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Voto de LennyNero:
8
7,6
11.517
Drama
Daigo Kobayashi, antiguo violoncelista de una orquesta que se acaba de disolver, acaba vagando por las calles sin trabajo y sin demasiada esperanza. Por ello decide regresar a su ciudad natal en compañía de su esposa. Allí consigue un empleo como enterrador: limpia los cuerpos, los coloca en su ataud y los envía al otro mundo de la mejor forma posible. Aunque su esposa y sus vecinos contemplan con desagrado este puesto, Daigo descubrirá ... [+]
13 de julio de 2009
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los temas peor tratados en la historia del cine es la muerte. Quizás por su condición de última frontera, de viaje desconocido, su tratamiento siempre ha oscilado entre un ejercicio de estética estilizada de sus causas, el chascarrillo fácil a su costa o directamente la aproximación mediante el melodrama más soez, más preocupado en provocar emociones reactivas básicas que en un análisis reflexivo sobre el fenómeno en sí.
Algo de esto último hallamos en Departures. Este film dirigido por Yojiro Takita supone una apuesta arriesgada para un director que hasta el momento había transitado, a lo largo de toda su filmografía, por caminos genéricos tales como el fantástico y la acción, géneros que le situaban en las antípodas de un film de naturaleza tan compleja como éste que nos ocupa. No cabe duda que, en el tratamiento formal de la cinta, el director ejecuta un peligroso ejercicio de funambulismo al transitar por una cuerda floja cuya caída al vacío del sentimentalismo más burdo constituiría un factor de riesgo importante.
Ésta es una historia que se articula en dos niveles argumentales básicos: el drama familiar y la actitud frente al tabú que supone la muerte. En el primer caso encontramos una serie de características que demuestran el actual interés del cine nipón en estudiar las tensiones, y en este caso ruptura, que se están produciendo en el modelo tradicional japonés. Sin embargo, y a diferencia de la también recientemente estrenada Still walking, el drama funciona como un fuera de campo constante en lo que respecta a la relación paterno-filial, mientras que en lo que respecta a la visión del matrimonio se sustituye la tensión silenciosa del film de Kore-eda por la más convencional resolución de conflicto mediante el diálogo. Una circunstancia que visibiliza más el conflicto, pero que a la postre le resta interés debido a la obviedad de lo sucedido y su poca sutileza en el tratamiento. Aunque no drásticamente separado, éste es un tema que parece funcionar siempre como un pretexto, una suerte de excusa de fondo para entroncar con el principal tema del film, la muerte.
Es en este aspecto donde Takita se enfrenta al mayor de sus retos, saber situarse a una distancia concreta del suceso sin caer ni en una lejanía que demuestre temor ni en una cercanía que roce la frivolidad. Es en este envite donde precisamente el cineasta consigue su mayor logro, afrontando el óbito humano con delicadeza, elegancia, se diría incluso que con belleza. Su cámara es un reflejo del propio trabajo del protagonista, un ejercicio repleto de matices donde el pudor, tan presente en la cultura japonesa, se muta en precisión respetuosa, donde la muerte es un acto dramático, cierto, pero que se antoja de una naturalidad absoluta, algo que no sólo se puede sino que se debe mostrar como un hecho tan cotidiano para el ser humano como bañarse. Dos actos que vienen a ser metáfora el uno del otro como forma de limpieza, descanso y purificación.
Algo de esto último hallamos en Departures. Este film dirigido por Yojiro Takita supone una apuesta arriesgada para un director que hasta el momento había transitado, a lo largo de toda su filmografía, por caminos genéricos tales como el fantástico y la acción, géneros que le situaban en las antípodas de un film de naturaleza tan compleja como éste que nos ocupa. No cabe duda que, en el tratamiento formal de la cinta, el director ejecuta un peligroso ejercicio de funambulismo al transitar por una cuerda floja cuya caída al vacío del sentimentalismo más burdo constituiría un factor de riesgo importante.
Ésta es una historia que se articula en dos niveles argumentales básicos: el drama familiar y la actitud frente al tabú que supone la muerte. En el primer caso encontramos una serie de características que demuestran el actual interés del cine nipón en estudiar las tensiones, y en este caso ruptura, que se están produciendo en el modelo tradicional japonés. Sin embargo, y a diferencia de la también recientemente estrenada Still walking, el drama funciona como un fuera de campo constante en lo que respecta a la relación paterno-filial, mientras que en lo que respecta a la visión del matrimonio se sustituye la tensión silenciosa del film de Kore-eda por la más convencional resolución de conflicto mediante el diálogo. Una circunstancia que visibiliza más el conflicto, pero que a la postre le resta interés debido a la obviedad de lo sucedido y su poca sutileza en el tratamiento. Aunque no drásticamente separado, éste es un tema que parece funcionar siempre como un pretexto, una suerte de excusa de fondo para entroncar con el principal tema del film, la muerte.
