La película, ambientada a comienzos de los 80, narra cómo un grupo de agentes del Mossad organiza un plan para rescatar a judíos etíopes perseguidos en Sudán, llevándolos a Israel. Para ello, compran un resort en la playa que usan como tapadera para sacarlos por mar.

El filme mantiene la tensión constante, con una atmósfera de peligro que persiste incluso en los momentos más tranquilos. La dirección, el manejo de la cámara y el montaje logran un buen equilibrio entre el suspenso y la acción, acompañado de un sonido y dirección artística que dan credibilidad a la historia.

Aunque algunos personajes son estereotipados y hay escenas cursis, la película merece la pena, sobre todo por la historia que cuenta.

"Dear Santa" intenta presentarse como una comedia navideña con un giro interesante, pero su ejecución se queda corta en casi todos los aspectos. La premisa, en la que un niño con dislexia envía accidentalmente su carta de deseos a Satanás en lugar de a Santa Claus (juego de palabras SANTA - SATAN), parecía prometedora, especialmente con Jack Black interpretando al astuto príncipe del infierno. Sin embargo, el filme no logra sostener la magia ni el humor que sugiere esta idea inicial.

Visualmente, la película decepciona. Los efectos especiales, especialmente en las escenas fantásticas, son mediocres y no consiguen transmitir ni el caos que debería acompañar a Satanás ni la calidez visual propia de una película navideña. La narrativa, por su parte, está plagada de inconsistencias.

El arco de Liam (Robert Timothy Smith), un niño que enfrenta la pérdida de su hermano mientras busca redescubrir la alegría de la temporada, tenía potencial. Su viaje de resiliencia y aprendizaje sobre la importancia de la familia podría haber sido conmovedor, pero se diluye entre subtramas desiguales, como su enamoramiento por Emmy (Kai Cech) o su amistad con Gibby (Jaden Carson Baker). Además, la actuación de Jack Black, aunque descarada, resulta poco divertida y parece desentonar con el resto de la película.

La mayor falla de "Dear Santa" es su incapacidad para generar emociones auténticas. Con una premisa débil y un guion lleno de diálogos torpes, chistes mal ejecutados y situaciones que parecen no entender a su audiencia infantil, la película carece tanto de la ternura como de la diversión necesarias para redimirse. En última instancia, no logra capturar el espíritu navideño ni ser una comedia divertida.

Don't Move (2024) es un thriller que sigue a Iris (Kelsey Asbille), una mujer que, tras la pérdida de su hijo, contempla el suicidio. Ella viaja al lugar donde su hijo falleció, con la intención de saltar desde el mismo acantilado. Sin embargo, su plan toma un giro inesperado cuando es secuestrada por un hombre, Richard, quien la paraliza y la deja a su merced. La premisa inicial tiene el potencial para una historia intrigante, pero al final, la película no logra cumplir con lo prometido resultando ser bastante indiferente.

El principal problema de Don't Move es la falta de profundidad y la incapacidad de explorar verdaderamente a sus personajes. Iris está definida únicamente por su dolor, y su evolución emocional permanece plana a lo largo de toda la película. Pasamos toda la película con ella, pero al final no aprendemos nada nuevo sobre su personaje que no supiéramos en los primeros diez minutos. Su historia de fondo está poco desarrollada, y la película nunca va más allá de una simple metáfora de su dolor y depresión. Incluso con una duración de 90 minutos, la película no logra aprovechar el potencial de un thriller lleno de adrenalina, dejando de lado el suspenso y la intriga.

La actuación de Kelsey Asbille es destacable, especialmente en las demandas físicas del papel, donde incluso el más pequeño movimiento, como un leve movimiento de su dedo meñique, demuestra su dedicación. Sin embargo, su arco emocional se siente estancado, eclipsado aún más por un villano que comete constantemente errores de novato, lo que le otorga la ventaja a Iris con demasiada frecuencia. La película nunca profundiza en el trasfondo de Richard, dejándolo como un antagonista genérico y poco amenazante. Nos dicen que es un asesino en serie con un historial de víctimas, pero esos detalles se pasan por alto, obligando a la audiencia a completar los vacíos para que él sea percibido como más intimidante.

