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5
23 de diciembre de 2024
23 de diciembre de 2024
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Martin Sundland, un director cuya trayectoria en el thriller escandinavo había generado expectativas, ha conseguido algo insólito con La Palma: transformar un drama real, cargado de potencia emocional, en un producto insípido, carente de alma y plagado de decisiones narrativas que bordean lo risible. Netflix vende la serie como una épica de supervivencia y emociones humanas, pero lo que entrega es una catástrofe de clichés, una colección de malas ideas y una radiografía cultural que insulta al espectador más atento.
Desde los primeros minutos, la serie pone en claro su aspiración: ser Lo imposible pero con un aire nórdico. El problema es que ni siquiera logra arañar la superficie de lo que Bayona consiguió en su obra. Aquí, seguimos la historia de una familia noruega atrapada en medio de la erupción volcánica de La Palma, pero la premisa rápidamente se revela como una excusa para desplegar un desfile de tópicos.
Desde los primeros minutos, la serie pone en claro su aspiración: ser Lo imposible pero con un aire nórdico. El problema es que ni siquiera logra arañar la superficie de lo que Bayona consiguió en su obra. Aquí, seguimos la historia de una familia noruega atrapada en medio de la erupción volcánica de La Palma, pero la premisa rápidamente se revela como una excusa para desplegar un desfile de tópicos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Los personajes toman decisiones tan absurdas que uno llega a preguntarse si la lava o el tsunami es lo más peligroso que enfrentan o si es su propia incapacidad para razonar. Y aun así, como por arte de magia, todos sobreviven. El final no es un clímax, sino un insulto: un fan service descarado que resuelve todos los conflictos con el optimismo más barato y forzado posible. En lugar de ofrecer una reflexión sobre la fragilidad de la vida frente a una fuerza natural descomunal, la serie opta por un cierre que podría haber salido de una película familiar de sobremesa.
Uno de los elementos más promocionados de La Palma es la inclusión de una relación lésbica entre dos personajes femeninos, algo que, de entrada, parece un paso adelante en términos de representación. Pero la ejecución es tan superficial y forzada que lo que podría haber sido un punto fuerte se convierte en un lastre. Los personajes apenas intercambian un par de frases relevantes durante la serie, y su arco culmina con un clímax tan absurdo como desconectado: “Al menos moriremos juntas”. ¿Morir juntas? Apenas se conocen. Este intento de inyectar emotividad fracasa rotundamente porque no hay ningún sustento narrativo que lo respalde. Más que un acto de integración, parece un tick en la lista de elementos que buscan contentar al espectador moderno.
Por si eso fuera poco, la serie introduce al hijo autista de la familia, pero lo hace de una forma que resulta casi insultante. Presentado como el típico "niño especial" con habilidades sobrehumanas para resolver problemas, su inclusión no añade profundidad ni autenticidad. En cambio, se siente como una herramienta narrativa barata, diseñada para arrancar una lágrima fácil mientras perpetúa estereotipos que reducen a las personas a clichés funcionales.
Sin embargo, el verdadero crimen de La Palma no está en sus personajes planos ni en su trama predecible. Está en su retrato de la propia isla. La serie comete el imperdonable error de borrar por completo a los palmeños. No hay ni rastro de sus gentes, su cultura o su idioma. En cambio, lo que vemos es una isla completamente escandinava: la Guardia Civil escribe informes en noruego, los diálogos son en inglés o noruego, y las señales de tráfico parecen sacadas de Oslo. La erupción de La Palma es reducida a un telón de fondo exótico, y su gente, los verdaderos protagonistas de esta tragedia, son borrados de la historia en un acto que solo puede describirse como colonialismo cultural.
En su intento de abordar temas universales como la familia, la identidad y la supervivencia, La Palma no hace más que hundirse en un magma de mediocridad. Los conflictos familiares, supuestamente el corazón emocional de la serie, se resuelven con una superficialidad que roza lo cómico. En un momento, los personajes están al borde de la ruptura; al siguiente, una frase cursi pronunciada bajo una lluvia de ceniza parece sanar todas las heridas. Es como si Sundland hubiera olvidado que la tensión emocional necesita tiempo y cuidado para desarrollarse.
