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colaborador
Críticas ordenadas por utilidad
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6,4
16.904
7
23 de noviembre de 2017
23 de noviembre de 2017
14 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace unas semanas leí en un periódico local una entrevista a la escritora madrileña Belén Lopegui en la que decía que todos somos potenciales personajes de una novela, y que tal vez en este mismo momento, alguien en algún lugar del mundo está escribiendo algo sobre nosotros sin que por supuesto seamos conscientes de ello. Ayer me acordaba de estas palabras mientras veía esta nueva película del director Martín Cuenca en la que vuelve a abordarse un argumento tan recurrente y tan tópico en el arte como en el fondo fascinante. La siempre difusa frontera que separa en el proceso artístico la realidad de la ficción lo es, sin duda. En este proceso, lleno de misterios, el espectador tenderá a identificarse con el personaje, porque a su vez la propia vida está equiparándose con un lienzo que colorear, una piedra sobre la que esculpir o unas páginas en blanco que se deben rellenar. El autor, por su parte, tendrá que vencer la tentación de sentirse un Dios más allá de los dominios del folio en blanco o de la pantalla de su ordenador. Si no lo hace, deberá atenerse a las consecuencias.
De todos los caminos que existen para crear una ficción, el protagonista de “El autor” elige el más peligroso. Sin reparar en gastos ni evaluar posibles daños colaterales, no duda en retorcer la realidad para conseguir sus propósitos. El autor se desnuda y se despoja de todo cuanto le rodea para volcarlo en su novela, en su arte, para ofrecerle un regalo al lector, entregarse a él en cuerpo y alma. Escribir no solo es un desahogo, es también un acto de generosidad. Si no eres capaz de entender eso, es mejor que cuelgues la pluma y te dediques a otra cosa.
No es un desnudo sincero el de nuestro autor; no lo es porque no sólo se quedan al descubierto sus vergüenzas sino también su mediocridad. Es una idea que se repite mucho en la película, los personajes brindan por hacer lo que realmente les gusta aunque les tachen de mediocres, ni más ni menos lo que son. Curiosamente, se trata de una película mucho mejor dirigida que escrita, con un guión que reproduce alguna que otra situación forzada y se permite alguna licencia de más. Tras un arranque titubeante en el que no se sabe si estás ante una farsa o un dramón, Martín Cuenca retoma el equilibrio para conducirnos por el viaje a los infiernos de otro ser abyecto y despreciable, un verdadero caníbal que se nutre de las palabras y de la observación para alimentar su frustración y su ego. Javier Gutiérrez está inconmensurable en la piel de este personaje. No menos perverso y maquiavélico resulta ser su mentor, un grandísimo Antonio de la Torre (lo de las comilonas pantagruélicas que se mente entre pecho y espalda debe obedecer a algún chiste privado con el director, a propósito de su anterior trabajo juntos). Totalmente recomendable.
De todos los caminos que existen para crear una ficción, el protagonista de “El autor” elige el más peligroso. Sin reparar en gastos ni evaluar posibles daños colaterales, no duda en retorcer la realidad para conseguir sus propósitos. El autor se desnuda y se despoja de todo cuanto le rodea para volcarlo en su novela, en su arte, para ofrecerle un regalo al lector, entregarse a él en cuerpo y alma. Escribir no solo es un desahogo, es también un acto de generosidad. Si no eres capaz de entender eso, es mejor que cuelgues la pluma y te dediques a otra cosa.