Es en este aspecto donde Takita se enfrenta al mayor de sus retos, saber situarse a una distancia concreta del suceso sin caer ni en una lejanía que demuestre temor ni en una cercanía que roce la frivolidad. Es en este envite donde precisamente el cineasta consigue su mayor logro, afrontando el óbito humano con delicadeza, elegancia, se diría incluso que con belleza. Su cámara es un reflejo del propio trabajo del protagonista, un ejercicio repleto de matices donde el pudor, tan presente en la cultura japonesa, se muta en precisión respetuosa, donde la muerte es un acto dramático, cierto, pero que se antoja de una naturalidad absoluta, algo que no sólo se puede sino que se debe mostrar como un hecho tan cotidiano para el ser humano como bañarse. Dos actos que vienen a ser metáfora el uno del otro como forma de limpieza, descanso y purificación.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
A través de una gestualidad muy marcada, sin caer en un histrionismo desvirtuador, asistimos a la evolución psicológica de los personajes, centrada especialmente en su protagonista. Mediante la certera combinación de primeros planos y planos detalle, no sólo se atestigua su pericia en el desarrollo en su oficio, sino que se marca la superación de los propios miedos interiores, pasando del temor, e incluso la vergüenza ante su ocupación, a la idea de ser el último puente entre la vida y la muerte, algo así como un Caronte cuya barca ayuda a atravesar el infierno, aunque en este caso se manifieste a través del dolor de los familiares del fallecido.
Esta sutileza queda sin embargo parcialmente oscurecida por algunos momentos donde, en el intento de profundizar en otros aspectos de la vida del protagonista, el uso de ciertos recursos permite atisbar un intento de captar la atención de un público más mayoritario y quizás no tan receptivo a un intimismo de matices simbólicos. De esta manera, la resolución de conflictos entre personajes siempre concluye en situaciones que, de tan paradigmáticas, acaban por resultar meros clichés (especialmente el desencuentro con un antiguo amigo que, dejando de lado su poco desarrollo, acaba con un desenlace absolutamente innecesario y que aporta poco más que abultar el metraje). Tampoco resulta muy estimulante como construye el paso del tiempo, centrándose en unos interludios de carácter paisajístico que estilísticamente se aproximan a los videos proyectados en un karaoke.
De importancia considerable es el uso de la música. Ligada argumentalmente al desarrollo del film, por momentos se consigue un magnífico paralelismo entre el trabajo del protagonista y su antigua vocación. Esto es, la ceremonia del nokanski se presenta como una sinfonía donde cada gesto debe ser ejecutado con la misma precisión con la que el protagonista hacía brotar las notas de su chelo. Sin embargo, también en este aspecto, Departures acaba cayendo en algún exceso, ya que, en el intento de dotar de mayor lirismo al conjunto, la música acaba por convertirse en un subrayado redundante y poco imaginativo de las emociones mostradas.
A pesar de ello, éste es un film al que hay que prestar atención por su alta capacidad de riesgo y al mismo tiempo por la naturalidad de su desarrollo. Funcionando casi como la otra parte de un díptico que conforma junto a Still Walking, Takita muestra la capacidad de enfrentarse a un tema complicado con personalidad propia. Sin rehuir en ningún momento el dramatismo de las situaciones mostradas, sí hay una voluntad de exponer una idea del significado de la muerte, una idea que, mostrada de otra forma, podría haber caído en una frivolidad inadecuada, una idea, en definitiva, que queda perfectamente resumida en un magnífico plano final desbordante de belleza, un plano que nos habla de la muerte como la tragedia de la pérdida, pero también como un vínculo con el recuerdo, con la vida, con la reconciliación.
Esta sutileza queda sin embargo parcialmente oscurecida por algunos momentos donde, en el intento de profundizar en otros aspectos de la vida del protagonista, el uso de ciertos recursos permite atisbar un intento de captar la atención de un público más mayoritario y quizás no tan receptivo a un intimismo de matices simbólicos. De esta manera, la resolución de conflictos entre personajes siempre concluye en situaciones que, de tan paradigmáticas, acaban por resultar meros clichés (especialmente el desencuentro con un antiguo amigo que, dejando de lado su poco desarrollo, acaba con un desenlace absolutamente innecesario y que aporta poco más que abultar el metraje). Tampoco resulta muy estimulante como construye el paso del tiempo, centrándose en unos interludios de carácter paisajístico que estilísticamente se aproximan a los videos proyectados en un karaoke.
De importancia considerable es el uso de la música. Ligada argumentalmente al desarrollo del film, por momentos se consigue un magnífico paralelismo entre el trabajo del protagonista y su antigua vocación. Esto es, la ceremonia del nokanski se presenta como una sinfonía donde cada gesto debe ser ejecutado con la misma precisión con la que el protagonista hacía brotar las notas de su chelo. Sin embargo, también en este aspecto, Departures acaba cayendo en algún exceso, ya que, en el intento de dotar de mayor lirismo al conjunto, la música acaba por convertirse en un subrayado redundante y poco imaginativo de las emociones mostradas.
A pesar de ello, éste es un film al que hay que prestar atención por su alta capacidad de riesgo y al mismo tiempo por la naturalidad de su desarrollo. Funcionando casi como la otra parte de un díptico que conforma junto a Still Walking, Takita muestra la capacidad de enfrentarse a un tema complicado con personalidad propia. Sin rehuir en ningún momento el dramatismo de las situaciones mostradas, sí hay una voluntad de exponer una idea del significado de la muerte, una idea que, mostrada de otra forma, podría haber caído en una frivolidad inadecuada, una idea, en definitiva, que queda perfectamente resumida en un magnífico plano final desbordante de belleza, un plano que nos habla de la muerte como la tragedia de la pérdida, pero también como un vínculo con el recuerdo, con la vida, con la reconciliación.