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7
8 de mayo de 2009
8 de mayo de 2009
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mucho se ha comparado Terribly Happy con los hermanos Coen, y en efecto, guarda varias similitudes (las miradas furtivas de los hogareños hacia el extraño, el absurdo como generador de tragedias, un prólogo análogo al de No es país para viejos), pero la importancia de estas va decreciendo conforme avanza la película y va adoptando una personalidad propia, con algunos estereotipos del cine negro, sí (chica misteriosa de la que nunca llegamos a saber si es una zorra o una santa (una femme fatale en toda regla, vamos); el novio dominante, bruto y tocapelotas del protagonista), pero coge la premisa de pueblo pintoresco en el que nada parece ocurrir pero mil habas se cuecen, y lo adapta a la idiosincrasia de Skarrild.
Jugadores de cartas, niñas paseando a peluches por la noche, las cañas como un juego de honor similar a la esgrima y barro en el que, si te descuidas un sólo segundo, acabarás hundido. Elementos distintivos que, sin duda, difuminan posibles resquicios de plagio, préstamo de estilos o abuso de influencias, y confirman a Terribly Happy como una opción segura si se quiere optar por algo diferente.
Jugadores de cartas, niñas paseando a peluches por la noche, las cañas como un juego de honor similar a la esgrima y barro en el que, si te descuidas un sólo segundo, acabarás hundido. Elementos distintivos que, sin duda, difuminan posibles resquicios de plagio, préstamo de estilos o abuso de influencias, y confirman a Terribly Happy como una opción segura si se quiere optar por algo diferente.

7,6
60.357
7
1 de octubre de 2011
1 de octubre de 2011
12 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tenía bastantes reticencias iniciales a ver The Artist. A todo el mundo parecía entusiasmarle la idea de que se hiciese una película emulando los modos del cine mudo. A mí me parecía un burdo anacronismo para ganarse el favor de los carcas. Vivimos en un tiempo en el que se desaprovechan los medios y recursos cinematográficos en pos de una lista de clichés que parece no tener fin. Las posibilidades del cine yacen enterradas bajo capas y capas de nada prefabricada. Los recursos nos hablan de cómo se entendía el cine en la época en que se utilizaron. Pero no podemos volver a entender las cosas como antes. Estamos atrapados en una consciencia actual y por eso me parecía ridículo volver a hacer cine como en los años 20. Debemos abordar el medio con nuestra comprensión actual, no retrotrayéndonos a la de 80 años.
Dicho esto, los primeros 20 minutos de The Artist no me emocionaron en absoluto. Era lo que me esperaba, una historia de amor impregnada de la ingenuidad de aquella época, todo impregnado del pasado. Pero de repente ocurre algo, el momento vaso, y la 4ª pared se rompe y las reglas anacrónicas establecidas también. La película alcanza aquí un momento de genialidad que fue recibido entre aplausos en el Festival de San Sebastián. De aquí en adelante, la película no vuelve a alcanzar ese instante de absoluto genio metalingüístico, pero sí que juega con el tema del sonido en el cine, contraponiendo la reticencia del protagonista a las nuevas técnicas con el ritmo implacable al que avanza una sociedad ruidosa, en la que precisamente el sonido juega un papel fundamental.
Aun cuando juega sobre terreno más seguro, la película está llena de ingenio en su realización y posee planos bellísimos (el espejo, ese doble bastardo de Jean Dujardin sobre el que vierte su vaso de alcohol), resultando siempre amena y estimulante. También se juega mucho con los intertítulos: un "¡Bang!" que parece la señal inequívoca de suicido resulta ser el choque de un coche. Y al perro de la película tienen que darle un Oscar, todas las escenas en las que sale él terminan en carcajada segura. Estos juegos formales, la cuidadísima estética con planos preciosos, la intermitente transgresión y las excelentes interpretaciones alejan a The Artist del ombliguismo en el que podría haber caído fácilmente.
Así pues, sólo queda animar a los escépticos que no crean hallar aquí nada más que una película "hecha como antes" a que la vean y juzguen por sí mismos. Y a los que ya tenían ganas de verla seguro que no les defrauda. The Artist es una propuesta que podríamos desear más radical pero que también se cuida de sucumbir a los vicios de la autocomplaciencia.
