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8
2 de enero de 2013
2 de enero de 2013
2 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película comienza con la que, para mi, es una de las mejores escenas de la historia del cine. En esa escena un velero avanza afanosamente por el mediterráneo. La letanía de Karaindrou, que tan magistralmente nos conduce por los mejores momentos de la película, impregna la escena de melancolía y simbolismo. El director sobre el que versa la búsqueda que conduce todo el film lo sigue con su cámara, como ha seguido hasta ese día toda retazo de vida que ha pasado frente a sus ojos, con ese afán tan cinematográfico y poético a la vez de querer atrapar la vida, de querer atrapar el tiempo. ¿Qué mejor metáfora de la vida que la del barco avanzando lo mejor que puede por entre las olas?
Conforme avanza la escena, la metáfora se va haciendo más y más vívida, más lúcida y clara en el espectador. La belleza evocadora de esa imagen, la paráfrasis musical de la letanía reforzando la metáfora y la indudable alusión desde el propio título de la película a los viajes de Ulises, sumergen al espectador en un simbolismo experiencial, emocional, que no por más subjetivo y personal, es más inevitablemente provocado por la maestría de este director. Angelopoulos nos necesita, nos reclama para recrear y evocar en lo más profundo del nosotros la escena que se está desarrollando frente a nuestros ojos, por ello en ningún momento nos da opción a escapar del magnetismo y belleza de esas imágenes, nos necesita y por eso nos obliga. El tiempo transcurre entre eterno y aparentemente detenido, el director lo emplea, lo prolonga, de manera que todo el público pueda llegar a vivenciar la que parece querer presentarse ante nuestros ojos como la imagen de la naturaleza profunda de nuestras vidas: la lucha, el destino, nuestra fragilidad frente al inmenso mar, nuestro minúsculo e insignificante tamaño y lo poco que somos nosotros y nuestras decisiones cuando de enfrentarse a la vida se trata.
Pero, súbitamente, cuando ese avance se nos empieza a mostrar o a aparecer en su belleza heroica, como un épico esfuerzo del ser frente a la nada, ocurre algo que da pie al comienzo de la trama y que define la que para Angelopoulos parece ser realmente la mejor metáfora posible de la vida, la imagen sobre la cuál se sustentará el resto de la película, la búsqueda de una mirada perdida. Eso que ocurre en un punto del largo plano secuencia es que el barco continúa su avance mientras la cámara detiene el suyo, el barco sigue su camino mientras el nuestro, el de nuestra mirada es el que se pierde entre las aguas. Esa es la metáfora de la vida sobre la que Angelopoulos pretende construir la búsqueda que guiara su película. Lo que ha ocurrido para que la cámara se detenga en su seguimiento del barco, es que la mirada que había tras ella se ha apagado para siempre, eso y no otra cosa parece ser la vida, una simple mirada, la iluminación temporal de nuestros sentidos y nuestros cuerpos por ese sueño que es la vida. Aún menos control sobre ella, aún menos heroismo, aun más insignificancia la de nuestros actos, la de nuestra voluntad, la de nuestra vida.
Así, el personaje protagonista interpretado por Harvey Keitel, conocedor de esta profunda y voraz necesidad humana de la imagen como forma y expresión más exacta de la vida (Dicho conocimiento y preocupación nace tanto de su propia profesión de cineasta aunque también como parte de sus púlsiones e impulsos personales profundos) se embarca en una búsqueda desesperada y casi suicida, tanto de la obra del director al que vemos morir en la escena descrita anteriormente (un pionero del cine obsesionado por captar hasta la última brizna de luz y de vida que le toco vivir), como en una búsqueda personal y profunda de sus propias imágenes, ya sean las de su niñez y demás realidades perdidas y pasadas, ya sean de esas otras realidades inexistentes y soñadas que también definen en parte la vida.
La búsqueda tiene lugar en los Balcanes, lugar de nacimiento del director cuya obra se busca rescatar y dónde éste desarrolló su exhaustivo e incansable trabajo de documentación de la realidad. El lugar no es casual. Encrucijada en medio del tiempo y el espacio, los Balcanes son un lugar perdido entre oriente y occidente, entre el presente y el tiempo de los ancestros, entre la esperanza y la desidia, inundada y vaciada por la historia. Un lugar en guerra constante por la tierra, por el tiempo, por el alma, donde todos los pueblos y acentos se mezclan y se avivan sus alientos, y donde todos los pueblos se aniquilan. Donde vida y muerte se entremezclan cada día.
