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Críticas ordenadas por utilidad
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5,8
32.765
5
9 de julio de 2011
9 de julio de 2011
13 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como bien saben la película relata cómo tres amigos llevan a la conclusión de eliminar sus respectivos jefes. Uno de tales jefes (Spacey) es el típico explotador y sádico que abusa de su posición. El otro (Farrell) es el desagradable heredero de la empresa paterna, cocainómano y lleno de prejuicios. Por último, está la dentista (Aniston), devorahombres y obsesionada con obstaculizar las relaciones de sus empleados. Jason Bateman, Jason Sudeikis y Charlie Bay constituyen el correlato de estos jefes: Bateman es un responsable trabajador que ve sus justas ambiciones de ascenso bloqueadas; Sudeikis es el amigo del fallecido dueño (Sutherland) de la compañía que no puede tolerar cómo su hijo traiciona los valores de la empresa; Bay, el simple empleado cuyo mayor sueño es casarse y tener una relación estable.
Sus jefes son aparentemente su único obstáculo para ser felices.
Gordon realiza un film con momentos divertidos (el allanamiento de la casa de Farrell, el interrogatorio con la policía, los diálogos con el guía de navegación de un Prius...) y con interpretaciones sólidas (en especial la de los "malos" de la película y de Charlie Bay). Un film que, además, por momentos evita la previsibilidad. El único "pero" radica en que a partir de cierto momento parece que la comedia se desinfla. Esperadas situaciones humorísticas como las que acompañan a Jamie Foxx se cierran de una manera plana.
Gordon no termina, pues, de rematar la jugada. Se agradece, sin embargo, que Gordon evite el happy ending dulzón. Agradezco esa pesimista nota final que refleja cómo en esta vida la explotación no se limita a una persona sino a una estructura.
Recomendable, pues, como película veraniega.
PD: "Horrible bosses" es una de esas pelis que no sé cómo harán para doblarla y adaptar las referencias a la forma de vida americana. Juzgarla por su doblaje quizá peque de injusto. Así que les recomiendo hacer el esfuerzo de verla en su idioma original.
Sus jefes son aparentemente su único obstáculo para ser felices.
Gordon realiza un film con momentos divertidos (el allanamiento de la casa de Farrell, el interrogatorio con la policía, los diálogos con el guía de navegación de un Prius...) y con interpretaciones sólidas (en especial la de los "malos" de la película y de Charlie Bay). Un film que, además, por momentos evita la previsibilidad. El único "pero" radica en que a partir de cierto momento parece que la comedia se desinfla. Esperadas situaciones humorísticas como las que acompañan a Jamie Foxx se cierran de una manera plana.
Gordon no termina, pues, de rematar la jugada. Se agradece, sin embargo, que Gordon evite el happy ending dulzón. Agradezco esa pesimista nota final que refleja cómo en esta vida la explotación no se limita a una persona sino a una estructura.
Recomendable, pues, como película veraniega.
PD: "Horrible bosses" es una de esas pelis que no sé cómo harán para doblarla y adaptar las referencias a la forma de vida americana. Juzgarla por su doblaje quizá peque de injusto. Así que les recomiendo hacer el esfuerzo de verla en su idioma original.
3
11 de septiembre de 2009
11 de septiembre de 2009
12 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Recomendada por algunos amigos, veo esta película, la primera de Brisseau que he tenido la oportunidad (o desdicha) de visionar. Para no extenderme en balde, señalaré que la película apunta maneras de buen director, diré que no pondré en discusión la belleza de la actriz protagonista, pero que es en sí una película floja, la típica de alto voltaje sexual sin mayor trascendencia. Probablemente si me la hubieran planteado por lo que es (más una película erótica con malos actores, que un verdadero thriller) le otorgaría la categoría de pasable, pero lamento decir que se trata de la típica francesada que detrás del exhibicionismo, trata de pasar por cine de qualité. Por eso mismo, incluso llega a ser enojosa: dos mujeres se conocen, se complementan y deciden, a través de su rabiosa sensualidad-sexualidad, medrar en el mundo financiero a costa de hombres de negocios aburridos de sus mujeres. Vamos, una sarta de tópicos repugnantes que deja al género masculino a la altura de marioneta y casi propone al femenino la prostitución como forma de progreso. Pero, por si fuera poco, el director quiere adornar poéticamente el engendro con escenas alegóricas (mucha pasión de Bach y aguilucho devorando penosamente un corazón) y, encima, darle tintes morales, con la inserción de Christophe, pura megalomanía masculina elevada a la trigésima potencia. Parece como si nos dijera: la mujer (cosificada como mero objeto sexual) utiliza al hombre (simplificado a mera billetera), para a su vez verse utilizada por el hombre. Y ustedes me disculparán pero para disfrutar de un machismo tan asqueroso (justificado bajo una supuesta justicia poética) con tanta escena gratuita sin gracia, casi que aconsejaría al incauto espectador que se fuera a ver directamente una peli porno. Igual es más sincera que estas Pasiones secretas.