No es un desnudo sincero el de nuestro autor; no lo es porque no sólo se quedan al descubierto sus vergüenzas sino también su mediocridad. Es una idea que se repite mucho en la película, los personajes brindan por hacer lo que realmente les gusta aunque les tachen de mediocres, ni más ni menos lo que son. Curiosamente, se trata de una película mucho mejor dirigida que escrita, con un guión que reproduce alguna que otra situación forzada y se permite alguna licencia de más. Tras un arranque titubeante en el que no se sabe si estás ante una farsa o un dramón, Martín Cuenca retoma el equilibrio para conducirnos por el viaje a los infiernos de otro ser abyecto y despreciable, un verdadero caníbal que se nutre de las palabras y de la observación para alimentar su frustración y su ego. Javier Gutiérrez está inconmensurable en la piel de este personaje. No menos perverso y maquiavélico resulta ser su mentor, un grandísimo Antonio de la Torre (lo de las comilonas pantagruélicas que se mente entre pecho y espalda debe obedecer a algún chiste privado con el director, a propósito de su anterior trabajo juntos). Totalmente recomendable.

7,7
3.698
8
4 de junio de 2014
4 de junio de 2014
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sé si iniciar este comentario elogiando el trabajo perfecto del maestro Risi que se pone a los mandos de la película y la conduce de maravilla, con un sentido del ritmo y del cambio de marchas admirable. Por seguir con el símil automovilístico al que se presta el comentario, podría también empezar diciendo que esta máquina está perfectamente engrasada porque la puesta a punto ha corrido a cargo de Ettore Scola con un guión brillante y unos diálogos estupendos. Me costaría, eso sí, dejar para el final hablar de la labor de Vittorio Gassman que está fantástico en el film, aunque esto no es noticia, siempre lo está. Bien pensado, y qué más da por dónde empiece. Risi, Scola, Gassman, tanto monta… ¿Cómo puede ser mala una película que reúne en sus créditos los nombres de estos tres monstruos del cine italiano, europeo y mundial?
“La escapada” comparte con otros clásicos de la comedia italiana un tono aparentemente ligero que sin embargo permite leer entre líneas hasta llegar a reflexiones más profundas. La película tiene un arranque espectacular con ese descapotable irrumpiendo frenético en la escena y perturbando la paz de las calles romanas que Ferragosto ha dejado vacías. Gassman es un torbellino desde el principio y amenaza con llevarse por delante todo lo que le salga al paso; solo tiene que exhibir su abierta y característica sonrisa y su imparable verborrea para arrastrar al timorato Tringtinant que mansamente se deja hacer. Por cierto, que ya hemos hablado de que Vittorio está soberbio, pero Monsieur Jean Louis también raya a un gran nivel (muchos no lo han descubierto hasta la reciente “Amour” de Haneke, pero sin ser un actor que levante grandes pasiones, también tiene trabajos interesantes en su juventud).
Comienza en este punto un viaje imprevisible, iniciático en muchos aspectos, y algo loco. No sé si será también demasiado loco por mi parte hablar aquí de un reflejo, aunque sea pálido” de la “scrwenball comedy” norteamericana y de cosas como “La fiera de mi niña” con el lógico cambio de sexos. Por si acaso, los dos protagonistas se encargan de desmontar el tópico de una posible relación homosexual entre ambos. Gassman es un caradura incorregible y Tringtinant va a descubrir en dos días al crápula que lleva dentro y que ha estado reprimiendo toda su vida. Por eso, porque con su canto también al “carpe diem” nos encontramos ante uno de los retratos más lúcidos de la amistad masculina que se hayan rodado jamás. De fondo, Italia, pero no esa Italia sumida en la depresión neorrealista, sino esa Italia bucólica que duerme la siesta en la soleada tarde de agosto, o esa otra que baila despreocupada el twist a la orilla del mar. Es una comedia ligera en el sentido más elevado de la palabra… leches, pero si hasta se habla bien de Antonionni.
“La escapada” comparte con otros clásicos de la comedia italiana un tono aparentemente ligero que sin embargo permite leer entre líneas hasta llegar a reflexiones más profundas. La película tiene un arranque espectacular con ese descapotable irrumpiendo frenético en la escena y perturbando la paz de las calles romanas que Ferragosto ha dejado vacías. Gassman es un torbellino desde el principio y amenaza con llevarse por delante todo lo que le salga al paso; solo tiene que exhibir su abierta y característica sonrisa y su imparable verborrea para arrastrar al timorato Tringtinant que mansamente se deja hacer. Por cierto, que ya hemos hablado de que Vittorio está soberbio, pero Monsieur Jean Louis también raya a un gran nivel (muchos no lo han descubierto hasta la reciente “Amour” de Haneke, pero sin ser un actor que levante grandes pasiones, también tiene trabajos interesantes en su juventud).
