El documental es una sarta de entrevistas cara a la cámara de la viuda y la pequeña familia del poeta que discurren sobre todo y sobre nada como cuando a la abuela de casa le da por despotricar sobre una cosa u otra.
Es infumable.
No me extraña que la primera imagen sea la de ese monumento extrañísimo de alguien empaquetado.
Hubo épocas en las que el esnobismo de ir a vivir al campo se puso de moda. Esta familia compró un caserón feo, lleno de muebles que huelen a un falso pasado, recompuesto, y, alrededor de la meda camilla, fuma que te fuma (será mi único espóiler), pronuncian frases huecas que quizá tengan un sentido en otra dimensión.
Son un clan poco astorgano (o asturicense) y por eso no me extraña esa soledad de la viuda sentada en su silla en los primeros planos sin que nadie le haga caso.
Si no quieres perder el tiempo, no veas este Desencanto que es más bien un despropósito.
(Aunque, por esnobismo, tenga tantas críticas elogiosas)

En esos años de poses y de actitudes superfluas en las que los adolescentes tienen que dar el numerito se hicieron muchas películas de este tipo.
Los italianos se hincharon. Y ganaron premios. Películas aburridas de jóvenes aburridos que ni saben por qué están aburridos
Este rosario de planos insulsos (pero con pretensiones hasta el punto que llegó al Festival de Cannes. ¡Holalá!) no consiguen atraer sino porque se visita esa maravillosa ciudad de las tres culturas en los años en blanco y negro: en lo más negro del franquismo.
Aburrido. Insulso.
En su día pudo impresionar. Hoy ya no.
Hay películas que no mejoran con el tiempo.