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6,6
17.703
7
22 de noviembre de 2021
22 de noviembre de 2021
5 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Globalmente es elegante, tensa, intrigante y cautivadora, pero con un inicio insustancial y un desenlace insatisfactorio que deja al espectador descontento ante la realidad de lo que podía haber sido una película más que notable. Aunque el largometraje nos ofrece algo diferente (y eso ya es decir mucho), termina por ensamblar una conclusión inverosímil que atiza con fuerza el perfeccionismo de la película. Pero, con todo, el desarrollo y el ritmo narrativo resultan sobrecogedores y será difícil escapar al carisma de tres actores que interpretan sus papeles con acierto.
La joven McKenzie encarna un muy difícil papel sin pretenciosidad, mostrando su calidad interpretativa a lomos de una fragilidad psicológica y un terror innato que nos dejará en vilo durante todo el film. La exótica y hermosa Taylor-Joy luce divina y frágil, mientras forma con Matt Smith un tándem lleno de química, sexualidad y violencia. Los tres mantienen un alto nivel interpretativo, sin necesidad de resaltar especialmente, y dejando a Thomasin McKenzie como la única protagonista del largometraje, tal y como el guion exigía.
La ambientación en los años 60 nos traslada a un mundo elegante y fiero, edulcorado gracias a las clásicas canciones que harán las delicias de cualquier espectador. La música está elegida con mimo y alterna perfectamente con el ritmo cortante de este thriller psicológico. Quizá habría que esperar algo más de un vestuario que cumple, pero que no destaca tanto como la historia parecía presagiar.
Y, por fin, llegamos al guion, con sus virtudes y sus pequeños defectos, que, a un servidor, no convencen. La introducción otorga demasiada importancia a las relaciones interpersonales de la protagonista, cuando el trasfondo exigía un desarrollo psicológico de la chica y un diagnóstico menos realista de sus visiones. Pero, en un burdo intento de descolocar al espectador, la película olvida lo más importante: respetar la verosimilitud con una unión de causa-efecto entre el inicio y el desenlace de la fábula. Porque, a mi juicio, recurrir a una explicación onírica resulta poco menos que un engaño.
No obstante, todo sea dicho, el desarrollo dramático durante más de una hora y media resulta soberbio. Del misterio se pasa a la intriga, de la intriga al terror y del terror a la tensión por desconocer cómo concluirá ese final inesperado. Una historia bien contada para quedarse clavado a la butaca mientras presenciamos alguna escena que nos hará sentir muy incómodos. Sin duda, le película promueve la catarsis en más de una ocasión.
Como trasfondo, ese mundo feminicida, apegado a una rancio machismo blanco de mediados del siglo XX, que encuentra su alivio en la actualidad. Y, aunque la película es un buen alegato contra el patriarcado, pretende realizar una censura mayor de la que podría soportar. Lo cual nos conduce a recordar a esa magnífica “Una joven prometedora” (2020), otro thriller que trata los abusos contra las mujeres de una manera mucho más limpia y tajante que “Última noche en el Soho”, la cual se queda en el camino de ser una película excelente.
La joven McKenzie encarna un muy difícil papel sin pretenciosidad, mostrando su calidad interpretativa a lomos de una fragilidad psicológica y un terror innato que nos dejará en vilo durante todo el film. La exótica y hermosa Taylor-Joy luce divina y frágil, mientras forma con Matt Smith un tándem lleno de química, sexualidad y violencia. Los tres mantienen un alto nivel interpretativo, sin necesidad de resaltar especialmente, y dejando a Thomasin McKenzie como la única protagonista del largometraje, tal y como el guion exigía.
La ambientación en los años 60 nos traslada a un mundo elegante y fiero, edulcorado gracias a las clásicas canciones que harán las delicias de cualquier espectador. La música está elegida con mimo y alterna perfectamente con el ritmo cortante de este thriller psicológico. Quizá habría que esperar algo más de un vestuario que cumple, pero que no destaca tanto como la historia parecía presagiar.
Y, por fin, llegamos al guion, con sus virtudes y sus pequeños defectos, que, a un servidor, no convencen. La introducción otorga demasiada importancia a las relaciones interpersonales de la protagonista, cuando el trasfondo exigía un desarrollo psicológico de la chica y un diagnóstico menos realista de sus visiones. Pero, en un burdo intento de descolocar al espectador, la película olvida lo más importante: respetar la verosimilitud con una unión de causa-efecto entre el inicio y el desenlace de la fábula. Porque, a mi juicio, recurrir a una explicación onírica resulta poco menos que un engaño.