Comienza en este punto un viaje imprevisible, iniciático en muchos aspectos, y algo loco. No sé si será también demasiado loco por mi parte hablar aquí de un reflejo, aunque sea pálido” de la “scrwenball comedy” norteamericana y de cosas como “La fiera de mi niña” con el lógico cambio de sexos. Por si acaso, los dos protagonistas se encargan de desmontar el tópico de una posible relación homosexual entre ambos. Gassman es un caradura incorregible y Tringtinant va a descubrir en dos días al crápula que lleva dentro y que ha estado reprimiendo toda su vida. Por eso, porque con su canto también al “carpe diem” nos encontramos ante uno de los retratos más lúcidos de la amistad masculina que se hayan rodado jamás. De fondo, Italia, pero no esa Italia sumida en la depresión neorrealista, sino esa Italia bucólica que duerme la siesta en la soleada tarde de agosto, o esa otra que baila despreocupada el twist a la orilla del mar. Es una comedia ligera en el sentido más elevado de la palabra… leches, pero si hasta se habla bien de Antonionni.
MediometrajeDocumental

7,2
2.301
8
6 de octubre de 2011
6 de octubre de 2011
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este estupendo documental de la HBO repasa a lo largo de sus escasos 40 minutos la corta biografía y trayectoria profesional del actor John Cazale, uno de los secundarios imprescindibles del cine norteamericano de los 70. Como es conocido por los cinéfilos, este intérprete sólo intervino en cinco largometrajes a lo largo de su carrera, dándose la inédita coincidencia de que todos ellos optaron al Oscar a la mejor película de sus años respectivos. Así de paso, “Descubriendo a John Cazale” se convierte en una especie de retrato fiel del cine hollywodiense de la época.
El documental arranca con una encuesta a pie de calle en la que alguien micrófono en ristre muestra a diversos viandantes una fotografía de Cazale al lado de algunos de los protagonistas de “El padrino” en su set de rodaje, y les pregunta si saben identificar al actor. Muchos no tienen ni idea, otros responden, “Si, es Fredo”, “Ése es Fredo ¿no?”, pero no aciertan con el nombre del intérprete que le da vida. Pues sí, es Fredo, Fredo Corleone en las dos primeras sagas de “El Padrino”, pero también es el Stan de “La conversación” y de “El cazador” o el atolondrado Sal de “Tarde de perros”. A través del testimonio de amigos, actores y directores que le conocieron y otros que en parte heredaron su legado descubrimos a este menudo pero inmenso intérprete, y conocemos de su tesón y coraje tanto para sacar adelante a sus personajes como para afrontar las duras circunstancias que rodearon su vida. Conocemos también de su expresividad, esos ojos únicos con los que lo mismo podía meterse en la piel de un loco psicópata que en la de tu mejor amigo de toda la vida.
