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7
11 de febrero de 2025
11 de febrero de 2025
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un día en el paraíso es una comedia romántica que sigue a dos personajes que, a través de una serie de mentiras y desencuentros, exploran el amor y las complejidades de las relaciones humanas. La película se construye sobre una estructura clásica del género: un primer encuentro fortuito, conflictos derivados de malentendidos y un desenlace que apuesta por la reconciliación.
El guion juega con la idea de las apariencias y las máscaras sociales, reflejando no solo los enredos sentimentales de los protagonistas, sino también una crisis de identidad más amplia en la sociedad argentina de la época. Estrenada poco después de la crisis económica de 2001, la historia captura las aspiraciones y dificultades de un país en reconstrucción. Tanto Reynaldo (Guillermo Francella) como Tati (Araceli González) son personajes que intentan alcanzar sus metas en un entorno competitivo, recurriendo incluso a identidades falsas—Roy y Brenda—para explorar versiones idealizadas de sí mismos. Sin embargo, eventualmente deberán enfrentarse a la realidad de quiénes son en verdad.
El tono de la película oscila entre la comedia ligera y momentos más dramáticos, aunque sin profundizar demasiado en el drama. Su mayor fortaleza radica en la química entre sus protagonistas: Francella aporta su carisma habitual y un gran dominio del humor físico y verbal, convirtiéndose en el eje cómico del film, mientras que González complementa la dinámica con solidez.
Si bien el humor es sencillo, funciona de manera efectiva, y la temática de las apariencias y la autenticidad ofrece una reflexión interesante, aunque no del todo desarrollada. Un día en el paraíso se apoya en la popularidad de sus protagonistas y en el atractivo del género como vía de escape para un público que, en aquel momento, buscaba alivio en medio de la incertidumbre. Como resultado, entrega una historia entretenida, sin grandes pretensiones, pero con suficientes aciertos para mantener el interés.
El guion juega con la idea de las apariencias y las máscaras sociales, reflejando no solo los enredos sentimentales de los protagonistas, sino también una crisis de identidad más amplia en la sociedad argentina de la época. Estrenada poco después de la crisis económica de 2001, la historia captura las aspiraciones y dificultades de un país en reconstrucción. Tanto Reynaldo (Guillermo Francella) como Tati (Araceli González) son personajes que intentan alcanzar sus metas en un entorno competitivo, recurriendo incluso a identidades falsas—Roy y Brenda—para explorar versiones idealizadas de sí mismos. Sin embargo, eventualmente deberán enfrentarse a la realidad de quiénes son en verdad.
El tono de la película oscila entre la comedia ligera y momentos más dramáticos, aunque sin profundizar demasiado en el drama. Su mayor fortaleza radica en la química entre sus protagonistas: Francella aporta su carisma habitual y un gran dominio del humor físico y verbal, convirtiéndose en el eje cómico del film, mientras que González complementa la dinámica con solidez.
Si bien el humor es sencillo, funciona de manera efectiva, y la temática de las apariencias y la autenticidad ofrece una reflexión interesante, aunque no del todo desarrollada. Un día en el paraíso se apoya en la popularidad de sus protagonistas y en el atractivo del género como vía de escape para un público que, en aquel momento, buscaba alivio en medio de la incertidumbre. Como resultado, entrega una historia entretenida, sin grandes pretensiones, pero con suficientes aciertos para mantener el interés.

4,1
1.969
7
4 de febrero de 2025
4 de febrero de 2025
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Action Jackson es, sin duda, un papel diseñado a la medida de Carl Weathers. Interpretando al sargento Jericho "Action" Jackson, Weathers aporta un carisma arrollador y una presencia física imponente que hacen de su personaje algo más que el típico policía duro de Detroit. Con un humor sarcástico refinado (gracias, curiosamente, a su paso por la Facultad de Derecho de Harvard), Jackson es el clásico héroe de acción de los 80: duro, ingenioso y con un código de honor inquebrantable.