8,0
2.209
10
2 de agosto de 2012
2 de agosto de 2012
11 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como el título de la reseña adelanta, una vez acabada la visión de "Sátántangó", me hice esta pregunta: ¿cómo es posible que un film de siete horas sea una obra maestra? Ojo, la cuestión no es tan tonta como parece. Conversando con aficionados al séptimo cine, algunos de ellos con pruritos de cineastas, señalaban que toda buena historia debería poder ser contada en menos de dos horas. Más allá de ese límite, se podía hablar de "torpeza del director" (sic.).
Claro, mis amigos entienden por película lo que muchos: una historia visual tradicional con principio, desarrollo y final.
Obviamente, lo primero que hay que señalar como "aviso de navegantes" es que probablemente las mejores películas que se han hecho no son aquéllas que se limitan a contar una historia (pues casi todas ellas ya están narradas), sino aquellas que trascienden el sentido utilitario de la imagen fílmica (al servicio de una lógica narrativa) y la convierten en una experiencia artística (piensen en los maestros del arte contemporáneo).
"Sátántangó" no es una "peli", es una experiencia artística. Digo esto y ya sé que habré echado para atrás a muchos. No se equivoquen, "Sátántangó" no es un bolazo difícil de ver, de estos que no pillas nada. Si uno entra en el cine, a sabiendas de que no es una peli tradicional, auguro más de una sorpresa positiva.
"Sátántangó" es un bofetón de cine con mayúsculas. Uno entra en la sala y es testigo de planos secuencias que son autosuficientes. En lugar de servir a la una historia tradicional, se sirven a sí mismas. Los planos son largos (los hay de 8 a 11 minutos) y en cada ellos uno se queda como hipnotizado. El atar las piezas de la historia viene después: lo primero es la sorpresa estética. Uno asiste con el film a algo envolvente que va más de los análisis argumentales.
Bela Tarr nos da tiempo de apreciar los encuadres, de saborear las contadas palabras, de escuchar. Todo en cada secuencia tiene valor y peso. Es como si, de repente, nuestros sentidos se fueran abriendo: los sonidos más leves cuentan y pesan (el palmoteo de la lluvia, la fricción de un vestido, el vuelo de las moscas...), los efectos lumínicos, los encuadres nos proporcionan un placer en la fotografía que no agota. Es más, con el plano moroso el director nos permite disfrutar de cada elemento de la escena, de poder paladear cada una de sus partes. Hay como un placer musical en cada una de sus secuencias. El perfeccionismo es tal que cuesta imaginar cómo se puede rodar mejor.
Para mí eso es más importante que la película, la cual por otra parte es en mi opinión más que un solo film una danza de 12 cortometrajes perfectamente ensamblados siguiendo los pasos básicos del tango.
No hagan caso de lo que les digan por ahí con ánimo gafapastoso. "Sátátangó" no es un film para elegidos. No tengan tampoco miedo de fraccionar su visionado. Yo lo vi secuenciando de tres en tres los capítulos, lo digerí mejor y así me supo a poco.
En fin, un peliculón de esos que te hacen decir al final: ¡carajo, este tío es un crack!
Claro, mis amigos entienden por película lo que muchos: una historia visual tradicional con principio, desarrollo y final.