Dicho esto, los primeros 20 minutos de The Artist no me emocionaron en absoluto. Era lo que me esperaba, una historia de amor impregnada de la ingenuidad de aquella época, todo impregnado del pasado. Pero de repente ocurre algo, el momento vaso, y la 4ª pared se rompe y las reglas anacrónicas establecidas también. La película alcanza aquí un momento de genialidad que fue recibido entre aplausos en el Festival de San Sebastián. De aquí en adelante, la película no vuelve a alcanzar ese instante de absoluto genio metalingüístico, pero sí que juega con el tema del sonido en el cine, contraponiendo la reticencia del protagonista a las nuevas técnicas con el ritmo implacable al que avanza una sociedad ruidosa, en la que precisamente el sonido juega un papel fundamental.
Aun cuando juega sobre terreno más seguro, la película está llena de ingenio en su realización y posee planos bellísimos (el espejo, ese doble bastardo de Jean Dujardin sobre el que vierte su vaso de alcohol), resultando siempre amena y estimulante. También se juega mucho con los intertítulos: un "¡Bang!" que parece la señal inequívoca de suicido resulta ser el choque de un coche. Y al perro de la película tienen que darle un Oscar, todas las escenas en las que sale él terminan en carcajada segura. Estos juegos formales, la cuidadísima estética con planos preciosos, la intermitente transgresión y las excelentes interpretaciones alejan a The Artist del ombliguismo en el que podría haber caído fácilmente.
Así pues, sólo queda animar a los escépticos que no crean hallar aquí nada más que una película "hecha como antes" a que la vean y juzguen por sí mismos. Y a los que ya tenían ganas de verla seguro que no les defrauda. The Artist es una propuesta que podríamos desear más radical pero que también se cuida de sucumbir a los vicios de la autocomplaciencia.

7,9
139.590
7
28 de octubre de 2006
28 de octubre de 2006
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
2 horas y media (no sobra ni un minuto) de auténtico CINE. Al terminar, tanto a mí, como a mis amigos, como a la escasa gente que estaba en la sala (extraño en el estreno de una película tan esperada) les había gustado, y mucho.
Tras la buena "Gangs of New York" y la (en mi opinión) un tanto decepcionante "El aviador", Martin Scorsese vuelve a ser lo que era no hace mucho tiempo (Taxi Driver, Toro Salvaje) en un film que me recordó especialente a "Uno de los nuestros", aunque no vaya más allá de lo anecdótico, pues son películas muy diferentes.
En la comparación con sus dos últimas películas, pues considero que es bastante (muy) superior a "El aviador" y ligeramente superior a "Gangs of New York".
Tiene detalles, y golpes de efecto que ponen una intensidad y una originalidad que es muy de agradecer en estos tiempos. Buenas actuaciones (Leo, Dammon, Whalberg, que tampoco lo hacen de maravilla, la verdad), excelentes actuaciones (Nicholson, Baldwin, Sheen, es el peso de la veteranía jeje) y sobretodo una buenísima historia.
Todo está medido al milímetro. Es decir, un apartado técnico en el que se incluyen música, fotografía, montaje, efectos especiales, encuadres… TODO PERFECTO.
Película 100% Scorsese. La historia ante todo es SÓLIDA, y tras ese adjetivo se le pueden atribuir muchísimos más. Ahonda en los personajes para meterse en la situación, escenas de acción y golpes espectaculares, giros INESPERADÍSIMOS, dialogos BRILLANTES, buenas y excelentes interpretaciones y un par de escenas que chirrían en el conjunto. Eso es para mí "Infiltrados" ("The Departed").
Resumiendo, espléndido cine negro, con las necesarias y precisas escenas de acción, con un ritmo apabullante y un estilo que hacen saber a cada segundo que Scorsese es el director y buffff, no sé que más decir.
Que vayais a verla, por supuesto, es muy recomendable. No creo que decepcione a mucha gente, aunque ya se sabe que para gustos…
Si no la habeis visto y estais dudando, no lo hagais. Vedla!! Jajaja…
Tras la buena "Gangs of New York" y la (en mi opinión) un tanto decepcionante "El aviador", Martin Scorsese vuelve a ser lo que era no hace mucho tiempo (Taxi Driver, Toro Salvaje) en un film que me recordó especialente a "Uno de los nuestros", aunque no vaya más allá de lo anecdótico, pues son películas muy diferentes.
En la comparación con sus dos últimas películas, pues considero que es bastante (muy) superior a "El aviador" y ligeramente superior a "Gangs of New York".
