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Críticas ordenadas por utilidad
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6,6
60.457
6
9 de enero de 2024
9 de enero de 2024
Sé el primero en valorar esta crítica
Esa es la frase que me he venido repitiendo desde que acabé de ver 'Death Proof' hace unos días. Una película que la mayoría de fans de Tarantino colocan en la cola de sus listas de favoritas. Muchos de ellos, de hecho, a pesar de haber seguido la trayectoria del director desde sus inicios, desconocían su existencia.
Y no les juzgo. Pero tampoco voy a decir que 'Death Proof' es una película rara, sino que, simplemente, pertenece a un género al que en España no estamos acostumbrados: el cine de explotación. O, lo que es lo mismo, un surtido de cintas que comenzaron a estrenarse sucesivamente desde los años 50 y que destacaron por su bajo presupuesto en comparación con las grandes producciones del Oeste que imperaban por aquel entonces y, sobre todo, y aquí viene la parte jugosa, por su tratamiento directo de temas vinculados con el consumo de drogas, el sexo y erotismo -incluidas toda suerte de agresiones sexuales como las violaciones-, la violencia extrema y la discriminación en todos los sentidos imaginables.
Sabiendo a grandes rasgos de lo que trata el género, puede el lector de esta crítica suponer que Quentin Tarantino, de acuerdo a su estilo, se encuentra poco menos que en su salsa y que era cuestión de tiempo que decidiera emprender un proyecto que rindiera un digno homenaje a este tipo de cintas.
Y si el cineasta hace algo bien en "Death Proof" es darle la vuelta a las convenciones que suelen regirlas. Porque, no nos engañemos, el guion está conformado por páginas y páginas de diálogo que, si se analizan detenidamente, no entrañan una relevancia significativa para la resolución de la trama. Más bien podríamos categorizarlas dentro de esas conversaciones informales entre colegas que Samuel L. Jackson y John Travolta mantenían en el coche de "Pulp fiction" o de las que cautivaron a los espectadores durante la primera secuencia de "Reservoir Dogs". Pero, a pesar de todo, conservan ese gancho, ese magnetismo, esa naturalidad que solo Tarantino es capaz de imprimirles.
Una vez más, nos sorprenderemos a nosotros mismos con la oreja aguzada, dispuestos a no perder detalle de las excentricidades que brotan de los labios de los personajes y que, sin embargo, enganchan tanto o más que las charlas trascendentales. Y, cuando ya creamos que hemos tenido suficiente, llegarán la sangre y la acción sin frenos.
En definitiva, "Death Proof" puede parecer un filme extraño, pero si se hace un ejercicio de retrospectiva y se observa desde la lente del cine de explotación, se podrá constatar que, en ella, prácticamente todo está bien hecho: protagonistas bien seleccionados, estereotipados pero efectivos, asuntos tabúes a la orden del día, un antagonista caricaturizado y carismático y una resolución que no dejará a nadie indiferente. Interesante. Distinta. Disfrutable.
Y no les juzgo. Pero tampoco voy a decir que 'Death Proof' es una película rara, sino que, simplemente, pertenece a un género al que en España no estamos acostumbrados: el cine de explotación. O, lo que es lo mismo, un surtido de cintas que comenzaron a estrenarse sucesivamente desde los años 50 y que destacaron por su bajo presupuesto en comparación con las grandes producciones del Oeste que imperaban por aquel entonces y, sobre todo, y aquí viene la parte jugosa, por su tratamiento directo de temas vinculados con el consumo de drogas, el sexo y erotismo -incluidas toda suerte de agresiones sexuales como las violaciones-, la violencia extrema y la discriminación en todos los sentidos imaginables.
Sabiendo a grandes rasgos de lo que trata el género, puede el lector de esta crítica suponer que Quentin Tarantino, de acuerdo a su estilo, se encuentra poco menos que en su salsa y que era cuestión de tiempo que decidiera emprender un proyecto que rindiera un digno homenaje a este tipo de cintas.
Y si el cineasta hace algo bien en "Death Proof" es darle la vuelta a las convenciones que suelen regirlas. Porque, no nos engañemos, el guion está conformado por páginas y páginas de diálogo que, si se analizan detenidamente, no entrañan una relevancia significativa para la resolución de la trama. Más bien podríamos categorizarlas dentro de esas conversaciones informales entre colegas que Samuel L. Jackson y John Travolta mantenían en el coche de "Pulp fiction" o de las que cautivaron a los espectadores durante la primera secuencia de "Reservoir Dogs". Pero, a pesar de todo, conservan ese gancho, ese magnetismo, esa naturalidad que solo Tarantino es capaz de imprimirles.
