Las piezas del puzle son muy atractivas. Pero no completan una imagen. Un crítico ha recordado con acierto el librito del mismo autor “Cómo acabar de una vez por todas con la cultura”.
Los fragmentos que yo distingo son éstos:
El efecto del personaje de Elena Anaya sobre el protagonista. Un gigante intelectual curtido en las preguntas más crueles de la vida que queda desarbolado por la cercanía de una belleza inteligente.
La evocación de escenas cinematográficas de películas clásicas que están en la memoria del novelista disueltas con sus vivencias.
La disyuntiva entre el glamur y lo trascendente. La envidia que provocan los frívolos y la duda sobre si ellos son los que aciertan.
El profesor descubre que su pedantería y la vanidad intelectual son una ficción a la altura de las ínfulas de su antagonista, y que la sabiduría “solo” sirve para saber perder.
Lo acepta dulcemente en los días del final del verano que pasa en una ciudad luminosa y prevista para el festival.

Cuando uno se plantea como proyecto vital “voy a experimentar” probablemente no le ocurra gran cosa. Los acontecimientos de la vida no se producen a voluntad.
Los personajes de la película quedan atrapados en entelequias y divagan sobre el alma, empezar de cero, ser uno mismo, ser libres. A la par, tontean con relaciones, asisten a conciertos, viajan y remueven sus sentidos, generando ese comportamiento un existencialismo pijo.
El marco es el propio de la publicidad de alta calidad y esta cualidad es un valor de la fotografía y no una falta, como algunos señalan. Veamos qué pasa cuando conseguimos vivir dentro de un anuncio publicitario.
Uno de los personajes contrata los servicios sexuales más caros para terminar haciéndoles preguntas tipo Jesús Quintero.
Malick es de los pocos que quedan que consiguen hacer aquello que llamábamos cine de autor.
¿Cuál es su tema?
Sin un sentido de lo trascendente será difícil que nos ocurra algo interesante.
Y lo trascendente no se expresa con solemnidad sino con fragilidad: un soplo de aire, un cambio de luz, siempre el contacto con el agua, un viaje astral en mitad de un concierto rock.

Sin necesidad de lamentarse, porque muchos nos acordamos de la suerte sólo cuando es mala.
Y me caen mal las personas que se creen dueñas de su destino. Si lo somos o no es cosa de la relatividad.
Qué prestigio da el dinero. No compra la felicidad, pero sí todo lo demás. Aquí Allen actualiza a Quevedo. Y supongo que a muchos otros sabios.
Justicia poética. Se compara esta película con Delitos y Faltas y con Match Point. El viejo Woody acude en esta ocasión a las altas instancias.

Uno de los protagonistas cuenta en una de las charlas entre los chavales que siente un miedo “real” a terminar conduciendo un Mercedes Benz y ver todas sus inquietudes convertidas en nada.
Yo he cumplido 50 y también tengo miedo, también real, a que se me olvide cómo sentía en la adolescencia. Porque me siento mayor ¡qué diablos! y sin esa experiencia no hay historia personal que valga.
Lo que quiero decir es que me interesa más reconstruir mi experiencia que creer que aún soy joven. Es sólo una forma distinta de renacer.
Ya veis que el espíritu de la película es contagioso.
Por otro lado, el quinceañero que me acompañó al cine sentía literalmente que estaba dentro de la pantalla. ¡Soy uno más! Parecía pensar.
En este contexto la canción que da título a la película es un cruce de caminos que se presenta como un antídoto para el carácter afectado de los adolescentes (con bastante socarronería de la casa).
¿Quién lo impide? La respuesta siempre estará en el viento.