El momento, es la guerra civil yugoslava, como grito de dolor, como profundo alegato en favor de la paz, pero también como metáfora más amplia del olvido, la barbarie y la destrucción que siempre amenazan con ocultar y ensombrecer toda mirada.
El resto es poesía.
Conforme avanza la escena, la metáfora se va haciendo más y más vívida, más lúcida y clara en el espectador. La belleza evocadora de esa imagen, la paráfrasis musical de la letanía reforzando la metáfora y la indudable alusión desde el propio título de la película a los viajes de Ulises, sumergen al espectador en un simbolismo experiencial, emocional, que no por más subjetivo y personal, es más inevitablemente provocado por la maestría de este director. Angelopoulos nos necesita, nos reclama para recrear y evocar en lo más profundo del nosotros la escena que se está desarrollando frente a nuestros ojos, por ello en ningún momento nos da opción a escapar del magnetismo y belleza de esas imágenes, nos necesita y por eso nos obliga. El tiempo transcurre entre eterno y aparentemente detenido, el director lo emplea, lo prolonga, de manera que todo el público pueda llegar a vivenciar la que parece querer presentarse ante nuestros ojos como la imagen de la naturaleza profunda de nuestras vidas: la lucha, el destino, nuestra fragilidad frente al inmenso mar, nuestro minúsculo e insignificante tamaño y lo poco que somos nosotros y nuestras decisiones cuando de enfrentarse a la vida se trata.
Pero, súbitamente, cuando ese avance se nos empieza a mostrar o a aparecer en su belleza heroica, como un épico esfuerzo del ser frente a la nada, ocurre algo que da pie al comienzo de la trama y que define la que para Angelopoulos parece ser realmente la mejor metáfora posible de la vida, la imagen sobre la cuál se sustentará el resto de la película, la búsqueda de una mirada perdida. Eso que ocurre en un punto del largo plano secuencia es que el barco continúa su avance mientras la cámara detiene el suyo, el barco sigue su camino mientras el nuestro, el de nuestra mirada es el que se pierde entre las aguas. Esa es la metáfora de la vida sobre la que Angelopoulos pretende construir la búsqueda que guiara su película. Lo que ha ocurrido para que la cámara se detenga en su seguimiento del barco, es que la mirada que había tras ella se ha apagado para siempre, eso y no otra cosa parece ser la vida, una simple mirada, la iluminación temporal de nuestros sentidos y nuestros cuerpos por ese sueño que es la vida. Aún menos control sobre ella, aún menos heroismo, aun más insignificancia la de nuestros actos, la de nuestra voluntad, la de nuestra vida.
Así, el personaje protagonista interpretado por Harvey Keitel, conocedor de esta profunda y voraz necesidad humana de la imagen como forma y expresión más exacta de la vida (Dicho conocimiento y preocupación nace tanto de su propia profesión de cineasta aunque también como parte de sus púlsiones e impulsos personales profundos) se embarca en una búsqueda desesperada y casi suicida, tanto de la obra del director al que vemos morir en la escena descrita anteriormente (un pionero del cine obsesionado por captar hasta la última brizna de luz y de vida que le toco vivir), como en una búsqueda personal y profunda de sus propias imágenes, ya sean las de su niñez y demás realidades perdidas y pasadas, ya sean de esas otras realidades inexistentes y soñadas que también definen en parte la vida.
La búsqueda tiene lugar en los Balcanes, lugar de nacimiento del director cuya obra se busca rescatar y dónde éste desarrolló su exhaustivo e incansable trabajo de documentación de la realidad. El lugar no es casual. Encrucijada en medio del tiempo y el espacio, los Balcanes son un lugar perdido entre oriente y occidente, entre el presente y el tiempo de los ancestros, entre la esperanza y la desidia, inundada y vaciada por la historia. Un lugar en guerra constante por la tierra, por el tiempo, por el alma, donde todos los pueblos y acentos se mezclan y se avivan sus alientos, y donde todos los pueblos se aniquilan. Donde vida y muerte se entremezclan cada día.
El momento, es la guerra civil yugoslava, como grito de dolor, como profundo alegato en favor de la paz, pero también como metáfora más amplia del olvido, la barbarie y la destrucción que siempre amenazan con ocultar y ensombrecer toda mirada.
El resto es poesía.
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