No obstante, todo sea dicho, el desarrollo dramático durante más de una hora y media resulta soberbio. Del misterio se pasa a la intriga, de la intriga al terror y del terror a la tensión por desconocer cómo concluirá ese final inesperado. Una historia bien contada para quedarse clavado a la butaca mientras presenciamos alguna escena que nos hará sentir muy incómodos. Sin duda, le película promueve la catarsis en más de una ocasión.
Como trasfondo, ese mundo feminicida, apegado a una rancio machismo blanco de mediados del siglo XX, que encuentra su alivio en la actualidad. Y, aunque la película es un buen alegato contra el patriarcado, pretende realizar una censura mayor de la que podría soportar. Lo cual nos conduce a recordar a esa magnífica “Una joven prometedora” (2020), otro thriller que trata los abusos contra las mujeres de una manera mucho más limpia y tajante que “Última noche en el Soho”, la cual se queda en el camino de ser una película excelente.

6,4
24.745
7
13 de diciembre de 2021
13 de diciembre de 2021
3 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En este “pseudowestern” accedemos a las vivencias intrafamiliares entre dos hermanos vaqueros, cuya personalidad resulta antitética desde las primeras escenas de la película, y a quienes se unen posteriormente una tabernera viuda y su hijo.
Sobre este elenco principal habría que medir el metraje en el que participa cada uno de los protagonistas, porque, en ciertas partes de la trama, resulta difícil discernir quién es el verdadero protagonista del largometraje, lo que nos genera alguna pregunta imperdonable durante los primeros episodios: “¿qué nos quiere contar esta película”. La presencia del resto del elenco resulta testimonial y un servidor echa en falta una mayor aparición de Thomasin McKenzie, a quien se le niega un mísero primer plano y que tan buen papel nos regaló en “Última noche en el Soho”.
Así pues la historia de “El poder del perro” se desarrolla exclusivamente a través de estos cuatro personajes y a lo largo de un hilo temporal extenso donde abundan las elipsis. A esto se une que el trasfondo de cada uno de los protagonista debe intuirse, pues se presentan de manera superficial y sin la profundidad suficiente como para solventar todas las preguntas del espectador. Esta exposición de los personajes, escasa, está indudablemente más lograda en la novela homónima. No estamos ante una película de acción ni histórica, sino ante una suerte de retrato psicológico cuyos personajes se expresan más con los silencios que con las palabras, lo que queda remarcado por la insufrible lentitud con la que se desarrolla la primera hora de la película.
Es después, en la segunda hora de metraje, cuando la tensión y la intriga se manifiestan y se extienden hasta el último segundo. Los personajes han evolucionado hacía posturas sorprendentes, aunque verosímiles, y el desenlace nos explota en la cara como un bofetón, aunque haciendo cierto uso de la casualidad para explicar la causalidad. No obstante, a este buen guion se le puede perdonar algún que otro cabo suelto. Dicho esto, se trata de un guion que adapta correctamente la novela, pero que no se aclimata adecuadamente a lo que uno espera de una película, lo que provoca que el largometraje tarde muchísimo en arrancar, aunque su última hora de metraje sea genial.
En cuanto a las interpretaciones, nuestros cuatro protagonistas están soberbios. Benedict Cumberbatch está metidísimo en el papel, desde la manera de andar hasta la gesticulación del rostro. ¿Oscar al mejor actor? La nominación parece segura, pero puede quedar privado de la estatuilla debido a que, desde mi punto de vista, a su personaje le falta mayor protagonismo. Entre los secundarios, Kirsten Dunst está increíble con su personaje humillado, y no debería sorprender una nominación como actriz de reparto en los galardones más importantes, aunque, como ocurre a veces, su presencia queda algo atenuada en la historia que nos presentan. El joven Smit-McPhee, aunque algo menos destacado que los dos anteriores, también realiza una interpretación magnífica.
Técnicamente, la película nos presenta una hermosísima fotografía con destacados paisajes y una gran ambientación en la Montana de principios de siglo, donde el rancho, la ganadería y la dureza viril enmarcan el contenido fílmico bajo la hábil dirección de Jane Campion. Su nominación al Oscar de mejor dirección parece asegurada, mientras que Ari Wegner se nos presenta como una firme candidata a la mejor fotografía. Además, hay que destacar esa aparentemente sencilla banda sonora, que conduce el ambiente vaquero y marca la tensión de la trama con absoluta perfección. Veremos si Greenwood logra su primer Óscar, pero podemos aseverar que ha hecho méritos suficientes para estar entre los candidatos, sea con “Spencer” o con “El poder del perro”. Esperemos que Hans Zimmer, con la sobrevalorada “Dune”, no le arruine la gala.