Una vez más, nos sorprenderemos a nosotros mismos con la oreja aguzada, dispuestos a no perder detalle de las excentricidades que brotan de los labios de los personajes y que, sin embargo, enganchan tanto o más que las charlas trascendentales. Y, cuando ya creamos que hemos tenido suficiente, llegarán la sangre y la acción sin frenos.
En definitiva, "Death Proof" puede parecer un filme extraño, pero si se hace un ejercicio de retrospectiva y se observa desde la lente del cine de explotación, se podrá constatar que, en ella, prácticamente todo está bien hecho: protagonistas bien seleccionados, estereotipados pero efectivos, asuntos tabúes a la orden del día, un antagonista caricaturizado y carismático y una resolución que no dejará a nadie indiferente. Interesante. Distinta. Disfrutable.

7,7
142.366
7
7 de enero de 2024
7 de enero de 2024
Sé el primero en valorar esta crítica
A todos aquellos que despotricaron contra la primera entrega argumentando que echaban de menos ese guion sólido y divertido, esa profunda complejidad de las tramas de Tarantino, déjenme decirles que hablaron antes de tiempo.
Es cierto. Las escasas líneas de diálogo de "Kill Bill vol. 1", sumadas al predominio de las escenas de pelea en detrimento del desarrollo de personajes hicieron de la precuela una película experimental y sorprendente en tanto que no seguía la misma tónica que el director le había imprimido a sus tres filmes anteriores.
Muchos de sus detractores aguardaban sin demasiadas esperanzas la llegada del segundo volumen, esperando encontrar en él una amalgama de puñetazos y mandobles sin más justificación que un acceso de ira sustentado en las ansias de venganza de Uma Thurman.
Por eso, "Kill Bill vol. 2" fue un grato descubrimiento. Porque aúna todos sus esfuerzos en proporcionar una explicación detallada al motivo detrás de esos mandobles, a los trágicos sucesos que han sacudido la vida de la protagonista y la han conducido a perpetrar el ajuste de cuentas más conocido de la historia del cine.
Por el camino, Tarantino nos regala un puñado de escenas icónicas -secuencias que por sí solas podrían constituir un cortometraje-, unas interpretaciones magistrales a cargo de la propia Thurman -que despunta en las dos películas- y unos magníficos David Carradine y Daryl Hannah en el papel de antagonistas, y una trama que, contrariamente a lo que creían las voces críticas con la primera cinta, está perfectamente amarrada.
En definitiva, "Kill Bill vol. 2" recupera parte de las artes marciales de su predecesora y las inserta dentro de un argumento solvente, de esos que merecen toda nuestra atención y que nos harán comprender, con el despliegue de los créditos finales, el verdadero motivo que se esconde detrás de los mandobles.
Es cierto. Las escasas líneas de diálogo de "Kill Bill vol. 1", sumadas al predominio de las escenas de pelea en detrimento del desarrollo de personajes hicieron de la precuela una película experimental y sorprendente en tanto que no seguía la misma tónica que el director le había imprimido a sus tres filmes anteriores.
Muchos de sus detractores aguardaban sin demasiadas esperanzas la llegada del segundo volumen, esperando encontrar en él una amalgama de puñetazos y mandobles sin más justificación que un acceso de ira sustentado en las ansias de venganza de Uma Thurman.
Por eso, "Kill Bill vol. 2" fue un grato descubrimiento. Porque aúna todos sus esfuerzos en proporcionar una explicación detallada al motivo detrás de esos mandobles, a los trágicos sucesos que han sacudido la vida de la protagonista y la han conducido a perpetrar el ajuste de cuentas más conocido de la historia del cine.
Por el camino, Tarantino nos regala un puñado de escenas icónicas -secuencias que por sí solas podrían constituir un cortometraje-, unas interpretaciones magistrales a cargo de la propia Thurman -que despunta en las dos películas- y unos magníficos David Carradine y Daryl Hannah en el papel de antagonistas, y una trama que, contrariamente a lo que creían las voces críticas con la primera cinta, está perfectamente amarrada.
En definitiva, "Kill Bill vol. 2" recupera parte de las artes marciales de su predecesora y las inserta dentro de un argumento solvente, de esos que merecen toda nuestra atención y que nos harán comprender, con el despliegue de los créditos finales, el verdadero motivo que se esconde detrás de los mandobles.
