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Voto de ESPILBERDO:
6
Drama Galicia, años 40. Al mismo tiempo que sortea los rigores de la posguerra, Elena (Verdú) y su hijo Lorenzo (Roger Princep) mantienen las apariencias para ocultar los secretos de la familia: Elenita (Irene Escolar), la hija adolescente, se ha fugado embarazada con su novio Lalo (Martín Rivas), un joven fichado por la policía; y su marido (Javier Cámara) vive oculto en un hueco practicado en el dormitorio matrimonial. Por si fuera poco, la ... [+]
1 de junio de 2009
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sí, es muy cierto que la última de José Luis Cuerda cae en demasiados clichés sobre los típicos personajes de un retablo de posguerra: está el cura malvado, la viuda doliente, el rojo intelectual y aguerrido, y el niño víctima. Pero esta película habla de algo mucho más importante: el sexo. Es la represión sexual la que se denuncia por encima de todas otras aberraciones franquistas. Y la que provoca ese desenlace explosivo que, después de tanta contención, se veía venir. Porque ya se sabe que retener tu más íntima naturaleza no te hace más fuerte, al final acabas reventando y te lo llevas todo por delante.

Es ésta una película muy lineal cuyo único momento interesante (y más efectivo precisamente por su disonancia) es ese final desgarrado. Rezuma desequilibrio en la técnica y en las reacciones sentimentales de algunos personajes. Cuerda vuelve a insistir en una fórmula manida pero bien llevada con su habitual porte y corrección: avanzar progresiva y lentamente en el drama, exhibir las relaciones entre personajes opuestos pero obligados a respetarse (o quererse) por imposición y desembocar con un golpe de efecto que nos abra la boca con algo más que no sean bostezos.

E insisto en que lo novedoso e inquietante de "los girasoles ciegos" es el desarrollo y lucha sexual de ese, digan lo que digan, sobresaliente Raúl Arévalo, llenando de matices a un personaje tan asqueroso y repulsivo que pocos querrían interpretar. Me convence mucho menos Verdú quien podría haber trabajado algo más su acento gallego. Y de Cámara, sólo diré que el zulo en el que se escondía mi abuelo (en aquella ocasión de los republicanos, que también hicieron unas cuantas redadas sangrientas) era mucho menos confortable: ni cama, ni libros, ni jofaina, ni palangana. Soledad y miedo, nada más.
ESPILBERDO
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