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España España · Los Alcázares
Críticas de FGI
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Críticas 22
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
2
26 de agosto de 2016
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Saura Medrano sigue la estela de su padre, el gran Carlos Saura, pero la toma en su peor momento, el de las historias en las que el viejo disidente se empeñaba en encontrar sus héroes en el lumpen.

En realidad, Saura padre nunca se interesó por la clase obrera. Lo suyo era fustigar a la burguesía por cómo vivía, no por cómo se ganaba la vida. O sea, corroer la sociedad existente sin aportar el germen de una mejor. Tuvo que caer la dictadura para que Saura incorporase a sus historias el personaje del héroe. Ahora sí bajó a los suburbios para buscarlo, pero siguió sin entrar en las fábricas. Y encontró en el delincuente habitual y el heroinómano al héroe que nunca quiso ver en el obrero.

Para contar su primera historia, Saura Medrano toma el testigo de su padre y se va a buscar sus héroes no al Villaverde obrero, sino al nido de yonquis, que es lo que le fascina. Como soporte toma un guion superficial y aburrido de los Casariego, que tampoco él sabe mejorar, en el que se relatan las andanzas de tres mamarrachos a los que basta con autotitularse “los tres capitanes” para forjarse un aura mística a los ojos de los más jóvenes. La insistencia y el énfasis con que se repite una y otra vez lo de los capitanes, revela una pretensión ilusoria de que también el espectador alucine con el carisma de semejantes desperdicios humanos. Para lograrlo habría que crear un personaje, pero Saura no va más allá de cuatro tópicos. En resumen, amenazas, audacias mezquinas, joder, cabrón, hijoputa... Un trovador, mientras salen los créditos finales, glosa el mensaje y lo remata con un ¡Me cago en el amor! ¿Tiene eso algo que ver con lo sugerido por el título?
FGI
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4
26 de agosto de 2016
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
José Luis, próspero fabricante de máquinas tragaperras, marido abnegado de una mujer de estricta moral católica y padre fervoroso de un hijo adolescente, ha formado en torno suyo una familia que la comisión episcopal no dudaría en bendecir. La única sombra es la creciente preocupación de la mujer, respecto a la conducta del hijo, en su opinión demasiado liberal. Sus temores se hacen realidad la noche en que el chico se presenta en casa con una amiga y la pretensión de alojarla en su habitación. Concretamente, en su cama.

El propósito de Mercero parece que está claro: demostrar que los preceptos del nacional-catolicismo, que presentaban a la mujer como principal defensora de la familia, eran pura retórica ya que, en la práctica, provocaban efectos contrarios a los pretendidos. Lástima que a Mercero le ocurra otro tanto: su lenguaje es tan didáctico que también se convierte en retórico. Con la misma intención, pero mucho más acierto, Miguel Picazo había escrito y dirigido varios años antes "La tía Tula" (1964), película construida con la sutileza y profundidad suficientes para que el espectador sintiese como suyo el desgarro de los protagonistas (y del país).

Pero a poco que se ahonde en la comparación entre ambos filmes se descubrirá una diferencia más importante: la relativa al enjuiciamiento a la mujer. Picazo, crítico social, no deja dudas sobre la culpabilidad de una doctrina represora del placer; Mercero, misógino, se esfuerza en demostrar el carácter intransigente de las mujeres frente a unos hombres bonachones y llevaderos. Así, en casa del chico, cuando estalla el drama familiar, es el hombre quien se encarga de buscar soluciones yendo de aquí para allá, hablando con unos y otras, mientras la mujer se queda en el sofá con su reconcomio. Y cuando el pobre hombre, para solucionar el conflicto, trata de hacer valer sus atributos masculinos, la mujer va y se los hace guardar. Algo parecido sucede con los padres de la chica: el hombre, un tipo simpático al que no duda en aplaudir el padre del chico (¡qué manipulación más burda!), ha sido arrojado de casa por su mujer, que prefiere vivir solitaria y avinagrada antes que tolerar la vida alegre de su marido. En cuanto a la nueva generación, el chico es presentado como un corderito ingenuo llevado del ronzal por una chica espabilada que no dudará en dejarlo en la cuneta en cuanto él resista alguno de sus mandatos.

Como anécdota, Cristina Marcos canta la canción-moraleja "La próxima estación":

Al final las mismas cosas,
la ciudad en la ventana,
una estúpida mañana y yo,
un teléfono que suena,
un cubata que envenena,
una radio, un disco, una canción.
Y al final es lo de siempre
una noche y luego un día,
tú eres tuyo, yo soy mía y no,
siempre leo el mismo libro
entre el humo y entre el ruido
bajo unas estrellas de neón.

Siempre hay una próxima estación
siempre hay un lugar donde llegar,
siempre hay un amigo y una solución,
escápate conmigo, escápate conmigo,
que siempre hay una próxima estación...

Siempre hay una próxima estación
siempre hay un rincón donde esperar,
siempre hay un minuto donde pega el Sol,
siempre quedará la próxima estación.

Al final sólo un billete,
Y un adiós de andar por casa
un "qué tal", un "qué te pasa", un "no",
un te quiero que no quiere
o te escapas o te mueres,
tu razón no es nunca la razón.
Siempre hay una próxima estación...
FGI
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