En definitiva, estamos ante una buena película con un arranque irregular y un desenlace crudo, cuyos actores y actrices nutren una historia que pudo estar mejor hilvanada. No obstante, podemos perdonar algunos deslices gracias a las bellas escenas de cámara presentadas bajo una icónica música.
Sobre este elenco principal habría que medir el metraje en el que participa cada uno de los protagonistas, porque, en ciertas partes de la trama, resulta difícil discernir quién es el verdadero protagonista del largometraje, lo que nos genera alguna pregunta imperdonable durante los primeros episodios: “¿qué nos quiere contar esta película”. La presencia del resto del elenco resulta testimonial y un servidor echa en falta una mayor aparición de Thomasin McKenzie, a quien se le niega un mísero primer plano y que tan buen papel nos regaló en “Última noche en el Soho”.
Así pues la historia de “El poder del perro” se desarrolla exclusivamente a través de estos cuatro personajes y a lo largo de un hilo temporal extenso donde abundan las elipsis. A esto se une que el trasfondo de cada uno de los protagonista debe intuirse, pues se presentan de manera superficial y sin la profundidad suficiente como para solventar todas las preguntas del espectador. Esta exposición de los personajes, escasa, está indudablemente más lograda en la novela homónima. No estamos ante una película de acción ni histórica, sino ante una suerte de retrato psicológico cuyos personajes se expresan más con los silencios que con las palabras, lo que queda remarcado por la insufrible lentitud con la que se desarrolla la primera hora de la película.
Es después, en la segunda hora de metraje, cuando la tensión y la intriga se manifiestan y se extienden hasta el último segundo. Los personajes han evolucionado hacía posturas sorprendentes, aunque verosímiles, y el desenlace nos explota en la cara como un bofetón, aunque haciendo cierto uso de la casualidad para explicar la causalidad. No obstante, a este buen guion se le puede perdonar algún que otro cabo suelto. Dicho esto, se trata de un guion que adapta correctamente la novela, pero que no se aclimata adecuadamente a lo que uno espera de una película, lo que provoca que el largometraje tarde muchísimo en arrancar, aunque su última hora de metraje sea genial.
En cuanto a las interpretaciones, nuestros cuatro protagonistas están soberbios. Benedict Cumberbatch está metidísimo en el papel, desde la manera de andar hasta la gesticulación del rostro. ¿Oscar al mejor actor? La nominación parece segura, pero puede quedar privado de la estatuilla debido a que, desde mi punto de vista, a su personaje le falta mayor protagonismo. Entre los secundarios, Kirsten Dunst está increíble con su personaje humillado, y no debería sorprender una nominación como actriz de reparto en los galardones más importantes, aunque, como ocurre a veces, su presencia queda algo atenuada en la historia que nos presentan. El joven Smit-McPhee, aunque algo menos destacado que los dos anteriores, también realiza una interpretación magnífica.
Técnicamente, la película nos presenta una hermosísima fotografía con destacados paisajes y una gran ambientación en la Montana de principios de siglo, donde el rancho, la ganadería y la dureza viril enmarcan el contenido fílmico bajo la hábil dirección de Jane Campion. Su nominación al Oscar de mejor dirección parece asegurada, mientras que Ari Wegner se nos presenta como una firme candidata a la mejor fotografía. Además, hay que destacar esa aparentemente sencilla banda sonora, que conduce el ambiente vaquero y marca la tensión de la trama con absoluta perfección. Veremos si Greenwood logra su primer Óscar, pero podemos aseverar que ha hecho méritos suficientes para estar entre los candidatos, sea con “Spencer” o con “El poder del perro”. Esperemos que Hans Zimmer, con la sobrevalorada “Dune”, no le arruine la gala.
En definitiva, estamos ante una buena película con un arranque irregular y un desenlace crudo, cuyos actores y actrices nutren una historia que pudo estar mejor hilvanada. No obstante, podemos perdonar algunos deslices gracias a las bellas escenas de cámara presentadas bajo una icónica música.

6,3
8.181
8
25 de noviembre de 2021
25 de noviembre de 2021
1 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es “Spencer” el tipo de película a la que estamos acostumbrados. Para muchos será un insufrible aburrimiento. Otros tantos la sentirán como un largometraje que crece y se consolida con los detalles. Para mí es, de momento, la mejor ficción de habla inglesa en lo que va de año. El título que he elegido para esta crítica no es caprichoso. Pienso que resume muy bien las sensaciones que provoca.
