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Críticas 105
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
26 de mayo de 2015 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un genial Haward Hawks saca todo el provecho interpretativo y argumental para que ésta cinta, esté dentro de las joyas eternas del cine clásico. Y ello se nota, en los diálogos inteligentes, el ritmo coherente y dinámico en que transcurre la historia y que nos conduce a valorar lo duros que fueron esos tiempos donde, pareciera que todo empezaba, como por ejemplo la aviación como medio tanto de trabajo como de transporte único entre latitudes lejanas.Un Cary Grant en su plenitud física, con un rol que se aparta un poco del típico loverman distinguido, sarcástico y elegante que lo harían trascender por siempre y para siempre. Acá, logra darle al personaje de jefe de cuadrilla de aviadores, el matiz de fuerte, brusco, duro y a la vez de férrea disciplina que convence por su versatilidad, saliendo bien librado con creces. Acompañado por la siempre dulce Jean Arthur, de una belleza sencilla, haciendo de complemento sentimental al frío corazón del personaje de Cary, endurecido por un antiguo amor que vuelve a aparecer por esas cosas locas del destino. Y si de ángeles se trata, caería uno para empezar a labrar su nombre en letras doradas, antes de ser la maravillosa pelirroja de leyenda, la diosa Rita Hayworth. Su sensualidad, belleza y magnetismo poderosos, quedan patentados en esos deliciosos y breves planos para que la historia nunca la olvide.Caso a parte, la clase de actuación del siempre cumplidor Thomas Mitchell.En fin. Cine del grande que enamora.Y que a pesar del tiempo y de su contexto, luce fresca y joven. Así de simple.
6 de noviembre de 2014 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin lugar a dudas, y leyendo el sin fin de comentarios distintos de criterio que acompañan a esta cinta en Filmaffinity por ejemplo, "Erase una vez en el oeste" como título original o "Hasta que llegó su hora" como comercialmente se le identificó en otras latitudes, no deja indiferente, para bien o para mal a todo aquel que halla tenido la oportunidad de verla por lo menos una vez. Y es que, a pesar de ya casi medio siglo después de su filmación (quien lo creyera, tiempo, bendito tiempo) sigue levantando nuevos amores o consabidas reticencias, que como toda gran obra, le acompañarán hasta el fin de los días. Y está bien. No tiene porqué generar una unánime aprobación o desaprobación de la misma. Y los que nos tomamos la molestia o el placer según el caso,de escribir unas líneas al respecto, cumplimos sólo con la función de dar una opinión sobre la película en mención y dar un respetable punto de vista. Nada más. Y el mío en particular se inclina por los que aplauden el esfuerzo de Leone por darle un toque majestuoso a un género en el que grandes maestros parecían haber puesto la última palabra. Se puede debatir la duración, el tipo de música que se empleó, los breves diálogos y hasta la historia en sí; pero se debe reconocer que el director italiano añadió con sumo cuidado la visión sublime que el creyó debía tener el western para que trascendiera en género y tiempo.Grandilocuente?..quizás sí y al final, no importa. A algunos les gustará y a otros no y siempre habrá razones que vayan en una u otra dirección. Lo cierto es que precisamente por esa licencia de grandilocuencia en un género bastante formal y encasillado es lo que la hace inolvidable. Muchos riesgos del director italiano, como por ejemplo, poner a un gigante Henry Fonda, cuya carrera se había cimentado en roles que rayaban en la dignidad humana, en un papel que, pienso yo, acrecienta aún más su pedestal de figura capital fílmica de todos los tiempos con un este rol de tipo frío, duro, crudo y cínico. Formidable. Además de confrontarlo con un limitado Bronson, que sin decir mucho, hace creo yo, la mejor caracterización de su historia actoral; Robards, magnífico y Claudia grandiosa. Acompañados de la inmortal música de Morricone sobre todo con cuatro piezas sublimes que han quedado para la historia y que hacen degustar cada personaje y sus características según su contexto. Tengo muchas escenas preferidas de la cinta, pero sin duda me quedo con dos: La llegada de Jill con ese encuadre majestuoso de la estación y un pueblo activo y vivo: y la épica escena del duelo final. que resume una historia de venganza con unos flashback recordatorios y unos primerísimos planos faciales memorables acordes con el compás de las notas musicales de leyenda. Hay dos grupos de críticos: Los que no la ven como una obra imprescindible y que le ven todos los defectos que seguramente los tiene; y los que la tenemos guardada entre los tesoros visuales de nuestra vida y que la sacamos una que otra vez cuando queramos para degustarla cada vez mejor, para llevarnos a una época donde el cine era otra cosa con genios juntos como Leone, Morricone y Fonda o simplemente el contemplar la belleza insuperable de Claudia en su mejor momento. Soy de los segundos.... afortunadamente.