La Palma podría haber sido una obra valiosa, una oportunidad para explorar la resiliencia humana frente a la adversidad y para rendir tributo a una comunidad que afrontó una catástrofe real con una fuerza tectónica admirable. Sin embargo, lo que nos entrega es una serie que convierte un volcán de emociones potenciales en una fisura narrativa superficial, usando el desastre como un simple decorado. En su afán por contentar a todos, se desmorona en su propia incoherencia, incapaz de conectar con nadie. Sundland no solo deja escapar la esencia de La Palma; la convierte en una atracción hueca que traiciona su profundidad.
Uno de los elementos más promocionados de La Palma es la inclusión de una relación lésbica entre dos personajes femeninos, algo que, de entrada, parece un paso adelante en términos de representación. Pero la ejecución es tan superficial y forzada que lo que podría haber sido un punto fuerte se convierte en un lastre. Los personajes apenas intercambian un par de frases relevantes durante la serie, y su arco culmina con un clímax tan absurdo como desconectado: “Al menos moriremos juntas”. ¿Morir juntas? Apenas se conocen. Este intento de inyectar emotividad fracasa rotundamente porque no hay ningún sustento narrativo que lo respalde. Más que un acto de integración, parece un tick en la lista de elementos que buscan contentar al espectador moderno.
Por si eso fuera poco, la serie introduce al hijo autista de la familia, pero lo hace de una forma que resulta casi insultante. Presentado como el típico "niño especial" con habilidades sobrehumanas para resolver problemas, su inclusión no añade profundidad ni autenticidad. En cambio, se siente como una herramienta narrativa barata, diseñada para arrancar una lágrima fácil mientras perpetúa estereotipos que reducen a las personas a clichés funcionales.
Sin embargo, el verdadero crimen de La Palma no está en sus personajes planos ni en su trama predecible. Está en su retrato de la propia isla. La serie comete el imperdonable error de borrar por completo a los palmeños. No hay ni rastro de sus gentes, su cultura o su idioma. En cambio, lo que vemos es una isla completamente escandinava: la Guardia Civil escribe informes en noruego, los diálogos son en inglés o noruego, y las señales de tráfico parecen sacadas de Oslo. La erupción de La Palma es reducida a un telón de fondo exótico, y su gente, los verdaderos protagonistas de esta tragedia, son borrados de la historia en un acto que solo puede describirse como colonialismo cultural.
En su intento de abordar temas universales como la familia, la identidad y la supervivencia, La Palma no hace más que hundirse en un magma de mediocridad. Los conflictos familiares, supuestamente el corazón emocional de la serie, se resuelven con una superficialidad que roza lo cómico. En un momento, los personajes están al borde de la ruptura; al siguiente, una frase cursi pronunciada bajo una lluvia de ceniza parece sanar todas las heridas. Es como si Sundland hubiera olvidado que la tensión emocional necesita tiempo y cuidado para desarrollarse.
La Palma podría haber sido una obra valiosa, una oportunidad para explorar la resiliencia humana frente a la adversidad y para rendir tributo a una comunidad que afrontó una catástrofe real con una fuerza tectónica admirable. Sin embargo, lo que nos entrega es una serie que convierte un volcán de emociones potenciales en una fisura narrativa superficial, usando el desastre como un simple decorado. En su afán por contentar a todos, se desmorona en su propia incoherencia, incapaz de conectar con nadie. Sundland no solo deja escapar la esencia de La Palma; la convierte en una atracción hueca que traiciona su profundidad.
Mediometraje

4,5
609
3
23 de abril de 2023
23 de abril de 2023
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me arriesgué, sabiendo de sobras quiénes son los Power Rangers. De hecho, el único motivo por el que tomé el riesgo fue que se trata de un especial para nostálgicos aún sabiendo de la cutrez extrema de los planteamientos que suele proponer la franquicia. Pero solo quise recordar aquellos VHS que vi de pequeño y que me traen agradables recuerdos de atención a la pantalla por los colores en movimiento y las coreografías imposibles en batallas épicas.
Pero no, no he podido. Uno crece y se siente ridículo de las cosas que admiró en un pasado. Me pasa pocas veces que tenga ganas de apagar la pantalla al ver un producto audiovisual. Pero es que aquí, la historia es el padre de todos los clichés, el guion parece haber sido escrito por unos chimpancés en celo, es imposible imaginarse una trama más previsible y no hay ningún aliciente fuera de la nostalgia por la imágenes icónicas de la saga y un minuto musical que salven este esperpento.
