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España España · Xanadú
Voto de Orson_:
8
Comedia. Fantástico. Romance Cuando muere a los 70 años, Henry Van Cleve va al Infierno, donde lo recibe un caballero bien vestido que le exige que confiese sus delitos. Henry comienza entonces a contar su historia: desde niño, su acaudalada familia le proporcionó todos los lujos y satisfizo todos sus caprichos. Siendo ya adulto, llevó una vida disipada, entregado a la bebida y a las mujeres. Pero su vida cambió radicalmente el día en que conoció a Martha Strabel, ... [+]
19 de agosto de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película que puede ser tomada como testamento cinematográfico del maestro Lubitsch, no sólo por ser de las últimas filmadas por el genio alemán, sino porque en ella pueden disfrutarse casi todas las constantes de su repertorio como cineasta de inmenso nivel.

La vida de ese juerguista mujeriego que al morir se presenta en el Infierno al no considerarse merecedor de otro destino está contada con una simpatía y elegancia admirables. Dominada completamente por los diálogos, constantemente se relatan casi todos los hechos acontecidos por medio de las conversaciones de los personajes, no hay casi acción, y de hecho siempre se utiliza la misma fecha, algún cumpleaños del protagonista, para hacer avanzar la trama y ver el progreso de las relaciones de los miembros de la familia. Esas grandes elipsis que podrían afectar de forma brusca e irregular a la historia, son tratadas con maestría y utilizadas para potenciar el elemento cómico de los cambios generacionales y la modificación de la conducta de los personajes con el paso de los años. Incluso en el tramo final, el círculo se cerrará de forma ingeniosa mostrando a uno actuando como lo hacía su padre frente a la forma de vivir del joven que no hace sino lo que hacían él en su juventud. Ley de vida, que diría alguno.

Los Van Cleve forman una familia de clase alta donde cada personaje representa una época, un estilo de vida y una conducta frente al amor y la sexualidad. Los padres de Henry, de marcado corte clásico y elevado puritanismo, su abuelo socarrón que ve la oportunidad de vivir a través de su díscolo nieto todas las peripecias que quiso correr en su juventud y no pudo, el primo Albert, repelente en su perfección y abrazo de las normas establecidas, y el protagonista, Henry Van Cleve, apuesto galán con tendencia a trasnochar y perseguir coristas, forman los pilares de esa familia acomodada a la que nunca se ve trabajando, sino más preocupada por preservar la dignidad de su imagen social frente a los demás. La irrupción de la bellísima Martha precipitará los acontecimientos y pondrá a la familia Van Cleve patas arriba.

La película alcanza algunos momentos sublimes en esos diálogos en los que el inimitable y gozoso toque Lubitsch brilla en su esplendor, conversaciones llenas de ironía, juegos de palabras, frases con segundas intenciones, respuestas ingeniosas, y frivolizaciones sobre asuntos trascendentes revestidas de humor, que nos llevan en volandas de una época a otra. No hay muchas carcajadas, pero sí una permanente sensación de estar ante una comedia de altísimo nivel que nos mantiene permanentemente con la sonrisa en la cara.

Memorable es la conversación que mantienen Henry y su amada Martha intentando justificar sus actos de coqueteo con otras mujeres, un tema tan serio como la infidelidad, que de hecho es en ese momento la causa del distanciamiento entre ambos con visos de separación definitiva, es tratada con un humor que en absoluto deja entrever la más mínima justificación machista, sino que es capaz de mezclar la parodia y las frases ingeniosas con la ternura y el romance, consiguiendo un resultado lleno de genialidad.Al igual que la hilarante escena del desayuno en la mansión los padres de Martha, un matrimonio mal avenido que se pica con las tiras cómicas del periódico con el mayordomo por medio.

Don Ameche resulta impecable en su papel, Charles Coburn está genial como abuelo y sus simpatiquísimos chascarrillos, y Gene Tierney deslumbra con su belleza fotogénica gracias al technicolor, resultando sorprendentemente conmovedora su interpretación en la madurez.

Comentaba que esta obra puede considerarse una especie de legado de Ernst Lubitsch porque muestra perfectamente las virtudes de su obra, pero también porque tiene algunas características curiosas que la hacen especial. Retomaba los ambientes de la clase aristocrática en los que habían cuajado casi todas sus comedias identificativas, después de haberlos dejado de lado en sus películas anteriores (curiosamente dos de sus obras maestras, "El bazar de las sorpresas" y "Ser o no ser"), y contiene una especie de epílogo que resulta muy significativo. Todas esas comedias sofisticadas que llevaban su firma mostraban siempre hombres carismáticos que flirteaban con mujeres tirando de encanto, buen gusto, ingenio y mucha cara dura. Frivolizaban sobre el matrimonio y la fidelidad tirando de humor y situaciones divertidas. Pero en esta "El diablo dijo no" ocurre algo especial, en esos saltos temporales en los que asistimos al devenir de la familia Van Cleve, descubrimos en su parte final a un Henry preocupado por la llegada de la madurez, por su pérdida de atractivo, inquieto porque su hijo se convierta en un joven de provecho y no en un juerguista ligón como lo fue él mismo, y sobre todo, agradecido de haber tenido a Martha a su lado y haber podido disfrutar de un amor duradero y auténtico. Nos encontramos entonces ante una sorprendente moraleja aleccionadora sobre el amor y la estabilidad que produce compartir toda una vida con la persona ideal, filmada por quien siempre hizo gala de lo contrario para vehicular sus comedias. Esa curiosidad, unida a la fatalidad de su muerte prematura, concede para mí a este tramo final un sentido solemne y lleno de sentimiento sobre la obra del director.

Lubitsch, maestro de la comedia, deja dos momentos absolutamente mágicos y memorables en esta parte final que no tienen nada que ver con el género que lo encumbró. El último aniversario que Henry y Martha pasan juntos se cierra con una escena de baile que le llena a uno los ojos de lágrimas, y la escena del fallecimiento de Henry está tan llena de sutileza y elegancia que a dan ganas de levantarse y aplaudir.
Esa maravillosa sensación de plenitud y satisfacción que se siente como espectador al ver una película la consiguió transmitir muchas veces Ernst Lubitsch con su cine, al cual deberemos estar eternamente agradecido.
Orson_
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