Su relación con sus superiores es la de siempre en este tipo de películas: un rebelde que genera más dolores de cabeza que informes impecables. Como cuando su capitán, frustrado por sus métodos poco ortodoxos, le grita: “¡Casi le arrancas el brazo a ese chico!”. A lo que Jackson responde, imperturbable: “¿Y qué? ¡Tenía uno de repuesto!”. Esa combinación de irreverencia y contundencia es lo que define al personaje y mantiene el equilibrio entre la acción intensa y el humor.
La película no escatima en escenas explosivas: peleas coreografiadas, persecuciones, ventanas rotas y un sinfín de momentos que permiten a Jackson saltar sobre taxis y atravesar puertas como si fueran de papel. No importa si la trama parece una excusa para encadenar estas secuencias; lo esencial aquí es el espectáculo.
Craig T. Nelson, en el papel del villano Peter Dellaplane, ofrece una actuación exagerada pero efectiva. Su interpretación de magnate corrupto y sádico es tan caricaturesca como intimidante, lo que lo convierte en el antagonista perfecto para Jackson.
Action Jackson encapsula la esencia del cine de acción ochentero: explosiones, diálogos ingeniosos y un protagonista que hace que todo parezca fácil. Es caos convertido en entretenimiento, y eso es parte de su encanto.
Su relación con sus superiores es la de siempre en este tipo de películas: un rebelde que genera más dolores de cabeza que informes impecables. Como cuando su capitán, frustrado por sus métodos poco ortodoxos, le grita: “¡Casi le arrancas el brazo a ese chico!”. A lo que Jackson responde, imperturbable: “¿Y qué? ¡Tenía uno de repuesto!”. Esa combinación de irreverencia y contundencia es lo que define al personaje y mantiene el equilibrio entre la acción intensa y el humor.
La película no escatima en escenas explosivas: peleas coreografiadas, persecuciones, ventanas rotas y un sinfín de momentos que permiten a Jackson saltar sobre taxis y atravesar puertas como si fueran de papel. No importa si la trama parece una excusa para encadenar estas secuencias; lo esencial aquí es el espectáculo.
Craig T. Nelson, en el papel del villano Peter Dellaplane, ofrece una actuación exagerada pero efectiva. Su interpretación de magnate corrupto y sádico es tan caricaturesca como intimidante, lo que lo convierte en el antagonista perfecto para Jackson.
Action Jackson encapsula la esencia del cine de acción ochentero: explosiones, diálogos ingeniosos y un protagonista que hace que todo parezca fácil. Es caos convertido en entretenimiento, y eso es parte de su encanto.

6,9
29.285
8
2 de febrero de 2025
2 de febrero de 2025
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Wild at Heart (1990) es un cuento de hadas salvaje y retorcido, como esos con los que nos introducen a la ficción de niños, pero aquí la bruja es más cruel, los monstruos más perturbadores y el viaje más peligroso. Hay una princesa y un caballero embarcados en una odisea por la América profunda, luminosa y oscura, un territorio donde casi no hay ley, habitado por personajes extrañísimos y marcado por el erotismo, la violencia y un humor negro que descoloca.
Es una película de carretera ferozmente entretenida sobre el amor, la pasión y la libertad, donde los sueños hay que pelearlos y las pesadillas hay que atravesarlas sin quedar atrapados en ellas para siempre. Quizá por eso me parece la película más optimista de Lynch: así como otras suyas parecen pesadillas, esta podría ser un sueño. Y su final… tan perfecto que da la sensación de que, a veces, la vida puede ser así de buena.
Es una película de carretera ferozmente entretenida sobre el amor, la pasión y la libertad, donde los sueños hay que pelearlos y las pesadillas hay que atravesarlas sin quedar atrapados en ellas para siempre. Quizá por eso me parece la película más optimista de Lynch: así como otras suyas parecen pesadillas, esta podría ser un sueño. Y su final… tan perfecto que da la sensación de que, a veces, la vida puede ser así de buena.

