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Críticas 35
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
18 de octubre de 2019
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Buen gusto. En cada fotograma de la película. El buen gusto de las localizaciones, cálidas y suntuosas; el de las conversaciones, triviales y encantadoramente snob; de la melodía, esa música de Jazz que como un buen vino tan bien marida con la lluvia un día cualquiera en Manhattan.

El Bemelman’s Bar del Carlyle, las suites del The Pierre con vistas a Central Park, esa chaqueta de tweed que fielmente acompaña al protagonista en todas las secuencias… Y todo ello a pequeños sorbos de un cocktail de buen gusto: frío, dulce y delicioso, que con maestría nos sirve Woody Allen como refrescante trago frente a la mediocridad y cutrerío de todos los días. Muy recomendable.
JLB
30 de enero de 2020
30 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un familiar cercano acostumbra a emplear el término “plúmbeo” para adjetivar aquellas situaciones cuya principal característica radica en su capacidad de generar tedio: un aburrimiento tal, que excede con mucho los márgenes de hastío y pesadez humanamente soportables. De este modo, una conversación u obra literaria calificada como “plúmbea” (póngase especial énfasis y empeño en la primera sílaba a la hora de su pronunciación… ¡plúmmmmmmmbea!) parece añadir unos kilos más de peso a lo ya de por sí pesado, una arroba más de tedio a lo ya de por sí tedioso.

Y es que “Parásitos” se revela al espectador como un auténtico plomo. Más de dos horas de metraje de una supuesta “comedia hilarante” sin gracia, que dejan al sufrido espectador chafado en su butaca, incapaz ya de reaccionar, y abocado al fastidio mientras cuenta penosamente los minutos que restan para que finalice la película, poniendo así término al suplicio.

Dicen los entendidos que la historia se va abriendo paulatinamente como las capas de una cebolla (sic), mostrando cada una de ellas un nuevo matiz, un nuevo desarrollo argumental… Nada de esto he podido apreciar como no sea el llanto que al abrirse causa la famosa cebolla, lágrimas derramadas por el tiempo que resta aún para que acabe la película, cebollazo de la crítica especializada lanzado al caletre del incauto espectador.

Repitan conmigo… ¡Plúmmmmmmmmbea!
JLB
13 de enero de 2022
13 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
El espectador busca su butaca entrada en mano y, tras breve vacilación, se acomoda en ella. Se trata de un hombre joven, si bien alguna que otra cana comienza a asomar en su cabello, siquiera sea tímidamente. Observa contrariado la butaca vacía al extremo opuesto de la fila. En tanto que a cada butaca le corresponde su respectivo espectador y sólo uno, reflexiona, esa butaca vacía implica necesariamente que, una vez más, tendrá que levantarse para así dejar pasar a su ocupante. Es lo que los filósofos llaman una "verdad apodíctica", esto es: incondicionalmente cierta... y agotadora. El espectador rezagado hace acto de presencia (-Ustedes perdonen. -No se preocupe, no pasa nada...), la fila se incorpora para recibirle y todos a una vuelven a acomodarse, ahora sí, de forma definitiva.

"Delicioso" sumerge al espectador en un festín visual en el que una pepitoria de manjares primorosamente presentados desfila ante sus ojos: hojaldres rellenos, suculentos panes; perdices, codornices y pollos; sabrosos quesos, jugosas carnes y mejores pescados; fiambres, cangrejos, rozagantes hortalizas que bien podrían ser usadas por Giuseppe Arcimboldo para alguno de sus famosos retratos... Y mantequilla, mucha mantequilla, bien de mantequilla. Tanta que hace temer al espectador por los triglicéridos en su próxima analítica. Y todo ello enmarcado en un paisaje de postal que haría las delicias de Fragonard.

El espectador regresa a casa. Lo hace demorando los pasos, con el aire tranquilo de quien no tiene prisa por llegar. La película le ha gustado, concluye. Camina por el centro de la calle sin cruzarse con nadie: a esas horas de la noche apenas hay actividad. Al llegar a su portal saluda maquinalmente al portero y, mientras siente ceder el portalón ante el peso de su cuerpo, piensa en los palitos de pescado con pan del día anterior que conformarán su frugal colación... y sonríe.
JLB
21 de noviembre de 2024
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo lo que no se usa, se atrofia. La gran paradoja de nuestro tiempo consiste en que el avance de las nuevas tecnologías es directamente proporcional al retroceso de la creatividad.

