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6,9
16.232
8
28 de marzo de 2015
28 de marzo de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dejando de lado la aberrante traducción del título en castellano, "Little Children" se convierte en una de esas películas tan reales como la vida misma, una historia que nada entre las frustraciones y las carencias afectivas de los personajes. Gente de carne y hueso que vive presa de la soledad en mitad de una sociedad absurda e hipócrita. Un ambiente tan asfixiante que les acaba llevando a lanzarse a la piscina y bucear en busca de sus sueños o fantasías más reprimidas. En este sentido la película logra hacer una radiografía perfecta de esos sueños idílicos, más propios de la adolescencia que de la madurez. Un concepto este último que se desarrolla de manera brillante en el relato a través de la figura de las madres de los protagonistas, las cuales siguen auxiliando en sus conflictos más íntimos a unos adultos incapaces de lidiar con sus pasiones y sus miedos.
Partiendo de un guión excepcional, Todd Field maneja con gran sensibilidad a unos personajes que en ningún momento caen en el tópico, y que por el contrario se muestran muy humanos incluso en los casos más extremos, consiguiendo que lleguemos a empatizar y a sentir lástima de un pedófilo. Por supuesto gran parte de este mérito también radica en las soberbias actuaciones de un reparto en el que todos cumplen con nota, y porque no decirlo, de un recurso narrativo muy bien aprovechado como es esa enigmática voz en off que nos adentra en el universo privado de los personajes.
Grabada en un interesante formato panorámico y con una fotografía perfecta, la cinta supone el ascenso cinematográfico de un director que ofrece un auténtico recital narrativo, jugando con absoluta maestría con los silencios, los juegos de miradas y una composición que habla por sí sola. Siendo además todo un ejemplo de ritmo y montaje, "Little Children" bien podría usarse como material didáctico en muchas universidades y escuelas de cine.
Por último comentar, casi como curiosidad, que todo ello nos llega aderezado por una música que corre a cargo de Thomas Newman, compositor del tema principal de "Six Feet Under" o de la BSO de "American Beauty", una película que se convierte en un referente indiscutible de la obra de Todd Field, tanto por el contenido como por el tono de la narración.
Partiendo de un guión excepcional, Todd Field maneja con gran sensibilidad a unos personajes que en ningún momento caen en el tópico, y que por el contrario se muestran muy humanos incluso en los casos más extremos, consiguiendo que lleguemos a empatizar y a sentir lástima de un pedófilo. Por supuesto gran parte de este mérito también radica en las soberbias actuaciones de un reparto en el que todos cumplen con nota, y porque no decirlo, de un recurso narrativo muy bien aprovechado como es esa enigmática voz en off que nos adentra en el universo privado de los personajes.
Grabada en un interesante formato panorámico y con una fotografía perfecta, la cinta supone el ascenso cinematográfico de un director que ofrece un auténtico recital narrativo, jugando con absoluta maestría con los silencios, los juegos de miradas y una composición que habla por sí sola. Siendo además todo un ejemplo de ritmo y montaje, "Little Children" bien podría usarse como material didáctico en muchas universidades y escuelas de cine.
Por último comentar, casi como curiosidad, que todo ello nos llega aderezado por una música que corre a cargo de Thomas Newman, compositor del tema principal de "Six Feet Under" o de la BSO de "American Beauty", una película que se convierte en un referente indiscutible de la obra de Todd Field, tanto por el contenido como por el tono de la narración.
16 de enero de 2015
16 de enero de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un primer vistazo podríamos hablar de Birdman como una película que se adentra en las entrañas del Hollywood más visceral para mostrarnos un reflejo grotesco de nuestra propia sociedad. Aquella que no tiene memoria, en la que la fama y el éxito es efímero y que lleva a todos los personajes que componemos este entramado a vivir en una montaña rusa permanente, en la que tan rápido somos catapultadas a los cielos como que de pronto somos sumergidos en el abismo.