Obviamente, lo primero que hay que señalar como "aviso de navegantes" es que probablemente las mejores películas que se han hecho no son aquéllas que se limitan a contar una historia (pues casi todas ellas ya están narradas), sino aquellas que trascienden el sentido utilitario de la imagen fílmica (al servicio de una lógica narrativa) y la convierten en una experiencia artística (piensen en los maestros del arte contemporáneo).
"Sátántangó" no es una "peli", es una experiencia artística. Digo esto y ya sé que habré echado para atrás a muchos. No se equivoquen, "Sátántangó" no es un bolazo difícil de ver, de estos que no pillas nada. Si uno entra en el cine, a sabiendas de que no es una peli tradicional, auguro más de una sorpresa positiva.
"Sátántangó" es un bofetón de cine con mayúsculas. Uno entra en la sala y es testigo de planos secuencias que son autosuficientes. En lugar de servir a la una historia tradicional, se sirven a sí mismas. Los planos son largos (los hay de 8 a 11 minutos) y en cada ellos uno se queda como hipnotizado. El atar las piezas de la historia viene después: lo primero es la sorpresa estética. Uno asiste con el film a algo envolvente que va más de los análisis argumentales.
Bela Tarr nos da tiempo de apreciar los encuadres, de saborear las contadas palabras, de escuchar. Todo en cada secuencia tiene valor y peso. Es como si, de repente, nuestros sentidos se fueran abriendo: los sonidos más leves cuentan y pesan (el palmoteo de la lluvia, la fricción de un vestido, el vuelo de las moscas...), los efectos lumínicos, los encuadres nos proporcionan un placer en la fotografía que no agota. Es más, con el plano moroso el director nos permite disfrutar de cada elemento de la escena, de poder paladear cada una de sus partes. Hay como un placer musical en cada una de sus secuencias. El perfeccionismo es tal que cuesta imaginar cómo se puede rodar mejor.
Para mí eso es más importante que la película, la cual por otra parte es en mi opinión más que un solo film una danza de 12 cortometrajes perfectamente ensamblados siguiendo los pasos básicos del tango.
No hagan caso de lo que les digan por ahí con ánimo gafapastoso. "Sátátangó" no es un film para elegidos. No tengan tampoco miedo de fraccionar su visionado. Yo lo vi secuenciando de tres en tres los capítulos, lo digerí mejor y así me supo a poco.
En fin, un peliculón de esos que te hacen decir al final: ¡carajo, este tío es un crack!
SerieDocumental

5,4
225
6
2 de enero de 2017
2 de enero de 2017
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Viendo la leña que hacen del árbol caído, uno esperaría que "Barbarians Rising" fuera un total despropósito. Pese a las limitaciones del docudrama (que no pienso ocultar y sobre el que extenderé abajo), considero que reviste cierto interés, por su capacidad para despertar un debate sobre la civilización y la barbarie y su intención de atraer a la generación de "Juego de Tronos" hacia la historia de edad antigua.
Comencemos por el principio. Se trata de un docudrama que mezcla narración histórica con la escenificación de episodios concretos por parte de actores más o menos familiares. La narración en su versión original (que recomiendo) corre a cargo del actor afroamericano Michael Ealy, a quien tal vez conozcan de series de televisión como "Secrets and Lies" y la interrumpida "Almost Human".
La premisa del show parte de una contranarrativa de la edad antigua, según la cual la civilizadora Roma es vista como una fuerza imperial destructora y los bárbaros (es decir los conquistados) son considerados como defensores de la libertad. Si esta inversión simplificadora no fuera suficiente sorpresa a continuación el espectador ve dentro de la misma rúbrica una galería diversa de personajes. A lo largo de cuatro episodios, el show recorre el destino de Aníbal, Viriato, Espartaco, Arminius, Boudica, Fritigerno, Alarico, Atíla y Genserico. Los creadores del docudrama fijan una narrativa continua, a mis ojos inesperada, que abarca desde el siglo II a.C hasta el siglo V d.C. Por un lado, valoro positivamente la intención de forjar una macronarrativa más o menos didáctica con la que ayudar a la comprensión de una historia no poco turbulenta. Sin embargo, este misma maniobra reduce los caracteres específicos de diversas civilizaciones a su mínimo divisor: su antagonismo respecto a Roma. La reinvindicación que se pretende de culturas como la cartaginesa, la celtíbera, celta o visigoda (por mencionar algunas de las más conocidas), termina desapareciendo bajo el signo que precisamente se quiere poner en cuestión: la identificación de Roma con la misión civilizadora. Los "bárbaros" comienzan siendo un antagonista, un Otro, y terminan exactamente en el mismo lugar. El paradigma o el foco tampoco cambia tanto.
