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España España · Los Alcázares
Críticas de FGI
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Críticas 22
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
1 de mayo de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El lema de Carles Mira es no aburrir y sus preferencias el humor, el erotismo y la crítica social. En este film, contrasta la moralidad hosca y represiva de la cristiandad con la sensualidad alegre de los moriscos. El escarnio funciona, pero pasa por alto que, si mala es una, tampoco la otra es un modelo a seguir, ya que consiste en que los hombres, aunque viejos y desdentados, disfruten de mujeres jóvenes y sanas que deben entregarse a ellos con una sonrisa. Para eso son esclavas. Erotismo machorro, propio de la transición española.

El formato es de vodevil con números de Enric Murillo (música) y Carles Mira (letras). La coreografía es poco exigente: Carles Mira decía que sus películas eran como las fallas: para verlas y después quemarlas. Celia Zaragozá, en su única aparición en el cine, recuerda la danza que Ángela Molina interpretaba cinco años antes en "La portentosa vida del padre Vicent". Como es habitual en el género, la representación culmina con una apoteosis en la que toda la compañía desfila por el escenario mientras canta "Ven, cariño, ven con nosotros al harén, pásatelo bien con nuestro vaivén".

En resumen, hay películas que pueden volverse a ver sin empacho, bien por su calidad, bien por su riqueza en detalles. Ésta lo es por lo segundo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
FGI
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7
25 de febrero de 2018
26 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida de Evan Birch, casado y con dos hijos, profesor de filosofía y autor de un libro elogiado por colegas y alumnos, discurre en un ambiente apacible que le permite soterrar un episodio turbio de su pasado. Pero esta placidez, sólo aparente, se ve alterada cuando una serie de evidencias señalan a Evan como principal sospechoso de la desaparición de una alumna del centro donde él trabaja. La investigación reaviva aquel episodio que se saldó con su expulsión de la Universidad por una supuesta relación con una alumna.

Guion de Matthew Aldrich sobre la novela "El hombre giratorio", de George Harrar (Abington, Pennsylvania, 25 julio 1949), ambos de escasa filmografía. El carácter europeo de la producción se deja sentir de un modo favorable en los diálogos, desprovistos de las bobadas y palabras gruesas que saturan el cine norteamericano, y en la contención gestual (excepto en la secuencia en que el matrimonio saca a relucir sus trapos sucios en público y a pleno pulmón). El director y el músico son suecos; la fotógrafa, inglesa; la directora artística, holandesa... La misma diversidad se da entre los intérpretes principales: Guy Pearce, anglo-australiano; Pierce Brosnan, irandés; Minnie Driver, inglesa; Odeya Rush, israelí...

La originalidad y principal atractivo de este thriller es la paradoja que envuelve a sus dos protagonistas, un profesor de filosofía que no concede fiabilidad a la memoria y un inspector de policía que trata de incriminarlo en la desaparición de una alumna. Durante la investigación, el profesor se declara inocente. Sin embargo, las evidencias, el recelo de su entorno familiar y profesional y, sobre todo, su propia inclinación por las jóvenes... (spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
FGI
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6
25 de octubre de 2017
10 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Realización impecable, narrativa irregular y moralidad oprobiosa. El tandem Tamayo-Mur Oti quiere hacer pasar por homenaje lo que en realidad es un llamamiento a la mujer para que lleve con resignación, incluso orgullo, una vida de sacrificio en favor del hombre. La falsedad parte ya de la estructura del relato, con varias parejas en las que la esposa realiza las tareas de la casa, cuida de los hijos y aún aporta dinero cosiendo y planchando para fuera, mientras el marido se pasa el día lamentando su mala suerte.

La historia, bien dialogada y bien filmada, camina con paso firme hasta que de golpe, se derrumba. Esto sucede cuando entra en escena el personaje infumable de una prostituta que, en un proceso de conversión, que tiene más de místico que de social, abjura del lujo pecaminoso y abraza la virtud del ama de casa. En consecuencia, cambia sus vestidos de noche por el delantal y disfruta fregando escaleras con un estropajo.

Paralelamente, los maridos, que hasta ese momento han sido mostrados como inútiles, aprovechados, egoístas y ridículos, sufren el ataque de un virus extraño, probablemente la variante masculina del que atacó a la prostituta, y se convierten en hombres de pro. El caso más significativo es el del inventor de cosas inventadas, que sin haber dado jamás un palo al agua, agarra un pico y trabaja veintidós horas seguidas, sin descansar ni para comer, y aún estaría dando picotazos si no se lo hubiera impedido el capataz. El milagro se complementa con la ausencia de agujetas, tirones de espalda u otros achaques que habría sufrido cualquier individuo normal. Pero es que sobre él recae la responsabilidad de reivindicar a su género.

Tratándose de mujeres no podía faltar el tema de la maternidad obligada. Hijos los que Dios envíe, dice la comadrona, y para que así conste, abofetea al padre que reniega de sus hijos, a los que no puede alimentar, cuando se atreve a expresar el deseo de que su mujer, nuevamente embarazada, aborte.
FGI
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6
21 de enero de 2017
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Guion basado en un “hecho real” descrito por Richard Phillips y Stephan Talty en su relato "A captain's duty: Somali pirates, Navy SEALS, and dangerous days at sea". El incidente tuvo lugar en 2009, cuando el buque carguero Maersk Alabama fue secuestrado por un grupo de piratas somalíes en aguas internacionales frente a las costas de Somalia. Despreciando la mercancía, el interés de los piratas se centró en conseguir una suma millonaria a cambio de Richard Phillips, capitán del barco.