Tiene detalles, y golpes de efecto que ponen una intensidad y una originalidad que es muy de agradecer en estos tiempos. Buenas actuaciones (Leo, Dammon, Whalberg, que tampoco lo hacen de maravilla, la verdad), excelentes actuaciones (Nicholson, Baldwin, Sheen, es el peso de la veteranía jeje) y sobretodo una buenísima historia.
Todo está medido al milímetro. Es decir, un apartado técnico en el que se incluyen música, fotografía, montaje, efectos especiales, encuadres… TODO PERFECTO.
Película 100% Scorsese. La historia ante todo es SÓLIDA, y tras ese adjetivo se le pueden atribuir muchísimos más. Ahonda en los personajes para meterse en la situación, escenas de acción y golpes espectaculares, giros INESPERADÍSIMOS, dialogos BRILLANTES, buenas y excelentes interpretaciones y un par de escenas que chirrían en el conjunto. Eso es para mí "Infiltrados" ("The Departed").
Resumiendo, espléndido cine negro, con las necesarias y precisas escenas de acción, con un ritmo apabullante y un estilo que hacen saber a cada segundo que Scorsese es el director y buffff, no sé que más decir.
Que vayais a verla, por supuesto, es muy recomendable. No creo que decepcione a mucha gente, aunque ya se sabe que para gustos…
Si no la habeis visto y estais dudando, no lo hagais. Vedla!! Jajaja…
9
26 de octubre de 2009
26 de octubre de 2009
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Crumb no sólo llega a la raíz de la motivación artística, a describir con convicción la necesidad de hacer algo (lo que sea) que te aparte de la mugre que te acompaña día tras día, a amar apasionadamente el viejo y polvoriento cómic encerrado al fondo del último cajón que tan puramente rendía tributo a la inocencia de Bobby Driscoll.
No sólo es un impecable retrato a fondo del artista.
Muestra lo irreversiblemente nocivo de los lazos familiares, la extraña aparición de las orientaciones sexuales menos esperadas, el peligro que supone una estancia permanente en la frivolidad de la fama, en su mundo y con sus reglas, que puede llevarse a tu genio por delante a ritmo de rayas y de mujeres que jamás se habrían fijado en tu enclenque figura de no ser por tu obra. El abatido gesto de aislarse cuando la sociedad ya te ha tirado toda la mierda que podía. La angustia de ser talentoso y ver que las estructuras que deberían darte alas sólo fomentan el más ciego servilismo. Todo esto se expresa mediante declaraciones de tres hermanos, pero sobre todo, atendiendo a un hombre del que sólo me atrevo a decir sus iniciales: C.C. Cuando Crumb acaba, sólo esperas poder escapar pronto de la sensación de frustración y abatimiento que deja el haberse acercado un poco más a nuestra incierta naturaleza.
No sólo es un impecable retrato a fondo del artista.
Muestra lo irreversiblemente nocivo de los lazos familiares, la extraña aparición de las orientaciones sexuales menos esperadas, el peligro que supone una estancia permanente en la frivolidad de la fama, en su mundo y con sus reglas, que puede llevarse a tu genio por delante a ritmo de rayas y de mujeres que jamás se habrían fijado en tu enclenque figura de no ser por tu obra. El abatido gesto de aislarse cuando la sociedad ya te ha tirado toda la mierda que podía. La angustia de ser talentoso y ver que las estructuras que deberían darte alas sólo fomentan el más ciego servilismo. Todo esto se expresa mediante declaraciones de tres hermanos, pero sobre todo, atendiendo a un hombre del que sólo me atrevo a decir sus iniciales: C.C. Cuando Crumb acaba, sólo esperas poder escapar pronto de la sensación de frustración y abatimiento que deja el haberse acercado un poco más a nuestra incierta naturaleza.
28 de mayo de 2009
28 de mayo de 2009
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Terry Zwigoff incide en la crítica al mundo del arte que ya bosquejó en Ghost World, adaptando de nuevo un cómic de Daniel Clowes, que es un estupendo y ácido retrato de todo lo que gira alrededor de una escuela de arte. La película mantiene ese retrato, pero centrándose más en la frustración del verdadero artista y en su esfuerzo no reconocido. Las ilusiones que Jerome, un joven estudiante con potencial artístico orientado a la pintura, deposita en una escuela de arte, caerán en saco roto al comprobar la clase de personas que por ahí pululan: un mar de modernos, gafapastas y pedantes de todo tipo.
