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Críticas 26
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
10
13 de mayo de 2018
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Western barroco con ingredientes tan caros al romanticismo: simbología ( el vestido blanco de Viena, el vestido negro de Emma), elementos oníricos, expresionistas, irreales ( el salón de Viena, una cueva en medio de la nada anegada por la tormenta de viento y polvo, la sala de juegos sin clientes, con autómatas crupiers que hacen girar, a la orden de Viena, una ruleta casi fantasmal. Elementos caricaturizadores, distanciadores como el significativo y quijotesco apodo de "Danzarín". El halo fúnebre y fantasmal desde el inicio con la tormenta hasta la aparición de ese "Ejército de las Tinieblas" ( todos de negro) guiados por esa mujer que parece encarnar al mismísimo Diablo, Emma ( inolvidable la secuencia en la que celebra con carcajada de sádica voluptuosidad el incendio del salón de Viena).
Pero el punto álgido para mí y para muchos cinéfilos más, supongo, es el diálogo que sostienen Johnny y Viena en el salón, tras unos cuantos años sin saber nada uno del otro. Los dos, incapaces de conciliar el sueño ni con la ayuda del Whisky, inician una mítica conversación cargada de ironía, de rencores enquistados y al fin de pasión liberada que constituye una de las escenas más arrebatadoras y conmovedoras del cine y, que supongo sería uno de los detonantes para que Godard dijera que "Ray es el cine".
Johnny: ¿A cuántos hombres has olvidado?. Viena: "A tantos como tu mujeres has conocido" "Miénteme, dime que me has esperado todos estos años". Se levanta impulsivamente Johnny y le dice: "No te vayas". Viena: "Pero si no me he movido". Johnny: " Dime algo bonito". Viena: "¿Qué deseas oír?". Johnny ( con pasión desesperada): "Miénteme, dime que me has esperado estos 5 años". Viena ( con irónica indolencia): "Te he esperado estos 5 años". Johnny: ..." y que habrías muerto si no hubiese venido". Viena ( con fingida e irónica indolencia): " Habría muerto si tú no hubieras venido". Johnny ( con pasión): "y que todavía me quieres como yo te quiero a ti. Viena (indolente aún): " Todavía te quiero como tú me quieres a mi". Johnny ( resentido, se toma un lingotazo con gesto de irónico desprecio): " Gracias". Esa respuesta irónica y despectiva desata la furia de una Viena que ya no se puede contener y entre los dos inician una "tormenta" de reproches hasta una calma que se inicia con Viena dándole la espalda y, entre sollozos, le dice: "Te he buscado en todos los hombres que he conocido". Johnny: "No ha pasado nada, nada fue real" y, luego, continúa Johnny, evocando un utópico "paraíso ", a modo de corrección de la implacable realidad: " Estamos tomando una copa en el hotel del bar Aurora (otra vez la simbología en el nombre), suena la música, celebramos nuestro compromiso y después de la boda, nos iremos de este hotel, lejos, muy lejos.. Viena, sé feliz, es el día de tu boda...Viena (con los ojos inundados de lágrimas, como nosotros, los espectadores): ¿Cómo te he esperado, Johnny?, ¿Por qué has tardado tanto?".
Convenimos en que el tiempo es irreversible, que nada volverá, pero el gran arte parece ser una refutación, una corrección de nuestras vidas insatisfechas, un inefable consuelo. Johnny y Viena "corrigen" sus frustradas vidas con la imaginación, con el deseo satisfecho por la imaginación. con la invocación más que de un paraíso perdido, de un paraíso soñado, en definitiva ,con la satisfacción imaginativa de un ideal. Decía Schopenhauer que con la música se satisface la voluntad y se colma el deseo, aplacándolo con ese ideal. Creo que Schopenhauer hubiese dicho lo mismo del cine si llegase a conocerlo.
"Mentir o morir", decía Celine en su Voyage...Pues si la mentira reside en momentos como estos que nos ha regalado el cine, bienvenida sea.
4 de junio de 2019
17 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
A la altura de cualquier memez de Disney Channell. Un horror con look de anuncio de perfume. Un espectáculo grotesco, solo apto para incondicionales de la banda. Si esto es cine, yo soy William Faulkner. Por ciero, el Mercury adolescente, con ese maquillaje, me recuerda a Jerry Lewis en El profesor chiflado. Dios santo, lo que era el cine y el patético espectáculo burdo y pirotécnico de hoy...en fin...
