Duchamp cogía un water (no agua, sino una de esas cosas de porcelana que sirve para mear y cagar), lo exponía en una galería y decía que eso era arte. Si alguien hace una peli rematádamente mala, pero con conciencia de ello, para que todo el mundo entienda que la intención es hacer una cosa absolútamente cutre y estúpida, y por lo tanto trasgresora en un mundo donde se supone que hay que hacer las cosas lo mejor posible, tal vez esta peli no sea tan mala después de todo. Eso es lo que han debido pensar los que han pergueñado este pestiño.
Cuatro tiarrones tarados echándose pedos mientras están encerrados durante dos días dentro de una vaca de poliexpan tan pequeña que en realidad cabría solo uno de ellos, un profesor alemán chiflado que pronuncia Hil-ler en vez de Hitler y cuyo ayudante está calcado del Jovencito Frankenstein, un director de museo berlinés con el pelo teñido de rubio para parecer alemán pero que sin embargo tiene acento catalán, unas tías en plan James Bond en Diamantes para la Eternidad que parecen salidas de un puticlub de tercera. Estos son algunos de los elementos que componen esta bazofia supuestamente amateur o Trash o lo que sea (en realidad es simplemente MALISIMA) que ha urdido el tal Temboury en su intento de arrebatarle a Ed Wood el título de director más malo del mundo. Y casi lo ha conseguido, eso hay que reconocerlo. Alguno me dirá: pues sí, pero de tan mala que es se hace simpática. Y le respondo: efectivamente, pero a condición de que le demos al forward con frecuencia de modo que la peli acabe durando solo media hora.