Las escenas de las clases impartidas por John Malkovich resultan especialmente reveladoras. Puede verse un trozo de goma pegado en un cartón y defendido por su autor con palabrería vacía. No hay inquietudes plasmadas, todo es falso. Por eso conmueve la escena en la que Audrey, el amor platónico de Jerome, busca entre la basura de un contenedor un resquicio de autenticidad, de lo que debieron buscar el resto de estudiantes: el retrato que le hizo Jerome. La presencia de este amor platónico es necesaria para empatizar con el protagonista y evitar la sensación de monotematismo, así como la incursión de un estrangulador que redondea el mensaje final del film (explicado en el cuarto párrafo). Lo digo por comentarios que he leído en los que se decía que no venía a cuento.
Las escenas de las clases impartidas por John Malkovich resultan especialmente reveladoras. Puede verse un trozo de goma pegado en un cartón y defendido por su autor con palabrería vacía. No hay inquietudes plasmadas, todo es falso. Por eso conmueve la escena en la que Audrey, el amor platónico de Jerome, busca entre la basura de un contenedor un resquicio de autenticidad, de lo que debieron buscar el resto de estudiantes: el retrato que le hizo Jerome. La presencia de este amor platónico es necesaria para empatizar con el protagonista y evitar la sensación de monotematismo, así como la incursión de un estrangulador que redondea el mensaje final del film (explicado en el cuarto párrafo). Lo digo por comentarios que he leído en los que se decía que no venía a cuento.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La película también explora un fenómeno muy presente en casi cualquier sitio: la aleatoriedad de la opinión. Una voz se planta y dice que esta obra es esplendorosa, un cuantioso rebaño le sigue y surgen adeptos de la nada. Otra voz surge, pero no de la necesidad de exponer su opinión sin ataduras, sino de la de hacerse notar. Criticará esa obra por el mero gusto de ir a contracorriente, lo que le acabará reportando un ansiado bienestar social (y una falsa imagen de reivindicador de lo underground). Luego descubres que él mismo había lanzado piropos de la obra en un principio.
Esa hipocresía también se extiende a la consideración que se le tiene al artista. Tal y como se sugiere en el film, la aparición de un boom sensacionalista que incrementa su popularidad da pie a que la opinión pública cambie radicalmente. La situación llega a ser paradójica; tras haberlo intentado todo de los modos más legítimos posibles, es de la forma más delirante y casual que los que antes le ninguneaban ahora se adjudiquen el mérito de conocerle, dándole palmaditas en la espalda y sonriéndole para que firme contratos millonarios. En medio de esta absurda marejada de mercantilismo, donde las motivaciones y propósitos más banales y ególatras salen a relucir, se pierde de vista lo más importante: la obra, aquello de lo que nunca llega a hablarse realmente.
El panorama que muestra Zwigoff es desolador. El mundo del arte está lleno de estúpidos que nada saben sobre él. Las escuelas de arte no sirven para nada. No importa lo buena que sea tu obra, ni lo mucho que te hayas esforzado en ella, sólo el saber venderte, a cualquier precio. Pero Art School Confidential es, ante todo, una feroz crítica a esos artistas de pose que se aprovechan de la relatividad en el arte para introducir un bestial “todo vale”, con intención de suplir sus flagrantes carencias creativas. Y triunfan, dejando al verdadero talentoso en la sombra y el olvido.
Esa hipocresía también se extiende a la consideración que se le tiene al artista. Tal y como se sugiere en el film, la aparición de un boom sensacionalista que incrementa su popularidad da pie a que la opinión pública cambie radicalmente. La situación llega a ser paradójica; tras haberlo intentado todo de los modos más legítimos posibles, es de la forma más delirante y casual que los que antes le ninguneaban ahora se adjudiquen el mérito de conocerle, dándole palmaditas en la espalda y sonriéndole para que firme contratos millonarios. En medio de esta absurda marejada de mercantilismo, donde las motivaciones y propósitos más banales y ególatras salen a relucir, se pierde de vista lo más importante: la obra, aquello de lo que nunca llega a hablarse realmente.
El panorama que muestra Zwigoff es desolador. El mundo del arte está lleno de estúpidos que nada saben sobre él. Las escuelas de arte no sirven para nada. No importa lo buena que sea tu obra, ni lo mucho que te hayas esforzado en ella, sólo el saber venderte, a cualquier precio. Pero Art School Confidential es, ante todo, una feroz crítica a esos artistas de pose que se aprovechan de la relatividad en el arte para introducir un bestial “todo vale”, con intención de suplir sus flagrantes carencias creativas. Y triunfan, dejando al verdadero talentoso en la sombra y el olvido.
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