5,0
34.348
8
1 de febrero de 2025
1 de febrero de 2025
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cocktail es una película que combina temas de ambición, crecimiento personal y relaciones humanas, a través de la historia de Brian Flanagan (Tom Cruise), un joven que busca hacerse rico rápidamente como bartender. La trama sigue su viaje, con altos y bajos que, aunque predecibles, resultan satisfactorios. En este recorrido, el personaje de Brian se enfrenta a los retos de la vida mientras busca el éxito, aprendiendo que no solo el talento, sino también la perseverancia y el autoconocimiento, son claves para alcanzar las metas.
Uno de los puntos fuertes de la película es la dinámica entre Tom Cruise y Bryan Brown, quienes interpretan a Brian y a Doug Coughlin, respectivamente. La química entre ambos es evidente y aporta una energía vibrante a la trama. Doug, como mentor y contrapunto moral de Brian, da profundidad a su relación, ayudando a que el joven bartender entienda las lecciones de la vida y el precio del éxito. Esta relación, cargada de contrastes, se convierte en uno de los elementos más enriquecedores de la película.
La historia también explora la idea del "sueño americano", mostrando cómo la obsesión por el éxito puede llevar a tomar decisiones equivocadas. La evolución de Brian refleja los altibajos de perseguir sueños sin una base sólida, y la película transmite el mensaje de que el verdadero éxito no solo depende de la fama o la fortuna, sino de la capacidad de aprender y crecer como persona.
La relación entre Brian y Jordan Mooney, interpretada por Elisabeth Shue, es otro aspecto destacable. Desde la atracción inicial hasta los conflictos y la reconciliación, su relación se desarrolla de manera emotiva y realista, aportando un toque humano al relato. La actuación de Cruise como un bartender carismático y ambicioso es icónica, mientras que Shue, hermosisima, ofrece una interpretación que aporta sensibilidad y profundidad a su personaje.
La banda sonora, que incluye clásicos como "Kokomo" de The Beach Boys, complementa perfectamente el ambiente festivo y romántico de la película. Las melodías contribuyen a crear momentos memorables, acentuando las emociones y reforzando la atmósfera de diversión y ligereza que caracteriza al film.
En cuanto a la dirección de arte y la fotografía, estas logran transmitir la atmósfera vibrante de los bares y la vida nocturna, aunque a veces se sacrifican en favor de la estética y el ritmo de la película, lo que afecta un poco la credibilidad de algunas escenas. Sin embargo, la película se mantiene fiel a su tono ligero y divertido, lo que permite que se disfrute como un escape entretenido y emocional.
Uno de los puntos fuertes de la película es la dinámica entre Tom Cruise y Bryan Brown, quienes interpretan a Brian y a Doug Coughlin, respectivamente. La química entre ambos es evidente y aporta una energía vibrante a la trama. Doug, como mentor y contrapunto moral de Brian, da profundidad a su relación, ayudando a que el joven bartender entienda las lecciones de la vida y el precio del éxito. Esta relación, cargada de contrastes, se convierte en uno de los elementos más enriquecedores de la película.
La historia también explora la idea del "sueño americano", mostrando cómo la obsesión por el éxito puede llevar a tomar decisiones equivocadas. La evolución de Brian refleja los altibajos de perseguir sueños sin una base sólida, y la película transmite el mensaje de que el verdadero éxito no solo depende de la fama o la fortuna, sino de la capacidad de aprender y crecer como persona.
La relación entre Brian y Jordan Mooney, interpretada por Elisabeth Shue, es otro aspecto destacable. Desde la atracción inicial hasta los conflictos y la reconciliación, su relación se desarrolla de manera emotiva y realista, aportando un toque humano al relato. La actuación de Cruise como un bartender carismático y ambicioso es icónica, mientras que Shue, hermosisima, ofrece una interpretación que aporta sensibilidad y profundidad a su personaje.
La banda sonora, que incluye clásicos como "Kokomo" de The Beach Boys, complementa perfectamente el ambiente festivo y romántico de la película. Las melodías contribuyen a crear momentos memorables, acentuando las emociones y reforzando la atmósfera de diversión y ligereza que caracteriza al film.