El mejor representante de esta paradoja se erige en la figura de Riggan Thomson (Michael Keaton), un actor que cosechó gran éxito en el pasado interpretando al superhéroe Birdman y que a día de hoy se ha convertido en un antihéroe quijotesco atormentado por la sombra de su pasado. Un antiguo vividor en horas bajas que trata de salir a flote agotando la que tal vez sea su última oportunidad en forma de obra de teatro. González Iñárritu aprovecha la situación para hacer una feroz crítica a la propia crítica y por ende a todo el mundo del espectáculo.
La nueva aventura teatral de Riggan estará acompañada por un desquiciado y paranoico Mike Shiner (Edward Norton), quien busca el mayor realismo posible en sus actuaciones llegando a producir situaciones realmente disparatadas en las que la risa alivia la tensión dramática del film.
Un discurso de búsqueda de realismo que se ve apoyado en todo momento por la dirección de González Iñárritu, quien pese a ser criticado de manera injusta de un exceso de virtuosismo, decide grabar la cinta con un único y falseado plano secuencia que refuerza aún más la narración y el sentido de lo que estamos viendo. Un recurso narrativo totalmente justificado en la historia que se nos está contando. El efecto de continuidad que aporta el plano secuencia, la música “en vivo” del batería que aparece de repente tocando en medio de la escena y muchos otros elementos, componen una dirección realmente sorprendente que si bien llega a marear en algunos momentos, conceptualmente es una auténtica revolución.
Considerado además siempre como un director tremendamente visual, con Birdman, González Iñárritu se quita una losa de encima y desafía a todos los detractores que le empezaban a crucificar por su estilo de narración marca de la casa, plagado de cortes y saltos temporales entre las historias cruzadas que componían sus anteriores y más destacados trabajos (“Amores Perros”, “21 Gramos”, “Babel”, “Biutiful”).
Acompañado de una dirección de fotografía absolutamente perfecta a cargo del maestro Emmanuel Lubezki (“Gravity”), el estilo de grabación con planos muy largos atribuye aún más mérito a la interpretación de un reparto de lujo, entre los que aparte de Edward Norton, sobresale de manera especial un Michael Keaton al que parece difícil que se le escape el Oscar este año.
El mejor representante de esta paradoja se erige en la figura de Riggan Thomson (Michael Keaton), un actor que cosechó gran éxito en el pasado interpretando al superhéroe Birdman y que a día de hoy se ha convertido en un antihéroe quijotesco atormentado por la sombra de su pasado. Un antiguo vividor en horas bajas que trata de salir a flote agotando la que tal vez sea su última oportunidad en forma de obra de teatro. González Iñárritu aprovecha la situación para hacer una feroz crítica a la propia crítica y por ende a todo el mundo del espectáculo.
La nueva aventura teatral de Riggan estará acompañada por un desquiciado y paranoico Mike Shiner (Edward Norton), quien busca el mayor realismo posible en sus actuaciones llegando a producir situaciones realmente disparatadas en las que la risa alivia la tensión dramática del film.
Un discurso de búsqueda de realismo que se ve apoyado en todo momento por la dirección de González Iñárritu, quien pese a ser criticado de manera injusta de un exceso de virtuosismo, decide grabar la cinta con un único y falseado plano secuencia que refuerza aún más la narración y el sentido de lo que estamos viendo. Un recurso narrativo totalmente justificado en la historia que se nos está contando. El efecto de continuidad que aporta el plano secuencia, la música “en vivo” del batería que aparece de repente tocando en medio de la escena y muchos otros elementos, componen una dirección realmente sorprendente que si bien llega a marear en algunos momentos, conceptualmente es una auténtica revolución.
Considerado además siempre como un director tremendamente visual, con Birdman, González Iñárritu se quita una losa de encima y desafía a todos los detractores que le empezaban a crucificar por su estilo de narración marca de la casa, plagado de cortes y saltos temporales entre las historias cruzadas que componían sus anteriores y más destacados trabajos (“Amores Perros”, “21 Gramos”, “Babel”, “Biutiful”).