10 de diciembre de 2017
15 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si tuviese que rescatar una película del olvido y subestima por parte de la crítica, sería este western atípico filmado por Mulligan en un momento en el que este género había ya periclitado, y que solo sobrevivía loablemente debido al genio de un inspirado Leone,( quien lo rescató con la encomiable vis cómica de El bueno, el feo y el malo o La muerte tenía un precio y alcanzaría su obra cumbre con Hasta que llegó su hora, de inolvidable puesta en escena y sobrecogedor lirismo en secuencias ya antológicas), Un año después , 1969 , Peckinpah filmaría un poema épico y crepuscular, obra desgarradora y uno de las mejores reflexiones sobre perdedores y sobre la amistad que conocemos, Grupo salvaje, sepultando un género que en las siguientes décadas no alcanzó cotas similares hasta el Sin perdón de Eastwood.
Uno de los posibles motivos del poco prestigio de esta cinta quizás sea un incomprendido y acertado tono un tanto aséptico (desde un punto de vista sentimental) y elíptico (en cuanto a la narración), un tempo pausado y contemplativo, virtudes que en su momento pasaron por defectos, y que han trascendido la más obtusa ortodoxia de críticos miopes.
Salvaje, el indio que había secuestrado una mujer blanca que tiene un hijo suyo, tratará de recuperarla, ahora protegida por Peck,, explorador jubilado del ejército que terminará enamorándose de ella.
La escena en la estación, con ella y su hijo esperando la llegada del tren y Peck, a cierta distancia, indeciso, deliberando consigo mismo la posibilidad de dejarlos marchar o de protegerlos, es un prodigio de planificación espacial y de interpretaciones admirablemente comedidas.
Película de elocuentes miradas y sobrecogedores silencios, con la colisión de dos modos de vida dispares.. Una historia, la que vemos y otra, elíptica, la que inferimos (la anterior vida patética de Eva Marie Saint sometida al régimen tiránico y machista de Salvaje). Una escena lo plasma a la perfección, aquel momento en el que se sientan a comer Peck, ella y el niño. Estos dos últimos, incapaces no solo de articular palabra alguna, sino de empezar a comer, tienen que ser instados por un estupefacto Peck para tal acción.
No hay besos apasionados ni innecesarios subrayados de la banda sonora, pero sí tiernos abrazos y miradas de agradecimiento, con una contención asombrosa, que sin llegar a los extremos de lo que bastantes años después apreciaremos en un James Ivory, sí deja una insólita y loable seña de identidad.
Si hay algo que siempre he admirado en el cine es la capacidad de narrar sin palabras. Miradas, gestos y silencios hablan en este caso con mayor elocuencia, dando lugar a una puesta en escena de sugestivo y contenido lirismo, un tanto fordiano. Y precisamente por eso, por la contención, cuando afloran los sentimientos reprimidos, inspiran una inefable ternura que pocas veces he visto en un western.
Cinta de poco prestigio, decía , pero que hay que reivindicar urgentemente, sobre todo en estos tiempos en que se estila un cine estridente y pirotécnico que parece ser más un espectáculo circense que arte verdadero.
Hermosa película sobre personajes amputados en lo más intimo de su ser , pero redimidos por muestras de gratitud y de amor, las dos más eficaces medicinas que existen.
