergència i Unió, que durante un cuarto de siglo gobernó de modo hegemónico en Catalunya y gracias a cuyo apoyo gobernaron a su vez varios ejecutivos estatales, tanto socialistas como del Partido Popular.
La gestión de la víctima al frente de una fundación del partido centrada en temas inmigratorios ha sido puesta en entredicho en diversas ocasiones por algunos de sus compañeros, que le han acusado públicamente de actuar de modo dictatorial, de poca preparación intelectual y de arribismo. Hace un año, la víctima propuso la expulsión de Catalunya de los inmigrantes que lideraran “bandas juveniles violentas”, postura también expresada por el partido de ultraderecha Plataforma per Catalunya
La víctima, hace apenas dos meses, expresó públicamente su solidaridad con Oriol Pujol, hijo del fundador de su partido, donde ocupa el cargo de secretario general, actualmente imputado a causa de su supuesta participación en una trama de corrupción que le habría reportado cerca de siete millones de euros. “Oriol, eres un valiente”, dijo la víctima, que añadió que el secretario general de su partido estaba siendo sometido, como él, al acoso de las cloacas del Estado, y que, como el ave Fénix, algún día renacería de sus cenizas.
Oriol Pujol, por su parte, ha afirmado que en su supuesto caso de corrupción sólo le guiaba el beneficio para Catalunya.

7,6
118.704
5
4 de marzo de 2011
4 de marzo de 2011
43 de 69 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una mañana, al despertarse, lo primero que hizo Darren Aronofsky fue, como siempre, mirarse al espejo. “Espejito, espejito, ¿de quién es el ombliguito más bonito?”. “Tuyo, por supuesto”, dijo Darren impostando la voz. “¿Qué clase de broma es ésta? ¿De quién coño iba a ser, si no?”. Una sonrisa aviesa iluminó su rostro: una mañana más, había triunfado. Pensó en el cuchillo del cazador, en un tajo abierto en el pecho y en el corazón chorreante de sangre de Blancanieves y se sintió aliviado, aunque sus hombros se combaron bajo el terrible peso de la perfección: qué vida más dura y sacrificada la de los genios, dios mío. Darren volvió a mirarse en el espejo. Qué hermoso espectáculo. Se puso de perfil y se palpó el abdomen. Era tan terso y duro, qué poderosos se intuían los músculos bajo la piel, qué suave e incitante era el vello que coronaba aquel pequeño orificio, cuya voz le convocaba, como cada mañana, a una cita secreta consigo mismo: déjate llevar, Darren, déjate llevar. Hazme tuyo una vez más. Darren cerró los ojos y, muy lentamente, paseó sus manos por su cuerpo, disfrutando del tacto incomparable de su piel perlada de sudor nocturno, de aquellos delicados pelillos erizados de placer. Cuando las yemas de sus dedos acariciaron los bordes de aquel oscuro y cautivador abismo, Darren sintió una sacudida eléctrica que a punto estuvo de hacerle perder el sentido. Qué maldición la mía, pensó. Ser un elegido entre la multitud, un bello e incomprendido cisne entre miles de patitos feos. Súbitamente, Darren abríó los ojos y los dirigió de nuevo hacia el espejo. Un cisne, un cisne, un cisne. Corrió hacia el escritorio, buscó febrilmente un papel y un bolígrafo y tomó nota a toda prisa: cisne, espejo, cuchillo, tajo, sangre, Blancanieves, madre, vida dura y sacrificada, perfección, caída, abismo, dejarse llevar. Exhausto tras tan supremo acto de creación, se dejó caer pesadamente sobre la cama. Su mano se deslizó de nuevo hacia su abdomen, dejó atrás su ombligo y se introdujo blandamente bajo los pantalones del pijama. Con la mano que le quedaba libre, Darren apuntó una última palabra en el papel. Ahora lo tenía todo. Sonrió y cerró los ojos. Era feliz.
Como toda historia apócrifa, esta narración no pretende ser verídica ni está sujeta, por tanto, a la comprobación. Es una simple conjetura, una hipótesis acerca de por qué alguien con indudable talento para la dirección, la imaginería visual y la escenografía acaba siempre en manos del narcisismo y la gratuidad, de las analogías burdas, de los cargantes subrayados musicales, de los golpes de efecto de tres al cuarto, del sensacionalismo sanguinolento y sexual, de los tramos finales desaforados, ridículos, cursis y grandilocuentes, de las aspiraciones operísticas ahogadas en el caldo de pollo en mal estado que debió de tragarse la pobre Natalie Portman para acabar como una chota, criando plumas y, como diría Cruyff, con la gallina de piel. A no ser que vosotros tengáis una explicación mejor.
Como toda historia apócrifa, esta narración no pretende ser verídica ni está sujeta, por tanto, a la comprobación. Es una simple conjetura, una hipótesis acerca de por qué alguien con indudable talento para la dirección, la imaginería visual y la escenografía acaba siempre en manos del narcisismo y la gratuidad, de las analogías burdas, de los cargantes subrayados musicales, de los golpes de efecto de tres al cuarto, del sensacionalismo sanguinolento y sexual, de los tramos finales desaforados, ridículos, cursis y grandilocuentes, de las aspiraciones operísticas ahogadas en el caldo de pollo en mal estado que debió de tragarse la pobre Natalie Portman para acabar como una chota, criando plumas y, como diría Cruyff, con la gallina de piel. A no ser que vosotros tengáis una explicación mejor.
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