Espero que el poder del dinosaurio esté con vosotros y podáis salvar alguna cafetería bien iluminada del centro al acecho de soldados bailarines feos con mallas apretadas. Yo ya no estoy para estos trotes.
Pero no, no he podido. Uno crece y se siente ridículo de las cosas que admiró en un pasado. Me pasa pocas veces que tenga ganas de apagar la pantalla al ver un producto audiovisual. Pero es que aquí, la historia es el padre de todos los clichés, el guion parece haber sido escrito por unos chimpancés en celo, es imposible imaginarse una trama más previsible y no hay ningún aliciente fuera de la nostalgia por la imágenes icónicas de la saga y un minuto musical que salven este esperpento.
Espero que el poder del dinosaurio esté con vosotros y podáis salvar alguna cafetería bien iluminada del centro al acecho de soldados bailarines feos con mallas apretadas. Yo ya no estoy para estos trotes.
7
21 de enero de 2023
21 de enero de 2023
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Demuestra mediante un documento aparentemente insignificante, que con curiosidad y esfuerzo se puede lograr un relato cautivador. Aunque la recreación del reportaje sea bastante austera, su desarrollo me hace sentir continuamente implicado en descubrir los interrogantes que plantea desde su inicio, y que además va generando a medida que avanza su historia. Un documental que radia pasión por ensalzar el recuerdo de las pequeñas cosas, pero que demuestra que una vez están construidas, resultan tan monumentales como el amor por honrar la memoria.

7,0
26.707
8
3 de noviembre de 2020
3 de noviembre de 2020
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Su brillante puesta en escena, y especialmente sus perturbadoras premisas, crean un film, único, incomparable y especialmente magnético que aguarda suspense, sexualidad, intriga, y un juego rocambolesco de humor negro y psicologismo que come de la mano de las perversiones más intimas de Lanthimos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Quizá podríamos aventurarnos como espectadores a crear hipótesis sobre lo arriba que quiere poner las expectativas el largometraje, desde abarcar la dualidad de nuestra realidad, con el Mito de la Caverna de Platón a la tesis del constructivismo psicológico de Piaget y Vigostsky o quizá más afinado aún; una crítica a la educación humana desde la comparativa entre la psicología inversa y el refuerzo positivo , la base de la educación de nuestras mascotas y que de alguna manera son parte de lo incuestionablemente más querido que tenemos.
Pero no seria más que parafernalia, aviones de plástico aterrizando en un jardín o madres amenazando a sus hijos de que parirán un perro. Creo sinceramente que la suerte de Lathimos es precisamente, convertir sus perversidades en una teatralización coherente y finita, sin más, pero con todo el valor que se debe presuponer a un experimento complicado pero eficiente, que es tan imposible que no interpele a tu sensibilidad como que lo olvides.
Pero no seria más que parafernalia, aviones de plástico aterrizando en un jardín o madres amenazando a sus hijos de que parirán un perro. Creo sinceramente que la suerte de Lathimos es precisamente, convertir sus perversidades en una teatralización coherente y finita, sin más, pero con todo el valor que se debe presuponer a un experimento complicado pero eficiente, que es tan imposible que no interpele a tu sensibilidad como que lo olvides.
8
5 de junio de 2020
5 de junio de 2020
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nada es lo que parece, esto no va de divorcios, niños desaparecidos, problemas psicoanalíticos ni de temperaturas extremas. Son puros pretextos. Es la desolación que siente Andrey Zvyagintsev a causa de un país que avanza a través del tiempo sostenido inoportunamente por los traumas de su pasado colectivo, su presente psicopático de sentimientos imposibles y su futuro venidero que es incapaz de sobrellavar los infortunios huraños de sus ayeres. Creo que nunca había sentido algo parecido ante un ejercicio cinematográfico, sufro con angustia y con tristeza los lamentos del director, en un escenario dónde nada se puede salvar ni expiar. Quizá, la apariencia de creer seguir vivo a través de algún eco profano, o de algún apego intrascendente o del sonido de una pantalla en dónde se relata una guerra próxima. Pero no es más que frío, mucho frío.
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