El documental arranca con una encuesta a pie de calle en la que alguien micrófono en ristre muestra a diversos viandantes una fotografía de Cazale al lado de algunos de los protagonistas de “El padrino” en su set de rodaje, y les pregunta si saben identificar al actor. Muchos no tienen ni idea, otros responden, “Si, es Fredo”, “Ése es Fredo ¿no?”, pero no aciertan con el nombre del intérprete que le da vida. Pues sí, es Fredo, Fredo Corleone en las dos primeras sagas de “El Padrino”, pero también es el Stan de “La conversación” y de “El cazador” o el atolondrado Sal de “Tarde de perros”. A través del testimonio de amigos, actores y directores que le conocieron y otros que en parte heredaron su legado descubrimos a este menudo pero inmenso intérprete, y conocemos de su tesón y coraje tanto para sacar adelante a sus personajes como para afrontar las duras circunstancias que rodearon su vida. Conocemos también de su expresividad, esos ojos únicos con los que lo mismo podía meterse en la piel de un loco psicópata que en la de tu mejor amigo de toda la vida.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Me encanta la presencia en el film de Steve Buscemi, un actor que por sus características y su peculiar físico podría dar muy bien el tipo de los personajes de Cazale. Me emocionan los testimonios de Al Pacino y Sidney Lumet informándonos de que fue el primero quien presionó al segundo para que le hiciera a su amigo una prueba para “Tarde de perros”. Y muy especialmente, Meryl Streep, contando en primera persona su historia de amor con el actor, y otros testimonios dando cuenta que fue la actriz quien acompañó a Cazale en sus últimos días.

6,2
27.597
6
11 de abril de 2016
11 de abril de 2016
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay un chiste muy viejo que dice algo así como que las mujeres se esperan a que acaben las películas porno para ver si al final el chico y la chica se casan. “Kiki, el amor se hace” no es exactamente una peli porno, pero, al final, el chico y la chica, por así decirlo, se casan. Por mucho que se intente disfrazar de otra cosa, estamos ante una comedia romántica y tampoco es tan fácil romper ciertas reglas así como así. Paco León lo intenta, y desde luego tiene mucho mérito. Pero el resultado, con ser solvente, no es tan fresco, ni tan rompedor ni tan original como se nos pretende vender. Hablar de sexo, a estas alturas, puede parecer incluso trasnochado. Ya no estamos en los tiempos de la movida ni del primer Almodóvar, de quien, por cierto, el film de León recoge no pocos préstamos.
Después de sorprender con sus dos primeras películas como director, improvisando con éxito una especie de actriz en la persona de su progenitora- la cosa cuajó y ahora Carmina hace hasta anuncios en la tele y todo-, León aborda en su tercer trabajo tras la cámara el remake de un film australiano, inédito hasta ahora en España (es de desear que alguien ahora decida estrenarlo, o al menos editarlo en DVD). Dicen que el sevillano ha respetado al máximo el original, empezando por su estructura de “sketchs”, que no son tanto episodios aislados, como tramas paralelas que se cruzan y confluyen en un final único.
La película adolece pues del mal que siempre afecta a los films con los que comparte estructura. Ni todas las historias que se cruzan suscitan el mismo interés, ni hay tiempo material suficiente para desarrollar situaciones y personajes. Y lo cierto es que hay situaciones y personajes que hubieran merecido que se les sacase más jugo (como los de Alexandra Jiménez o Luis Bermejo). Hay otros episodios que, por el contrario, se alargan en exceso, como el de los feriantes, que acaba resultando algo forzado, y que sólo logra salvarse gracias la espontaneidad arrolladora de Candela Peña.
No es fácil hacer una película como ésta, ni siquiera en unos tiempos como los actuales. Como dice uno de los personajes, somos muy modernos para unas cosas, y en cambio para otras… La frontera entre lo correcto e incorrecto políticamente hablando es cada vez más difusa; uno ya no sabe si se pasa por exceso o por defecto. Y esta película peca unas veces por lo uno, y otras veces por lo otro.
Después de sorprender con sus dos primeras películas como director, improvisando con éxito una especie de actriz en la persona de su progenitora- la cosa cuajó y ahora Carmina hace hasta anuncios en la tele y todo-, León aborda en su tercer trabajo tras la cámara el remake de un film australiano, inédito hasta ahora en España (es de desear que alguien ahora decida estrenarlo, o al menos editarlo en DVD). Dicen que el sevillano ha respetado al máximo el original, empezando por su estructura de “sketchs”, que no son tanto episodios aislados, como tramas paralelas que se cruzan y confluyen en un final único.