18 de marzo de 2014 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Singular. Eso es lo que me ha parecido éste western, donde el tema racial hace de base en una trama bien llevada por un Huston probado en otros géneros con acierto y que aquí, sale bien librado. Yo creo, que realmente lo que diferencia ésta cinta de otras del oeste, es que el director pone su sello y le incorpora tópicos que no son tan comunes como que realmente, no hay un villano o villanos visibles, con todo y que en la gran secuencia final se desencadena una lucha por una mujer india criada por una familia blanca y su correspondiente reclamo válido pero violento por parte de sus consanguíneos. Y si a eso, se le añade una relación amorosa que en principio era fraternal, asunto que no me acaba de convencer, pero que está bien guiada por parte del director y la actuación de esos monstruos, la hermosa Audrey Hepburn y el gigante Burt Lancaster , pues estamos frente a un producto fílmico que merece ser recordado.No defrauda para nada su desarrollo, imágenes de paisajes naturales cuidadas y poderosas, actuaciones correctas y pareja protagonista adorable y con química comprobada, por lo menos lo reflejado en pantalla. Se sabe, que Huston tuvo muchos inconvenientes durante y después de la filmación, y que Audrey atravesaba horas bajas, pero el resultado final es más que meritorio. Hepburn, aunque con pocas apariciones dentro del género, como siempre, muestra clase de profesionalismo, talento y frescura. Lancaster, como pez en el agua en uno de sus innumerables roles de vaqueros, ganado y tiros. Secundarios de lujo como una sobria Lllian Gish,o el gran Charles Bickford dan el estatus que merece el film, aunque hay papeles un poco desaprovechados como el de John Saxon o el del enigmático Joseph Wiseman como eslabón que une los componentes de la historia. Siempre será un placer ver a una pareja como Hepburn y Lancaster juntos; y si es con el sello de Huston, vale la pena mucho más.
30 de julio de 2016 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estoy convencido de que "Dejarla al cielo" en su traducción literal, o "Que el cielo la juzgue", como es conocida en el mundo hispanohablante es un ejemplo de películas en donde la primera impresión es suceptible de cambio. Y no lo digo por su calidad dramática, de una solidez palpable donde Stahl pone su sello injustamente olvidado por décadas; o por su fotografía rutilante y limpia que permite degustar la belleza de los paisajes sutil y elegantemente involucrados de tal forma para convertilos en escenarios importantes que van desarrollando una trama contada con el ya popular flashback tan utilizado en esa maravillosa década que fue para el cine como los cuarenta del siglo pasado. Lo digo por el personaje principal encarnado por la preciosa Gene Tierney, de belleza legendaria, como de vida trágica en el plano personal. Y es que, en mi caso, cada vez que vuelvo y degusto la cinta, creo que entiendo más los motivos que llevan a Ellen (Tierney) mujer mentalmente inestable, de actuar como actúa frente a las situaciones que se le presentan, relacionadas con su entorno tanto familiar como marital, sin entrar, por supuesto, en el terreno de la justificación de lo injustificable como el homiciodio digamos que involuntario del hermano paralítico de su esposo; o del aborto, éste si muy premeditado de la potencial amenza que para ella representaba ese ser inocente para su vida en pareja. Y digo que la voy entendiendo, dentro de su atmósfera perturbada de amor posesivo, celoso y enfermizo, que su sus motivos, al final de cuentas son hasta lógicos, por cuanto en ciertos pasajes, hasta se pueda simpatizar con ella, como por ejemplo, en la luna de miel interrumpida tanto por un esposo que,embebido por su trabajo que, sin darse cuenta, hace a un lado tan significativo momento íntimo por el amor fraterno hacia su hermano y la visita inoportuna de las familiares de Ellen, sin