Con todo, aprecio el debate que el docudrama pretende despertar. Esta voluntad un tanto polemicista ya declara sus intenciones con la caracterización como negro africano de Aníbal. Este hecho, que tanto malestar parece haber sembrado en las redes, lo leo más como un medio de despertar las agendas ideológicas y raciales que como un fin en sí mismo. Me explico: más allá del color de la piel con que se represente al general cartaginés (cuya imposibilidad de verificación ya ha sido concedida por los historiadores), encontré particularmente significativa la visceralidad con que los defensores de uno y otro bando salieron a la palestra. En realidad, se argumente por medio de la herencia fenicia, se apoye en la posibilidad de mestizaje y en la extensión de numidios negros en el imperio norteafricano, lo importante es que el docudrama ha sacado a la luz precisamente los prejuicios y agendas de cada cual.
El docudrama no oculta, a pesar de la excéntrica selección de entrevistados, su clara filiación: el movimiento de los derechos civiles afroamericanos. No de otra forma se explica la presencia insólita de Jesse Jackson. A medio camino entre el liberalismo y el libertarianismo, el programa hace una propuesta acorde a su visión de la historia, con que se podrá no estar de acuerdo, pero que al menos merece más consideración que irracional ataque.
Los creadores parecen especialmente interesados en valorar las grandes batallas y las grandes estrategias. Pareciera que el show busca ser una guía de navegantes para la decaída América imperialista. Estados Unidos siempre se ha visto como una "alter Roma". Y en programas como este es particularmente visible una dimensión autocrítica. En tiempos convulsos como los que vivimos no deja de parecerme interesante la coincidencia de esta reflexión con la conciencia creciente del daño ejecutado por Estados Unidos en su política internacional.
Dejo aquí las reflexiones que me parecen más productivas. Sin embargo, no quisiera pasar sin incluir algunos de los más molestos errores del show. Uno de ellos es la inconsistencia geográfica. Cualquier espectador conocedor de historia se llevará las manos a la cabeza al descubrir mezclados los nombres de tribus y civilizaciones antiguas, con la geografía política actual y designaciones romanas. El despropósito en este apartado es total. La confusión de adscripciones lleva a usos anacrónicos particularmente indigestos: Viriato es lusitano o portugués según el caso, Arminius es alemán, se nos habla de Italia en el mismo párrafo en que se nos hablaba de los galos. ¿Tan bobos creen a los espectadores que no serán capaces de entender referencias como "peninsula ibérica" "península itálica"?
La escenificación es asimismo bastante desigual. No entraré en profundidad aquí en las omisiones históricas flagrantes de batallas importantes o figuras históricas a las que se olvida impunemente o se tergiversa (¿hablar de Arminius y no mencionar ni una sola vez a Germanicus?, ¿omitir el episodio de Espartaco y los piratas de Cilicia?, ¿por qué vulgarizar el honorable suicidio de Varus documentado por diversos historiadores de la época?,etc. ). Lo peor es que hay una enorme desigualdad en el filmado de estas escenas. Hay un continuo "hit and miss", donde la épica a veces se da la vuelta grotesca, o donde se cargan las tintas con un melodrama de baratillo.
Y con todo, valoro que se hagan docudramas como este. Aprecio que en tiempos de la desmemoria alguien dedique un poquito de su tiempo a reivindicar a Viriato, Alarico, Arminius... Sus historias no desmerecen de las de la épica escapista. Si gracias a tentativas como esta una generación se acerca con amor e interés a estas figuras, tal vez algo se haya conseguido.