Para entender esta circunstancia (aplicada al mundo cinematográfico, si bien puede hacerse extensible a cualquier orden de la vida), debemos analizar la creatividad en sí misma y reconocer cuáles son sus mecanismos, distinguir los resortes que la mueven y la hacen funcionar. Por utilizar un símil taurino diremos que la creatividad se asemeja al toro de lidia, que es el único animal que no huye cuando le acosan; por el contrario, es su nobleza y bravura la que hacen que, cuando se siente atacado, no rehúya la lucha y embista una y otra vez a quien ha tenido la osadía de hacerle frente. Por eso decimos que el toro “se crece ante el castigo”, porque cuanto más le incitan, más embiste.

A la creatividad le ocurre lo mismo que al toro de lidia, también “se crece ante el castigo”. Paradójicamente, no es en la abundancia de medios si no en la escasez de ellos donde la creatividad aflora y se hace fuerte. Y lo hace precisamente para suplir esa falta de medios con talento y originalidad. Si yo le pido a alguien que encienda una hoguera y le doy cerillas su creatividad será cero. Será cuando le retire las cerillas cuando su cabeza tenga que empezar a funcionar para suplir esa falta de medios y ver de qué manera puede encender la hoguera.

Hace 24 años, que se dice pronto, Gladiator revolucionó las salas con el uso de efectos digitales aplicados al mundo del cine, si bien por aquel entonces aún eran sólo un apoyo para lograr una mejor ambientación. A partir de entonces han ido ganando terreno hasta llegar a asfixiar la cinematografía, fagocitando las historias a costa del interés y la creatividad.

Gladiator II no es más que otro recordatorio de que el cine ya está fiambre. Lo más curioso de todo es que toda esa tecnología ni siquiera logra un realismo verdaderamente convincente: la recreación de la ciudad de Roma se asemeja más a un videojuego que a una ambientación realista, mientras que los decorados parecen de cómic de Astérix y Obélix. Los monos espaciales son de traca, así como el rinoceronte prehistórico; por no nombrar a los remeros de las galeras, todos ellos de gimnasio y vestidos igual… ¡qué diferencia con los galeotes en Ben-Hur (1959), todos ellos escuálidos y sudorosos como correspondería a cualquiera en esa tremenda situación!

Mención aparte, por lo planas e insustanciales, merecen las interpretaciones. A excepción de Pedro Pascal, único actor con algo de personalidad, el resto dice muy poco o directamente nada. Me sería difícil nombrar algún actor del panorama actual, menor de 35 años, con personalidad cinematográfica propia; se parecen todos tanto que son prácticamente indistinguibles. Las interpretaciones del emperador Caracalla y su querido hermano probablemente sean las peores: exageradas e histriónicas, palidecen ante la del Cómodo de Joaquín Phoenix de la primera parte, y están más cerca de inspirar risa que espanto.

Película para pasar el rato, sin más. ¡Ah! Y no olviden el chubasquero por si les salpica la sangre.
JLB
16 de enero de 2020
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Reconozco que los primeros quince minutos de metraje se me pasaron sufriendo un particular “plano secuencia” que últimamente viene desarrollándose con bastante asiduidad en los cines españoles: el de la gente llegando a la sala a cuenta gotas una vez comenzada la película, charlando como si estuviera en el salón de su casa, abriendo sus latas de refresco (¡cuanto más ruido mejor, oiga!), sus bolsas de patatas, chocolatinas y caramelos como si tuvieran 12 años, contestando llamadas telefónicas o enviando whatsapps… y recordando aquello tan famoso de “Lo que Natura non da, Salamanca non presta”.

Sólo tras este intervalo pude empezar a disfrutar de una película, 1917, cuyo principal mérito, cuestiones técnicas aparte, consiste en presentarle al espectador un arquetipo que hoy, me temo, se encuentra en peligro de extinción: el de una persona que es consciente de su responsabilidad.

El protagonista de la película nos demuestra que las grandes gestas, las grandes hazañas y heroicidades, no están reservadas en exclusiva a personas "fuera de serie", cuyas capacidades y aptitudes extraordinarias, casi sobrenaturales, exceden con mucho a las de la media. Por el contrario, no hay mayor grandeza que la alcanzada por una persona normal, que pese a sus debilidades y limitaciones es capaz de sobreponerse a ellas para lograr un bien mayor; alguien consciente de su responsabilidad y dispuesta a cumplir con ella hasta las últimas consecuencias. La grandeza, en definitiva, de una persona ordinaria que, enfrentada a situaciones límite, demuestra una competencia y alcanza unos resultados que, estos sí, resultan extraordinarios.
JLB
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