Acompañado de una dirección de fotografía absolutamente perfecta a cargo del maestro Emmanuel Lubezki (“Gravity”), el estilo de grabación con planos muy largos atribuye aún más mérito a la interpretación de un reparto de lujo, entre los que aparte de Edward Norton, sobresale de manera especial un Michael Keaton al que parece difícil que se le escape el Oscar este año.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Con estas premisas técnicas y dramáticas, el viaje del antihéroe para renacer de sus cenizas llega a su cúspide cuando Riggan toca fondo y perdiendo toda esperanza acaba disparándose de verdad sobre el escenario después de completar una actuación apoteósica. Un momento que ofrece guiños a películas como “Cisne Negro” por su carácter teatral, pero tal vez más a “El Club de la Lucha” por la simbología del acto. Tal y como ocurriese con Tyler Durden en la adaptación cinematográfica de Fincher, Riggan con ese disparo mata a Birdman. Acaba con su personaje maldito y su alargada sombra. Especialmente significativo es el hecho de que se dispara precisamente en la nariz (el pico del pájaro), y que una vez en el hospital, Riggan aparece con una venda que rememora de manera directa la máscara del superhéroe Birdman.
Para rematar el ascenso del renacido héroe, el personaje se deshace definitivamente de la máscara y se lanza a la libertad desde el punto de vista más metafórico. Por fin Riggan vuela libre con sus propias alas y no con las de Birdman.
Para rematar el ascenso del renacido héroe, el personaje se deshace definitivamente de la máscara y se lanza a la libertad desde el punto de vista más metafórico. Por fin Riggan vuela libre con sus propias alas y no con las de Birdman.

7,5
57.958
9
14 de marzo de 2014
14 de marzo de 2014
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tomando como punto de partida una historia formidable, Dallas Buyers Club nos guía con maestría a través de esa subcultura texana de los años 80 cargada de estigmas sociales, homofobia, drogas y demás excesos en la cual habita Ron Woodroof, el personaje que convierte en leyenda a Matthew McConaughey (y viceversa).
Un personaje que consigue conmocionarnos de principio a fin dando un giro radical no solo a su vida sino a todos sus ideales. Un personaje que llega desde los bajos fondos y va ascendiendo hasta acabar totalmente redimido y elevado a la categoría de héroe mesiánico en la lucha contra el SIDA. Acompañado de un Jared Leto absolutamente estelar estos dos personajes hacen que sintamos en nuestras propias carnes el calvario de una enfermedad tan estigmatizada aún hoy en día.
También podríamos decir que se trata de otra de esas películas que vuelve a cargar con dureza contra el sistema sanitario estadounidense, pero en este caso con la virtud de no caer en pantanoso terreno de los aburridos thrillers políticos, llegando a emocionar al espectador sin buscar la lágrima fácil, una tentación muy al alcance de una historia como esta.
Todo ello acompañado de una dirección magistral de Jean-Marc Vallée cargada de momentos de auténtica brillantez narrativa convierten Dallas Buyer Club en una auténtica obra de arte. Una de esas películas que dan para reflexionar mucho, que al fin y al cabo es de lo que se trata esto del cine ¿no?
Un personaje que consigue conmocionarnos de principio a fin dando un giro radical no solo a su vida sino a todos sus ideales. Un personaje que llega desde los bajos fondos y va ascendiendo hasta acabar totalmente redimido y elevado a la categoría de héroe mesiánico en la lucha contra el SIDA. Acompañado de un Jared Leto absolutamente estelar estos dos personajes hacen que sintamos en nuestras propias carnes el calvario de una enfermedad tan estigmatizada aún hoy en día.
