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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 923
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
24 de septiembre de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por múltiples motivos concurrentes, “A sangre fría” es una de las películas más importantes del cine de los años 60 y, sin duda, precursora temática y estilísticamente del mejor cine de la historia que estaba por llegar, el Nuevo Hollywood de los años 70. Sin duda, todo ello nace de la concurrencia de dos genios inmortales: el texto literario primigenio de Truman Capote y la capacidad para trasladarlo a imágenes magistrales por parte de un genio siempre infravalorado llamado Richard Brooks, creador de obras maestras que han marcado mi vida de la dimensión de “La gata sobre el tejado de zinc”, “Dulce pájaro de juventud” o “El fuego y la palabra”. El resultado final resulta hipnótico e imprescindible y deja huella.

Porque no sólo estamos ante el nacimiento, de la mano de Truman Capote, de la novela de no ficción, del texto novelado periodístico, sino además ante uno de los alegatos más sentidos y profundos contra la terrible pena de muerte, creando un film eterno que hay que ver en conjunción con “El verdugo” de Luis García Berlanga o “Pena de muerte” de Tim Robbins. Porque el texto novelístico de Capote, como el film de Brooks, no se contentan con la parte del thriller que acompaña a toda la investigación del terrible crimen que tiene lugar en el que dos criminales asesinan a una familia de cuatro miembros en su casa sin causa aparente, sino que quieren y pueden hundir sus raíces en las historias de los dos criminales que lo perpetran, para entender el cómo y el por qué, las razones y motivos que llevan a cometer un delito tan atroz. Y es en esa tesitura donde se despega del noir tradicional para trascender muchísimo más allá.

Para ello, Richard Brooks demuestra que es uno de los más importantes cineastas de la historia, primero, adaptando él mismo la novela de Capote a guión y, después, creando imágenes en un blanco y negro expresionista insuperable y, sobre todo, a través de un alarde de montaje sin precedentes, rompiendo constantemente la continuidad de las escenas para cambiar de ubicación y personajes al corte de plano. Aún a día de hoy sigue fascinando la modernidad perfecta con la que consigue tamaño reto hercúleo. Sin duda, la dirección de fotografía de Conrad Hall tiene mucho que ver en ello.

Tampoco resulta menor la ambientación musical, a cargo de un tal Quincy Jones, ni más ni menos, que imprime ritmos jazzísticos mezclados con armonías propias de la música tradicional norteamericana para conformar una BSO inolvidable que hace volar a los 137 minutos de su metraje.

Como impresionantes resultan las interpretaciones del desconocido dúo de actores que protagonizan la cinta: tanto Robert Blake como Scott Wilson resultan magistrales encarnando a los aparentes monstruos que esconden una naturaleza humana frágil sobre los que gravita un film imprescindible.
Sergio Berbel
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8
23 de septiembre de 2024
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Christian Petzold es uno de los más importantes renovadores del melodrama clásico al estilo Douglas Sirk, junto con Todd Haynes en el cine norteamericano o nuestro Pedro Almodóvar. El creador de esa obra maestra llamada “El cielo rojo” no nos ofrece con “En tránsito” una gran película, pero sí una propuesta loable, oportuna y con una reseñable dosis de interés, a pesar de los riesgos temáticos que asume (como también ocurriera en “Ondina”).

Su propuesta es muy osada, al desubicar temporalmente el momento de la ocupación nazi de Francia y descontextualizarla para ambientarla en la actualidad y mezclarla con el momento aterrador que nos ha tocado vivir, ese en el que de nuevo las personas solo valen lo que valen los papeles que pueden exhibir ante las fuerzas represoras de los estados fascistas. Mirar a la II Guerra Mundial no para adivinar lo que nos viene, sino lo que ya está aquí. En eso Petzold resulta oportuno y necesario, justo en estos tiempos en los que el fascismo y el racismo y están más de moda que nunca. Y ello a pesar de cierta tendencia a alambicar en demasía su guión, el pecado original del film, firmado por el propio Petzold (adaptando la novela de Anna Seghers), convirtiendo la historia de refugiados en algo farragosa en algunos momentos y con algún giro argumental quizás un tanto excesivo y que exige demasiado de la credibilidad del espectador, con un evidente y expreso homenaje final a “Casablanca” de Michael Curtiz incluido.

