No es que Stephen Sommers sea santo de mi devoción, pero al menos es un tipo con cierta capacidad de entretener. Su adaptación del juguete de Hasbro era infantiloide, pero juguetona y fantasiosa, así que entre tiros y batallas varias, la cosa acababa siendo tontorronamente entretenida.

Pero no, oiga: la secuela, ná de ná -- se coge al director de un documental de Justin Bieber (literalmente) y se manda ha hacer puñetas al 90 por ciento de cast original, centrándose en The Rock, figura salvadora de sagas comerciales varias.

Pero la cosa falla, porque la idea de tomarse la cosa de modo algo más adulto, más oscuro, patina (el material de base es lo que es... algo que Sommers entendió bien). El nuevo cast carece de gracia, la puesta en escena a menudo es pobre (con un notable uso y abuso de la cámara en mano) y las set pieces, cansinas, invitan al bostezo. Por otro lado, el cameo Willisiano no es de recibo y todo deja una sensación de que se ha tratado de hacer un reboot encubierto totalmente innecesario.

En fin. Suma y sigue. Así están las cosas en Hollywood hoy en día...