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Críticas 144
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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8 de mayo de 2018 4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película dirigida por John Carroll Lynch con Harry Dean Stanton como protagonista de este casi su testamento cinematográfico personal. Lucky nos coloca ante la extrema senectud pues el personaje y el actor se encuentran en la novena década de sus vidas. Simone de Beauvoir afirmaba que uno de los problemas de la vejez es que el anciano se queda sin interlocutores contemporáneos. Sobrevivir a todos es quedarse sin nadie. Lucky está solo pero no aislado pues mantiene una red social de amistades que lo estiman. Otro tema que nos hace meditar es el desfase que vive el anciano entre un yo que no envejece, que permanece joven amante de la vida, y un organismo decrépito que no responde al deseo y tampoco lo despierta. Es muy bella la escena de la fiesta mexicana cuando Stanton canta con brillo en los ojos “Volver, volver a tus brazos otra vez”. Es esta conciencia despierta y atenta tanto al mundo interior como al exterior, la que marca nuestra vida y la que tiene que enfrentar la muerte. Lucky confiesa que tiene miedo. Las respuestas a esta pregunta, ¿Por qué nos asusta la muerte?, es múltiple y rica de acuerdo a las perspectivas desde las que contestemos. Si miramos a la naturaleza todos los seres vivos temen la muerte violenta y precipitada y se defienden de ella con angustia y terror. Sin embargo observamos que los animales mueren de viejos sin miedo aparente. Para la mayor parte de los humanos perder la vida y la conciencia de estar vivos es muy doloroso porque abandonar este hermoso espectáculo no es fácil. Sin embargo, para algunos el espectáculo no merece la pena y buscan la muerte como solución. Morimos en un contexto de creencias religiosas e ideológicas que influyen decididamente en el modo de enfrentar este trance. Lucky es ateo, intenta sujetarse estoicamente a la realidad de su próxima extinción de la que le llegan señales frecuentes. Pero tiene miedo. En el mundo occidental cristiano la amenaza del infierno intranquiliza muchas conciencias en este delicado momento. Pero no es el caso de Lucky, el teme la extinción. Unamuno afirmaba que tenía más terror a la nada que al infierno, a dejar de ser que ser sufriendo. No sé. Lucky encuentra cierta paz en asumir, como los niños budistas ante las invasiones tenebrosas de las guerras, la muerte con una sonrisa de resignación que vuelve al ser en sí, sin conciencia. El ladrón en la cruz quiere una paz que provenga del encuentro con un padre celestial en el paraíso. No renuncia a un ser con conciencia. Sugestiva película para seguir hablando de la vida y de la muerte.
3 de enero de 2018 4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película dirigida por Christian Duguay basada en la novela autobiográfica de Joseph Joffo. Producción bajo el amparo de la Fundación para la preservación de la memoria del Holocausto, entre otros fondos. Un saquito de canicas podía ser el precio de la vida para un niño judío. ¿Cómo llegó a establecerse ese desprecio voraz, persecutorio y asesino que llamamos antisemitismo? Hannah Arendt afirma que la contradicción entre un cuerpo político basado en la igualdad ante la ley y una sociedad basada en la desigualdad del sistema de clases impidió el desarrollo de repúblicas eficientes. La posición de los judíos y de otros grupos sociales, estaba determinada por el cuerpo político pero, socialmente estaban en el vacío, sin pertenencia a ninguna clase social de modo que no pensaban en igualdad de derechos sino en libertades especiales mediadas por la tolerancia del poder. Al desmoronarse su frágil posición democrática fueron víctimas del odio y del desprecio propio del discurso social vigente. El discurso pretende definir la significación de la realidad imponiéndose sobre la experiencia y determinando las relaciones entre personas, es decir, la moral. Solamente la ley democrática se opone a la perniciosa discrimación de los discursos establecidos. La película, como todas las herederas de Shoah de Claude Lanzmann, nos hace testigos del mundo a través de la mirada de la víctima. La historia, para las víctimas, es una cadena de sufrimientos. En su octava tesis Walter Benjamin, sostiene que si consideramos la historia como progreso, el sufrimiento es una excepción, un pago provisional o marginal, mientras que para la víctima es una constante. Para ella el progreso es nulo. Por eso la memoria de la Shoah no es un instrumento del sionismo sino una herencia de toda víctima cuya dignidad y vida pende de la lucha contra el olvido. La Shoah pertenece pues a los marginados cuya permanencia depende tan solo del frágil mundo de los derechos vigentes que muchas veces no valen más que una bolsa de canicas.