Mezclar oportunamente refugiados del Magreb en una presunta Francia ocupada por los nazis pero ambientada en la más rigurosa actualidad, es una imaginativa forma de poner ante los ojos acomodados de la burguesía europea que la historia es cíclica y siempre se repite, para nuestra desgracia y como estamos constatando en estos tiempos. En el fondo, es la historia de alguien que se hace pasar por un escritor muerto para poder huir del horror del fascismo y que, por el camino, se enamora de una mujer a la búsqueda de su marido. Entonces eran judíos, pero Petzold, al mostrarnos un eterno contemporáneo, nos recuerda que pueden ser los migrantes del siglo XXI perfectamente.

Por supuesto, como en todo film de Petzold, no puede faltar el recital interpretativo de esa musa del cine europeo llamada Paula Beer, perfectamente secundada (como ocurriera en “Ondina”) por Franz Rogowski.

Igualmente brilla la dirección de fotografía del habitual Hans Fromm, que quizás no hubiera necesitado de la constante voz en off que nos va narrando lo que nuestros propios ojos pueden ver. En cualquier caso, no deja de ser la propuesta justa y adecuada en un momento histórico en el que se la necesita más que nunca para tocar nuestro corazón, demasiado ajado y frío ante el drama humano que nos rodea.
Sergio Berbel
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9
21 de septiembre de 2024
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El cineasta alemán Christian Petzold, el gran renovador del melodrama clásico junto con Todd Haynes y Pedro Almodóvar, se atreve con un giro de tuerca imposible e imprevisible mezclándolo con el realismo mágico y los mitos ancestrales en la fascinante, onírica y un tanto críptica “Ondina. Un amor para siempre”. Lo que comienza como uno de sus típicos melodramas, abandona en un momento dado la senda de lo racional y lo lógico para deslizarse por otros derroteros inexplicables y surrealistas pero fascinantes. Y todo ello acogido con una belleza formal apasionante y otra interpretación histórica de su musa Paula Beer.

En su arranque argumental, el guión del propio Petzold nos cuenta la historia de una chica que es guía urbanística en Berlín y que es dejada por su novio, al que advierte que el fin de la relación será el fin de sus vidas. Ese mismo día, el azar la cruza con un buzo industrial con el que comienza una nueva relación sentimental. Pero en sus apenas 89 minutos de metraje, el genio alemán sabe ir trastocando los hilos del melodrama y a los espectadores para ir girando la cinta poco a poco hacia lo ilógico y el realismo mágico de una manera fascinante que, lejos de molestar, embelesa y atrapa por hipnosis aunque se escape a todas las reglas de la razón.

Para ello, son fundamentales dos elementos: la perturbadora e hipnótica dirección de fotografía de Hans Fromm y, sobre todo y por encima de todo, la portentosa interpretación de su musa y una de las diosas del cine europeo, Paula Beer, gracias a la que obtuvo el máximo galardón interpretativo tanto en el Festival de Berlín como en los Premios del Cine Europeo.

Lo demás, consiste en abrir la mente y dejarse llevar por las imágenes imponentes del film y por su valiente y arriesgada propuesta argumental fuera de los límites de la realidad. Sin la menor duda, el esfuerzo vale y mucho la pena, mientras se paladea de forma obsesiva a lo largo del film un único tema musical, el Adagio en Re menor de Bach que se prende el alma como lo hace la protagonista de este film.
Sergio Berbel
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10
20 de septiembre de 2024
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sólo al genial cineasta alemán creador de melodramas Christian Petzold se le podía ocurrir mezclar una tragicomedia sobre la amistad y el autoconocimiento con la amenaza constante y terrible de los incendios forestales amenazando el idílico verano de unos jóvenes en una playa del mar Báltico. El resultado es magistral, colosal, fascinante, una conmovedora, divertida, emotiva y humana pieza de cámara que embelesa a cualquier espectador. Porque “El cielo rojo” es, simplemente, una maravilla a la que vale concederle una oportunidad prioritaria. Puede parecer que comienza como una película de Eric Rohmer, pero tras tamaña placidez y languidez, el espectador siempre nota que algo ominoso flota en el ambiente que hará que el tono del film cambie en cualquier momento, y no sólo por los incendios forestales que rodean y amenazan tan paradisiaco lugar.

Un film que se centra en dos amigos jóvenes que van a pasar unos días en la casa de playa familiar de uno de ellos en el Báltico. Felix quiere disfrutar y quizás comenzar a orientar su portfolio, pero Leon está profundamente amargado porque pretende ser escritor y sabe que el manuscrito de su segunda novela es profundamente malo. La sorpresa se materializa cuando descubren que en la casa hay alguien más viviendo, una chica invitada por la madre de Felix llamada Najda que además mete en la casa al socorrista de la playa y su amante, Devid. Entre los cuatro se van a producir extrañas líneas convergentes y divergentes que atraparán al espectador por el corazón y que le harán sentir muchas cosas distintas, a medio camino entre la comedia y el drama, pero siempre emocionantes. Sobre todas ellas, destaca la incomprensión ante la actitud perpetuamente hostil del frustrado escritor y todo lo que de ello se derivará.