Film de acción y suspense, pero sobre todo de propaganda gubernamental. Casi desde su invención el cine se convierte en la herramienta más eficaz de cualquier gobierno para divulgar una moral y reforzar el espíritu patrio. Este segundo objetivo puede conseguirse mediante dos vías: el triunfalismo o el acongoje del ciudadano. Capitán Phillips suscribe mayormente la segunda.

En el cine estadounidense, si la amenaza procede de una gran potencia el enemigo despiadado puede ser comunista, nazi o extraterrestre; si proviene del tercermundismo será piel roja, bóer o zulú. En el caso de Capitán Phillips los zulúes se han cambiado por piratas somalíes, que, por estar más de moda, venden más.

Si seguimos diseccionando el cine estadounidense, vemos que para provocar la angustia del espectador ha desarrollado un par de modelos: la caravana en círculo, rodeada de salvajes que aúllan mientras dan vueltas para que los cowboys los vayan eliminando uno a uno con la eficacia mortífera de sus Winchester, y la chica sola en la oscuridad sin más recursos defensivos que su inteligencia y su instinto de supervivencia.

Se ve que Phillips le tira más Audrey Hepburn que John Wayne, ya en un país en el que cada año se producen miles de muertes por arma de fuego y los bancos te regalan una pistola por abrir una cuenta, ni él ni ninguno de sus hombres guarda una minúscula Derringer en la bocamanga.

El acongoje está servido. Pero tampoco es bueno que el ciudadano estadounidense parezca inerme ante la creciente agresividad extranjera. Para recuperar esa imagen de poderío militar de la que tan orgulloso se siente el americano del Norte, avanzada la película entra en escena el Séptimo de Caballería desplegando un impresionante potencial armamentístico: acorazados, helicópteros, ametralladoras con teleobjetivo y todo lo necesario para dejar claro quién va a ganar el pulso. La única duda que mantiene al espectador retrepado en su butaca es qué va a pasar con Phillips (desde que el capitán salió del barco el resto de la tripulación ya no nos interesa).

En este punto, el espectador se ve abocado a la esquizofrenia. Como miembro del país más poderoso del mundo, su armada lo hace sentir invencible, pero como individuo aislado, Phillips le recuerda su fragilidad. Hay entonces un momento crucial. Phillips, que ha expresado su necesidad de orinar, hace caer al mar a su guardián y se arroja él mismo al agua para ganar a nado alguna lancha de rescate. Es la ocasión que todo el mundo esperaba. Ahora el acorazado volará la pequeña embarcación de los piratas, su jefe será capturado y Phillips rescatado. Pero la Caballería no se entera y el drama se prolonga otra hora más.

En mi opinión, Greengrass dirige con nervio y Hanks transmite bien los sentimientos de su personaje, pero el guion, con un exceso de tira y afloja y alguna situación no bien resuelta, acaba por hacerse demasiado largo.
FGI
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3
7 de enero de 2017
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cartel publicitario de este film muestra a uno de los mayores asesinos del mundo plegando sus manos en una oración al Dios del Vaticano. La imagen se subraya con un lema: “Todo el poder del mundo no puede cambiar el destino”. O sea que Coppola y Puzo han convertido al materialista lúcido en un meapilas fatalista.

Pienso que películas tan redondas como “El Padrino” no necesitan una secuela, y mucho menos formar parte de una trilogía. Aun así, puedo reconocer en la segunda entrega buena parte de las esencias de la primera e incluso alguna aportación. La tercera, en cambio, estrenada 16 años después de la segunda, llega tarde y, a mi juicio, mal.

Todavía sin verla, a la inquietud producida por el cartel publicitario se suma la del reparto. Si el primero, con Brando, Duvall, Pacino y Keaton, alcanzaba cotas irrepetibles, en este epílogo innecesario, las ausencias de Brando y Duvall se han intentado suplir con Andy García y George Hamilton, dos actores inanes. Tampoco los diálogos entre García y Sofia Coppola, previsibles, rutinarios, pueden reeditar los de Pacino y Keaton, cargados de tensión y enseñanza entre velada. A García se le da cancha, pero ni sabe ni puede sacar partido de un personaje que parece injertado de otros cines: guardaespaldas providencial, jinete inverosímil,...

En la película original todo parecía sorprendentemente nuevo. Incluso los elementos prestados, como la escalera inspirada en Potemkin, tenía un aire de revisión meritoria. La matanza de rivales sucedía en escenarios que iban desde la cotidianeidad de una sauna al pórtico suntuoso de una catedral. Aquí, en cambio, se busca deslumbrar al espectador con un artificio técnico al que ya está acostumbrado: el estruendo de las hélices, los proyectiles destrozando una cúpula de cristal, conscientes de a quien deben matar y a quien respetar, el caos en el que sólo el héroe sabe desenvolverse... Todo parece una mala copia. Hasta los elementos secundarios, como el caballo, que en 1972 nos había provocado un escalofrío inesperado, y en 1990 debe conformarse con un papelito vulgar, propio de un western de tercera, para que el héroe se luzca como jinete urbano y justiciero.

Con “El Padrino III”, Coppola y Puzo saltan del documento social al thriller de entretenimiento (aburrimiento) y de la denuncia al encubrimiento. Porque mucho se ha escrito sobre la audacia con que se muestran los trapicheos de la Iglesia, pero cualquier crítica a la santa institución se disuelve cuando Michael Corleone identifica honradez y sentimiento religioso: “Es un hombre honrado, un hombre de Dios”, dice del cardenal Lamberto (futuro papa Juan Pablo I). La aparente osadía de escenificar su envenenamiento por el arzobispo Gildey no es más que una reedición de esa falacia, a la que tan adictos son los aduladores del Poder, que consiste en ensalzar la bondad del patrón culpando al capataz de todas las maldades.
FGI
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