6
23 de enero de 2024
23 de enero de 2024
Sé el primero en valorar esta crítica
A estas alturas del siglo XXI, nadie podrá negar que el género del Oeste ha sido exprimido como una naranja madura. De hecho, los directores han retorcido la fruta con tanto empeño que muchos espectadores dudaron si ya podía proporcionar siquiera una sola gota de zumo.
Y no les juzgo. Pensándolo detenidamente, quedan pocos temas de western que puedan ser explotados. A lo largo de la historia del cine hemos sido testigos de las gestas de pioneros, de las víctimas que se cobró la Fiebre del Oro, de los efectos directos de la Guerra de Secesión sobre la conquista de los nuevos territorios, de las largas travesías de diligencias y ferrocarriles, de la irrupción de forajidos...
Todos esos tópicos han sido abordados a través de una vasta variedad de técnicas narrativas que ahora forman parte de la iconografía popular, como los interminables silencios previos a la detonación en un duelo, las puertas batientes chirriantes o las melodías de la armónica. Estos elementos, lejos de aportar dinamismo a la película, la cargaban con un ritmo parsimonioso que deleitaba a muchos y exasperaba a otros.
En "Hidalgo", Joe Johnston se propone convertir un filme de temática western en una aventura familiar. Y lo consigue. El siempre hipnótico Viggo Mortensen se calza las espuelas de cowboy y se embarca en una empresa casi épica a lomos de su fiel compañero.
Salvando algunas escenas de cierta violencia, el filme es muy apto para ser disfrutado en el sofá junto a los más pequeños de la casa. Tiene todo lo necesario: un héroe carismático y benefactor que nos incita a caminar a su lado, un entrañable apego por su caballo, unos antagonistas tan malvados que resultan cómicos y una gesta a la altura de las circunstancias. Todos estos rasgos terminarían definiendo el estilo del realizador cuando siete años más tarde grabó la primer entrega del Capitán América.
En definitiva, aunque cueste creerlo, en "Hidalgo" Johnstone reinventa el western. No lo hace a la manera magistral de Clint Eastwood con "Sin perdón", pero sí bebe de las fuentes que levantaron George Lucas y Steven Spielberg con "Indiana Jones" para lanzar un producto que nunca antes habíamos visto: una película del Oeste dinámica, ligera y familiar.
Y no les juzgo. Pensándolo detenidamente, quedan pocos temas de western que puedan ser explotados. A lo largo de la historia del cine hemos sido testigos de las gestas de pioneros, de las víctimas que se cobró la Fiebre del Oro, de los efectos directos de la Guerra de Secesión sobre la conquista de los nuevos territorios, de las largas travesías de diligencias y ferrocarriles, de la irrupción de forajidos...
Todos esos tópicos han sido abordados a través de una vasta variedad de técnicas narrativas que ahora forman parte de la iconografía popular, como los interminables silencios previos a la detonación en un duelo, las puertas batientes chirriantes o las melodías de la armónica. Estos elementos, lejos de aportar dinamismo a la película, la cargaban con un ritmo parsimonioso que deleitaba a muchos y exasperaba a otros.
En "Hidalgo", Joe Johnston se propone convertir un filme de temática western en una aventura familiar. Y lo consigue. El siempre hipnótico Viggo Mortensen se calza las espuelas de cowboy y se embarca en una empresa casi épica a lomos de su fiel compañero.
Salvando algunas escenas de cierta violencia, el filme es muy apto para ser disfrutado en el sofá junto a los más pequeños de la casa. Tiene todo lo necesario: un héroe carismático y benefactor que nos incita a caminar a su lado, un entrañable apego por su caballo, unos antagonistas tan malvados que resultan cómicos y una gesta a la altura de las circunstancias. Todos estos rasgos terminarían definiendo el estilo del realizador cuando siete años más tarde grabó la primer entrega del Capitán América.
En definitiva, aunque cueste creerlo, en "Hidalgo" Johnstone reinventa el western. No lo hace a la manera magistral de Clint Eastwood con "Sin perdón", pero sí bebe de las fuentes que levantaron George Lucas y Steven Spielberg con "Indiana Jones" para lanzar un producto que nunca antes habíamos visto: una película del Oeste dinámica, ligera y familiar.

7,2
58.206
8
1 de enero de 2024
1 de enero de 2024
Sé el primero en valorar esta crítica
Siempre nos han inculcado desde niños que no está bien comparar. Incluso cuando éramos víctimas de esas comparaciones que establecían las madres en las que el vecino o algún compañero de clase parecían ser más trabajadores o más espabilados que nosotros.