Comencemos por el principio. Se trata de un docudrama que mezcla narración histórica con la escenificación de episodios concretos por parte de actores más o menos familiares. La narración en su versión original (que recomiendo) corre a cargo del actor afroamericano Michael Ealy, a quien tal vez conozcan de series de televisión como "Secrets and Lies" y la interrumpida "Almost Human".
La premisa del show parte de una contranarrativa de la edad antigua, según la cual la civilizadora Roma es vista como una fuerza imperial destructora y los bárbaros (es decir los conquistados) son considerados como defensores de la libertad. Si esta inversión simplificadora no fuera suficiente sorpresa a continuación el espectador ve dentro de la misma rúbrica una galería diversa de personajes. A lo largo de cuatro episodios, el show recorre el destino de Aníbal, Viriato, Espartaco, Arminius, Boudica, Fritigerno, Alarico, Atíla y Genserico. Los creadores del docudrama fijan una narrativa continua, a mis ojos inesperada, que abarca desde el siglo II a.C hasta el siglo V d.C. Por un lado, valoro positivamente la intención de forjar una macronarrativa más o menos didáctica con la que ayudar a la comprensión de una historia no poco turbulenta. Sin embargo, este misma maniobra reduce los caracteres específicos de diversas civilizaciones a su mínimo divisor: su antagonismo respecto a Roma. La reinvindicación que se pretende de culturas como la cartaginesa, la celtíbera, celta o visigoda (por mencionar algunas de las más conocidas), termina desapareciendo bajo el signo que precisamente se quiere poner en cuestión: la identificación de Roma con la misión civilizadora. Los "bárbaros" comienzan siendo un antagonista, un Otro, y terminan exactamente en el mismo lugar. El paradigma o el foco tampoco cambia tanto.
Con todo, aprecio el debate que el docudrama pretende despertar. Esta voluntad un tanto polemicista ya declara sus intenciones con la caracterización como negro africano de Aníbal. Este hecho, que tanto malestar parece haber sembrado en las redes, lo leo más como un medio de despertar las agendas ideológicas y raciales que como un fin en sí mismo. Me explico: más allá del color de la piel con que se represente al general cartaginés (cuya imposibilidad de verificación ya ha sido concedida por los historiadores), encontré particularmente significativa la visceralidad con que los defensores de uno y otro bando salieron a la palestra. En realidad, se argumente por medio de la herencia fenicia, se apoye en la posibilidad de mestizaje y en la extensión de numidios negros en el imperio norteafricano, lo importante es que el docudrama ha sacado a la luz precisamente los prejuicios y agendas de cada cual.
El docudrama no oculta, a pesar de la excéntrica selección de entrevistados, su clara filiación: el movimiento de los derechos civiles afroamericanos. No de otra forma se explica la presencia insólita de Jesse Jackson. A medio camino entre el liberalismo y el libertarianismo, el programa hace una propuesta acorde a su visión de la historia, con que se podrá no estar de acuerdo, pero que al menos merece más consideración que irracional ataque.
Los creadores parecen especialmente interesados en valorar las grandes batallas y las grandes estrategias. Pareciera que el show busca ser una guía de navegantes para la decaída América imperialista. Estados Unidos siempre se ha visto como una "alter Roma". Y en programas como este es particularmente visible una dimensión autocrítica. En tiempos convulsos como los que vivimos no deja de parecerme interesante la coincidencia de esta reflexión con la conciencia creciente del daño ejecutado por Estados Unidos en su política internacional.
Dejo aquí las reflexiones que me parecen más productivas. Sin embargo, no quisiera pasar sin incluir algunos de los más molestos errores del show. Uno de ellos es la inconsistencia geográfica. Cualquier espectador conocedor de historia se llevará las manos a la cabeza al descubrir mezclados los nombres de tribus y civilizaciones antiguas, con la geografía política actual y designaciones romanas. El despropósito en este apartado es total. La confusión de adscripciones lleva a usos anacrónicos particularmente indigestos: Viriato es lusitano o portugués según el caso, Arminius es alemán, se nos habla de Italia en el mismo párrafo en que se nos hablaba de los galos. ¿Tan bobos creen a los espectadores que no serán capaces de entender referencias como "peninsula ibérica" "península itálica"?
