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Críticas 1.170
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
4
26 de noviembre de 2019
47 de 71 usuarios han encontrado esta crítica útil
Salvo honrosas, muy contadas excepciones, no sé qué limitación o bloqueo o complejo impiden a la industria patria la realización de reconstrucciones históricas si no de la brillantez de su homóloga británica, sí al menos de un nivel aceptable, o que no provoquen unos sonrojos rayanos en la apoplejía. La decepción causada por esta presunta superproducción ahonda en dicho interrogante, agravándolo incluso, pues durante los últimos años sobran los ejemplos foráneos de todo lo contrario, y agraciados con presupuestos no tan generosos. En efecto, lo primero que en “Hernán” llama —negativamente— la atención es el desperdicio de unos mimbres que, a todas luces, daban para mucho más. Casi puede oírse crujir el cartón-piedra de los decorados, y la recreación digital de Tenochtitlán goza de la credibilidad de un “render” amateur o del “Age of Empires” —el original, el de 1997—. Queda la desoladora sensación de que buena parte de los recursos se hubieran destinado a satisfacer los honorarios de estrellas como Aura Garrido, cuya fugaz e innecesaria participación se antoja un carísimo brindis al sol. Eso, o que sus responsables gustan de caterings premium.
La conquista de México es una aventura bastante documentada —las más de 1000 páginas de la “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”, de Bernal Díaz del Castillo, o las “Cartas de relación”, del propio Hernán Cortés, entre otras fuentes—, conque no deja excesivo espacio a la especulación. Por suerte para la serie y, sobre todo, para los sufridos espectadores. Porque los pasajes dejados al albur de sus cinco guionistas —no uno ni dos: cinco— atesoran la profundidad de una conversación de ascensor, y ello en el mejor de los casos, pues lo habitual es que desaten una irresistible avalancha de vergüenza ajena. Por otra parte, habiéndose tomado la molestia de hacer hablar en maya y nahuatl a los personajes indígenas, no se comprende que, por su parte, los castellanos del siglo XVI se expresen como “millennials”, o casi. En cuanto a la narrativa desestructurada, se trata de una opción que, a priori, no carece de atractivo, siempre que persiga un fin estético o, si acaso, una cierta lógica mantenga cosidos los retales —el deseable orden en el caos—, cosa que no sucede aquí. Al contrario, los saltos espacio-temporales se producen al buen tuntún, amenazando seriamente la coherencia argumental, cuando no directamente arrojándola por la borda. Así, parece que entre el regreso de Cortés a Tenochtitlán tras su victoria sobre Pánfilo Narváez y la conocida como “Noche triste” hubieran pasado varios meses y no los cinco días escasos que en realidad transcurrieron.
Respecto al reparto, y excepto la debutante Ishbel Bautista, correcta en el difícil papel de la Malinche, todos entregan trabajos dignos de olvido. Mención especial merecen Óscar Jaenada y Michel Brown. El primero compone un Hernán Cortés alejado del estereotipo de buscavidas sin escrúpulos generalizado por la leyenda negra. Su personaje se quiere una especie de “condottiero” renacentista, a medio camino entre “El cortesano” de Castiglione y “El príncipe” maquiavélico. No obstante, la desgana que transmite, junto con unas líneas de diálogo más planas que un libro de “Teo”, dan como resultado una pálida caricatura, falta de todo carisma. Hablando de caricaturas, el Pedro de Alvarado encarnado por Brown y su rubia melena a lo Shakira sin duda lo es del Lope de Aguirre que inmortalizara Klaus Kinski en “Aguirre, la cólera de Dios” (“Aguirre der Zorn Gottes”, 1972). Tampoco cabe esperar mayores sutilezas de un actor de culebrones. La absurda presencia de Aura Garrido ya se ha señalado y el despropósito cuenta incluso con una versión discapacitada de Floki el vikingo: el tal Botello interpretado por Víctor Oliveira. En fin, mucho tienen que cambiar las cosas de cara a una posible segunda temporada si lo mejor de ésta son la banda sonora y los “tableaux vivants” con que se ilustran los títulos de crédito.
7 de noviembre de 2022
39 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tal como sucediera con «El irlandés» («The Irishman», 2019), «Mank» (ídem, 2020) y, sobre todo, «Roma» (ídem, 2018), una de las mejores películas del año, si no la mejor, viene de la mano de Netflix. Ello constituye prueba fehaciente de varias cosas. La primera, que las plataformas de contenidos han borrado de un plumazo las fronteras entre formatos; si bien es cierto que la experiencia inmersiva que nos propone «Sin novedad en el frente» pide pantalla grande y sonido envolvente.
La segunda, que el audiovisual de nuestros días no está como para tirar cohetes; pues, aun tratándose de una cinta impecable —la novela de Erich Maria Remarque y un presupuesto lo bastante generoso son una apuesta segura, así lo atestiguan traslaciones anteriores del mismo texto—, no hay en ella nada realmente original, mucho menos sorprendente.