Buena parte de las críticas negativas que ha recibido esta película se deben precisamente a comparaciones con otras cintas del director. Y es que cuando alguien piensa en Quentin Tarantino, tal vez los primeros títulos que se le vengan a la cabeza sean "Pulp fiction" como ejemplo del siglo pasado o "Malditos bastados" como representante del siglo actual. ¿A qué se debe?
Pues posiblemente a que en "Jackie Brown" se echan en falta algunas de las señas de identidad del autor, como los excesivos litros de sangre derramada, la violencia desmedida, en muchos casos injustificada o las conversaciones informales entre amigos que poco o nada tienen que ver con el desarrollo de la trama, pero que le aportan un componente de hilarante naturalidad.
Sin embargo, sí que hay otros rasgos distintivos de Tarantino que se aprecian a simple vista en "Jackie Brown": una dirección de actores excelsa que, de nuevo, hace brillar a Samuel L. Jackson y a un Robrt Foster en un papel contenido pero no por ello menos genial; y, sobre todo, un guion solvente, construido, como ocurre con "Reservoir Dogs", "Pulp fiction" o "Los odiosos ocho" a base de píldoras de acción, de piezas narrativas complejas que terminan ensamblándose al final.
Eso sí, si hay algo en lo que destaca este filme es en su ritmo lento en el que el dinamismo solo toma partida en su último tercio. El resto de la narración está concebida para el disfrute pausado del espectador, para que goce de cada bocado, para sumergirle de lleno en un entramado cuya resolución querrá saber a toda costa. Si se pone atención al guion de "Jackie Brown", sus 154 minutos pasarán volando.
En definitiva, puede que "Jackie Brown" no exhiba todos los rasgos definitorios del estilo de su director y guionista, pero hace gala de una historia sólida y bien atada que puede codearse con sus predecesoras. Una obra inexplicablemente infravalorada dentro de la filmografía del cineasta que nunca decepciona.
Buena parte de las críticas negativas que ha recibido esta película se deben precisamente a comparaciones con otras cintas del director. Y es que cuando alguien piensa en Quentin Tarantino, tal vez los primeros títulos que se le vengan a la cabeza sean "Pulp fiction" como ejemplo del siglo pasado o "Malditos bastados" como representante del siglo actual. ¿A qué se debe?
Pues posiblemente a que en "Jackie Brown" se echan en falta algunas de las señas de identidad del autor, como los excesivos litros de sangre derramada, la violencia desmedida, en muchos casos injustificada o las conversaciones informales entre amigos que poco o nada tienen que ver con el desarrollo de la trama, pero que le aportan un componente de hilarante naturalidad.
Sin embargo, sí que hay otros rasgos distintivos de Tarantino que se aprecian a simple vista en "Jackie Brown": una dirección de actores excelsa que, de nuevo, hace brillar a Samuel L. Jackson y a un Robrt Foster en un papel contenido pero no por ello menos genial; y, sobre todo, un guion solvente, construido, como ocurre con "Reservoir Dogs", "Pulp fiction" o "Los odiosos ocho" a base de píldoras de acción, de piezas narrativas complejas que terminan ensamblándose al final.
Eso sí, si hay algo en lo que destaca este filme es en su ritmo lento en el que el dinamismo solo toma partida en su último tercio. El resto de la narración está concebida para el disfrute pausado del espectador, para que goce de cada bocado, para sumergirle de lleno en un entramado cuya resolución querrá saber a toda costa. Si se pone atención al guion de "Jackie Brown", sus 154 minutos pasarán volando.
En definitiva, puede que "Jackie Brown" no exhiba todos los rasgos definitorios del estilo de su director y guionista, pero hace gala de una historia sólida y bien atada que puede codearse con sus predecesoras. Una obra inexplicablemente infravalorada dentro de la filmografía del cineasta que nunca decepciona.
7
15 de enero de 2024
15 de enero de 2024
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
"La sociedad de la nieve" es una película que ya hemos visto. Y no, no me refiero a la cinta de 1993 dirigida por Frank Marshall que adaptó con moderado éxito la novela "¡Viven!". No me refiero a que hayamos presenciado una versión idéntica de la misma historia, sino en que el concepto que explora Juan Antonio Bayona en su último proyecto ya ha sido abordado por muchos otros antes que él.