25 de octubre de 2016 4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para el psicoanálisis clásico el Ello era esa parte impersonal del aparato mental constituido por las energías psíquicas básicas, el sexo y la agresión. La elevación o disminución de su cantidad correspondería a la experiencia del displacer o del placer. Pero como en los seres humanos no existe nada o casi nada alejado de la servidumbre a la dimensión personal del sujeto, Verhoeven, a la manera del mejor Chabrol, convierte el Ello en Ella haciendo trabajar a Isabelle Huppert intensamente para escenificar un personaje que corresponde a esta proposición teórica. La agresión y el sufrimiento como fuente de placer evocan una nueva versión de la Venus de pieles que reclama para su disfrute la deslealtad, la trasgresión o la humillación y hasta coquetea con la comprensión de la monstruosidad de la conducta de su padre. El panorama de las relaciones humanas que despliega se quiere escapar incluso de la definición como perversión que al espectador se le ocurre, obligándonos a colocarnos en un entorno donde todo está permitido, un entorno de suspensión o rechazo de la ética: el sufrimiento no es el origen de la buena moral sino una posible fuente de placer de los seres libres. El único marco incuestionado de valores que permite las continuidad del espectáculo es el del poder, yo soy la jefe, y el del dinero, el dinero es mío. Otro discreto encanto de la burguesía.
8 de octubre de 2016 4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película india dirigida por Leena Yadav. Una historia intemporal narrada como un cuento de liberación. Intemporal porque no podemos establecer cuando comenzó esta auténtica historia universal de la infamia: el sojuzgamiento humillante de la mujer. Engels era de la opinión de que en las tribus que se encontraban en el estadio salvaje y en todas las etapas pertenecientes al estadio de la barbarie, la mujer era libre y bien considerada. Esta candorosa relación se desvanecería con la descomposición del primitivo comunismo dando lugar a la primera opresión de clases: la del sexo femenino por el masculino y a la monogamia estricta, naturalmente, solo para las mujeres. Si esto existió alguna vez ha dejado escasos rastros y pertenece más al terreno de la utopía que al de la documentación antropológica. La opresión de las mujeres parece incluso anterior al surgimiento de las religiones ya que no la establecen aunque la normativizan al igual que lo hacen la familia y el estado. Cuando algo es tan antiguo que perdemos su rastro de origen tenemos tendencia a pensar que estamos ante un fenómeno natural y caemos en el argumento biológico: aquel que pretende utilizar la naturaleza para avalar normas morales. La fuerza brutal impone la ignominia.
Cuento de liberación porque la directora hace coincidir en el presente el tipo y el anti-tipo que representa cada personaje. La tipología es una figura retórica que se traslada en el tiempo: el tipo existe en el pasado, el anti-tipo en el presente, o bien, el tipo existe en el presente y el anti-tipo en el futuro. Cada mujer es a un mismo tiempo su opresión y su liberación, más aún, ejerce la opresión y también la liberación de las demás. Los varones son a la vez el macho déspota y el macho semental deseado. A pesar de esta aparente confusión, de este caos, los sucesos parecen ir hacia alguna parte anunciada por el humor y la alegría.
27 de septiembre de 2020 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Matteo Garrone ha realizado una bonita adaptación del cuento clásico de Carlo Collodi. Difícil empeño cuando tenemos estupendas adaptaciones para la televisión como la serie dirigida por Luigi Comencini o la tierna versión futurista que realizara Spielberg en Inteligencia Artificial. Garrone consigue una fidelidad al relato conservando el énfasis de su fondo moralizante: los niños obedientes y aplicados llegarán a ser hombres de verdad. Esta afirmación es propia de finales del siglo XIX cuando se recupera la expectativa ilustrada de la redención de los seres humanos mediante la educación, la instrucción y la cultura. Por la misma época, también en Italia, Edmondo de Amicis escribe otro relato de relatos, Corazón, con la misma intención de valorar la escuela y los maestros describiendo con una respetuosa piedad, personas nobles y pobres que se superan mediante la constancia y el esfuerzo. Sin embargo no todo son luces en el análisis de papel de la escuela y la enseñanza en general dentro de la estructura social. Althusser siguiendo el concepto de hegemonía ideológica de Gramsci, señala a la escuela como una de los principales instrumentos de alienación donde la intención de homogenización de las personas y el premio a los más adaptados es puesta al servicio de las clases privilegiadas en la pirámide social. Pinocho para Althusser sucumbe en su libertad y se adapta a través de malas experiencias a ser un niño como es debido. En un estudio, aún por publicar, realizado por la Unidad de Terapia Familiar del Hospital Universitario Virgen de la Victoria de Málaga se observó en las dinámicas de las familias estudiadas durante el confinamiento por la COVID-19, que la escuela se constituye en un estresor común de las familias determinando la creación de conflictividad muchas veces severa entre padres aliados con el sistema e hijos sin capacidad de adaptación. La tregua del confinamiento determinó una notable mejoría en las relaciones familiares y el reconocimiento de capacidades y afectos que estaban ocultos por el intento obstinado de modelar a los hijos de acuerdo a los programas formativos. Da que pensar este asunto. A ver si Carlo Collodi no tenía toda la razón.
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