Y la tercera, que en el catálogo de Netflix se da una convivencia tóxica —para el suscriptor, principalmente— entre una nutrida pléyade de horrores y un puñado de obras maestras —algunas; porque ésta, insisto, no llega a serlo—. Antes que ponerse a suprimir perfiles, sus responsables deberían hacer una limpieza de bodrios. Claro, que entonces Netflix se convertiría en Filmin.
Volviendo a «Sin novedad en el frente», su hincapié en los pasajes de acción la acercan más a «1917» (ídem, 2019) que a la versión de 1979 —tengo pendiente la temprana adaptación de Lewis Milestone, conque me abstendré de incluirla en la ecuación—, algo morosa en las escenas de retaguardia, aquí ventiladas con una concisión que el espectador actual sin duda agradecerá.
En efecto, Edward Berger nos mete de lleno en una descarnada colección de «tempestades de acero» —tomo el término del filósofo Ernst Jünger, herido en catorce ocasiones, catorce, durante la contienda— por medio de prolongados travellings a través del barro, la mugre, la sangre, el sudor, las lágrimas y los balazos traperos en un paisaje lunar que, asimismo, bebe a tragos largos de la (anti) estética de Otto Dix.
El resultado es indiscutiblemente satisfactorio, especialmente para los aficionados al género, obsequiados con un crudo verismo que alcanza hasta a las decadentes dentaduras de sus protagonistas. No obstante, todo en ella se antoja visto una y mil veces desde que la ya lejana «Salvar al soldado Ryan» («Saving Private Ryan», 1998) redefiniera el cine bélico.
El inicio, con esa larga escena dedicada al «reciclaje» de uniformes, o más adelante la de la búsqueda de la compañía de reclutas perdida por el camino, apuntaban una impronta terrorífica subrayada por las secas notas de la banda sonora. Lástima que esta vía, ciertamente sugestiva, se abandone en aras del espectáculo puro y (muy) duro.
6 de junio de 2017
27 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me puse con “Fortitude” animado por el laudatorio artículo que se le dedicaba en “Ideas”, suplemento dominical del otrora respetable “El País”. En él su autor, cuyo nombre no recuerdo —ni quiero— y que posiblemente redactara su panegírico tras haber visto sólo el episodio piloto, incidía con especial entusiasmo en la sofocante atmósfera helada —valga el oxímoron— y la morbosa sensación de insignificancia, de último reducto “civilizado” —el entrecomillado es mío— en mitad de la feroz, omnipotente naturaleza.
Rectifico: no debió de haber acabado el piloto siquiera. Porque lo que habría tenido que ser seña de identidad de la serie tarda apenas nada en dar paso a una multiplicación de subtramas en las que, además, los personajes toman decisiones que desafían cualquier lógica —formal e informal—. A mi juicio, tal proliferación de historias deriva de un mal amalgamado batiburrillo de géneros y de la incapacidad de sus responsables —“perpetradores” sería una denominación más apropiada— para decidirse por el terror, la intriga o el culebrón. El resultado, a veces y pocas, recuerda a una especie de “Twin Peaks” bajo cero y carente del embrujo surrealista de un genio —para bien y para mal— como David Lynch.
Además, la serie viene lastrada por una rémora argumental ciertamente grosera que, creo, ya ha advertido algún otro usuario de la página. Me explico: el pequeño enclave de “Fortitude” presenta una tasa de mortalidad más alta que la de Sudán del Sur sin que a casi nadie, no ya en Oslo, metrópoli de la criatura, sino en el propio pueblo, parezca llamarle especialmente la atención.
Todo ello en cuanto a la primera temporada, porque la segunda —y espero que última— se revela como un sinsentido cósmico por el que transitan posesos, chamanes, políticos corruptos y científicas locas sin un ápice del encanto de serie B que a semejante charanga de friquis cabría suponerle. Sólo se salvan del naufragio las esforzadas interpretaciones de un reparto que hace gala de una profesionalidad encomiable al no estallar en carcajadas ante buena parte de las situaciones en que se le obliga a verse envuelto. Que les paguen la extra de julio, se lo han ganado. Pobrecillos.
Antes que sea tarde
Documental
Estados Unidos2016
7,2
2.941
Documental, Intervenciones de: Barack Obama, Bill Clinton, Ban Ki-moon, Papa Francisco ...
6
1 de noviembre de 2016
27 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leonardo DiCaprio no sólo gana premios y sale con rubias explosivas hasta que cumplen los treinta, sino que también tiene dos dedos de frente. Así lo demuestra auspiciando un documental cuya necesidad radica no tanto en concienciarnos de la realidad del cambio climático —éste constituye una evidencia sobre la que existe un consenso científico mayor incluso que sobre la teoría de la relatividad— como en desvelarnos la ceguera o la estupidez, probablemente ambas, de unos dirigentes —los nuestros— empeñados en discutirlo, cuando no lisa y llanamente en negarlo, jaleados por sus palmeros mediáticos, en lugar de poner en marcha ya las urgentísimas medidas necesarias para detener una situación camino de tornarse irreversible.