Las tormentas de nieve y las atrocidad que pueden llegar a cometerse si un grupo de personas queda sepultadas por sus violentas acometidas no constituyen un suceso ajeno. A mediados del siglo XIX, el aventurero George Donner, depositando toda su confianza en las indicaciones aportadas por una guía de viajes comercial, acompañó a un grupo de viajeros hasta California atravesando una ruta que, según aseguraba el panfleto, les permitiría recortar al menos varios días de trayecto. El resultado fue una implacable ventisca que sorprendió a la expedición y que obligó a sus miembros a recurrir al canibalismo para sobrevivir. En la cultura audiovisual, esta anécdota quedó relegada al montón de ideas potenciales que pretendía colarse en la inmensa batería de westerns que dominaron el cine de Hollywood entre los años 50 y los 70.
No es la primera vez que la nieve causa estragos en los protagonistas y tampoco es la primera vez que una serie de condiciones extremas y profundamente desfavorables despiertan en el ser humano unos instintos que hasta entonces creía inconcebibles. "El señor de las moscas" fue uno de los mejores ejemplos de exhibición de la naturaleza primitiva del hombre y de sus consecuencias directas sobre los que lo rodean.
Y, sin embargo, a pesar de que otros antes que él se han adentrado en esos mares, Bayona sabe captar en todo momento la atención del espectador para que la película parezca de todo menos una reiteración. Se esfuerza por aportar novedad y lo consigue.
En primer lugar, gracias a una dirección de fotografía excelsa que nos regala parajes espectaculares cubiertos del blanco puro de las montañas. En segundo lugar, dejando a un lado el desarrollo psicológico de los personajes para centrarse en la narración de los sucesos con precisión.
Es por este motivo por el que el filme no busca el morbo que provoca la antropofagia -aunque el marketing y la opinión pública se hayan empeñado en vender la obra como una recreación explícita y sin escrúpulos- sino más bien la concienciación, ese mensaje de luz que abre paso tímidamente entre la oscuridad que ha invadido los corazones de los protagonistas que les dejará secuelas vitalicias.
Un mensaje que el director ya transmitió en 2011 con "Lo imposible" y que, de nuevo, vuelve a insertarse perfectamente en una obra tan contemplativa como la del tsunami de Tailandia en la que priman los monólogos reflexivos sobre el destino, el valor de los seres queridos y la suerte de estar vivos. Recomendable.
Las tormentas de nieve y las atrocidad que pueden llegar a cometerse si un grupo de personas queda sepultadas por sus violentas acometidas no constituyen un suceso ajeno. A mediados del siglo XIX, el aventurero George Donner, depositando toda su confianza en las indicaciones aportadas por una guía de viajes comercial, acompañó a un grupo de viajeros hasta California atravesando una ruta que, según aseguraba el panfleto, les permitiría recortar al menos varios días de trayecto. El resultado fue una implacable ventisca que sorprendió a la expedición y que obligó a sus miembros a recurrir al canibalismo para sobrevivir. En la cultura audiovisual, esta anécdota quedó relegada al montón de ideas potenciales que pretendía colarse en la inmensa batería de westerns que dominaron el cine de Hollywood entre los años 50 y los 70.
No es la primera vez que la nieve causa estragos en los protagonistas y tampoco es la primera vez que una serie de condiciones extremas y profundamente desfavorables despiertan en el ser humano unos instintos que hasta entonces creía inconcebibles. "El señor de las moscas" fue uno de los mejores ejemplos de exhibición de la naturaleza primitiva del hombre y de sus consecuencias directas sobre los que lo rodean.
Y, sin embargo, a pesar de que otros antes que él se han adentrado en esos mares, Bayona sabe captar en todo momento la atención del espectador para que la película parezca de todo menos una reiteración. Se esfuerza por aportar novedad y lo consigue.
En primer lugar, gracias a una dirección de fotografía excelsa que nos regala parajes espectaculares cubiertos del blanco puro de las montañas. En segundo lugar, dejando a un lado el desarrollo psicológico de los personajes para centrarse en la narración de los sucesos con precisión.
Es por este motivo por el que el filme no busca el morbo que provoca la antropofagia -aunque el marketing y la opinión pública se hayan empeñado en vender la obra como una recreación explícita y sin escrúpulos- sino más bien la concienciación, ese mensaje de luz que abre paso tímidamente entre la oscuridad que ha invadido los corazones de los protagonistas que les dejará secuelas vitalicias.
Un mensaje que el director ya transmitió en 2011 con "Lo imposible" y que, de nuevo, vuelve a insertarse perfectamente en una obra tan contemplativa como la del tsunami de Tailandia en la que priman los monólogos reflexivos sobre el destino, el valor de los seres queridos y la suerte de estar vivos. Recomendable.
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