La escenificación es asimismo bastante desigual. No entraré en profundidad aquí en las omisiones históricas flagrantes de batallas importantes o figuras históricas a las que se olvida impunemente o se tergiversa (¿hablar de Arminius y no mencionar ni una sola vez a Germanicus?, ¿omitir el episodio de Espartaco y los piratas de Cilicia?, ¿por qué vulgarizar el honorable suicidio de Varus documentado por diversos historiadores de la época?,etc. ). Lo peor es que hay una enorme desigualdad en el filmado de estas escenas. Hay un continuo "hit and miss", donde la épica a veces se da la vuelta grotesca, o donde se cargan las tintas con un melodrama de baratillo.
Y con todo, valoro que se hagan docudramas como este. Aprecio que en tiempos de la desmemoria alguien dedique un poquito de su tiempo a reivindicar a Viriato, Alarico, Arminius... Sus historias no desmerecen de las de la épica escapista. Si gracias a tentativas como esta una generación se acerca con amor e interés a estas figuras, tal vez algo se haya conseguido.

7,0
5.114
8
1 de octubre de 2009
1 de octubre de 2009
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cinco historias, cinco cartas de tarot, un intervalo de quinta entre cada una de las cuatro cuerdas de un violín. No es casual. El film de François Girard es un mecanismo bien ensamblado. La primera y la última historia convergen desde el principio, actúan como dos polos armónicos. Las demás historias parecen servir solo de puente entre pasado y presente (un niño de débil corazón, un lúbrico compositor arrebatado, una militante comunista china seducida por la música europea). Sin embargo, hay más que un pasar de una mano a otra: cada uno de esos seres ha depositado en el violin parte de su propia esencia, el talento infantil, la pasión sexual, el sacrificio por el arte. El motivo musical se recrea una y otra vez en diversas variaciones remotamente cercanas, hasta que el tema original vuelve, a ambos extremos del tiempo, unida por una luna llena que cierra el ciclo al mismo tiempo que cumple su símbolo de fecundidad. Finalmente dos historias se dan la mano, dos historias que empezaron y acaban ensambladas como un solo acorde, con dos padres que brindan un presente a sus hijos: el violín rojo, suma y cifra de sangre y sonido, de música y tragedia. Con la historia final, el personaje de Jackson cumple la voluntad truncada del luthier Bussoti allá a fines del siglo XVII.
La idea global es hermosa. Como también es claro el empeño de Girard de hacer una película tan bella como la música de Corigliano. El problema es que el canadiense no consigue que el celuloide esté a la altura de cuanto nos quiere transmitir. Le faltan imágenes para traducirlo y eso se nota. En su poema "Museo", la genial Szymborska habla de esos objetos que sobreviven a sus dueños. También aquí el violín ha sobrevivido, sobrepasado incluso al cine y a su director. Lástima. Las historias individuales no están a la altura del proyecto de conjunto y el cine aparece como un objeto disecado. Quizá con algo de menor clasicismo estético, de pretenciosidad y con más amor por la imagen, Girard hubiera logrado un film tan perfecto como este violín rojo: tema con variaciones siempre distinto, símbolo heraclitano del fluir de la vida.
La idea global es hermosa. Como también es claro el empeño de Girard de hacer una película tan bella como la música de Corigliano. El problema es que el canadiense no consigue que el celuloide esté a la altura de cuanto nos quiere transmitir. Le faltan imágenes para traducirlo y eso se nota. En su poema "Museo", la genial Szymborska habla de esos objetos que sobreviven a sus dueños. También aquí el violín ha sobrevivido, sobrepasado incluso al cine y a su director. Lástima. Las historias individuales no están a la altura del proyecto de conjunto y el cine aparece como un objeto disecado. Quizá con algo de menor clasicismo estético, de pretenciosidad y con más amor por la imagen, Girard hubiera logrado un film tan perfecto como este violín rojo: tema con variaciones siempre distinto, símbolo heraclitano del fluir de la vida.
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