Tiene especial gracia que, en Estados Unidos, el senador al frente de la comisión encargada de asuntos medioambientales sea un negacionista contumaz. Claro que, a la vista de las cantidades que recibe del lobby de los combustibles, todo cobra sentido. Maldita la gracia entonces. Aunque no hace falta irse tan lejos para encontrar ejemplos de la obscenidad con que nuestros líderes se cierran en banda, con la actitud del avestruz que esconde la cabeza en el culo... perdón, en el suelo. Me viene a la memoria la vergonzosa parábola del cuñado o primo meteorólogo con que Rajoy, nuestro presidente recién reelegido, manifestaba groseramente su ignorancia de lo que a cualquier alumno de Geografía de 3º de ESO se le exige como contenido mínimo: la diferencia entre tiempo atmosférico y clima.
Sin embargo, culpar exclusivamente a unos políticos a los que, en último término, hemos elegido nosotros supondría un ejercicio de desresponsabilización muy poco adulto. Porque nuestros hábitos —el consumo por el consumo— tienen mucho que ver con el indeseable estado de cosas. Coger la bicicleta en lugar del coche para ir a trabajar, comer pollo en vez de ternera, o no inflarse a “Doritos” son decisiones que están en nuestras manos, independientemente de que rija los destinos de la nación un ígnaro recalcitrante o un premio Nobel con las manos atadas por la financiación torticera de su campaña electoral.
22 de marzo de 2023
24 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hay un fenómeno que describa a las claras la líquida intrascendencia de nuestras sociedades, es el «hype». Vivimos un tiempo de burbujas, cuyo pinchazo acontece con prontitud cada vez mayor, a una velocidad y con una capacidad de olvido directamente proporcionales a la desmesurada presencia mediática que saludara su aparición. Un poco lo que ha sucedido con «The Last of Us», La Serie —sí, con mayúsculas— que a finales de enero era lo mejor que le había sucedido a la industria audiovisual desde «Juego de Tronos» («Game of Thrones», 2011-2019), a mediados de febrero empezaba a tener episodios de mero relleno y a primeros de marzo no le llegaba a «Fear the Walking Dead» (ídem, 2015-2023) a la suela del zapato. Por supuesto, ahora —Ahora— todo el mundo prefiere el videojuego, aun sin haber jugado.
En rigor, la serie que nos ocupa no es ni mejor ni peor que la miríada de títulos de similar pelaje que plagaron las pantallas —y no pocas estanterías— hará dos o tres lustros. Si acaso cabe reprocharle que llegue algo tarde, cuando la fiebre zombi parece curada, y lo escasamente original de la mayoría de sus capítulos, vertebrados por un argumento bastante previsible, también en sus tramas secundarias, sometidas además a las servidumbres «woke» de rigor. Queriéndose híbrido de «The Walking Dead» (ídem, 2010-2022) y «La carretera (The Road)» («The Road», 2009), «The Last of Us» carece del aliento lúdico y espíritu de serie B de la primera, así como de la sequedad formal y pesimismo antropológico de la segunda, remitiendo en ocasiones —y seguro que no conscientemente, o eso cabría esperar— a la tontísima «Doomsday: el día del juicio» («Doomsday», 2008).
La no por acostumbrada menos tediosa insistencia en el retrato del derrumbe de la civilización a despecho del de la lucha contra el virus —aquí un hongo particularmente voraz— resta interés a la historia, cuando son precisamente los tramos dedicados a la infestación primera y el consiguiente estupor social y gubernativo los más sugerentes, por cuanto turbadores. Tampoco resulta en absoluto novedoso el subtexto «libertarian», según el cual la asunción por parte del Estado de funciones que le son propias, pero que la deriva neoliberal la ha venido enajenando, no puede sino desembocar en el fascismo. Nada más lejos de la realidad, y para muestra la gestión que los poderes públicos hicieron de la gravísima crisis del coronavirus, en general acertada —dadas las circunstancias—.
En cuanto a sus protagonistas, Pedro Pascal conserva el bigote que lo sacó de las sombras de los actores de reparto, sólo que encanecido. El carisma se le cae de los bolsillos, conque no necesita hacer gran cosa para concitar el interés de la audiencia. Aquí sobrevive a infinidad de percances —tiros, puñaladas, culatazos— y mata a más gente, infectada o no, que Liam Neeson en la saga entera de «Venganza« («Taken 1, 2 y 3», 2008, 2012 y 2015, respectivamente). Le da la réplica —literalmente— la adolescente Bella Ramsey. Al igual que la serie, su lenguaraz personaje fue recibido con entusiasmo para, progresivamente, tornarse un tanto cargante. Como si se hubiera percatado de ello, durante el «season finale» manifiesta una circunspección inopinada y muy de agradecer.
En suma, correcto producto de entretenimiento. De factura impecable, pero ni de lejos una obra maestra, «The Last of Us» avanza a golpe de tópico hasta una resolución que deja la historia en la rampa de salida para una segunda temporada donde, me atrevo a aventurar, sus responsables ahondarán en todos los pecados antedichos y en ninguna de sus virtudes. Y así hasta reventar a la gallina de los huevos de oro.
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