Pero Petzold es un genio y siempre va más allá. Su compromiso ambientalista y ecologista lo remarca durante los etéreos 102 minutos de metraje del film (que saben a demasiado poco) con la presencia constante de los incendios forestales. Para mí, el otro gran terror de mi vida junto con las centrales nucleares. El film está estética y temáticamente marcado de principio por los fuegos que rodean a tan paradisíaco lugar y que, en manos de un cineasta tan excepcional como Petzold, nos regalan algunas de los planos más fascinantes de los últimos tiempos.

Todo ello bellísimamente fotografiado por la cámara de Hans Fromm y con unos encuadres siempre adecuados y esteticistas tan propios de ese genio llamado Christian Petzold. Pero, obviamente, en una propuesta así, el pilar fundamental está en sus interpretaciones y ahí el film pasa a ser “cum laude”, porque todo su elenco resulta magistral: desde Thomas Schubert como el insoportable Leon hasta Langston Uibel como el adorable Felix. Pero, claro, por encima de todos ellos, la gran protagonista que se devora cada plano en el que aparece es la gran Paula Beer, lo mejor de lejos de tanto bueno como la cinta ofrece, interpretando a una eterna Najda de la que resulta imposible olvidarse.

El guión, del propio Petzold resulta intocable, no puede quitarse o añadirse nada, puesto que combina de manera magistral drama y comedia a partes iguales, o sea, la vida misma, siempre con un sutil humor negro detrás de casi todas sus situaciones. Lógicamente y con todo merecimiento, se alzó con el Gran Premio del Jurado en el Festival de Berlín de 2023, como no podría ser de otra forma.
Sergio Berbel
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8
19 de septiembre de 2024
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En su segundo film como director, tras el estupendo drama familiar “Falling”, Viggo Mortensen nos regala un espléndido western que, a pesar de su apariencia clásica y ortodoxa, encubre la ruptura de muchos de sus cánones y sus convenciones machistas en lo argumental. Porque, en “Hasta el fin del mundo”, la heroína que se salva a sí misma y es dueña de su destino y sus decisiones es la gran protagonista de la función, interpretada por una siempre perfecta Vicky Krieps, que vivirá en mi corazón de por vida desde que Paul Thomas Anderson, el mejor cineasta en activo del planeta, la escogiera para protagonizar una de sus más grandes obras maestras, “El hilo invisible”.

Vivienne, la mujer que interpreta Krieps, nos muestra su personalidad independiente, arrolladora y decidida en un mundo que no estaba preparado para una mujer así. Y lo hace en las dos fases temporales en las que se desarrolla la cinta. Sin duda, una de sus grandes virtudes es la forma en la que el guión del propio Viggo Mortensen desordena la narración de los hechos, haciendo que los acontecimientos del presente vayan paulatinamente cobrando sentido gracias a la forma de mostrárnoslos entremezclados con los del pasado. El resultado resulta altamente interesante y, sin duda, emocionante. Si no alcanza la perfección, es precisamente porque los malos son tan malos que acaban resultando un tanto caricaturizados y ahí la película pierde algo de verosimilitud.

No era fácil ser mujer en mitad del Oeste americano, pero tampoco irse a vivir con un migrante danés a un lugar remoto llamado Elk Flats, ni mucho menos conformar una firme barrera contra el cacique del lugar y su inestable y violento hijo. Hay que ser Vivienne para sumar a la lucha feminista también la de clases, o quizás es que estamos hablando de lo mismo. Cuando él se tiene que marchar a la Guerra Civil y ella se queda sola en la granja, todo será infinitamente más complicado. Y violento.

Y ello se cuenta con una sutileza y elegancia espléndida por parte de Mortensen, apoyándose en una preciosa dirección de fotografía de Marcel Zyskind, que sabe sacarle todo el partido a la belleza de los parajes propios del western. Esto, además, se complementa con un elenco actoral soberbio, entre los que destaca la pareja protagonista, formada por la impresionante Vicky Krieps y el propio Viggo Mortensen para unos exactos 129 minutos de metraje.
Sergio Berbel
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