La película adolece pues del mal que siempre afecta a los films con los que comparte estructura. Ni todas las historias que se cruzan suscitan el mismo interés, ni hay tiempo material suficiente para desarrollar situaciones y personajes. Y lo cierto es que hay situaciones y personajes que hubieran merecido que se les sacase más jugo (como los de Alexandra Jiménez o Luis Bermejo). Hay otros episodios que, por el contrario, se alargan en exceso, como el de los feriantes, que acaba resultando algo forzado, y que sólo logra salvarse gracias la espontaneidad arrolladora de Candela Peña.
No es fácil hacer una película como ésta, ni siquiera en unos tiempos como los actuales. Como dice uno de los personajes, somos muy modernos para unas cosas, y en cambio para otras… La frontera entre lo correcto e incorrecto políticamente hablando es cada vez más difusa; uno ya no sabe si se pasa por exceso o por defecto. Y esta película peca unas veces por lo uno, y otras veces por lo otro.

7,3
26.759
8
19 de mayo de 2014
19 de mayo de 2014
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo aquel que se ha sentado al menos una vez delante de un papel y ha intentado emborronarlo a base de juntar en él cuatro letras forzosamente ha tenido que sentir lo que se conoce como el síndrome del escritor bloqueado. O el del folio en blanco que es lo mismo. Yo mismamente era algo que estaba sintiendo hace escasos segundos antes de atacar estas líneas. Sé que no debo preocuparme, les pasa a todos, y cuando digo a todos es a TODOS.
Al parecer, mientras estaban escribiendo el guión de la que iba a ser su tercera película, la magnífica “Miller´s Crossing”, a Joel y a Ethan Coen se les agotó la inspiración. Puede resultar raro, pero así fue. Incapaces de avanzar en el texto que tenían entre manos y de seguir escribiendo una línea más, los famosos hermanos deciden abandonar momentáneamente el proyecto y dejar que escampe el temporal. Es en ese momento cuando de una forma casi inocente comienzan a darle vueltas a otra historia, la de un escritor aquejado de su mismo mal, un dramaturgo de prestigio metido a guionista cinematográfico al que se le atraganta la película que está escribiendo por encargo. Nadie entonces lo sabía, pero acababa de nacer Barton Fink, una de las criaturas más reconocibles del universo coeniano, uno de sus más ilustres perdedores.
Los Coen retoman el relato del escritor bloqueado para su siguiente film. Lógicamente, aquel esbozo inicial se hace ahora más denso, los Coen lo retuercen como suelen hacer siempre hasta llevarlo a su terreno. La pareja nos lleva al Hollywood de principios de los años cuarenta, el escenario perfecto para introducir el tópico genérico del cine dentro del cine. En este contexto, aparece el eterno dilema entre ver el arte como algo innato que sale de las tripas (pero que también las hace sonar de lo lindo) y el que se vende como una mercancía. Y Barton representa el característico personaje del guionista ninguneado y sometido a tiranías ajenas para subsistir, a imagen y semejanza un poco de aquel Joe Gils que inmortalizó magistralmente Billy Wilder en “Sunset Boulevard”.
Todo esto cabe en una primera lectura, pero como siempre en los Coen hay más. A diferencia de Llewin Davis, el más reciente antihéroe de la filmografía de los hermanos, Fink arranca la película desde el éxito y desde la cúspide. A partir de ahí, ya solo queda caer. El protagonista es un autor teatral al que Hollywood tienta y le somete a un cruel y particular descenso a los infiernos. No spoilearé nada por si acaso alguien no ha visto aún la película, pero en esto tiene mucho que ver la entrada del personaje de John Goodman y en concreto una escena que el actor protagoniza hacia el final de la cinta. Por cierto que Goodman no está menos inmenso que John Turturro dando vida al protagonista principal. Ambos están soberbios, y la relación entre ellos, mezcla de envidia y admiración, connotaciones homosexuales incluidas, no tiene desperdicio.