2 de mayo de 2018
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un análisis exhaustivo de su comienzo podría resultar un tanto farragoso debido a la riqueza y complejidad de una hipnótica puesta en escena, que deviene una sinfonía compuesta de un raudal de imágenes y sonidos que cuestan no solo enumerarlos, sino extraer todas sus implicaciones y sugerencias. Tres matones esperan en las inmediaciones de una estación la llegada del tren. Uno, sentado en una silla mecedora echa una siestecita truncada por el papel de la máquina expendedora de billetes del tren y por una mosca inoportuna que surca sus mejillas y a la que trata de espantar en vano a base de soplidos. Otro matón de raza negra, sofocado y con una asombrosa calma, deja que un goteo providencial inunde su sombrero. El otro chasquea nerviosamente sus nudillos. Y en medio de esta espera, Leone nos hipnotiza con una sinfonía de sonidos, cada cual más sugerente: El taconeo de las botas en el suelo de madera, el viento, el rechinar de las aspas de los molinos, gorjeos de pájaros, el zumbido de una mosca, el goteo. el rechinar de los goznes de las puertas, escopetas que se cargan, una puerta que se cierra con estrépito, soplidos, el ruido de una silla mecedora, el chirriar de una tiza en la pizarra, el canto de un gallo ... y uno no terminaría de enumerar tantos sonidos que no solo crean una atmósfera de parsimoniosa pero a la vez tensa espera, sino que son esenciales para la puesta en escena en los momentos claves del arranque, como el estridente silbido del tren, que anuncia su llegada, el ruido de unos pasos presurosos en la huida de la mujer india, los crujidos de los nudillos de uno de los matones que reflejan su impaciencia, una escopeta que se arma con presteza para recibir a "Armónica" ( Bronson)... Para tal audacia de Leone, solo encuentro un parangón con los primeros compases de Sed de mal y con el inicio de La ventana indiscreta, dos arranques prodigiosos que darían para hablar mucho también.
Me imagino esta película proyectada ahora en pantalla grande y ya estoy viendo desfilar a la mayoría por los pasillos, en busca desesperada de la salida, echando un vistazo a los mensajes del móvil o palpando nerviosamente los bolsillos en busca de un pitillo. Es una pena, porque no saben lo que se pierden. Leone ,deliberadamente quiere que nos impacientemos, que nos sofoquemos con el calor, incordiarnos con esa mosca, que participemos en esa interminable espera, poner a prueba nuestra paciencia hasta límites insospechados y lo asombroso es que, muy lejos de irritarnos ya ha logrado el milagro , nos ha hipnotizado para siempre. Creo, en mi humilde opinión de simple aficionado al cine, que esta no solo es la obra maestra de Leone, sino también una de las películas más relevantes que se hayan filmado, sencillamente Cine, con mayúsculas
11 de mayo de 2018
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un globo rojo y un niño vagando por las calles parisinas, algo a priori tan simple, pero a la vez tan rico en implicaciones metafísicas y morales. El globo, en un exótico ballet, sigue al niño, pero por momentos desaparece de su vista. Acude raudo cuando el chaval pasa algún apuro, persiguiendo y espantando al posible agresor, ya sea un viandante o un despótico profesor, actuando así como una suerte de Ángel de la Guarda y de fiel compañero, y por tal impuso altruista puede verse la cinta como un canto a la amistad y a la solidaridad.
Por otro lado, este poético mediometraje, atesora momentos sublimes de raigambre metafísica como un final de inefable belleza en el que tras la virtual muerte del globo rojo, una multitud multicolor de globos elevan al niño hasta los cielos parisinos...¿qué puede significar?, ¿qué metáfora nos sugiere?... ¿el Atman, quizás, esa definición del yo como comunión con el Absoluto en el hinduismo?, ¿ O ese montón de globos no será un Psicopompo que conduce el alma del difunto globo rojo a un Más Allá? ¿ Y ese globo rojo no puede verse también como un ser espiritual, el alma de un niño, quizás un Ariel un tanto travieso y los adultos, como Calibán, simbolizan lo más primitivo y lo material? ¿ y el globo, no connota una naturaleza dual, envoltorio de plástico (cuerpo/materia) y contenido (aire/espíritu). ¿No serán solo los niños (con su inocencia y ausencia de hipocresía) y los locos, como sucede en Ordet, los únicos que pueden acceder a lo divino? Al fin y al cabo, ese mundo fantasioso que adjudicamos a la infancia podría ser, en definitiva, el mundo verdadero y el de los adultos, el falso , donde nos ocultamos bajo las máscaras de la hipocresía y de los complejos..."el pudor de existir", como decía Pessoa en su Libro del desasosiego. Bellísimo también el encuentro con la niña del globo azul con una deliciosa danza ( casi un coqueteo) que se inicia entre los dos globos, sutil metáfora sobre el amor puro.
Albert Lamorisse, prodigioso alquimista , transforma la materia más simple en oro puro, en puro arte.
Hermoso, sugerente e hipnótico poema visual, una joya de inefable belleza.
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