tener en cuenta ni siquiera la opinión de ella al respecto; o de los celos patológicos que surgen por la sospecha del inicio de una relación entre su marido y su propia hermanastra, a fe, que al final se dá. Por tanto, de la fría, celosa, egoísta, caprichosa y calculadora femme fatale que me quedó la primer vez que ví el film, ha ido pasando a una enferma e impulsiva mujer, con una ambivalente capacidad para el amor y el rencor, que me ha quedado después de haberla visto, afortunadamente ya, varias veces. Lo que sin duda no cambia, y que, por el contrario, el tiempo ha fortalecido aún más es la belleza de leyenda que el sistema de technicolor implementado el director dejó como testamento eterno en el film de la inolvidable Gene. Cada plano, cada mirada, cada gesto de ese rostro mítico, ocupan de lleno la pantalla, dejando en inferioridad manifiesta a un correcto Cornel Wilde, como esposo víctima del comportamiento dispar de su mujer, o una joven y linda Jeanne Craine, como tercera en discordia, pero sin la fuerza necesaria para igualar a la espléndida Tierney, en uno de sus mejores registros. En consecuencia, el gusto de verla más de una vez, y contemplar a una de las bellezas históricas del séptimo arte en estado de gracia es impagable. Y Gene lo merece.
26 de julio de 2016 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Carisma y magnetismo. Esos eran los grandes atributos que tenía, y a borbotones, la imperial Barbara Stanwyck, conjugados con un infinito talento interpretativo y versátil. En cada plano, en cada toma, es inevitable no mirarla a ella y contemplar la maravillosa fuerza que encarnaba esta actriz de leyenda, sin importar quién esté a su lado, así sea el gigante Henry Fonda. En "The lady Eve", o "Las tres noches de Eva" como se llegó a comercializar la película por estas latitudes, Preston Sturges, director infravalorado a pesar de contar con incuestionables títulos como éste, junta a dos íconos para dar vida a una disparatada, fina y delirante comedia romántica, mezclando los ires y venires del amor con situaciones sustentadas en el talento de los protagonistas junto con secundarios de talla colosal, como Charles Coburn y Eugene Pallette entre otros. Con elegancía, pero también, con una sorprendente crítica mordaz a la sociedad de clase alta, Sturges hace gala de maestro para incluír cierta carga erótica, impensable para la época en que se realizó obviamente, atenuada con los tíntes cómicos y chispiantes que los diálogos y situaciones supieron complementar perfectamente, para dar como resultado un film claramente atemporal. Sí. Atemporal. Lo digo con infinito respeto con los que piensen que el tiempo ha causado mella en la cinta. Pienso que no es así, puesto que la frescura queda en todo momento tangible y comprobada con el sólo hecho de ver las comedias que se hacen hoy en día y observar, que como en todo, pueden haber algunas que las podríamos calificar de decentes, otras lamentables, pero todas indiscutiblemente olvidables. Con "The lady Eve", se hace el ejercico grato de ver juntas a dos presencias míticas en la historia del cine, desbordando toda su química y capacidad, para mostrar a todas las generaciones, de lo grande que era el séptimo arte de esa época por hacer de la calidad un sello perenne y de las razones justificadas del porqué se tiene en el pedestal a figuras como el fabuloso Fonda y sobre todo a la maravillosa Barbara. Sin duda, cuenta esta cinta como una experiencia deliciosa, de poder disfrutar este testamento fílmico como una razón valedera del buen cine clásico. Y también, de cierta esperanza de que tanto realizadores como los mismos espectadores vean en ella una lección de no conformarse con los mediocres productos actuales. Espero no ser tan ingenuo al respecto. Mientras, seguiremos unos cuantos, disfrutando del legendario Fonda, pero sobre todo, de la Barbara eterna.
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