Amanece en Edimburgo basa su historia en las canciones de The Proclaimers. Puede que el nombre no suene así de primeras pero hay algunas canciones que son bastantes conocidas.

Empieza la película con ganas, con una escena que a priori puede parecer original y un ritmo bueno, tanto musical como de edición. Todo genial hasta que descubrimos el argumento básico, con tintes machistas, tan arcaico que huele a naftalina. Si se nos ocurriera imaginarnos el mismo largometraje sin los números musicales, nos resulta un guion que bien lo podría haber escrito una clase de 4º de ESO. El resultado: un conjunto final de escenas vacías que parecen ir cambiando de rumbo dependiendo de la canción que quieran introducir. Un caso similar a una especie de autobús que empieza a parar por todos los barrios de la ciudad, aunque no estén en la ruta ni nadie se monte.

Los actores desarrollan sus personajes, dentro del arco permitido por los guionistas, de una manera satisfactoria. Los flashmob, a nivel fin de curso, nos dejan ver a los personajes secundarios, unas seis personas que están para rellenar duración del metraje y a la vez, aprovechar ciertas canciones de la banda que de ninguna otra manera podrían ser insertadas. Una especie de truco de magia donde en vez de sacar un conejo de la chistera, se inventan un personaje para que el público aplauda.

Protagonista en absoluto, Edimburgo se ve preciosa. Los repetitivos planos aéreos nos lo dejan claro y, he de reconocer, que acabas queriendo ir, o volver de nuevo, a Escocia. Pero, hay un problema con esto, la ciudad ya era maravillosa antes de que existiera Sunshine on Leith, así que no consigue arreglar nada. Esto no es civitatis, no queremos freetours por el castillo.

Sinceramente, recomiendo no perder el tiempo viendo la película y sí gastarlo en nuestra plataforma de música favorita para escuchar las canciones de la banda. O bien, compremos un billete de avión para no perdernos esta fantástica localización de la película cuando acabe la crisis del coronavirus.