Un western bastante apetecible. Es la historia de dos hermanos, de la fraternidad y un cuidado masculino en tiempos de la violencia decimonónica de los Estados Unidos. Hay disparos y fiebre del oro. Sobre todo, se hace camino, con diálogos sencillos, de sentimiento. Un final de retorno, de vuelta al refugio después de la exposición a la inclemencia de dormir tantas veces al raso.

El mundo carcelario a través de la relación padre-hijo. Muy bien construidos los personajes de Jack O`Connell y Ben Mendelsohn. Como en otras muchas películas del género construye bien la dicotomía entre la posibilidad de reinserción de los presos y el punitivismo corrupto. La importancia de contar con un grupo, sentirse parte de algo, esto en un contexto de la corrupción mafiosa que tantas veces se ha dibujado en las películas carcelarias.

¿La familia se puede elegir? Se pregunta Nobuyo. Si Yuri nos ha elegido quizás sea un lazo más fuerte que el de la propia familia natural. O es que caso se necesita parir para ser madre se vuelve a preguntar. Una visión heterodoxa contra el dogma familiar, sobre todo para aquellos casos en los que la familia no cumple la promesa social de ofrecer una chimenea caliente de amor y cuidados. En la película el frío es ese abandono social de no sentirte parte de algo, el calor está en esa identidad aún transitoria que permite pasar el invierno, aunque luego acabe deshaciéndose como el muñeco de nieve al llegar el sol. La película cuenta con mucha ternura y cariño, con las vicisitudes y dilemas morales de vivir abajo. Sin enjuiciar desde fuera la moralidad, son los propios personajes quienes evolucionan. Donde los niños tienen su propia mirada, no son seres pasivos pues tienen sus propias preguntas y toman sus propias decisiones.

Una propuesta diferente, te sientes leyendo la novela clásica que sabes que tienes que leer y la visita al museo que tienes que hacer. Un blanco y negro y una fotografía adecuados a la historia que nos cuenta. Lo onírico y el mito están presentes, muy bien entrelazado con lo marítimo, ejemplificado en la sirena, cuando el deseo sexual y la única realidad del mar se mezclan. Se trata de una pequeñísima isla donde tan solo hay un faro, con la única compañía de otra persona. Sumado a una relación de jerarquía con un viejo lobo de mar del siglo XIX en un momento de tormenta se deriva necesariamente en la locura del encierro de Ephraim Winslow. un sitio de donde no se puede escapar, salvo que se encuentre el alcohol como la vía de escape marinera a la locura. Generándose una relación de desconfianza, fraternidad y violencia. Donde al final lo mejor es que todo acabe.

No es una historia nueva, pero siguen siendo historias que necesitamos. El deporte como metáfora del estado social y psicológico del entorno y sobre todo del individuo en esta película. Es una épica pequeña: del barrio, del bar… Con pequeñas victorias, aquellas que de vez en cuando nos tocan a los de abajo. Segundas oportunidades, después de la tragedia, ese momento en el que la vida se te va entre las manos, hay un momento de reflexión. Para los triunfadores parecerá ridículo ver a Jack Cunningham trascendental ante la ventana de su casa y en la ducha pensando si entrenar o no a un pequeño equipo de chavales. Pero es una decisión de las que marcan toda una vida. Vuelve el triunfo, pero de la debilidad sigue, en forma de silencio, de un Affleck sobrio que no nos carga de moralidad, que no hace del vicio virtud.