Me da la impresión de que Barton Fink fue una obra malentendida por muchos en su momento y aún hoy. Tildada de antisemita (¿) y de excesivamente barroca (¿?). Los propios Joel y Ethan se curaron en salud y dijeron que muchos de los símbolos que aparecen en la película no hay porqué tocarlos. Están ahí y simplemente aparecen, no hay que darle más vueltas. No pensar en lo que pueda significar el tupé del protagonista o el cuadro en la pared. Qué final tan bello y tan maravilloso por cierto.
“Barton Fink” supone todo un hito en la historia del Festival de Cannes al ser la única película que hasta la fecha ha conseguido llevarse tres premios (Palma de Oro, mejor director y mejor actor). Un caso excepcional para un film que también lo es.
Al parecer, mientras estaban escribiendo el guión de la que iba a ser su tercera película, la magnífica “Miller´s Crossing”, a Joel y a Ethan Coen se les agotó la inspiración. Puede resultar raro, pero así fue. Incapaces de avanzar en el texto que tenían entre manos y de seguir escribiendo una línea más, los famosos hermanos deciden abandonar momentáneamente el proyecto y dejar que escampe el temporal. Es en ese momento cuando de una forma casi inocente comienzan a darle vueltas a otra historia, la de un escritor aquejado de su mismo mal, un dramaturgo de prestigio metido a guionista cinematográfico al que se le atraganta la película que está escribiendo por encargo. Nadie entonces lo sabía, pero acababa de nacer Barton Fink, una de las criaturas más reconocibles del universo coeniano, uno de sus más ilustres perdedores.
Los Coen retoman el relato del escritor bloqueado para su siguiente film. Lógicamente, aquel esbozo inicial se hace ahora más denso, los Coen lo retuercen como suelen hacer siempre hasta llevarlo a su terreno. La pareja nos lleva al Hollywood de principios de los años cuarenta, el escenario perfecto para introducir el tópico genérico del cine dentro del cine. En este contexto, aparece el eterno dilema entre ver el arte como algo innato que sale de las tripas (pero que también las hace sonar de lo lindo) y el que se vende como una mercancía. Y Barton representa el característico personaje del guionista ninguneado y sometido a tiranías ajenas para subsistir, a imagen y semejanza un poco de aquel Joe Gils que inmortalizó magistralmente Billy Wilder en “Sunset Boulevard”.
Todo esto cabe en una primera lectura, pero como siempre en los Coen hay más. A diferencia de Llewin Davis, el más reciente antihéroe de la filmografía de los hermanos, Fink arranca la película desde el éxito y desde la cúspide. A partir de ahí, ya solo queda caer. El protagonista es un autor teatral al que Hollywood tienta y le somete a un cruel y particular descenso a los infiernos. No spoilearé nada por si acaso alguien no ha visto aún la película, pero en esto tiene mucho que ver la entrada del personaje de John Goodman y en concreto una escena que el actor protagoniza hacia el final de la cinta. Por cierto que Goodman no está menos inmenso que John Turturro dando vida al protagonista principal. Ambos están soberbios, y la relación entre ellos, mezcla de envidia y admiración, connotaciones homosexuales incluidas, no tiene desperdicio.
Me da la impresión de que Barton Fink fue una obra malentendida por muchos en su momento y aún hoy. Tildada de antisemita (¿) y de excesivamente barroca (¿?). Los propios Joel y Ethan se curaron en salud y dijeron que muchos de los símbolos que aparecen en la película no hay porqué tocarlos. Están ahí y simplemente aparecen, no hay que darle más vueltas. No pensar en lo que pueda significar el tupé del protagonista o el cuadro en la pared. Qué final tan bello y tan maravilloso por cierto.
“Barton Fink” supone todo un hito en la historia del Festival de Cannes al ser la única película que hasta la fecha ha conseguido llevarse tres premios (Palma de Oro, mejor director y mejor actor). Un caso excepcional para un film que también lo es.
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