También podríamos decir que se trata de otra de esas películas que vuelve a cargar con dureza contra el sistema sanitario estadounidense, pero en este caso con la virtud de no caer en pantanoso terreno de los aburridos thrillers políticos, llegando a emocionar al espectador sin buscar la lágrima fácil, una tentación muy al alcance de una historia como esta.
Todo ello acompañado de una dirección magistral de Jean-Marc Vallée cargada de momentos de auténtica brillantez narrativa convierten Dallas Buyer Club en una auténtica obra de arte. Una de esas películas que dan para reflexionar mucho, que al fin y al cabo es de lo que se trata esto del cine ¿no?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
A pesar de los muchísimos momentos mágicos de la película me quedo con ese final sensacional. Esa imagen que congela a un Ron Woodroof que vuelve al punto de arranque de la historia, al rodeo, a su vida después de haber luchado contra todo para convertirse en leyenda allí donde le despreciaron. Un final que evita todo el dramatismo y el morbo fácil de enseñarnos los últimos días de Ron Woodroof y que por el contrario nos muestra a un personaje redimido, libre. Un personaje que hace valer aquello de que "la vida sigue" y que no hay que rendirse ante nada. Un personaje en la cresta de una ola apunto de romper...

8,3
95.276
10
12 de noviembre de 2012
12 de noviembre de 2012
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Obra maestra del cine y para el cine, Cinema Paradiso emociona de principio a fin llegando sin duda a la categoría de clásico. Una historia que habla sobre la pérdida de la infancia y por extensión del paso inexorable del tiempo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La trama de maduración que desarrolla el personaje de Totó se sustenta en una trama de maestro discípulo con Alfredo, quien acaba convirtiéndose en el padre que ya no tiene y Totó en el hijo del que Alfredo carece. Una relación basada en las fábulas del lazarillo y el ciego, donde el ciego enseña a madurar al chico (Esencia de mujer).
La película se convierte en una auténtica oda al cine, al que trata con un cariño nunca antes visto.
A la impresionante dirección de fotografía de Blasco Giurato hay que sumarle una BSO antológica del gran Ennio Morricone que seguro que todos recordaremos y que será un elemento catalizador de nuestras más sinceras lágrimas en uno de los finales más emotivos y brillantes de la historia del cine.
Perfecta en tofo deja detalles de auténtica genialidad, como cuando Totó se va de su pueblo y en el andén aparece su familia, Alfredo (“su padre”), el cura (“su más tierna infancia como monaguillo”) y un niño que también le mira. Obviamente este niño le representa a él, representa el abandono definitivo de la infancia que se va para no volver.
Sin duda no podía cerrar esta crítica sin una de las míticas frases de la película, que alcanza el nivel de clásicos como el “siempre nos quedará París”, dice así: “Hagas lo que hagas ámalo igual que amabas la sala de proyecciones de Cinema Paradiso”
La película se convierte en una auténtica oda al cine, al que trata con un cariño nunca antes visto.
A la impresionante dirección de fotografía de Blasco Giurato hay que sumarle una BSO antológica del gran Ennio Morricone que seguro que todos recordaremos y que será un elemento catalizador de nuestras más sinceras lágrimas en uno de los finales más emotivos y brillantes de la historia del cine.
Perfecta en tofo deja detalles de auténtica genialidad, como cuando Totó se va de su pueblo y en el andén aparece su familia, Alfredo (“su padre”), el cura (“su más tierna infancia como monaguillo”) y un niño que también le mira. Obviamente este niño le representa a él, representa el abandono definitivo de la infancia que se va para no volver.