En cuanto a la dirección de arte y la fotografía, estas logran transmitir la atmósfera vibrante de los bares y la vida nocturna, aunque a veces se sacrifican en favor de la estética y el ritmo de la película, lo que afecta un poco la credibilidad de algunas escenas. Sin embargo, la película se mantiene fiel a su tono ligero y divertido, lo que permite que se disfrute como un escape entretenido y emocional.

6,7
4.730
7
30 de enero de 2025
30 de enero de 2025
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Medianeras, dirigida y escrita por Gustavo Taretto, es una comedia romántica dramática argentina que explora la soledad, la incomunicación y la vida urbana en Buenos Aires. A través de las historias paralelas de Martín (Javier Drolas) y Mariana (Pilar López de Ayala), la película reflexiona sobre la búsqueda de amor y conexión en un entorno que, paradójicamente, parece diseñado para dificultarlas.
Uno de los temas centrales de la película es la soledad en la metrópoli, donde la alta densidad de población contrasta con la desconexión emocional entre sus habitantes. Martín y Mariana viven en edificios cercanos, pero nunca se han cruzado, ilustrando cómo la arquitectura, la tecnología y el ritmo acelerado de la ciudad contribuyen al aislamiento. La dependencia de la tecnología para la comunicación es un tema recurrente: Martín vive inmerso en un mundo virtual, lo que refleja cómo las nuevas tecnologías pueden ser tanto un puente como un abismo en las relaciones personales.
La película hace un uso poético de la arquitectura de Buenos Aires, no solo como escenario, sino como un personaje más. La simetría y verticalidad de la ciudad se reflejan en su estilo visual, con planos que juegan con la asimetría de las vidas de los protagonistas. Las imágenes de ventanas, calles abarrotadas y estructuras que separan en lugar de unir simbolizan las barreras físicas y emocionales que impiden la conexión humana. Además, la paleta de colores suaves y la fotografía cuidadosamente compuesta refuerzan la estética melancólica y hermosa del filme.
Taretto también plantea preguntas serias sobre cómo la arquitectura moderna y la tecnología afectan nuestras vidas y relaciones. El uso de la voz en off para comentar estos temas está bien logrado, aportando una reflexión íntima y poética que complementa la narración visual.
En definitiva, Medianeras es una película que captura con sensibilidad y humor la soledad contemporánea, explorando el anhelo de conexión en un mundo cada vez más fragmentado.
Uno de los temas centrales de la película es la soledad en la metrópoli, donde la alta densidad de población contrasta con la desconexión emocional entre sus habitantes. Martín y Mariana viven en edificios cercanos, pero nunca se han cruzado, ilustrando cómo la arquitectura, la tecnología y el ritmo acelerado de la ciudad contribuyen al aislamiento. La dependencia de la tecnología para la comunicación es un tema recurrente: Martín vive inmerso en un mundo virtual, lo que refleja cómo las nuevas tecnologías pueden ser tanto un puente como un abismo en las relaciones personales.
La película hace un uso poético de la arquitectura de Buenos Aires, no solo como escenario, sino como un personaje más. La simetría y verticalidad de la ciudad se reflejan en su estilo visual, con planos que juegan con la asimetría de las vidas de los protagonistas. Las imágenes de ventanas, calles abarrotadas y estructuras que separan en lugar de unir simbolizan las barreras físicas y emocionales que impiden la conexión humana. Además, la paleta de colores suaves y la fotografía cuidadosamente compuesta refuerzan la estética melancólica y hermosa del filme.
Taretto también plantea preguntas serias sobre cómo la arquitectura moderna y la tecnología afectan nuestras vidas y relaciones. El uso de la voz en off para comentar estos temas está bien logrado, aportando una reflexión íntima y poética que complementa la narración visual.
En definitiva, Medianeras es una película que captura con sensibilidad y humor la soledad contemporánea, explorando el anhelo de conexión en un mundo cada vez más fragmentado.
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