Por un lado, la atmósfera. Ese gris, esa penumbra constante, esos tonos ocres y nebulosos, ese silencio oscuro y cortante, esos rostros pálidos y fríos cual témpano de hielo. El invierno navideño se cuela desde la pantalla hasta la piel de los espectadores. El ambiente asfixiante de la familia real detiene el aliento. El frío invernal es solo la cristalización de esos sentimientos. Ya desde los primeros compases la fotografía enmarca ese palacete monárquico (metáfora de cárcel) con planos largos o contrapicados, cuya simetría me ha recordado al perfeccionismo excesivo de Wes Anderson. Todo el entorno, desde el mobiliario clásico hasta los colores marrones de paredes y vestimentas, transmiten la sensación de encarcelamiento, de cautiverio inhóspito, de tristeza absoluta e inevitable.
Y, sobre esta agobiante y tirante atmósfera, se eleva el sonido afilado y vibrante de los violines y violonchelos. A esta banda sonora básica se agregan timbales y pianos para recrear la tensión entre la familia real y Diana. Se genera así un “leit-motiv” musical que, a pesar de la armonía repetida, no se vuelve cansino, y logra el efecto deseado bajo los diálogos o sobre los silencios. Quizá su aparente sencillez sea un óbice para que Greenwood gane su primer Óscar.
Por último, el tercer pilar fundamental del film y base de toda la historia es la excelsa interpretación de Kristen Stewart. Su rostro impertérrito y comedido se aclimata perfectamente a un personaje repleto de rabia y frustración. No hay un instante en la que ella no aparezca en la pantalla, atrayendo todas las miradas, y tampoco hay ningún momento en el que su poderoso carácter se deteriore. Sin duda, una interpretación magistral, a la cual solo le veo un pero: la linealidad. Y es que, aun siendo excepcional, se trata de un personaje rectilíneo al cual le falta, a mi parecer, una escena interpretativa culminante (hay algunas secuencias que se acercan a este momento climático) en la que la actriz pudiese exteriorizar su arsenal al completo. Mucho se habla del Óscar para la joven actriz. Sin desmerecer su buen hacer, creo, sin embargo, que quizá se le podía haber exigido un poco más al papel. La nominación a los principales premios del año parece, no obstante, asegurada.
Hay, además, otros aspectos magníficos en este gran largometraje. La puesta en escena y el vestuario nos presentan con todo lujo de detalles la vida real durante la festividad de Navidad. El espectador podrá apreciar los aposentos palaciegos, las pinturas de nobles ingleses, el mobiliario clásico, el protocolo y la etiqueta, el ambiente tradicional e incluso retrógrado de la aristocracia. Los vestidos de nuestra protagonista son también muy destacables.
Me ha desconcertado, sin embargo, el uso excesivo del primer plano en la interlocución de los personajes. Sobre todo, en la primera media hora de la película. Hay secuencias en las que la cámara se desliza de un rostro a otro sin ton ni son. Por suerte, con el avance del argumento, se explotan con mayor acierto, para mi gusto, los planos a media distancia.
Como decía al principio, creo que es una película que puede resultar tediosa para muchos espectadores. No es una película al uso con su introducción, nudo y desenlace, sino un paseo biográfico sobre los sentimientos velados de una mujer impotente, donde, más que una historia, lo que se pretende narrar es un sentimiento, un carácter cincelado a base de exabruptos. Para mí, la sensación de opresión que siente Diana está perfectamente escenificada.
En definitiva, Spencer es una notable película, que tiene mucho de teatral y, más bien, poco de cine comercial. Creo que puede arrasar en los premios BAFTA (en los apartados de actriz, película, banda sonora, vestuario o diseño de producción) y que también podría obtener las mismas nominaciones en los Oscar. No hay que olvidar tampoco el acierto con el que Pablo Larraín dirige esta producción.
Por un lado, la atmósfera. Ese gris, esa penumbra constante, esos tonos ocres y nebulosos, ese silencio oscuro y cortante, esos rostros pálidos y fríos cual témpano de hielo. El invierno navideño se cuela desde la pantalla hasta la piel de los espectadores. El ambiente asfixiante de la familia real detiene el aliento. El frío invernal es solo la cristalización de esos sentimientos. Ya desde los primeros compases la fotografía enmarca ese palacete monárquico (metáfora de cárcel) con planos largos o contrapicados, cuya simetría me ha recordado al perfeccionismo excesivo de Wes Anderson. Todo el entorno, desde el mobiliario clásico hasta los colores marrones de paredes y vestimentas, transmiten la sensación de encarcelamiento, de cautiverio inhóspito, de tristeza absoluta e inevitable.