El concepto central de la trama —una mujer atrapada entre la parálisis física y emocional— podría haber sido interesante, pero la ejecución falla. La ironía de que Iris, habiendo superado su parálisis emocional, se encuentre inmovilizada físicamente en el mismo lugar donde murió su hijo se menciona brevemente, pero nunca llega a tener el impacto que debería. En lugar de ofrecer un viaje catártico o una exploración psicológica profunda, la película se convierte en una serie de oportunidades perdidas y una falta de tensión sustancial.

En última instancia, Don't Move se siente como un ejercicio vacío dentro del género, con una premisa intrigante que no logra materializarse en desarrollo de personajes o suspenso real. Los intentos de crear drama o tensión se sienten forzados y caen planos, dejándome con una sensación de indiferencia en lugar del compromiso emocional que parecía buscar.

Hay pocas historias tan sencillas y, a la vez, tan devastadoras como Tokyo Story. Una pareja de ancianos viaja a la ciudad para visitar a sus hijos y nietos. Sin embargo, la rutina del día a día hace que estos esten demasiado ocupados para recibirlos como quisieran. Sin enfrentamientos ni grandes declaraciones, la visita se convierte en un fracaso y los ancianos se sienten más solos que acompañados. Luego regresan a casa y, poco después, la madre muere. Ahora les toca a los hijos hacer el viaje.

Yasujiro Ozu nos enfrenta con lo inevitable: al inexorable paso del tiempo sin que podamos hacer nada. Nos muestra cómo esquivamos conversaciones incómodas refugiándonos en distracciones, lugares comunes y charlas intrascendentes. Ozu retrata con precisión la torpeza humana en la búsqueda de amor y significado, pero sin caer en el melodrama. Su cine es un anti-melodrama: sin largos diálogos ni grandes silencios, nos enfrenta con la única pregunta que importa: ¿qué carajo es la vida?

Desde el punto de vista técnico, Tokyo Story es un ejemplo magistral del estilo único de Ozu. La cámara se sitúa a baja altura, eliminando la profundidad y creando un espacio bidimensional que resalta la composición visual de cada escena. Sus cortes de 180 grados y la ausencia casi total de movimientos de cámara construyen una estética inconfundible.

A pesar de estar ambientada en el Japón de los años 50, la película es universal en su exploración de las relaciones familiares, la pérdida y la ruptura de la tradición. Muestra una sociedad en transición, atrapada entre la modernidad y los valores del pasado. Los hijos mayores tienen buenas intenciones, pero sus vidas están consumidas por la rutina. Curiosamente, la persona que les muestra más calidez es Noriko, la viuda de su hijo mediano, quien, a diferencia de los demás, se toma el tiempo de escucharlos y acompañarlos. Y siempre esta retratada como una persona alegre, distinta a los demás.

Tokyo Story es una obra maestra de la sutileza y la contención emocional. Sin recurrir a artificios, Ozu nos sumerge en un mundo donde la familia no se rompe con peleas o reproches, sino con el simple paso del tiempo.Nos obliga a mirar nuestras propias vidas, nuestras relaciones y nuestras propias evasiones. Porque, al final, todos estamos atrapados en la misma rueda del tiempo.

Sin ninguna duda, la mejor película argentina del año. Con un ritmo frenético y una puesta en escena vibrante, refleja a la perfecciónm la esencia de Buenos Aires: una ciudad hermosa y caótica a la vez, llena de personajes únicos.

La película tiene tintes de After Hours de Scorsese y Uncut Gems de los hermanos Safdie, con las cuales dialoga, dos referentes que vienen a la mente mientras uno sigue el recorrido del protagonista. No porque los imite, sino porque comparte con ellas esa sensación de vértigo y adrenalina, donde todo puede desmoronarse en cuestión de segundos. Y agradezco que me haya llevado a pensar esas dos obras maestra.

El protagonista, Richard, es un personaje tremendo. Un chanta, un buscavidas, políticamente incorrecto, mujeriego, pero con un carisma arrollador que hace que uno, en el fondo, quiera que todo le salga bien. Su magnetismo es clave para que la película funcione, y lo hace a la perfección.
Otro punto a favor es su duración. La película es breve, pero eso juega en su beneficio. No hay tiempo para distracciones ni subtramas innecesarias: todo avanza con la misma urgencia que el personaje principal, atrapando al espectador en su espiral de decisiones desesperadas.