Sin duda no podía cerrar esta crítica sin una de las míticas frases de la película, que alcanza el nivel de clásicos como el “siempre nos quedará París”, dice así: “Hagas lo que hagas ámalo igual que amabas la sala de proyecciones de Cinema Paradiso”

7,1
17.025
10
20 de octubre de 2018
20 de octubre de 2018
7 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde el asentamiento definitivo del cine en color, solo unos pocos realizadores han vuelto la vista atrás y han asumido el enorme riesgo comercial y artístico de afrontar una película en blanco y negro. Con más acierto o con menos, el monocromo ha sido usado en ocasiones como un mero recurso estético y en otras como lo que realmente es: un lenguaje en sí mismo. Así lo entendió Pawel Pawlikowski, cineasta polaco que ya consiguió maravillarnos con su sorprendente y emotiva "Ida". Un film cargado de una belleza fotográfica difícilmente replicable. Cinco largos años después, de nuevo codo con codo con del director de fotografía Lukasz Zal, y en un tan riguroso como sorprendente 4:3, vuelve a regalarnos otra obra maestra de nombre "Cold War".
En sus manos, lo que en una primera lectura podría resultar una historia mil veces contada, se trasforma desde el primer plano en una de esas experiencias cinematográficas difíciles de olvidar. De esas que devuelven al cine su definición de arte mayúsculo. Su magnética plasticidad y la fuerza visual de sus imágenes llegan en incontables ocasiones a sustituir los diálogos, haciendo que solo sea necesaria una mirada para llegarnos al alma. Una de esas que se lanzan como puñales los dos protagonistas, pasionales a más no poder y con las que consiguen atravesarnos la piel. El inmenso trabajo actoral de Tomasz Kot (Wiktor) y, sobretodo, de Joanna Kulig (Zula), terminan por convertir esta cinta en una de las más descarnadas y bellas historias de amor imposible jamás contadas.
En medio de un contexto histórico tan represivo como esa Polonia de la Guerra Fría en la que sus habitantes se debían al despiadado régimen estalinista, surge con fuerza un amor tan inmenso como tóxico, capaz de cruzar cualquier frontera pero con la misma capacidad autodestructiva. El carácter caustico e ingobernable de Zula marcará el tempo en la vida de los amantes, dejando para el recuerdo de todo cinéfilo que se precie al menos tres escenas que marcarán (o que deberían marcar) una época en la historia del cine actual: la escena de su frenético baile a lo Kill Bill, la sobrecogedora escena del piano de Wiktor y una escena final tratada con un lirismo y una sensibilidad que terminan por poner de relieve el talento de una mirada única solo a la altura de grandes maestros del celuloide. Un Olimpo de creadores en el que sin lugar a dudas, ya se encuentra Pawlikowski.
En sus manos, lo que en una primera lectura podría resultar una historia mil veces contada, se trasforma desde el primer plano en una de esas experiencias cinematográficas difíciles de olvidar. De esas que devuelven al cine su definición de arte mayúsculo. Su magnética plasticidad y la fuerza visual de sus imágenes llegan en incontables ocasiones a sustituir los diálogos, haciendo que solo sea necesaria una mirada para llegarnos al alma. Una de esas que se lanzan como puñales los dos protagonistas, pasionales a más no poder y con las que consiguen atravesarnos la piel. El inmenso trabajo actoral de Tomasz Kot (Wiktor) y, sobretodo, de Joanna Kulig (Zula), terminan por convertir esta cinta en una de las más descarnadas y bellas historias de amor imposible jamás contadas.
En medio de un contexto histórico tan represivo como esa Polonia de la Guerra Fría en la que sus habitantes se debían al despiadado régimen estalinista, surge con fuerza un amor tan inmenso como tóxico, capaz de cruzar cualquier frontera pero con la misma capacidad autodestructiva. El carácter caustico e ingobernable de Zula marcará el tempo en la vida de los amantes, dejando para el recuerdo de todo cinéfilo que se precie al menos tres escenas que marcarán (o que deberían marcar) una época en la historia del cine actual: la escena de su frenético baile a lo Kill Bill, la sobrecogedora escena del piano de Wiktor y una escena final tratada con un lirismo y una sensibilidad que terminan por poner de relieve el talento de una mirada única solo a la altura de grandes maestros del celuloide. Un Olimpo de creadores en el que sin lugar a dudas, ya se encuentra Pawlikowski.
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