Y, sobre esta agobiante y tirante atmósfera, se eleva el sonido afilado y vibrante de los violines y violonchelos. A esta banda sonora básica se agregan timbales y pianos para recrear la tensión entre la familia real y Diana. Se genera así un “leit-motiv” musical que, a pesar de la armonía repetida, no se vuelve cansino, y logra el efecto deseado bajo los diálogos o sobre los silencios. Quizá su aparente sencillez sea un óbice para que Greenwood gane su primer Óscar.
Por último, el tercer pilar fundamental del film y base de toda la historia es la excelsa interpretación de Kristen Stewart. Su rostro impertérrito y comedido se aclimata perfectamente a un personaje repleto de rabia y frustración. No hay un instante en la que ella no aparezca en la pantalla, atrayendo todas las miradas, y tampoco hay ningún momento en el que su poderoso carácter se deteriore. Sin duda, una interpretación magistral, a la cual solo le veo un pero: la linealidad. Y es que, aun siendo excepcional, se trata de un personaje rectilíneo al cual le falta, a mi parecer, una escena interpretativa culminante (hay algunas secuencias que se acercan a este momento climático) en la que la actriz pudiese exteriorizar su arsenal al completo. Mucho se habla del Óscar para la joven actriz. Sin desmerecer su buen hacer, creo, sin embargo, que quizá se le podía haber exigido un poco más al papel. La nominación a los principales premios del año parece, no obstante, asegurada.
Hay, además, otros aspectos magníficos en este gran largometraje. La puesta en escena y el vestuario nos presentan con todo lujo de detalles la vida real durante la festividad de Navidad. El espectador podrá apreciar los aposentos palaciegos, las pinturas de nobles ingleses, el mobiliario clásico, el protocolo y la etiqueta, el ambiente tradicional e incluso retrógrado de la aristocracia. Los vestidos de nuestra protagonista son también muy destacables.
Me ha desconcertado, sin embargo, el uso excesivo del primer plano en la interlocución de los personajes. Sobre todo, en la primera media hora de la película. Hay secuencias en las que la cámara se desliza de un rostro a otro sin ton ni son. Por suerte, con el avance del argumento, se explotan con mayor acierto, para mi gusto, los planos a media distancia.
Como decía al principio, creo que es una película que puede resultar tediosa para muchos espectadores. No es una película al uso con su introducción, nudo y desenlace, sino un paseo biográfico sobre los sentimientos velados de una mujer impotente, donde, más que una historia, lo que se pretende narrar es un sentimiento, un carácter cincelado a base de exabruptos. Para mí, la sensación de opresión que siente Diana está perfectamente escenificada.
En definitiva, Spencer es una notable película, que tiene mucho de teatral y, más bien, poco de cine comercial. Creo que puede arrasar en los premios BAFTA (en los apartados de actriz, película, banda sonora, vestuario o diseño de producción) y que también podría obtener las mismas nominaciones en los Oscar. No hay que olvidar tampoco el acierto con el que Pablo Larraín dirige esta producción.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Como epílogo a la crítica, he de destacar el fuerte simbolismo de la película. Es un simbolismo transparente, que se aprecia desde las primeras escenas. Por un lado, la metáfora del pájaro: el pájaro inmóvil (que está encarcelado, como Diana) y el pájaro volando (que está libre, como nuestra protagonista al final). En la primera escena se observa un ave muerta sobre la calzada, mediante un bello plano contrapicado. Después, un espantapájaros nos muestra el primer intento de liberación de Diana, que se obceca siempre en llegar tarde. Más adelante, la tensión del matrimonio se sustenta sobre la caza de los faisanes. La música recrea también esta oposición de prisión-libertad: los violines enclaustran la tensión; la canción final, tarareada por la madre y sus hijos, rubrica la libertad de la dama. La comida, los banquetes, el peso de los huéspedes y la bulimia son también constantes en el hilo conductor del largometraje. A mi modo de ver, todo ello representa la incomprensión y la frustración: toda la rabia se acumula en el estómago de Diana, incitándola al vómito. En fin, es una película de soberbios detalles, que, pienso, solo podrá apreciarse de verdad en la gran pantalla.
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